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6 abr 2006

'La tienda maldita'

('Chô' kowai hanashi A: yami no karasu. Yoshihiro Hoshino. Japón. 2004. 81 min.) Primera película basada en una serie de novelas de japonesas titulada La más horrible historia 'A', concretamente en el volumen titulado Los cuervos de la oscuridad, pero estrenada en España como La tienda maldita e internacionalmente como Cursed (lo que puede despistar al aficionado al compartir nombre con la cinta de hombres lobo de Wes Craven).

La historia, si es que se puede llamar así, vendría a reflejar los extraños acontecimientos que suceden a los empleados y clientes de una pequeña tienda de autoservicio. Y ya está. No le busquéis más. Por ahí he leído que la historia te la van explicando a medida que transcurre el metraje. Pero no sé si es que ando últimamente falto de imaginación y reflejos, o si es culpa de ver algunas pelis a la hora de la siesta, pero yo no le vi la lógica por ninguna parte. Vale, sabemos que algo muy malo ocurrió donde está edificada esa tienda. En ese caso lo único coherente que se me ocurre es que los fantasmas que están allí dentro persiguen a todos los clientes que pasan por allí (cuyas cuentas, por cierto, siempre ascienden a la cifra de 666, 669, 999... yens).

Pero, oh amigos, aquí está la gracia de La tienda maldita: todo vale. Olvidaos del fantasma de una niña atormentada y despeinada que quiere que alguien le ayude a encontrar la paz eterna, porque aquí no existe una única figura terrorífica que monopolice todo el metraje (afortunadamente escaso, por cierto). Los espíritus que salen de la tienda son de todo tipo y cada uno tiene su modus operandi: unos llevan una capucha enorme y no tienen rostro, te meten la cabeza dentro de su capucha y cuando la sacas se te ha quedado el ojo como el de un sapo (así, como suena) además de quedarte más sonado que una pandereta; otros se dedican a perseguirte con un martillo enorme, y lo mismo le da matar a un perro que a una solitaria nipona (en la que fue mi escena favorita de toda la película); los hay también que se aparecen dentro del frigorífico; otros en un baño público... da igual. El mecanismo de La tienda maldita es tan simple como parece: alguien llega a la tienda, pasa algo raro allí, se va a su casa, y cuando menos se lo espera (a veces, ni siquiera les da tiempo a soltar las bolsas de la compra, porque se los cargan en el camino) se aparece alguien con malas pulgas y les borra del mapa. También aparecen de vez en cuando unos cuervos que se estampan violentamente contra el escaparate de la tienda, no se sabe muy bien por qué (supongo que como guiño al título de la novela que adapta).

Por tanto, más que una cinta con una narrativa convencional (ya saben: planteamiento, nudo y desenlace), La tienda maldita es un (buen) catálogo de escenas de terror casi independientes, sin más cohesión que el común paso por la tienda y (quizá por buscarle algo de chicha) un muestrario de solitarias personalidades que pagan cara su independencia: no tienen a nadie a su lado en momentos en los que hubieran necesitado ayuda.
Cuando la cinta se termina (con una estructura circular, por cierto) te queda la sensación de que no tienes la más remota idea de por qué pasan esos fenómenos tan extraños allí, pero te da igual porque lo has pasado bien durante hora y veinte y hasta has pasado un poquito de miedo en algunos momentos. Y es que la cinta divierte, de eso no os quepa ninguna duda, incluso más que algunas de sus hermanas mayores. Y resulta tan caótica que halla en esa estructura un vehículo perfecto para desconcertar al espectador y provocarle como mínimo inquietud, por mucho que no te de tiempo a conocer a los personajes ni a empatizar con ninguno de ellos. Ver La tienda maldita es como ver un programa de Iker Jiménez: contemplas un batiburrillo de historias con el único nexo de lo paranormal o lo extraño y, aunque no saques nada en claro ni te hayan dado ninguna explicación convincente, te vas a la cama con la satisfacción de haber experimentado durante unos minutos ese agradable sabor del miedo seguro y confortable.


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Si parece la reseña de un quinceañero en su primer post quizá sea por la dinámica que adquirí por esta época: críticas algo más elaboradas para Tierra de Cinéfagos y posts rápidos para mantener vivo Natural High. Cacafuti. 

5 abr 2006

'La Monja'

(La Monja. Luis de la Madrid. España. 2005. 94 min.) Pocas veces la frase promocional de un cartel cinematográfico resulta tan acertado como ésta: "Reza para no verla". Entre esa sentencia y el hecho de que una película titulada La Monja ya me parece de entrada una mala idea, debería haber hecho caso y no haber perdido noventa minutos en esto. Pero, por otro lado, y como siempre me gusta pensar, mi cinefagia me hubiera hecho tener que verla en cualquier momento, así que cuanto antes me la quito de encima, mejor.

Parece ser que La Monja va a convertirse en la penúltima cinta de la Fantastic Factory antes de extinguirse (el broche de ¿oro? seguramente lo pondrá el Beneath Still Waters de Brian Yuzna, que se tenía que haber estrenado hace más de un año, por cierto), y de las que he visto de la productora (que, además de La Monja, han sido Faust, Darkness, Romasanta y Rottweiler) es sin duda la peor. Sí, amigos, incluso peor que la del perro-terminator. Al menos con esa te reías, eran tan genuinamente zetosa que hasta me resultaba simpática, pero es que a esta monja no hay por dónde cogerla... Y no me refiero a lo poco creíble que resulta que alguien proyecte una cinta de Brian Yuzna en un avión, o que en Barcelona todo el mundo hable en Inglés... no, me refiero a lo ridículas que suenan frases como "cuando vaciaron el estanque despertaron el espíritu de la monja" cuando son dichas en medio de una atmósfera pretendidamente misteriosa y pronunciadas de manera rimbombante para que luego pueda quedar bien en el tráiler correspondiente.

Siempre he defendido que uno tiene que creerse lo que le propone el director sin hacer comparaciones con el mundo real, que es bueno mantener una postura no demasiado crítica para poder disfrutar más sanamente de una película... pero hay ocasiones en las que ni siquiera yo soy capaz de comportarme de ese modo. Para empezar, parece que ni el propio guionista confía mucho en lo que está haciendo y, en determinados momentos del metraje, introduce frases como (más o menos) "el proyecto de la monja de Blair" o "¿qué os creeis que es esto, Sé lo que hicisteis hace 18 veranos?". Estas frases en Scary Movie, por ejemplo, quedan bien (dentro de la banalidad del conjunto), pero no en una película que pretende (y no consigue) dar miedo o inquietar mínimamente al espectador. Eso sí, técnicamente La Monja es más que decente y se nota en ella un esfuerzo considerable por conseguir efectos especiales creíbles y un buen hacer en la fotografía y el diseño de producción. Pero es un esfuerzo al servicio de la nada, porque ni siquiera es una película que podamos calificar de entretenida (que es la manera que tenemos de defender esas cintas que sabemos que no son muy buenas pero que al menos nos dejan buen sabor de boca). Los minutos van pasando lentamente, apenas ocurre nada en pantalla, no hay ni una pizca de originalidad, algo a lo que aferrarse para por lo menos dejarte llevar durante hora y media... nada. Sólo la sensación de ver una cantidad de medios y dinero tirados a la basura. O, como mucho, un decente muestrario de efectos especiales. Por lo demás, os recomendaría no perder el tiempo con ella a no ser que tengáis mucha curiosidad.


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Esta es una de las pocas películas que anulan toda mi capacidad permisiva y que me provocan tal desazón que me entran ganas de arrancarme los ojos mientras las veo. Además salía Teté Delgado... Encima eso.

3 abr 2006

'Hostel'

(Hostel. Eli Roth. Estados Unidos. 2005. 90 min.) Hostel parece nacida para la controversia: una semana después de su estreno en España (y transcurridos meses desde que inició su recorrido por las taquillas norteamericanas) se pueden leer críticas de todo tipo relativas a este largometraje. Y por lo que he visto no hay término medio: o se disfruta mucho o parece una bobada. Los que han leído alguna de mis críticas en este blog, algún comentario o mi perfil, podrían deducir fácilmente de qué lado estoy a la hora de hablar de Hostel: efectivamente, disfruté horrores en la sala de cine donde la proyectaban, entregándome por completo a lo que me ofrecía la pantalla y con el piloto crítico desconectado. Sé que esto puede interpretarse como una falta de profesionalidad por mi parte, pero considero que a veces es mejor ver una película sin ningún afán deconstructivo, limitándose a aceptar lo que el director te da y tomando la realidad que sale del proyector como la única posible durante los noventa minutos que dura el pase.

Evidentemente, Hostel no es un documental y tiene sus exageraciones (como que alguien pueda seguir consciente después de que le arranquen un ojo. Aunque tampoco soy médico, claro...), por lo que le pasa lo mismo que a gran parte de películas del género terrorífico/fantástico: necesita lo que algunos llaman suspensión de la credibilidad. Es decir, creerte todo lo que sale en pantalla y no intentar compararlo con los hechos fehacientes que nos encontramos cada día en nuestra vida diaria. Desde mi punto de vista, el buscar un verismo total en este tipo de cine es como ir a ver Star Wars y decir que es mala porque en el espacio no hay nada donde reboten las ondas sonoras y por tanto las explosiones jamás podrían escucharse. ¡Esto es cine, chicos!

Pero como hay públicos de todos los tipos, entiendo perfectamente a quién no gustará Hostel: a los que le desagrade el gore, a los que busquen un guión elaborado, a los que no le guste el cine de terror adolescente, a los que no sepan (o no quieran) ejercer esa suspensión de credibilidad, a los que busquen vísceras todo el rato (¡sorpresa!, Hostel no es un festival gore non-stop, como algunos piensan) y así podríamos seguir, porque creo que hay más gente que tiene posibilidades de detestar Hostel que potenciales admiradores...

¿A quién satisfará entonces? Imposible de saber, sinceramente. A mí me ha gustado. A amigos míos les ha gustado. ¡A mi madre le ha gustado!. Y si lo pienso detenidamente, lo que todos tenemos en común es que desde pequeños hemos visto cine de terror de todo tipo (desde los clásicos hasta lo más cafre), estamos más que rodados en el género y no nos ponemos nerviosos por ver a un personaje vomitando. Sabemos que son películas que tienen una serie de limitaciones y no buscamos obras maestras cuando las vemos. Simplemente queremos pasar un buen rato viendo sufrir a los que están detrás de la pantalla y sabiendo que al final serán felices (o no), pero que a nosotros desde nuestra butaca no nos va a pasar nada. Algunos comparan esta sensación con la de subir a una montaña rusa: disfrutar de la adrenalina que provoca el miedo desde una posición segura. Y a nadie le obligan a subir a una montaña rusa, quien lo hace ya sabe a qué atenerse. Pues lo mismo pasa con Hostel, en definitiva.

Bien, lleváis leyendo unos minutos y aún no he dicho realmente nada sobre la película. Pero, ojo, lo hago a propósito. No quiero destripar (jajaja, ... ejem) el argumento a nadie, porque pienso que (como pasa con todo el cine en general) lo ideal es no saber qué va a pasar exactamente en la historia, aunque sepas previamente por qué caminos se va a mover. Esta es una reseña pensada para los que aún no han visto Hostel y estén dudando entre verla o no. Así que sólo doy algunos apuntes: hay bastante sexo, hay violencia, hay planos desagradables... Hablando de sus personajes, se podría decir que son algo... ¿cómo decirlo?... ¿lentos? Pero, sinceramente, en esta película los protagonistas se mueven principalmente por tres impulsos: el sexo, la supervivencia y la venganza. No están haciendo ningún examen. No tienen que demostrar lo inteligentes y cultos que son cada vez que digan una frase (como sí hacían los personajes de Scream, por ejemplo), simplemente actúan consecuentemente con lo que pretenden hacer en cada momento (ya sea drogarse, tener sexo salvaje o atropellar a alguien... otra cosa es que moralmente no aprobemos sus pulsiones) y reaccionan a las adversidades de su entorno. En este sentido, más que cine de terror, Hostel es cine de supervivencia, de desesperanza (la moraleja que podríamos sacar es que el ser humano es despreciable, especialmente aquellos que tienen el poder y no se excitan con nada que no sea... bueno... mejor vedlo vosotros mismos), que nos habla sobre la pérdida de la inocencia (los primeros minutos y los últimos son de una diferencia radical, y nos recuerdan que cuando pensamos que todo va bien, no tarda mucho en aparecer la maldita "mala suerte" y mandarlo todo al carajo) y sobre el miedo a lo extraño o, mejor dicho, a lo extranjero.

Película que puede ser tildada de xenófoba, misógina, amoral y obscena por los que se toman esto del cine demasiado en serio, Hostel es, para mí (y para buena parte del público y, por qué no decirlo, de la crítica), una cinta que de haberse filmado hace veinte años hoy sólo sería recordada por los fans de Noche de Lobos y los asiduos al videoclub, pero que tal y como está el panorama del cine de terror actual (especialmente el norteamericano) tiene todas las papeletas para convertirse en un película de culto (como le pasó hace poco a Alta Tensión de Alexandre Aja, o al binomio La casa de los 1000 cadáveres/Los renegados del diablo de Rob Zombie). No es la panacea, pero es de lo mejorcito que he visto últimamente en el género.


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Con esta reseña comenzaron los primeros piques con la gente de Tierra. Supongo que el hecho de que dijera que no me tomo el cine en serio les sentó como una patada en el estómago y empezaron a ponerme cruces. También comenzaron a comentar en secreto que yo no tenía ni puta idea de cine, que era un gañán y todo eso. Y ese fue el momento en el que tendría que haber recogido los bártulos e irme de allí, de no ser porque en el fondo soy bastante cabezón. Hostel me sigue gustando como el día que escribí la reseña.

30 mar 2006

'Memories of murder (Crónica de un asesino en serie)'

(Salinui chueok. Bong Joon-ho. Corea del Sur. 2003. 130 min.) Si hace unos años dirigíamos nuestra mirada a Hong Kong y a Japón cuando pretendíamos encontrar una revolución cinematográfica que nos liberase de las convenciones del cine occidental, ahora parece ser Corea del Sur el centro neurálgico de una serie de propuestas que derrochan calidad y carisma. Eso sin olvidar el resto de filmografías orientales (incluyendo al característico estilo Bollywoodiense) y sin dejar de tener en cuenta a los países anteriormente citados como generadores de imágenes de fuerte poder hipnótico, revulsivo y poético.

Después de ofertas arriesgadas como las cintas de Kim Ki-duk, y de espectaculares thrillers estrenados en DVD como Shiri y Nowhere to hide (y antes de conocer a esa apisonadora audiovisual que responde al nombre de Park Chan-wook), hace un par de años recibimos con entusiasmo la segunda película del joven cineasta Bong Joon-ho, Memories of murder, con la que ganó la Concha de Plata en su paso por el Festival de Cine de San Sebastián.

Conocida también con el subtítulo de Crónica de un asesino en serie, Memories of murder es un largometraje centrado en la investigación que mantuvo en jaque a la policía de Corea del Sur a partir de 1986, cuando comenzó a aparecer una serie de cadáveres de mujeres que apuntaban a la existencia de un asesino en serie que actuaba en un entorno rural.

Pero no es "otra más" de ese subgénero en el que policías y asesino entran en una espiral de acciones/reacciones provocadas por explícitos actos de violencia. Quizá lo más peculiar de esta cinta sea el hecho de que los crímenes no aparecen en su totalidad, jugando a la elipsis y al desconcierto. El director prefiere retratar en su lugar las dificultades y relaciones laborales de un cuerpo de policía a medio camino entre la corrupción y la ineptitud, entre la falta de medios y la carencia de habilidades (no son Horatio ni Grissom, ni mucho menos...). Por lo tanto, los que esperen un thriller dinámico, con acción y sangre a borbotones quizá terminen algo decepcionados, al comprobar cómo pasan los minutos sin una profusión excesiva de escenas impactantes o trepidantes. No obstante, es imposible no dejarse arrastrar por la fluida narración de Bong Joon-ho, con momentos muy duros como la escena de la autopsia, pinceladas de humor negro y secuencias que rozan el puro terror psicológico.

Tampoco saldrán con buen sabor de boca los que busquen una resolución convencional y satisfactoria. Lejos de acabar con fuegos de artificio, con un superclímax atronador (aunque para mí esa escena en la vía del tren bien vale su minutaje en oro) y con toda la trama resuelta para contentar a la galería, el director se ajusta a la realidad y nos manda un mensaje aterrador: cualquiera de nosotros puede ser un asesino.

Quizá consciente de que el thriller policial está muy trillado y que necesita de nuevos elementos para atraer la atención del público, Bong Joon-ho utiliza una amalgama de estilos que hace bastante difícil encuadrar a esta película dentro de una única categoría. Estamos ante uno de esos aislados y afortunados casos en los que un largometraje consigue mezclar escenas de géneros tan dispares como el terror (inolvidable la secuencia con el asesino agazapado esperando a su víctima en mitad del campo) o la comedia más cafre (los "curiosos" métodos de interrogación policiales, con uno de los agentes lanzándose contra los sospechosos y sonsacándoles información a base de patadas voladoras) sin que chirríe el conjunto. Así que, como estaréis pensando, Memories of murder es una película abierta, heterodoxa, fuera de lo común, y quizá necesite un público con las mismas características para que sea apreciada en su justa medida... Es una cinta arriesgada, formalmente impecable, con una atmósfera malsana que se introduce en medio de unos paisajes que invitan a la calma y los corrompe, con un ritmo pausado en el que se integran momentáneos destellos de acción y violencia no apta para todos los públicos. Es, en definitiva, algo muy cercano a lo que podríamos llamar obra maestra.


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Finalmente el boom surcoreano remitió y todo se quedó en un puñado de buenos títulos y mucha fusca lacrimógena cortada por el mismo patrón. Pero eso no puede restarle méritos a esta genial película de recomendación inevitable.  

23 mar 2006

'Destino final 3'

(Final destination 3. James Wong. Estados Unidos. 2006. 93 min.) Menos de una semana después de haber visto Destino Final 3, me doy cuenta de algo que ya intuí en la sala de cine: a diferencia de las dos anteriores entregas, aquí no hay nada que me haya dejado huella. Sin la originalidad de Destino Final y sin la espectacularidad de Destino Final 2, esta tercera parte se convierte en una mera repetición de situaciones con el único objetivo de continuar haciendo caja con el mismo pretexto que se usaba en las películas precedentes: jóvenes y bellos cuerpos mutilados de la manera más llamativa posible.

Si ya se puede dudar de la inteligencia o el buen gusto de alguien que paga por ver lo mismo por tercera vez (y en ese grupo se incluye un servidor, que probablemente volvería a pasar por caja ante un hipotético Destino Final 4... ¡y es que me apasionan las sagas terroríficas!) hay que hacer algo para que este público se sienta superior a los actores que ve en pantalla. La solución: unos personajes estúpidos, totalmente incompetentes y que, en la mayoría de las ocasiones, La Muerte no tendría que haber intervenido directamente en sus defunciones, ya que de todos modos en un momento u otro hubieran muerto súbitamente por falta de riego en el cerebro. Hablando en plata, en esta entrega da la sensación de que los personajes se mueren porque son gilipollas y no porque intervenga ninguna fuerza sobrenatural en la tragedia. Casi que no hacía falta.Pero, por otro lado, y sabiendo ya en qué parámetros va a discurrir la cinta, tampoco es muy necesario crear personajes interesantes o mínimamente simpáticos para el público porque sabemos que van a morir todos. Es más, queremos que todos mueran, y a ser posible de la forma más salvaje.

A estas alturas, también sabemos que el plato fuerte de la función (anulando la típica estructura de crescendo dramático que predomina en cualquier género, pero especialmente en el de terror/acción/suspense) serán los primeros 10 minutos de metraje, en los que se ubica la (ya típica) visión de uno de los personajes principales en la que vislumbra cómo todos van a morir de un modo horrible en unos segundos. Si la escena del aeropuerto de Destino Final destacaba por su suspense y por constituir una sopresa que hizo que parte del público comentara la secuencia con risas nerviosas antes de coger un avión (y esto lo viví personalmente en verano de 2000, cuando hacía poco que se había estrenado la película y estaba a punto de subir en un avión por primera vez en mi vida, destino Newcastle), y la secuencia de la autopista de Destino Final 2 se convirtió en uno de los momentos más espectaculares que jamás se han visto en una cinta de terror (no hablamos de cine de acción, aunque la citada escena supera a algunas similares de ciertas superproducciones), en Destino Final 3 este momento álgido se produce en una montaña rusa. No se si casual o intencionadamente, el lugar elegido esta vez es muy significativo del tono que ha adquirido ya la saga: el de divertimento puro y duro, con violencia de dibujo animado (es gore inofensivo) y personajes sin más inquietud que la del ocio. Aquí no mueren en viaje de fin de estudios, en accidentes caseros o al salir del dentisa; lo hacen en gimnasios, en salas de rayos uva, en autoservicios de comida rápida... Sólo una excepción: la muerte con la pistola de clavos que le sucede a una de las chicas de la peli en su lugar de trabajo. Apenas intervienen adultos en la trama, todos son adolescentes (interpretados por gente diez años mayor que sus personajes...) arquetípicos: las pijas, la niña buena, los góticos, el afroamericano cachas, etc.

Ah, por cierto, no hagáis caso a las declaraciones de James Wong y Glen Morgan, los máximos responsables de esta cinta (y de la que inició la serie): no hay novedades. Quizá lo único que han añadido es que se pueda predecir el modo en el que morirán los personajes a través de las fotografías que les tomaron antes del percance en el parque de atracciones. Pero esto ya estaba en La Profecía (The Omen)


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: A pesar de lo que dije en esta reseña, cuando Destino final 4 llegó a las pantallas no hice ningún esfuerzo por verla, ni siquiera con el reclamo del 3D. Supongo que me voy haciendo viejo. 

13 mar 2006

'Thai Dragon'

(Tom yum goong. Prachya Pinkaew. Tailandia. 2005. 85 min.) Con el mismo equipo artístico y técnico de Ong-Bak: El guerrero Muay Thai, Thai Dragon supone un paso ascendente en la carrera de Tony Jaa, de su director Prachya Pinkaew y del coreógrafo (y antigua estrella de las artes marciales tailandesas) Panna Ritthikrai. Lo mejor de todo es que lo hacen sin venderse a nadie, mostrando con orgullo sus raíces culturales y con un estilo de rodar las escenas de acción que difícilmente se puede comparar al de otras cinematografías: aquí no hay hueco para los efectos visuales de Hollywood ni para los cables de Hong Kong, no hay montajes acelerados ni rebuscados tiros de cámara, todo lo vemos en plano fijo general, sin trampa ni cartón, de tal modo que cada golpe propinado durante el metraje le duele al espectador.

Si ya Ong-Bak me dejó un sabor de boca más que agradable, Thai Dragon (titulada realmente Tom-Yum-Goong, el nombre de un popular plato tailandés y del restaurante donde transcurre parte de la cinta) me dejó literalmente boquiabierto en la sala de cine donde la visioné (en la que, por cierto, no me quedó más remedio que aguantar con estoicismo las "gracias" de una banda de mocosos que no dejaban de repetir - ya fuera a través de sus propias cuerdas vocales o a través de los altavoces de sus móviles - el famoso "culito-culito" del inefable Shin-Chan...). Thai Dragon es lo más parecido que he visto nunca al esquema de un videojuego de lucha trasladado a la pantalla. Olviden las tristes (aunque divertidas desde un punto de vista puramente freak) Street Fighter o Mortal Kombat; si de verdad quieren disfrutar de un beat-em-up imparable y espectacular sin la necesidad de dejarse las yemas de los dedos en un pad, corran a ver esta película.

La parte negativa es que, al igual que un juego de tortas, el argumento de Thai Dragon se limita a una excusa inicial que desencadene la acción y la dispare hacia una sucesión de secuencias de lucha a la cual más espectacular y brutal. Los primeros minutos de esta cinta son como la Intro de los videojuegos citados: nos ofrece una excusa argumental que justifique que el protagonista se líe a porrazos con todo el que se cruce en su camino. En realidad, el esquema no es muy diferente del ofrecido en Ong-Bak (allí Tony Jaa intentaba recuperar una estatua, aquí sus elefantes), pero aquí una vez que arranca la acción no hay espacio para los tiempos muertos ni demasiados diálogos. Depende de lo que busque el espectador el que esta estructura dramática le resulte una fiesta o una experiencia insulsa.

Por otro lado, la película se enfrenta a un problema evidente: el etnocentrismo en el que vivimos puede afectar a la credibilidad de la historia narrada. Difícilmente alguien que no sea capaz de empatizar con otras culturas (o de hacer un mínimo esfuerzo por molestarse en pensar que no todo el mundo tiene nuestras creencias o costumbres) podrá creerse que Tony Jaa viaje desde Bangkok a Australia y se enfrente a la mafia para recuperar a dos elefantes. El propio director pareció darse cuenta de este detalle y en un epílogo de la cinta nos confiesa lo importante que para los protagonistas son unos elefantes a los que han dedicado su vida y a los que consideran como miembros de la familia. Parece ser que los bellos y excelentes primeros minutos del largometraje, en los que se nos muestra la especial relación entre Kham (el personaje de Tony Jaa) y los paquidermos, no son suficientes para que el público más reacio comprenda que para el protagonista el hecho de que secuestren a los elefantes significa lo mismo que para Mel Gibson el que le arrebaten la presencia de su hijo en Rescate, por poner un ejemplo cualquiera.

Otro detalle que flojea en la cinta es la construcción de personajes. Si bien estamos en un género en el que lo único que hace falta es un bueno, un malo y un motivo para que se maten, en Thai Dragon aparecen y desaparecen una buena cantidad de personajes de los que no sabemos nada y que pululan por la trama sin ton ni son, sin que sepamos muy bien qué aportan al conjunto. Pero lo importante (y el motivo por el que la gente va a ver principalmente este filme) es la presencia de Tony Jaa y sus acrobacias temerarias. Si piensan que lo vieron todo en Ong-Bak se equivocan: en Thai Dragon los combates aumentan en calidad y cantidad, hasta tal punto que si uno es profano en el género puede acabar mareado de tanto salto y tanto tortazo. No obstante, los que sí que frecuentamos el cine de artes marciales, encontraremos aquí algunas de las secuencias de peleas más espectaculares jamás filmadas. Además del bestial clímax final, hay que destacar sin duda ese plano-secuencia en el que Kham entra en el restaurante que da título (original) a la cinta y la cámara no deja de filmarle en ningún momento desde que entra en el edificio hasta que llega al último piso del mismo. Un trabajo de orfebrería visual en la que no dejamos de ver a los especialistas partiéndose el lomo y a Tony Jaa sirviéndolos a todo con sus ágiles movimientos y su aterradora determinación. Piensen en el famoso plano secuencia de Old Boy y desarróllenlo a lo largo de unos cuatro pisos llenos de villanos volando por todas partes y comprenderán de lo que les hablo. Además, como colofón a la secuencia, en lo alto del edificio se encuentra con el rival más poderoso hasta ese momento (como verán los fanáticos, todo el concepto de esta escena es un homenaje a la malograda cinta Juego con la muerte, de Bruce Lee, uno de los ídolos de Tony Jaa): el especialista Johnny Nguyen, el hombre que está debajo del traje de Spider-Man en los planos que Tobey Maguire no puede (o no le dejan) filmar. Esta maravillosa pelea, la múltiple del final o la que enfrenta a Kham con un luchador de capoeira justifican por sí solas la compra de una entrada si, como un servidor, disfrutan cómodamente de los recitales de verdaderos artistas del mamporro, de la armonía de huesos rotos y la plasticidad de la violencia inocente de dibujo animado.

En cuanto a Tony Jaa, parece mentira que alguien pueda llegar a tener ese grado de dominio de su propio cuerpo. Lástima que como actor tenga más bien poco carisma y no consiga transmitir demasiadas emociones. Pero, de cualquier modo, no le pagan para recitar a Shakespeare...


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Con esta reseña debuté en la antigua Tierra de Cinéfagos, un blog donde nos reuníamos un grupo de enfermos de cine que nos lo pasábamos bien compartiendo posts hasta que descubrimos que algunos teníamos una concepción del cine radicalmente distinta a los demás y que molestaba a los jefes. Todo acabó como el Rosario de la Aurora y a mí me solían tomar por el pito del sereno, pero a pesar de todo pasé buenos momentos allí.  

10 mar 2006

'Frágiles'

(Fragile. Jaume Balagueró. España. 2005. 97 min.) Premiada en categoría de Mejores Efectos Especiales en la última edición de los premios Goya, Frágiles es el cuarto largometraje de Jaume Balagueró, después de Los Sin Nombre, Darkness y, ejem, OT: La Película...

Con sus cortometrajes Alicia (1994) y Días sin luz (1995) Balagueró conquistó el corazón del público freak y de los jurados de festivales de cine fantástico, gracias a sus perversas imágenes y a la oscura visión que el director catalán poseía sobre las relaciones materno-filiales. Este rasgo no se ha perdido en toda su filmografía (incluso en OT, con los protagonistas llorando por sus ahora lejanos familiares...) y fue uno de los puntos fuertes de Los Sin Nombre (1999). Hablando de esta ópera prima, su atmósfera malsana, su excelente apartado sonoro, su perturbador punto de partida... formaron un conjunto que me marcó en su momento y que hizo que colocara a Balagueró junto a mis directores españoles contemporáneos favoritos, junto a Amenábar y Álex de la Iglesia (hasta ahora, el único que no me ha decepcionado de los tres ha sido de la Iglesia...).

Así, cuando llegó Dakness tres años después la esperaba con los brazos abiertos, y el batacazo fue importante. El hecho de que el mismo año estrenara la cinta sobre Operación Triunfo no hizo más que acrecentar en mí el sentimiento de que la calidad de Los Sin Nombre fue fruto de la casualidad. Darkness se me hizo aburrida, lenta, absolutamente carente de originalidad y redundante hasta decir basta. De hecho, después de verla en el cine en su momento, jamás he vuelto a visionarla.

Visto lo visto, cuando se estrenó Frágiles no esperaba absolutamente nada de ella. Me había cansado del "estilo Balagueró" con sólo dos películas y media. Para colmo, la protagonista de Frágiles es Calista Flockhart, una actriz que no me dice absolutamente nada y cuya presencia en pantalla me resulta incómoda. Más desgana. ¿El remate?: leer unas declaraciones de Balagueró en las que decía que su nuevo largometraje no era de terror, sino un drama psicológico sobre la superación de los miedos con algunos elementos paranormales pero centrado en el argumento y no en el impacto fácil y bla, bla, bla.

Pero al final, y como me suele pasar en muchísimas ocasiones (a veces más de las que quisiera), decidí verla y saltó la sorpresa: Frágiles no sólo me ha parecido superior a Darkness, sino también a la media de productos de terror actuales que llegan a nuestras pantallas o al videoclub. Posee una historia que, si bien no es el colmo de la originalidad, sí que se sostiene con interés durante todo el metraje. Nos traslada a un desvencijado hospital infantil situado en una isla inglesa, en el cual sus pequeños pacientes aseguran ver las apariciones de lo que ellos llaman "la niña mecánica". Una nueva enfermera, ocupando un puesto suplente después de que su predecesora abandonara el trabajo aterrorizada, se encargará de desentrañar los misterios que se ocultan en el segundo piso del hospital, en el que supuestamente no vive nadie...

La cinta no engaña y ya desde un primer momento desvela sus cartas: si bien la fotografía y la música nos introducen en un clima casi intimista, acentuado por la plasmación de las turbulentas psicologías de los protagonistas, también es fácil reconocer las trampas de relojería que Balagueró disemina por la historia durante los primeros minutos para que luego vayan estallando progresivamente, hasta llegar a una traca final espectacular y tensa, que sólo se estropea por un "happy end" impropio del director catalán. De este modo, y al mismo tiempo que le explican a la protagonista los pormenores de su nuevo trabajo y la situación del hospital y sus pacientes, el espectador va obteniendo toda la información necesaria para entender que, en tales circunstancias, el horror puede saltar de un momento a otro: la situación de aislamiento geográfico del hospital, su estado arquitectónico (con las paredes agrietándose silenciosamente), la falta de personal y de material ante un inminente traslado, los rumores sobre acontecimientos paranormales, etc. Todos estos elementos provocan que casi de inmediato nos sintamos atrapados en la historia, y la sigamos con suficiente interés a pesar de que las emociones fuertes escasean durante la primera mitad de la película.

Desde un punto de vista moral, se puede acusar a Balagueró de utilizar a los niños y sus tragedias como método para provocar desasosiego en el espectador, al contemplar cómo unos seres inocentes sufren de mala manera por exigencias del guión. Pero, no seamos tan serios, y recordemos que todos los cuentos infantiles que nos han contado de pequeños no eran más que historias de terror protagonizadas por infantes con los que nos pudiéramos identificar. En el caso de Frágiles, obtenemos un doble punto de vista: el escepticismo de los adultos y la inocencia de los niños. Como en todo buen cuento de horror, los primeros se niegan a creer lo que dicen los pequeños hasta que no ven el terror con sus propios ojos. A partir de ahí comienza la fiesta: los accidentes, las muertes "misteriosas"... inevitablemente, una creciente angustia se apodera de todos los habitantes del hospital y se destapan secretos del pasado de los que nadie se podría sentir orgulloso.

Dejando atrás esos repetitivos planos de bustos misteriosos que se agitaban nerviosamente de un lado a otro de la pantalla acompañados de chirriantes efectos sonoros, Balagueró ha realizado la que hasta el momento se me antoja como su película más completa y ambiciosa, aunque, como dije antes, Los sin nombre siempre tendrá hueco especial por ser su ópera prima y por descubrirme un nuevo tipo de cine del que no se producen demasiados ejemplos notables en nuestro país


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Gracias a Para entrar a vivir y a las posteriores Rec y Rec 2, el respeto hacia Jaume Balagueró que perdí con Darkness y recuperé tímidamente gracias a Frágiles quedó restaurado por completo. Lo que ahora mismo no diría ni en broma es que Alejandro Amenábar es uno de mis directores españoles favoritos, porque el tiempo ha demostrado que de su filmografía sólo puedo rescatar (y con ciertas reservas) sus dos primeros títulos, Tesis y Abre los ojos.  

5 mar 2006

'Vuelo nocturno'

(Red eye. Wes Craven. Estados Unidos. 2005. 81 minutos) Los que amamos el cine de una manera especial somos bastante difíciles de sorprender en cuanto a que, antes de ver cualquier película, solemos leer una información previa o ver avances que nos desvelan en buena parte lo que vamos a ver. Es decir, que si sois como un servidor y leéis todas las revistas de cine que podéis, buscáis tráilers en internet y ojeáis críticas por doquier, es muy fácil que antes de ver cualquier cinta ya tengáis una idea más o menos formada de lo que tratará el argumento, de las escenas más impactantes, etc. Esto mata parte de la magia que sentía cuando era pequeño y al despertarme me encontraba en casa con un par de películas alquiladas que me sentaba a disfrutar, sin saber absolutamente nada de lo que me iba a encontrar. Hoy, a no ser que se trate de algún largometraje que se cruce en mi camino en alguna noche de insomnio frente al televisor, conozco bastante bien lo que voy a ver antes de hacerlo. Y de vez en cuando te encuentras con películas de las que desearías no haber sabido nada, enfrentarte a ella totalmente virgen y, como me dijo un amigo, "dejar que te follen por todas partes".

Vuelo Nocturno es uno de esos casos en los que me hubiera gustado ignorar cualquier aspecto de la trama para poder haberla disfrutado más. Recuerdo la primera vez que vi el tráiler de esta cinta en una sala de cine: empezaba como si del avance de una comedia romántica se tratara, y así seguía hasta casi el mismo final, cuando nos era desvelado que se trataba de una peli de Wes Craven y que algo extraño ocurría dentro de un avión. Ese factor sorpresa, ese modo en que estaba planteado el tráiler, me hizo pensar que en ocasiones sí que es cierto que la ignorancia da la felicidad, y que los que no hubieran visto el tráiler y esos espectadores pasivos a los que los cinéfagos activos les "obligamos" a ver determinadas películas iban a disfrutarla más que nosotros.

Así, no voy a contar absolutamente nada de su argumento, aunque es una pena que por el comienzo que tiene la cinta uno ya pueda intuir perfectamente que está ante un thriller. Como esto se trata al fin y al cabo de una producción de la DreamWorks que hay que vender como sea, es comprensible que los responsables de la película no hayan podido jugar más con el suspense y la desorientación del público, pero aún así el que hay es suficiente como para colocar a Vuelo Nocturno al lado de otras recientes muestras de la intriga y la tensión de argumento minimalista, de la que agarra a los personajes y al público de las amígdalas en sus primeros minutos para no soltarles hasta el final, como Última llamada o Cellular.

Pero el hecho de no hablar de su trama no va a impedir que destaque sus aciertos: sus actores tienen carisma y son relativamente desconocidos para el gran público (con lo que es más fácil sentir a los personajes que a los actores que hay detrás de ellos); a pesar de la escasez de escenarios, la planificación está tan bien resuelta que no llega a agotar al espectador (una planificación que se apoya en algunos trucos bastante obvios, como el hecho de que los rostros de los protagonistas estén constantemente bien iluminados dentro del avión, y los del resto de los pasajeros no...); se juega con la elipsis y los secretos para la audiencia, lo cual siempre está bien en este tipo de cintas, en las que uno no debería saber más de la cuenta (aunque Hitchcock no siempre opinaba lo mismo y construía el suspense de una manera distinta e impecable... dándole al público una información que no tenían sus personajes); y algo que a un servidor siempre le ha gustado y que suele darle a cualquier largometraje el apelativo de "menor": no llega a los ochenta minutos de duración si le restamos los títulos de crédito finales, y esto es algo que impide que exista un plano de más, demostrando Craven una economía narrativa más que apreciable y muy agradecida cuando el hilo argumental es tan fino como el de esta película.

Hablando de Craven... parece que a este hombre siempre le gusta terminar sus películas de la misma manera: un enfrentamiento físico entre el bien y el mal, con el héroe o la heroína ganando en el último segundo y no pocas veces con ayuda de alguien más. Este sería el aspecto menos acertado de todo el conjunto, como ya se ha repetido en algunas críticas que he leído al respecto de esta película. A pesar de este pequeño fallo (que no lo es tanto, porque al menos hay un par de planos bastante espectaculares en el clímax final), Vuelo Nocturno es una de las cintas de puro entretenimiento más efectivas y atractivas que he visto últimamente, un buen ejemplo de cómo hacer una película modesta y sencilla pero que al mismo tiempo no ofenda a la inteligencia de nadie (salvo en alguna escena de dudosa credibilidad, como la de la huída del aeropuerto). En este caso, es cierto aquello de "menos es más".


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Vuelo nocturno es una prueba más de que el peor enemigo de Wes Craven es el mismo Wes Craven, un tipo capaz de estropear lo más interesante de sus películas con conclusiones fuera de tono. 

2 mar 2006

'Juego sucio'

(Infernal affairs / Mou gaan dou. Andrew Lau, Alan Mak. Hong Kong. 2002. 97 min.) ¿Cómo saber cuándo una película es realmente buena o, como mínimo, se encuentra por encima de la media? Muy sencillo: si gana con cada visionado, si cada vez que la ves aprecias más detalles, le sacas más jugo y se te hace incluso más entretenida que la primera vez que la disfrutaste, es que estás ante una película especial.

Infernal Affairs se ha estrenado en España directamente en DVD con el insulso título de Juego Sucio y con una fotografía de Elva Hsiao en la carátula que no corresponde a ninguna escena de la película (si clickáis aquí veréis la carátula del DVD internacional distribuido por Miramax, que es el que ha llegado también a nuestras tierras). Un modo tremendamente injusto de ofrecernos un largometraje más que notable, una de las producciones más importantes del último cine de Hong Kong, origen de una trilogía y objeto de remake por parte de Martin Scorsese bajo el título de The Departed.

Cuando llegue a las pantallas grandes de todo el mundo la cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Martin Sheen, Mark Wahlberg, etc., se le alabarán infinidad de valores cinematográficos y se hablará de lo genial de su argumento. Apuesto a que muchos de los críticos que hablarán sobre The Departed no habrán visto Infernal Affairs ni les interesará lo más mínimo hacerlo (estos son los que no quieren enterarse de que el mejor cine que existe ahora mismo se hace en Oriente). Y están en su pleno derecho, claro, pero será otro ejemplo más de cómo la crítica mainstream menosprecia el cine proveniente de Hong Kong, mientras que sí que tiene en cuenta otras cinematografías como las de Corea del Sur y Japón, por ejemplo. El motivo está más o menos claro: el cine de la ex-colonia británica siempre se ha caracterizado por su voluntad de espectáculo y entretenimiento popular, sin más pretensión que la de divertir y epatar a la audiencia con su vistosidad, y eso parece estar penado por los que opinan que el cine (únicamente) debe ser Arte. Hablamos en general, claro, ya que en Hong Kong se dan todo tipo de géneros, pero si es famosa su filmografía es por el cine de acción. Si me permiten el atrevimiento, opino que allí se han filmado algunas de las mejores secuencias de acción de los últimos cuarenta años y que buena parte de los éxitos norteamericanos del género le deben bastante a los planteamientos cinematográficos de los cineastas hongkoneses (piensen en cintas como Matrix o X-Men y verán que detrás de cada escena de artes marciales hay un coreógrafo de Hong Kong). Pero el caso de Infernal Affairs, en cuanto a acción se refiere, es ciertamente particular: en contra de lo que nos tienen acostumbrados, aquí no se nos muestra un tiroteo hasta los sesenta minutos de proyección, y realmente es la única escena de este tipo en todo el filme. Por supuesto que en el resto de la película hay pistolas, persecuciones y asesinatos, pero aquí lo que importa es la mente torturada que hay detrás de cada bala y no el espectáculo balístico por sí mismo.

Si la anterior cinta del director Andrew Lau (no confundir con el protagonista, Andy Lau), The Storm Riders, me pareció algo agotadora debido al exceso de efectos visuales y de personajes, Infernal Affairs destaca precisamente por lo contrario: pocos personajes, casi todos con peso específico en la trama, y una total falta de artificios innecesarios (exceptuando unos trucos de montaje que comentaré después). Si gusta tanto esta cinta es porque la historia es buena y los personajes son atractivos. Tony Leung Chiu-wai interpreta a Chan, un policía infiltrado en una importante tríada de Hong Kong liderada por el carismático jefe Sam (el simpático Eric Tsang). Sam ve en Chan uno de sus hombres de confianza y, al saber que hay un topo entre su banda, le confía la misión de encontrarle. Por su parte, el propio Sam también tiene un hombre infiltrado en la policía: Lau (Andrew Lau), quien se convierte en uno de los más eficaces agentes del cuerpo y en estrecho colaborador del superior Wong (Anthony Wong), que es la única persona que sabe la verdadera identidad del infiltrado Chan. Como podéis ver, la película juega a enfrentar opuestos y a trazar los paralelismos que surgen entre personalidades en principio discordantes pero que, al fin y al cabo, no son más que los reflejos de sí mismos en una lucha constante entre lo que son de verdad y lo que deben aparentar. En los primeros minutos de la cinta, vemos cómo Chan y Lau conversan amigablemente en una tienda de aparatos de música: de no ser por el papel que cada uno juega en sus respectivos bandos, intuímos que quizá estos dos personajes podrían ser amigos.

Hay muchísimos detalles que ahondan en este aspecto de la trama, en la perversa dualidad de unos tipos que logran convertirse en los mejores de un campo al que no pertenecen y en el que constantemente están fingiendo. En un momento de la película, Chan le pregunta con una risa nerviosa a su psicóloga si cree que él es un hombre bueno o un hombre malo: está claro que, tras diez años fingiendo ser lo que no son, los protagonistas empiezan a dudar de qué papel juegan en realidad en sus peligrosas vidas. El concepto de identidad se esfuma tras la máscara del engaño y la imposibilidad de reflejar en público lo que uno siente. En este sentido, es excepcional ese plano en que Chan debe observar el cortejo fúnebre de un superior escondido en un callejón, saludando militarmente desde el anonimato, intentando recordar quién es en realidad aunque sea a escondidas. Por otro lado, Lau empieza a mostrarse muy cómodo en su papel de policía, incluso intenta llevar una vida normal de pareja con una joven escritora, pero los demonios internos no son buenos compañeros de viaje en la frenética travesía por encontrar su yo verdadero. Su novia intenta escribir una novela sobre un hombre con múltiples personalidades, pero llega un momento en que no logra avanzar porque no sabe si su protagonista es bueno o malo, del mismo modo que Chan y Lau ya no saben por cuál de los dos bandos definirse.

En Infernal Affairs no todo es blanco o negro, los personajes se mueven en una amplia escala de grises teñidos de rojo sangre, de dolor, de tristeza... y ver personajes con esta profundidad en un thriller de acción no es algo que ocurra a menudo. Pero, de cualquier modo, lo de "thriller de acción" no es más que una etiqueta, una parcela donde encuadrar esta película capaz de trascender las barreras genéricas y convertirse en esa obra especial que mencionaba al comienzo de este artículo. Así las cosas, surge una cuestión importante para los fans acérrimos del cine de Hong Kong: ¿puede un thriller con poca acción no resultar aburrido? La respuesta es un rotundo SÍ. Infernal Affairs no sólo no es aburrida, sino que es intensa y excitante sin tener que recurrir a set-pieces cada quince minutos. Además de lo interesante de la trama y la excepcional labor del reparto (ya veremos si los actores americanos logran alcanzar estas cotas de verosimilitud y carisma en el remake), es importante destacar los estupendos valores técnicos con los que cuenta el filme: la fotografía es exquisita, la música es vibrante, el diseño de producción minimalista y efectivo... pero son la dirección y el montaje los que ayudan sobremanera a que la atención del espectador se mantenga intacta aún en secuencias tan extensas como la de la redada inicial, unos veinte minutos de suspense prolongado en los que no existe acción en el sentido habitual que podamos pensar, pero que se siguen con tensión gracias a montajes paralelos y trucos como barridos frenéticos acompañados de rimbombantes efectos sonoros.

Es difícil seguir hablando de Infernal Affairs y no comentar su extraordinario final, así que me morderé la lengua y dejaré que seáis vosotros, con vuestros comentarios, los que continuéis esta reseña. Tan sólo añadir que se ha comparado esta cinta con Heat, de Michael Mann. Quizá es comprensible hacer este paralelismo debido a que ambas enfrentan en pantalla a dos astros de sus respectivas cinematografías, pero si en Heat uno podía dudar de si realmente compartieron escenario De Niro y Pacino, en Infernal Affairs no hay duda de que no hay lugar para los aires de estrella ni para los morbosos trucos de marketing: si uno ve los extras del dvd, puede comprobar cómo Andy Lau y Tony Leung compartieron incluso cabina de sonido para grabar el tema musical que acompaña los títulos de crédito finales. Por otro lado, y dejando de lado esta anécdota, lo que en Heat era frialdad y magnitud desmesurada, en Infernal Affairs es emoción y austeridad. No sé a ustedes, pero puestos a comparar, a un servidor la cinta que nos ocupa le parece una obra mucho más honesta y redonda que ese supuesto referente hollywoodiense que le quieren encasquetar.


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: De algún modo esta reseña marcó un punto de inflexión entre lo que venía escribiendo hasta entonces y lo que sería mi labor posterior. Empezando por el detalle de comenzar a tratarles de usted (reminiscencia de John Tones plenamente asumida), comenzaba aquí a envalentonarme y a expresar ideas que siempre he tenido pero que en un principio no me atrevía a hacer públicas: que Heat es excesivamente pocha y que la mayoría de críticos de medios generalistas siguen chupándole el culo a los autores a los que siguen considerando intocables a pesar de todo (y en este sentido, The Departed es una puta mierda al lado de Infernal Affairs, le pese a quien le pese).  

21 feb 2006

'El sonido del trueno'

(A sound of thunder. Peter Hyams. Estados Unidos / Alemania / República Checa. 2005. 97 min.) Tras mi feliz paréntesis cómico con Secretos de familia y unos días de sequía blogera, vuelvo a un género que acostumbro a visitar con más frecuencia y en el que suelo encontrar diversión: la ciencia-ficción. La elegida: El sonido del Trueno, del generalmente interesante y competente Peter Hyams (Atmósfera Cero, 2010, Timecop, The Relic, etc.). Lamentablemente, el Hyams que me encontré en El sonido del trueno está más cerca del que me aburrió mortalmente en El fin de los días que el que me divirtió de lo lindo en Permanezca en sintonía o Muerte súbita. Y es una pena, puesto que el material de base, el relato de Ray Bradbury A sound of thunder, tenía todos los puntos a su favor para haberse convertido en una superproducción interesante, vistosa y taquillera. Y ninguno de esos tres adjetivos es aplicable a la película de Hyams.

Poco antes del estreno de la cinta, pude leer una versión en cómic del relato de Bradbury (de quien recomiendo un recopilatorio de historias cortas de suspense titulado Memoria de crímenes) publicado en la revista Weird Science-Fantasy de la EC (editado en forma de recopilatorio en España por Planeta deAgostini, en su Bliblioteca Grandes del Cómic, bajo el título Clásicos de la Ciencia-Ficción, número 9) y allí la historia acababa cuando tras uno de los viajes de Safari Temporal, uno de los cazadores pisa una mariposa y cambia el curso natural de la humanidad, de tal modo que cuando vuelven al presente resulta que ha sido elegido presidente un dictador (si es que los dictadores alguna vez son elegidos democráticamente, claro). En la película toda alusión política ha sido eliminada y se centra en la vertiente ecologista de la historia, planteando el modo en que el efecto mariposa puede cambiar la realidad que hoy conocemos hasta transmutar a la propia humanidad (esos breves segundos en los que vemos cómo sería la evolución humana tras el desastre se convierte en uno de los pocos momentos sorprendentes de la función). Así, tras el accidentado viaje a la Prehistoria llevado a cabo por la empresa Safari Temporal, los cambios van llegando en forma de ondas temporales que transforman todo a su paso y que hacen de una moderna ciudad una jungla de cemento, acero y vegetación salvaje, poblada por primates mutantes, murciélagos gigantes y voraces serpientes marinas (o algo así).

Genial, ¿no?. Pues no, porque lo que podría haber sido todo un caramelo visual se convierte en una lucha constante para el espectador por aguantar la risa ante algunos de los efectos visuales más cochambrosos y falsos que he visto en mucho tiempo. Y no son efectos malos en plan "ay, mira qué cutre, que se nota que es un muñeco de goma"... ¡eso al menos tendría su gracia! Pero estamos hablando de efectos creados por ordenador que hacen que parezca que estamos viendo un mundo de plástico y criaturas de juguete. Y si no entienden lo que quiero decir, sólo tienen que ver la aparición del T-Rex o cualquiera de los paseos de los protagonistas por las calles de la (virtual) ciudad. Dicen que El sonido del Trueno costó 80 millones de dólares... ¡¿en qué los utilizaron?! ¿en comprar pegamento para el peluquín de Ben Kingsley? ¿en regar las plantas de atrezzo? Desde luego, lo que vemos en pantalla no parece que haya costado 80 millones... más bien unos 10 (tirando por alto).

Quizá los motivos de tal desaguisado haya que buscarlos en cuestiones en principio ajenas al equipo artístico y técnico de la cinta, ya que el traslado del guión a la pantalla no fue un camino de rosas precisamente. En un principio el director asignado era Renny Harlin, que quería a Pierce Brosnan como protagonista. Cuando los productores vieron que Harlin pedía más presupuesto del que tenían y que Brosnan no se mostraba muy entusiasmado con el proyecto decidieron darle la batuta al artesano Hyams. Después del rodaje y todo el dinero invertido durante este y la larga preproducción, la productora entró en bancarrota y se vieron en un problema considerable: no tenían dinero suficiente para realizar la posproducción que tenían prevista, por lo cual la calidad de los efectos visuales que acabaron utilizando son más propios de cualquier Grandes Relatos para televisión que de una película pensada para ser estrenada en cines. Y aquí está el quid de la cuestión: si el espectador potencial perdonará este detalle al igual que perdonaba la ingenuidad de los efectos especiales del cine de ciencia-ficción de los años 50... Pero no estamos en lo 50, el público de hoy es más listo y está acostumbrado a manejar gráficos en su ordenador o consola que superan en espectacularidad y verismo a los efectos infográficos que El sonido del Trueno le puede ofrecer. Así que no es de extrañar que la película se convirtiera en un fracaso y en el hazmerreír del público más destroyer.

Y, en el hipotético caso de que uno sea capaz de adentrarse mínimamente en la historia a pesar de la considerable barrera de credibilidad que suponen tales (d)efectos especiales, la verdad es que tampoco hay mucho a lo que agarrarse: el motivo de los cambios drásticos no está lo suficientemente bien explicado como para que alguien poco lúcido como yo se pueda enterar de lo que ha pasado... La relación entre el hecho de que alguien pise una mariposa y que la humanidad se convierta en una especie mutante con aspecto de teletubbie no me quedó muy clara, qué quieren que les diga... Aunque, como jugamos dentro del terreno de la ciencia ficción con intenciones de espectáculo circense, tampoco vamos a ser muy quisquillosos con su argumento y nos vamos a centrar en la acción: poco original y reminiscente de varias obras precedentes, sobre todo (y perdonen la obviedad) de Parque Jurásico y secuelas. Claro que si en la pequeña maravilla de Spielberg nos creíamos que los personajes estaban en peligro porque aquellos dinosaurios estaban endiabladamente bien recreados, en El sonido del Trueno todo parece más falso que un billete de tres euros, y así no hay quien se involucre con los protagonistas, porque mientras vemos la cinta nos los estamos imaginando caminando delante de una pantalla verde chroma y no en el entorno que nos intentan hacer pasar por real. Es una pena que un punto de partida tan interesante haya dado pie a un largometraje tan mediocre y mal acabado. En realidad, tampoco puedes decir que te aburras, pero se queda muy muy lejos de lo que podría haber sido.


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Por algún motivo más allá de la razón, ciertas imágenes de esta película, con su aspecto falso y plastificado, se quedaron impregnadas en mi memoria y todavía las recuerdo. Posiblemente no sea tan execrable como escribí en aquel momento, por lo cual no descarto una revisión eventual. 

17 feb 2006

'Secretos de familia'

(Keeping mum. Niall Johnson. Reino Unido. 2005. 103 min.) Los que seguís de manera más o menos habitual este blog, os habréis fijado en un detalle: no suelo ver comedias. No es que tenga nada en particular contra el género, el problema es que me cuesta encontrar alguna muestra de este género que me atraiga lo suficiente como para ponerme a verla. Para mí (y que me perdonen los fans de la comedia por lo que voy a decir) la comedia, sobretodo la que se hace en la actualidad, es en cierta manera un género de usar y tirar, en el sentido de que cuando veo alguna pocas veces la repito. Aunque, por otro lado, también es cierto que entre mis películas favoritas (o las que más veces he visto) también aparecen algunas obras cómicas: Los tres amigos, El príncipe de Zamunda, la primera Loca Academia de Policía o Nacido al Este de Los Ángeles las vi decenas de veces cuando era pequeño y aún hoy las recupero de vez en cuando (sí, amigos, en mi niñez visitaba el videoclub muy a menudo y soy plenamente ochentero...). Total, que me suele costar trabajo ver una comedia contemporánea. Pero de vez en cuando, y para oxigenarme después de tanto cine de género terrorífico o de acción, pruebo con alguna cinta de la que no me espere nada, por probar. Unas veces acierto y otras no, y vamos a hablar de una de las ocasiones en las que he dado en la diana.

Secretos de familia ha pasado por nuestras pantallas de manera fugaz y de tapadillo, por eso creo que merece la pena reivindicarla para que si alguno tenéis la oportunidad de verla la rescatéis del olvido al que parece estar condenada. El prólogo nos muestra a una joven que viaja en tren acompañada de un enorme baúl. El revisor del ferrocarril se da cuenta de que el equipaje desprende un líquido extraño de color rojo... sangre. En la siguiente estación, la policía está esperando la llegada del tren para detener a la muchacha: ha asesinado a su marido y a la amante de éste. Años después, la acción nos lleva a un pequeño pueblo inglés donde nos es presentada la familia Goodfellow. El patriarca es el reverendo Walter Goodfellow (Rowan Atkinson), que ve cómo sus misas son un fracaso y tiene que soportar la pasividad de su familia hacia él. Su esposa Gloria (Kristin Scott Thomas) se muestra totalmente apática hacia su prole y marido (más concentrado en escribir un buen sermón que en satisfacer sexualmente a su mujer) y planea fugarse a México con su instructor de golf, Lance (Patrick Swayze), un chuletas de mucho cuidado que también pone sus ojos en la hija de su amante, Holly (Tamsin Egerton). Ésta, por su parte, no tiene reparos en mantener relaciones sexuales delante de su casa (ni en desnudarse delante de la ventana de su cuarto, cosa que aprovechará Lance para disfrute personal) ni en llamar "cabrona" a su madre. Luego está el pequeño de la familia, Petey (Tobey Parker), cuya máxima ilusión es que los compañeros de clase que le atormentan día a día desaparezcan del mapa. La familia perfecta, vamos. Pero las cosas podrían cambiar cuando aparece Grace Hawkins (Maggie Smith), una simpática ama de llaves que, como si fuera una especie de Mary Poppins, pondrá todo su empeño en conseguir que esa familia disfuncional se una y sea feliz.

Como sé que sois inteligentes y sabéis que dos más dos son cuatro, no os desvelo nada si os digo que esa ama de llaves no es otra que la joven que aparecía en el prólogo de la película. Ahora bien, ¿por qué ha ido a parar a la casa de los Goodfellow? ¿Por qué ese interés en hacerlos felices? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar para conseguirlo? Eso es lo que tendréis que descubrir vosotros, y os aseguro que vais a pasar un muy buen rato con las desventuras de esta familia tan peculiar. Rowan Atkinson está genial en su papel de reverendo deprimido que descubre gracias a Grace (y en este chiste de nombres está una de las claves de la película) que el sentido del humor puede salvar un sermón. Así, éste no duda en buscar en Internet chistes religiosos con los que adornar sus homilías. No esperéis verle hacer un rosario de muecas y atropellos, su papel es más dramático que cómico, aunque en escenas como la del partido de fútbol sí que saca a relucir su faceta de Mr. Bean por unos segundos. Kristin Scott Thomas, como siempre serena y elegante, refleja muy bien los sentimientos de su personaje y el modo en que estos van cambiando a medida que su marido se vuelve a fijar en ella (la escena en la que Atkinson recita versos de El cantar de los cantares mientras observa a su mujer en el cuarto de baño es sensacional). Swayze sigue ahondando en esta segunda carrera que se está labrando como secundario resultón, y logra dar a su papel un aire de chulería que le viene como anillo al dedo. Pero lo mejor es Maggie Smith en su recreación de la bonachona Grace, alguien que guarda muchos secretos y que vive según unas reglas que ella misma ha creado. Todo el conjunto de actores (sin olvidar a los hijos de los Goodfellow) muestran una buena química y nos transmiten una sensación que me parece importante en una comedia: que se han divertido haciéndola. De este modo contagian esa diversión al público y no permiten que éste se aburra o se distraiga, a pesar de los giros de guión cercanos al thriller que se suceden en la segunda mitad de la cinta y que la llevan hasta el terreno de la comedia negra más delirante (algunos críticos la comparan con el cine de la productora británica Ealing).

Sólo hay un punto ligeramente negativo y es que cuando parece que todo está acabado y cerrado, la película se prolonga unos diez minutos más en lo que parece un epílogo alargado que posee algo menos de eficacia que lo mostrado con anterioridad, pero que, en cualquier caso, cierra la función con un macabro chiste visual que hace que nos levantemos de la butaca con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro. No estoy diciendo que Secretos de familia sea una obra maestra ni que vaya a pasar a la historia, pero es una cinta tan simpática que uno intenta no buscarle fallos (que seguramente los tendrá, como todas) y simplemente entregarse al disfrute durante hora y media. En cuanto a la moraleja de la historia, mejor no tomársela demasiado en serio. Digamos que no tiene un final políticamente correcto...


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Por suerte, mi reprobable concepción sobre la comedia de la que hacía gala en este post ha ido variando con los años, de tal modo que he dejado de considerarlo un género menor y he asumido su valía y su difícil concepción. La película en concreto, vista ahora, me sigue pareciendo igual de recomendable. 

16 feb 2006

'999'

(999-9999. Peter Manus. Tailandia. 2002. 102 minutos). "Esta película está lejanamente basada en un hecho real". Esto es lo que podemos leer nada más comenzar el visionado de 999, una película de terror oriental que se aparta de los tópicos de las fantasmas despeinadas que tanto llegaron a abundar y a aburrirnos.

Escuela Internacional de Chiang Mai (Norte de Tailandia). Un pájaro muerto sale a flote en el agua. Una profesora encuentra un collar en el suelo, a los pies del poste de la bandera. Cuando va a izarla, se encuentra a una chica ensartada en lo alto del mástil (glubs). Cerca de la escena, un teléfono descolgado se balancea misteriosamente...

Tras este prólogo, la acción nos lleva a la Escuela Internacional de Phuket. Allí, unos jóvenes rebeldes (en realidad, unos niños malcriados) que se hacen llamar el Club de los Diablos (los Dare Devils) sabotean el circuito de televisión interno del colegio y demuestran que el director guarda pornografía en un armario. Los protagonistas no son unos intelectuales precísamente, así que cuando llega una chica nueva al colegio, a la que llaman Rainbow (la modelo tailandesa Sririta Jensen, también conocida simplemente como Rita), y se enteran de que procede de la Escuela de Chiang Mai, no tardan mucho en organizarle una encerrona para interrogarle sobre lo ocurrido allí. En el transcurso de la noche sale a relucir un número de teléfono, el 999-9999 (por favor, intenten aguantar la risa cada vez que uno de los personajes pronuncia nuevenuevenueve-nuevenuevenuevenueve), al que puedes llamar para pedir cualquier deseo (sólo a partir de las 12 de la noche, como manda la tradición terrorífica) y te lo conceden. El problema es que ese ente extraño que recibe las llamadas siempre acaba cobrándose los favores... ya podéis imaginar de qué manera.

En la línea del terror oriental moderno, en esta cinta la tecnología es usada como medio para crear el pánico entre los personajes, que van muriendo uno a uno en la mejor tradición del slasher norteamericano hasta que, siguiendo otro esquema típico del género, cuando sólo quedan un par de supervivientes estos deciden trasladarse al lugar donde empezó todo para intentar averiguar cómo detener la masacre.

Podemos interpretar pues 999 como la versión tailandesa de Destino Final cruzada con elementos de la cachonda Wishmaster, un catálogo de muertes creativas que se producen como si fueran accidentes provocados por un genio de la lámpara con muy mala leche. Por supuesto, aquí no vamos a objetar nada: la cinta, a pesar del tono de comedia que tiene en sus primeros minutos, no es apta para todos los públicos y ofrece alguna secuencia gore que deleitará a los fans de las tripas y desmembramientos varios. Pero todo visto en un tono lúdico y exagerado, como ya ocurría en la citada Destino Final y secuelas, lo que unido a lo poco que sabemos de los protagonistas y que no caen demasiado bien, hace que disfrutemos con una sonrisa macabra en la cara cada vez que uno de ellos va a pagar por su deseo cumplido.

Es una pena que los responsables de este largometraje (entre ellos Prachya Pinkaew, descubridor cinematográfico de Tony Jaa) tuvieran mejores ideas de lo que eran capaces de plasmar en imágenes con los recursos que tenían. Así, la escena de la cámara de ingravidez llega a caer en el ridículo por culpa de unos efectos infográficos demasiado pobres, que estropean lo que sobre el papel sería un concepto atractivo. Pero, en líneas generales, 999 es una cinta disfrutable y ligera, una buena opción para una tarde tonta delante del dvd.



Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Otra prueba más de que antes me tragaba cualquier cosa oriental que se estrenara en videoclubes y que más o menos defendía como mejor podía.