Buscador

30 mar 2006

'Memories of murder (Crónica de un asesino en serie)'

(Salinui chueok. Bong Joon-ho. Corea del Sur. 2003. 130 min.) Si hace unos años dirigíamos nuestra mirada a Hong Kong y a Japón cuando pretendíamos encontrar una revolución cinematográfica que nos liberase de las convenciones del cine occidental, ahora parece ser Corea del Sur el centro neurálgico de una serie de propuestas que derrochan calidad y carisma. Eso sin olvidar el resto de filmografías orientales (incluyendo al característico estilo Bollywoodiense) y sin dejar de tener en cuenta a los países anteriormente citados como generadores de imágenes de fuerte poder hipnótico, revulsivo y poético.

Después de ofertas arriesgadas como las cintas de Kim Ki-duk, y de espectaculares thrillers estrenados en DVD como Shiri y Nowhere to hide (y antes de conocer a esa apisonadora audiovisual que responde al nombre de Park Chan-wook), hace un par de años recibimos con entusiasmo la segunda película del joven cineasta Bong Joon-ho, Memories of murder, con la que ganó la Concha de Plata en su paso por el Festival de Cine de San Sebastián.

Conocida también con el subtítulo de Crónica de un asesino en serie, Memories of murder es un largometraje centrado en la investigación que mantuvo en jaque a la policía de Corea del Sur a partir de 1986, cuando comenzó a aparecer una serie de cadáveres de mujeres que apuntaban a la existencia de un asesino en serie que actuaba en un entorno rural.

Pero no es "otra más" de ese subgénero en el que policías y asesino entran en una espiral de acciones/reacciones provocadas por explícitos actos de violencia. Quizá lo más peculiar de esta cinta sea el hecho de que los crímenes no aparecen en su totalidad, jugando a la elipsis y al desconcierto. El director prefiere retratar en su lugar las dificultades y relaciones laborales de un cuerpo de policía a medio camino entre la corrupción y la ineptitud, entre la falta de medios y la carencia de habilidades (no son Horatio ni Grissom, ni mucho menos...). Por lo tanto, los que esperen un thriller dinámico, con acción y sangre a borbotones quizá terminen algo decepcionados, al comprobar cómo pasan los minutos sin una profusión excesiva de escenas impactantes o trepidantes. No obstante, es imposible no dejarse arrastrar por la fluida narración de Bong Joon-ho, con momentos muy duros como la escena de la autopsia, pinceladas de humor negro y secuencias que rozan el puro terror psicológico.

Tampoco saldrán con buen sabor de boca los que busquen una resolución convencional y satisfactoria. Lejos de acabar con fuegos de artificio, con un superclímax atronador (aunque para mí esa escena en la vía del tren bien vale su minutaje en oro) y con toda la trama resuelta para contentar a la galería, el director se ajusta a la realidad y nos manda un mensaje aterrador: cualquiera de nosotros puede ser un asesino.

Quizá consciente de que el thriller policial está muy trillado y que necesita de nuevos elementos para atraer la atención del público, Bong Joon-ho utiliza una amalgama de estilos que hace bastante difícil encuadrar a esta película dentro de una única categoría. Estamos ante uno de esos aislados y afortunados casos en los que un largometraje consigue mezclar escenas de géneros tan dispares como el terror (inolvidable la secuencia con el asesino agazapado esperando a su víctima en mitad del campo) o la comedia más cafre (los "curiosos" métodos de interrogación policiales, con uno de los agentes lanzándose contra los sospechosos y sonsacándoles información a base de patadas voladoras) sin que chirríe el conjunto. Así que, como estaréis pensando, Memories of murder es una película abierta, heterodoxa, fuera de lo común, y quizá necesite un público con las mismas características para que sea apreciada en su justa medida... Es una cinta arriesgada, formalmente impecable, con una atmósfera malsana que se introduce en medio de unos paisajes que invitan a la calma y los corrompe, con un ritmo pausado en el que se integran momentáneos destellos de acción y violencia no apta para todos los públicos. Es, en definitiva, algo muy cercano a lo que podríamos llamar obra maestra.


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Finalmente el boom surcoreano remitió y todo se quedó en un puñado de buenos títulos y mucha fusca lacrimógena cortada por el mismo patrón. Pero eso no puede restarle méritos a esta genial película de recomendación inevitable.  

23 mar 2006

'Destino final 3'

(Final destination 3. James Wong. Estados Unidos. 2006. 93 min.) Menos de una semana después de haber visto Destino Final 3, me doy cuenta de algo que ya intuí en la sala de cine: a diferencia de las dos anteriores entregas, aquí no hay nada que me haya dejado huella. Sin la originalidad de Destino Final y sin la espectacularidad de Destino Final 2, esta tercera parte se convierte en una mera repetición de situaciones con el único objetivo de continuar haciendo caja con el mismo pretexto que se usaba en las películas precedentes: jóvenes y bellos cuerpos mutilados de la manera más llamativa posible.

Si ya se puede dudar de la inteligencia o el buen gusto de alguien que paga por ver lo mismo por tercera vez (y en ese grupo se incluye un servidor, que probablemente volvería a pasar por caja ante un hipotético Destino Final 4... ¡y es que me apasionan las sagas terroríficas!) hay que hacer algo para que este público se sienta superior a los actores que ve en pantalla. La solución: unos personajes estúpidos, totalmente incompetentes y que, en la mayoría de las ocasiones, La Muerte no tendría que haber intervenido directamente en sus defunciones, ya que de todos modos en un momento u otro hubieran muerto súbitamente por falta de riego en el cerebro. Hablando en plata, en esta entrega da la sensación de que los personajes se mueren porque son gilipollas y no porque intervenga ninguna fuerza sobrenatural en la tragedia. Casi que no hacía falta.Pero, por otro lado, y sabiendo ya en qué parámetros va a discurrir la cinta, tampoco es muy necesario crear personajes interesantes o mínimamente simpáticos para el público porque sabemos que van a morir todos. Es más, queremos que todos mueran, y a ser posible de la forma más salvaje.

A estas alturas, también sabemos que el plato fuerte de la función (anulando la típica estructura de crescendo dramático que predomina en cualquier género, pero especialmente en el de terror/acción/suspense) serán los primeros 10 minutos de metraje, en los que se ubica la (ya típica) visión de uno de los personajes principales en la que vislumbra cómo todos van a morir de un modo horrible en unos segundos. Si la escena del aeropuerto de Destino Final destacaba por su suspense y por constituir una sopresa que hizo que parte del público comentara la secuencia con risas nerviosas antes de coger un avión (y esto lo viví personalmente en verano de 2000, cuando hacía poco que se había estrenado la película y estaba a punto de subir en un avión por primera vez en mi vida, destino Newcastle), y la secuencia de la autopista de Destino Final 2 se convirtió en uno de los momentos más espectaculares que jamás se han visto en una cinta de terror (no hablamos de cine de acción, aunque la citada escena supera a algunas similares de ciertas superproducciones), en Destino Final 3 este momento álgido se produce en una montaña rusa. No se si casual o intencionadamente, el lugar elegido esta vez es muy significativo del tono que ha adquirido ya la saga: el de divertimento puro y duro, con violencia de dibujo animado (es gore inofensivo) y personajes sin más inquietud que la del ocio. Aquí no mueren en viaje de fin de estudios, en accidentes caseros o al salir del dentisa; lo hacen en gimnasios, en salas de rayos uva, en autoservicios de comida rápida... Sólo una excepción: la muerte con la pistola de clavos que le sucede a una de las chicas de la peli en su lugar de trabajo. Apenas intervienen adultos en la trama, todos son adolescentes (interpretados por gente diez años mayor que sus personajes...) arquetípicos: las pijas, la niña buena, los góticos, el afroamericano cachas, etc.

Ah, por cierto, no hagáis caso a las declaraciones de James Wong y Glen Morgan, los máximos responsables de esta cinta (y de la que inició la serie): no hay novedades. Quizá lo único que han añadido es que se pueda predecir el modo en el que morirán los personajes a través de las fotografías que les tomaron antes del percance en el parque de atracciones. Pero esto ya estaba en La Profecía (The Omen)


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: A pesar de lo que dije en esta reseña, cuando Destino final 4 llegó a las pantallas no hice ningún esfuerzo por verla, ni siquiera con el reclamo del 3D. Supongo que me voy haciendo viejo. 

13 mar 2006

'Thai Dragon'

(Tom yum goong. Prachya Pinkaew. Tailandia. 2005. 85 min.) Con el mismo equipo artístico y técnico de Ong-Bak: El guerrero Muay Thai, Thai Dragon supone un paso ascendente en la carrera de Tony Jaa, de su director Prachya Pinkaew y del coreógrafo (y antigua estrella de las artes marciales tailandesas) Panna Ritthikrai. Lo mejor de todo es que lo hacen sin venderse a nadie, mostrando con orgullo sus raíces culturales y con un estilo de rodar las escenas de acción que difícilmente se puede comparar al de otras cinematografías: aquí no hay hueco para los efectos visuales de Hollywood ni para los cables de Hong Kong, no hay montajes acelerados ni rebuscados tiros de cámara, todo lo vemos en plano fijo general, sin trampa ni cartón, de tal modo que cada golpe propinado durante el metraje le duele al espectador.

Si ya Ong-Bak me dejó un sabor de boca más que agradable, Thai Dragon (titulada realmente Tom-Yum-Goong, el nombre de un popular plato tailandés y del restaurante donde transcurre parte de la cinta) me dejó literalmente boquiabierto en la sala de cine donde la visioné (en la que, por cierto, no me quedó más remedio que aguantar con estoicismo las "gracias" de una banda de mocosos que no dejaban de repetir - ya fuera a través de sus propias cuerdas vocales o a través de los altavoces de sus móviles - el famoso "culito-culito" del inefable Shin-Chan...). Thai Dragon es lo más parecido que he visto nunca al esquema de un videojuego de lucha trasladado a la pantalla. Olviden las tristes (aunque divertidas desde un punto de vista puramente freak) Street Fighter o Mortal Kombat; si de verdad quieren disfrutar de un beat-em-up imparable y espectacular sin la necesidad de dejarse las yemas de los dedos en un pad, corran a ver esta película.

La parte negativa es que, al igual que un juego de tortas, el argumento de Thai Dragon se limita a una excusa inicial que desencadene la acción y la dispare hacia una sucesión de secuencias de lucha a la cual más espectacular y brutal. Los primeros minutos de esta cinta son como la Intro de los videojuegos citados: nos ofrece una excusa argumental que justifique que el protagonista se líe a porrazos con todo el que se cruce en su camino. En realidad, el esquema no es muy diferente del ofrecido en Ong-Bak (allí Tony Jaa intentaba recuperar una estatua, aquí sus elefantes), pero aquí una vez que arranca la acción no hay espacio para los tiempos muertos ni demasiados diálogos. Depende de lo que busque el espectador el que esta estructura dramática le resulte una fiesta o una experiencia insulsa.

Por otro lado, la película se enfrenta a un problema evidente: el etnocentrismo en el que vivimos puede afectar a la credibilidad de la historia narrada. Difícilmente alguien que no sea capaz de empatizar con otras culturas (o de hacer un mínimo esfuerzo por molestarse en pensar que no todo el mundo tiene nuestras creencias o costumbres) podrá creerse que Tony Jaa viaje desde Bangkok a Australia y se enfrente a la mafia para recuperar a dos elefantes. El propio director pareció darse cuenta de este detalle y en un epílogo de la cinta nos confiesa lo importante que para los protagonistas son unos elefantes a los que han dedicado su vida y a los que consideran como miembros de la familia. Parece ser que los bellos y excelentes primeros minutos del largometraje, en los que se nos muestra la especial relación entre Kham (el personaje de Tony Jaa) y los paquidermos, no son suficientes para que el público más reacio comprenda que para el protagonista el hecho de que secuestren a los elefantes significa lo mismo que para Mel Gibson el que le arrebaten la presencia de su hijo en Rescate, por poner un ejemplo cualquiera.

Otro detalle que flojea en la cinta es la construcción de personajes. Si bien estamos en un género en el que lo único que hace falta es un bueno, un malo y un motivo para que se maten, en Thai Dragon aparecen y desaparecen una buena cantidad de personajes de los que no sabemos nada y que pululan por la trama sin ton ni son, sin que sepamos muy bien qué aportan al conjunto. Pero lo importante (y el motivo por el que la gente va a ver principalmente este filme) es la presencia de Tony Jaa y sus acrobacias temerarias. Si piensan que lo vieron todo en Ong-Bak se equivocan: en Thai Dragon los combates aumentan en calidad y cantidad, hasta tal punto que si uno es profano en el género puede acabar mareado de tanto salto y tanto tortazo. No obstante, los que sí que frecuentamos el cine de artes marciales, encontraremos aquí algunas de las secuencias de peleas más espectaculares jamás filmadas. Además del bestial clímax final, hay que destacar sin duda ese plano-secuencia en el que Kham entra en el restaurante que da título (original) a la cinta y la cámara no deja de filmarle en ningún momento desde que entra en el edificio hasta que llega al último piso del mismo. Un trabajo de orfebrería visual en la que no dejamos de ver a los especialistas partiéndose el lomo y a Tony Jaa sirviéndolos a todo con sus ágiles movimientos y su aterradora determinación. Piensen en el famoso plano secuencia de Old Boy y desarróllenlo a lo largo de unos cuatro pisos llenos de villanos volando por todas partes y comprenderán de lo que les hablo. Además, como colofón a la secuencia, en lo alto del edificio se encuentra con el rival más poderoso hasta ese momento (como verán los fanáticos, todo el concepto de esta escena es un homenaje a la malograda cinta Juego con la muerte, de Bruce Lee, uno de los ídolos de Tony Jaa): el especialista Johnny Nguyen, el hombre que está debajo del traje de Spider-Man en los planos que Tobey Maguire no puede (o no le dejan) filmar. Esta maravillosa pelea, la múltiple del final o la que enfrenta a Kham con un luchador de capoeira justifican por sí solas la compra de una entrada si, como un servidor, disfrutan cómodamente de los recitales de verdaderos artistas del mamporro, de la armonía de huesos rotos y la plasticidad de la violencia inocente de dibujo animado.

En cuanto a Tony Jaa, parece mentira que alguien pueda llegar a tener ese grado de dominio de su propio cuerpo. Lástima que como actor tenga más bien poco carisma y no consiga transmitir demasiadas emociones. Pero, de cualquier modo, no le pagan para recitar a Shakespeare...


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Con esta reseña debuté en la antigua Tierra de Cinéfagos, un blog donde nos reuníamos un grupo de enfermos de cine que nos lo pasábamos bien compartiendo posts hasta que descubrimos que algunos teníamos una concepción del cine radicalmente distinta a los demás y que molestaba a los jefes. Todo acabó como el Rosario de la Aurora y a mí me solían tomar por el pito del sereno, pero a pesar de todo pasé buenos momentos allí.  

10 mar 2006

'Frágiles'

(Fragile. Jaume Balagueró. España. 2005. 97 min.) Premiada en categoría de Mejores Efectos Especiales en la última edición de los premios Goya, Frágiles es el cuarto largometraje de Jaume Balagueró, después de Los Sin Nombre, Darkness y, ejem, OT: La Película...

Con sus cortometrajes Alicia (1994) y Días sin luz (1995) Balagueró conquistó el corazón del público freak y de los jurados de festivales de cine fantástico, gracias a sus perversas imágenes y a la oscura visión que el director catalán poseía sobre las relaciones materno-filiales. Este rasgo no se ha perdido en toda su filmografía (incluso en OT, con los protagonistas llorando por sus ahora lejanos familiares...) y fue uno de los puntos fuertes de Los Sin Nombre (1999). Hablando de esta ópera prima, su atmósfera malsana, su excelente apartado sonoro, su perturbador punto de partida... formaron un conjunto que me marcó en su momento y que hizo que colocara a Balagueró junto a mis directores españoles contemporáneos favoritos, junto a Amenábar y Álex de la Iglesia (hasta ahora, el único que no me ha decepcionado de los tres ha sido de la Iglesia...).

Así, cuando llegó Dakness tres años después la esperaba con los brazos abiertos, y el batacazo fue importante. El hecho de que el mismo año estrenara la cinta sobre Operación Triunfo no hizo más que acrecentar en mí el sentimiento de que la calidad de Los Sin Nombre fue fruto de la casualidad. Darkness se me hizo aburrida, lenta, absolutamente carente de originalidad y redundante hasta decir basta. De hecho, después de verla en el cine en su momento, jamás he vuelto a visionarla.

Visto lo visto, cuando se estrenó Frágiles no esperaba absolutamente nada de ella. Me había cansado del "estilo Balagueró" con sólo dos películas y media. Para colmo, la protagonista de Frágiles es Calista Flockhart, una actriz que no me dice absolutamente nada y cuya presencia en pantalla me resulta incómoda. Más desgana. ¿El remate?: leer unas declaraciones de Balagueró en las que decía que su nuevo largometraje no era de terror, sino un drama psicológico sobre la superación de los miedos con algunos elementos paranormales pero centrado en el argumento y no en el impacto fácil y bla, bla, bla.

Pero al final, y como me suele pasar en muchísimas ocasiones (a veces más de las que quisiera), decidí verla y saltó la sorpresa: Frágiles no sólo me ha parecido superior a Darkness, sino también a la media de productos de terror actuales que llegan a nuestras pantallas o al videoclub. Posee una historia que, si bien no es el colmo de la originalidad, sí que se sostiene con interés durante todo el metraje. Nos traslada a un desvencijado hospital infantil situado en una isla inglesa, en el cual sus pequeños pacientes aseguran ver las apariciones de lo que ellos llaman "la niña mecánica". Una nueva enfermera, ocupando un puesto suplente después de que su predecesora abandonara el trabajo aterrorizada, se encargará de desentrañar los misterios que se ocultan en el segundo piso del hospital, en el que supuestamente no vive nadie...

La cinta no engaña y ya desde un primer momento desvela sus cartas: si bien la fotografía y la música nos introducen en un clima casi intimista, acentuado por la plasmación de las turbulentas psicologías de los protagonistas, también es fácil reconocer las trampas de relojería que Balagueró disemina por la historia durante los primeros minutos para que luego vayan estallando progresivamente, hasta llegar a una traca final espectacular y tensa, que sólo se estropea por un "happy end" impropio del director catalán. De este modo, y al mismo tiempo que le explican a la protagonista los pormenores de su nuevo trabajo y la situación del hospital y sus pacientes, el espectador va obteniendo toda la información necesaria para entender que, en tales circunstancias, el horror puede saltar de un momento a otro: la situación de aislamiento geográfico del hospital, su estado arquitectónico (con las paredes agrietándose silenciosamente), la falta de personal y de material ante un inminente traslado, los rumores sobre acontecimientos paranormales, etc. Todos estos elementos provocan que casi de inmediato nos sintamos atrapados en la historia, y la sigamos con suficiente interés a pesar de que las emociones fuertes escasean durante la primera mitad de la película.

Desde un punto de vista moral, se puede acusar a Balagueró de utilizar a los niños y sus tragedias como método para provocar desasosiego en el espectador, al contemplar cómo unos seres inocentes sufren de mala manera por exigencias del guión. Pero, no seamos tan serios, y recordemos que todos los cuentos infantiles que nos han contado de pequeños no eran más que historias de terror protagonizadas por infantes con los que nos pudiéramos identificar. En el caso de Frágiles, obtenemos un doble punto de vista: el escepticismo de los adultos y la inocencia de los niños. Como en todo buen cuento de horror, los primeros se niegan a creer lo que dicen los pequeños hasta que no ven el terror con sus propios ojos. A partir de ahí comienza la fiesta: los accidentes, las muertes "misteriosas"... inevitablemente, una creciente angustia se apodera de todos los habitantes del hospital y se destapan secretos del pasado de los que nadie se podría sentir orgulloso.

Dejando atrás esos repetitivos planos de bustos misteriosos que se agitaban nerviosamente de un lado a otro de la pantalla acompañados de chirriantes efectos sonoros, Balagueró ha realizado la que hasta el momento se me antoja como su película más completa y ambiciosa, aunque, como dije antes, Los sin nombre siempre tendrá hueco especial por ser su ópera prima y por descubrirme un nuevo tipo de cine del que no se producen demasiados ejemplos notables en nuestro país


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Gracias a Para entrar a vivir y a las posteriores Rec y Rec 2, el respeto hacia Jaume Balagueró que perdí con Darkness y recuperé tímidamente gracias a Frágiles quedó restaurado por completo. Lo que ahora mismo no diría ni en broma es que Alejandro Amenábar es uno de mis directores españoles favoritos, porque el tiempo ha demostrado que de su filmografía sólo puedo rescatar (y con ciertas reservas) sus dos primeros títulos, Tesis y Abre los ojos.  

5 mar 2006

'Vuelo nocturno'

(Red eye. Wes Craven. Estados Unidos. 2005. 81 minutos) Los que amamos el cine de una manera especial somos bastante difíciles de sorprender en cuanto a que, antes de ver cualquier película, solemos leer una información previa o ver avances que nos desvelan en buena parte lo que vamos a ver. Es decir, que si sois como un servidor y leéis todas las revistas de cine que podéis, buscáis tráilers en internet y ojeáis críticas por doquier, es muy fácil que antes de ver cualquier cinta ya tengáis una idea más o menos formada de lo que tratará el argumento, de las escenas más impactantes, etc. Esto mata parte de la magia que sentía cuando era pequeño y al despertarme me encontraba en casa con un par de películas alquiladas que me sentaba a disfrutar, sin saber absolutamente nada de lo que me iba a encontrar. Hoy, a no ser que se trate de algún largometraje que se cruce en mi camino en alguna noche de insomnio frente al televisor, conozco bastante bien lo que voy a ver antes de hacerlo. Y de vez en cuando te encuentras con películas de las que desearías no haber sabido nada, enfrentarte a ella totalmente virgen y, como me dijo un amigo, "dejar que te follen por todas partes".

Vuelo Nocturno es uno de esos casos en los que me hubiera gustado ignorar cualquier aspecto de la trama para poder haberla disfrutado más. Recuerdo la primera vez que vi el tráiler de esta cinta en una sala de cine: empezaba como si del avance de una comedia romántica se tratara, y así seguía hasta casi el mismo final, cuando nos era desvelado que se trataba de una peli de Wes Craven y que algo extraño ocurría dentro de un avión. Ese factor sorpresa, ese modo en que estaba planteado el tráiler, me hizo pensar que en ocasiones sí que es cierto que la ignorancia da la felicidad, y que los que no hubieran visto el tráiler y esos espectadores pasivos a los que los cinéfagos activos les "obligamos" a ver determinadas películas iban a disfrutarla más que nosotros.

Así, no voy a contar absolutamente nada de su argumento, aunque es una pena que por el comienzo que tiene la cinta uno ya pueda intuir perfectamente que está ante un thriller. Como esto se trata al fin y al cabo de una producción de la DreamWorks que hay que vender como sea, es comprensible que los responsables de la película no hayan podido jugar más con el suspense y la desorientación del público, pero aún así el que hay es suficiente como para colocar a Vuelo Nocturno al lado de otras recientes muestras de la intriga y la tensión de argumento minimalista, de la que agarra a los personajes y al público de las amígdalas en sus primeros minutos para no soltarles hasta el final, como Última llamada o Cellular.

Pero el hecho de no hablar de su trama no va a impedir que destaque sus aciertos: sus actores tienen carisma y son relativamente desconocidos para el gran público (con lo que es más fácil sentir a los personajes que a los actores que hay detrás de ellos); a pesar de la escasez de escenarios, la planificación está tan bien resuelta que no llega a agotar al espectador (una planificación que se apoya en algunos trucos bastante obvios, como el hecho de que los rostros de los protagonistas estén constantemente bien iluminados dentro del avión, y los del resto de los pasajeros no...); se juega con la elipsis y los secretos para la audiencia, lo cual siempre está bien en este tipo de cintas, en las que uno no debería saber más de la cuenta (aunque Hitchcock no siempre opinaba lo mismo y construía el suspense de una manera distinta e impecable... dándole al público una información que no tenían sus personajes); y algo que a un servidor siempre le ha gustado y que suele darle a cualquier largometraje el apelativo de "menor": no llega a los ochenta minutos de duración si le restamos los títulos de crédito finales, y esto es algo que impide que exista un plano de más, demostrando Craven una economía narrativa más que apreciable y muy agradecida cuando el hilo argumental es tan fino como el de esta película.

Hablando de Craven... parece que a este hombre siempre le gusta terminar sus películas de la misma manera: un enfrentamiento físico entre el bien y el mal, con el héroe o la heroína ganando en el último segundo y no pocas veces con ayuda de alguien más. Este sería el aspecto menos acertado de todo el conjunto, como ya se ha repetido en algunas críticas que he leído al respecto de esta película. A pesar de este pequeño fallo (que no lo es tanto, porque al menos hay un par de planos bastante espectaculares en el clímax final), Vuelo Nocturno es una de las cintas de puro entretenimiento más efectivas y atractivas que he visto últimamente, un buen ejemplo de cómo hacer una película modesta y sencilla pero que al mismo tiempo no ofenda a la inteligencia de nadie (salvo en alguna escena de dudosa credibilidad, como la de la huída del aeropuerto). En este caso, es cierto aquello de "menos es más".


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Vuelo nocturno es una prueba más de que el peor enemigo de Wes Craven es el mismo Wes Craven, un tipo capaz de estropear lo más interesante de sus películas con conclusiones fuera de tono. 

2 mar 2006

'Juego sucio'

(Infernal affairs / Mou gaan dou. Andrew Lau, Alan Mak. Hong Kong. 2002. 97 min.) ¿Cómo saber cuándo una película es realmente buena o, como mínimo, se encuentra por encima de la media? Muy sencillo: si gana con cada visionado, si cada vez que la ves aprecias más detalles, le sacas más jugo y se te hace incluso más entretenida que la primera vez que la disfrutaste, es que estás ante una película especial.

Infernal Affairs se ha estrenado en España directamente en DVD con el insulso título de Juego Sucio y con una fotografía de Elva Hsiao en la carátula que no corresponde a ninguna escena de la película (si clickáis aquí veréis la carátula del DVD internacional distribuido por Miramax, que es el que ha llegado también a nuestras tierras). Un modo tremendamente injusto de ofrecernos un largometraje más que notable, una de las producciones más importantes del último cine de Hong Kong, origen de una trilogía y objeto de remake por parte de Martin Scorsese bajo el título de The Departed.

Cuando llegue a las pantallas grandes de todo el mundo la cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Martin Sheen, Mark Wahlberg, etc., se le alabarán infinidad de valores cinematográficos y se hablará de lo genial de su argumento. Apuesto a que muchos de los críticos que hablarán sobre The Departed no habrán visto Infernal Affairs ni les interesará lo más mínimo hacerlo (estos son los que no quieren enterarse de que el mejor cine que existe ahora mismo se hace en Oriente). Y están en su pleno derecho, claro, pero será otro ejemplo más de cómo la crítica mainstream menosprecia el cine proveniente de Hong Kong, mientras que sí que tiene en cuenta otras cinematografías como las de Corea del Sur y Japón, por ejemplo. El motivo está más o menos claro: el cine de la ex-colonia británica siempre se ha caracterizado por su voluntad de espectáculo y entretenimiento popular, sin más pretensión que la de divertir y epatar a la audiencia con su vistosidad, y eso parece estar penado por los que opinan que el cine (únicamente) debe ser Arte. Hablamos en general, claro, ya que en Hong Kong se dan todo tipo de géneros, pero si es famosa su filmografía es por el cine de acción. Si me permiten el atrevimiento, opino que allí se han filmado algunas de las mejores secuencias de acción de los últimos cuarenta años y que buena parte de los éxitos norteamericanos del género le deben bastante a los planteamientos cinematográficos de los cineastas hongkoneses (piensen en cintas como Matrix o X-Men y verán que detrás de cada escena de artes marciales hay un coreógrafo de Hong Kong). Pero el caso de Infernal Affairs, en cuanto a acción se refiere, es ciertamente particular: en contra de lo que nos tienen acostumbrados, aquí no se nos muestra un tiroteo hasta los sesenta minutos de proyección, y realmente es la única escena de este tipo en todo el filme. Por supuesto que en el resto de la película hay pistolas, persecuciones y asesinatos, pero aquí lo que importa es la mente torturada que hay detrás de cada bala y no el espectáculo balístico por sí mismo.

Si la anterior cinta del director Andrew Lau (no confundir con el protagonista, Andy Lau), The Storm Riders, me pareció algo agotadora debido al exceso de efectos visuales y de personajes, Infernal Affairs destaca precisamente por lo contrario: pocos personajes, casi todos con peso específico en la trama, y una total falta de artificios innecesarios (exceptuando unos trucos de montaje que comentaré después). Si gusta tanto esta cinta es porque la historia es buena y los personajes son atractivos. Tony Leung Chiu-wai interpreta a Chan, un policía infiltrado en una importante tríada de Hong Kong liderada por el carismático jefe Sam (el simpático Eric Tsang). Sam ve en Chan uno de sus hombres de confianza y, al saber que hay un topo entre su banda, le confía la misión de encontrarle. Por su parte, el propio Sam también tiene un hombre infiltrado en la policía: Lau (Andrew Lau), quien se convierte en uno de los más eficaces agentes del cuerpo y en estrecho colaborador del superior Wong (Anthony Wong), que es la única persona que sabe la verdadera identidad del infiltrado Chan. Como podéis ver, la película juega a enfrentar opuestos y a trazar los paralelismos que surgen entre personalidades en principio discordantes pero que, al fin y al cabo, no son más que los reflejos de sí mismos en una lucha constante entre lo que son de verdad y lo que deben aparentar. En los primeros minutos de la cinta, vemos cómo Chan y Lau conversan amigablemente en una tienda de aparatos de música: de no ser por el papel que cada uno juega en sus respectivos bandos, intuímos que quizá estos dos personajes podrían ser amigos.

Hay muchísimos detalles que ahondan en este aspecto de la trama, en la perversa dualidad de unos tipos que logran convertirse en los mejores de un campo al que no pertenecen y en el que constantemente están fingiendo. En un momento de la película, Chan le pregunta con una risa nerviosa a su psicóloga si cree que él es un hombre bueno o un hombre malo: está claro que, tras diez años fingiendo ser lo que no son, los protagonistas empiezan a dudar de qué papel juegan en realidad en sus peligrosas vidas. El concepto de identidad se esfuma tras la máscara del engaño y la imposibilidad de reflejar en público lo que uno siente. En este sentido, es excepcional ese plano en que Chan debe observar el cortejo fúnebre de un superior escondido en un callejón, saludando militarmente desde el anonimato, intentando recordar quién es en realidad aunque sea a escondidas. Por otro lado, Lau empieza a mostrarse muy cómodo en su papel de policía, incluso intenta llevar una vida normal de pareja con una joven escritora, pero los demonios internos no son buenos compañeros de viaje en la frenética travesía por encontrar su yo verdadero. Su novia intenta escribir una novela sobre un hombre con múltiples personalidades, pero llega un momento en que no logra avanzar porque no sabe si su protagonista es bueno o malo, del mismo modo que Chan y Lau ya no saben por cuál de los dos bandos definirse.

En Infernal Affairs no todo es blanco o negro, los personajes se mueven en una amplia escala de grises teñidos de rojo sangre, de dolor, de tristeza... y ver personajes con esta profundidad en un thriller de acción no es algo que ocurra a menudo. Pero, de cualquier modo, lo de "thriller de acción" no es más que una etiqueta, una parcela donde encuadrar esta película capaz de trascender las barreras genéricas y convertirse en esa obra especial que mencionaba al comienzo de este artículo. Así las cosas, surge una cuestión importante para los fans acérrimos del cine de Hong Kong: ¿puede un thriller con poca acción no resultar aburrido? La respuesta es un rotundo SÍ. Infernal Affairs no sólo no es aburrida, sino que es intensa y excitante sin tener que recurrir a set-pieces cada quince minutos. Además de lo interesante de la trama y la excepcional labor del reparto (ya veremos si los actores americanos logran alcanzar estas cotas de verosimilitud y carisma en el remake), es importante destacar los estupendos valores técnicos con los que cuenta el filme: la fotografía es exquisita, la música es vibrante, el diseño de producción minimalista y efectivo... pero son la dirección y el montaje los que ayudan sobremanera a que la atención del espectador se mantenga intacta aún en secuencias tan extensas como la de la redada inicial, unos veinte minutos de suspense prolongado en los que no existe acción en el sentido habitual que podamos pensar, pero que se siguen con tensión gracias a montajes paralelos y trucos como barridos frenéticos acompañados de rimbombantes efectos sonoros.

Es difícil seguir hablando de Infernal Affairs y no comentar su extraordinario final, así que me morderé la lengua y dejaré que seáis vosotros, con vuestros comentarios, los que continuéis esta reseña. Tan sólo añadir que se ha comparado esta cinta con Heat, de Michael Mann. Quizá es comprensible hacer este paralelismo debido a que ambas enfrentan en pantalla a dos astros de sus respectivas cinematografías, pero si en Heat uno podía dudar de si realmente compartieron escenario De Niro y Pacino, en Infernal Affairs no hay duda de que no hay lugar para los aires de estrella ni para los morbosos trucos de marketing: si uno ve los extras del dvd, puede comprobar cómo Andy Lau y Tony Leung compartieron incluso cabina de sonido para grabar el tema musical que acompaña los títulos de crédito finales. Por otro lado, y dejando de lado esta anécdota, lo que en Heat era frialdad y magnitud desmesurada, en Infernal Affairs es emoción y austeridad. No sé a ustedes, pero puestos a comparar, a un servidor la cinta que nos ocupa le parece una obra mucho más honesta y redonda que ese supuesto referente hollywoodiense que le quieren encasquetar.


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: De algún modo esta reseña marcó un punto de inflexión entre lo que venía escribiendo hasta entonces y lo que sería mi labor posterior. Empezando por el detalle de comenzar a tratarles de usted (reminiscencia de John Tones plenamente asumida), comenzaba aquí a envalentonarme y a expresar ideas que siempre he tenido pero que en un principio no me atrevía a hacer públicas: que Heat es excesivamente pocha y que la mayoría de críticos de medios generalistas siguen chupándole el culo a los autores a los que siguen considerando intocables a pesar de todo (y en este sentido, The Departed es una puta mierda al lado de Infernal Affairs, le pese a quien le pese).