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29 ene 2008

'1408' / 'Habitación sin salida'

(1408. Mikael Håfström. 2007. 103 min. / Vacancy. Nimród Antal. 2007. 83 min.) Sesiones dobles, sí, de esas que parecía que se iban a poner de moda tras el estreno de Grindhouse y que al final volvieron al redil de la nostalgia del que, seguro que opinan algunos, jamás debieron salir. No les voy a engañar: no soy lo suficientemente mayor ni he nacido en el lugar adecuado como para haber vivido la experiencia de ver un programa doble de los de verdad, de los de pagar una entrada por ver dos películas estrenadas en conjunto, no de los que uno se monta en casa con el vídeo o de los que se organiza en una misma tarde pagando dos entradas de cine seguidas. Pero, independientemente de haber nacido fuera de contexto, soy de los que aman el concepto, de los que se montan uno cuando tiene ocasión y de los que ven cómo el vello se le eriza cuando pone la banda sonora de Rocky Horror Picture Show y escucha Science Fictión/Double Feature. Así que esta nueva serie de post, sin número prefijado pero con algunas ideas ya definidas (la obligación moral para conmigo mismo de reseñar en conjunto las dos entregas de Demons, por ejemplo), nace como forma de rendir un pequeño tributo a esas celebraciones de las que sólo he podido leer u oír hablar y para las que uno quisiera tener un De Lorean DMC-12 con condensador de fluzo cargado hasta los topes de uranio. Pero con una pequeña licencia: aquellas sesiones dobles no siempre tenían por qué mostrar dos cintas con relación intrínseca, mientras que yo me decantaré por reseñar (sin demasiada profundidad quizá, porque si quisiera extenderme demasiado les dedicaría críticas individualizadas) títulos de temática similar y que, a ser posible, se estrenaran con poca diferencia de tiempo. La Double Feature queda entonces limitada a su aparición conjunta en este blog, en el que haré de exhibidor caprichoso cada cierto tiempo.

Y caprichoso, precisamente, ha sido el germen de esta serie: ver seguidas, sin voluntad de continuidad premeditada, las dos películas que veis en el título, que podríamos englobar dentro del veleidoso (lo sé) epígrafe de películas de suspense que transcurren en una habitación de hotel/motel (sic). Además, las dos tienen como protagonistas a personajes que acaban de pasar por un trance familiar idéntico: la pérdida de un hijo, en el caso de Kate Beckinsale y Luke Wilson (protagonistas de Vacancy), o de una hija en cuanto a John Cusack (estrella absoluta de 1408). Ese background dramático común es explotado en sendas cintas para crear un conflicto que marcará el devenir de los personajes y que funciona como cliché cristalino que nos deja avanzar el futuro happy end de ambas, aunque lo de happy habría que matizarlo y no lo haré para no estropearles nada. Así, John Cusack interpreta a un escritor separado tras la muerte de su pequeña y que apenas mantiene contacto con su ex, mientras que Beckinsale y Wilson hacen las veces de matrimonio en proceso de separación debido a la catástrofe de ver morir a su hijo único, pero todos sabemos que los apuros por los que pasan en sus respectivas historias acabarán por conseguir que reflorezcan viejos sentimientos y se afiancen sus relaciones, por muy in extremis que sea. Si bien en este sentido ambas cintas tiran del tópico, hay que reconocer que a la hora de la verdad, en el momento de mostrarse como las cintas de género que son, funcionan de manera correcta y se dejan ver con agrado por el espectador entregado y poco refunfuñón. Es decir, se puede acusar de liviana la construcción de los personajes, pero dentro del género en el que se mueven no hay motivos para pedirles mucho más, teniendo en cuenta que lo que buscamos como espectadores es, principalmente, verles sufrir durante hora y media.


Y ahí, cuando las películas ya han entrado en materia, es cuando la premisa común (pasar una noche infernal en una habitación de la que prácticamente no pueden huir) se bifurca y demuestra cuáles son las cartas que cada una de ellas quiere jugar, poniendo en evidencia con qué tipo de película nos encontramos en cada caso. Vayamos ahora por partes. 1408, basada en un relato de Stephen King, cuenta la historia del escritor Mike Enslin (Cusack), especializado en narrar sus búsquedas (que no encuentros) de fenómenos paranormales a lo largo de Estados Unidos, plasmando en papel lo que no son más que historias sensacionalistas sobre hechos que no ha vivido en sus propias carnes, pero que circulan alrededor de los lugares que toma como objeto de estudio parapsicológico. Este adulto Juan Sin Miedo ve como un desafío apetecible el pasar una noche en la habitación 1408 del hotel Dolphin de Nueva York, en la que dicen que han fallecido más de 50 personas por los motivos más rocambolescos. Por mucho que el gerente del hotel (un visto y no visto Samuel L. Jackson) intente convencerle de que no lo haga, Enslin acaba consiguiendo su objetivo y se hospeda en la suite maldita, momento a partir del cual comienzan a sucederse hechos fantásticos que harán vivir al protagonista la noche más infernal de su vida. Generosa en medios y con la ventaja de jugar a lo fantástico, 1408 despliega su imaginería al poco rato de empezar y ya no para hasta que acaba, convirtiéndose en un show non-stop de creciente intensidad que comienza con unas chocolatinas que aparecen misteriosamente encima de la almohada y termina con cambios extremos de temperatura dentro del cuarto y otros acontecimientos que desembocan en un incendio. Es una de esas cintas tramposas, con giros caprichosos de guión y que debido al exceso de estímulos acaba por perder su efectividad antes de que vayamos por la mitad. John Cusack juega a ser Bruce Campbell en Evil Dead II y hace lo imposible por que mantengamos la atención durante algo más de hora y media, pero como he dicho antes, la acumulación de elementos fantásticos y las previsibles argucias de la historia (el fantasma de la hija muerta como máximo exponente de su posible paranoia) hacen que nos sintamos aturdidos, bajemos las defensas al habituarnos a un terror que sólo dura unos minutos a pesar de (o precisamente por) intentar machacarnos casi todo el tiempo, y nos relajemos ante el modesto visionado de un entretenimiento en el que todo vale y que se acaba convirtiendo en un Carnival of Souls para el público de multisalas, el que con llevarse cinco o seis sustos en dolby digital ya se va contento para casa. Se dice que esto es terror psicológico, pero si de verdad quieren probar algo que les machaque traten de recuperar La escalera de Jacob.


Diferente es el caso de Habitación sin salida, que comienza con un claro homenaje a Saul Bass y aprovecha la premisa hitchcockiana del motel perdido con psicópata(s) cerca que, con la introducción de las snuff movies como reclamo diferencial, se acaba convirtiendo en una versión de cámara y mainstream de Los Zero Boys. Pero a pesar de ser un producto para todos los públicos al igual que 1408, Vacancy se muestra mucho más conseguida, efectiva y simpática en su modestia y concreción (supongo que ya se habrán dado cuenta si siguen el blog, pero ahí va: me encantan las películas de 80 minutos, quizá por tener la capacidad de atención de una ameba sedada). Beckinsale y Wilson son, como dije antes, una pareja que ha perdido a su hijo y que debido a la carga de conciencia que ello supone (ella se culpabiliza de la muerte accidental del chico) está en proceso de divorcio. Ahora tendrán oportunidad de recuperar su amor mediante el sufrimiento, cuando recalen en un hotelucho de mala muerte en el que al poner una cinta que encuentran al lado del vídeo, ¡un vídeo!, descubren que lo que parece una mala peli de terror es en realidad una snuff filmada en la misma habitación en la que ellos se encuentran. El terror comienza cuando se dan cuenta de que ellos van a ser los siguientes protagonistas de tan macabras filmaciones. Así comienza una espiral de tensión que, una vez puesta en marcha, poco respiro da a un espectador que agradece contemplar personajes que, para variar, saben enfrentarse al brete usando la cabeza para algo más que para llevar pelo y esperar a que se la corten de un hachazo. No es que los protagonistas se enfrenten a los malos poniendo en práctica teorías de física cuántica, pero por lo menos se muestran astutos y competentes a la hora de plantarles cara y utilizar su instinto de supervivencia. De este modo, el largometraje se convierte en un tenso tira y afloja, en un juego de acciones y respuestas con una gradación de violencia in crescendo que culmina con Beckinsale haciendo de nuevo de heroína de acción para deleite de todos. Si les gustó Identidad o Nunca juegues con extraños, aquella de John Dahl con Paul Walker, Steve Zahn y Leelee Sobieski, seguro que lo pasan bien con Vacancy. Decía que es un caso diferente al de 1408 porque, mientras que aquella fallaba en su intento de crear tensión en el público mediante su abrumadora acumulación de motivos fantásticos, Habitación sin salida logra triunfar cuando se propone crear sensación de peligro y adentrar al espectador en unas escenas para nada artificiosas que puede asimilar como posibles, siendo, por tanto, más aterradoras.

Por tanto en la relación intención-resultados, si tuviera que quedarme con una de las dos, recomendarles únicamente una del pack, la balanza se decantaría claramente hacia Vacancy. 1408, a raíz de querer epatar con los retruécanos de su guión, acaba por resultar insípida y casi cargante, mientras que la cinta dirigida por Antal, con toda su modestia y, si quieren, simpleza, consigue situarse por encima de la media de cintas de terror actuales, demostrando que en el cine de terror muchas veces, aunque suene a tópico, menos es más. Gracias por llegar hasta el final. Keep watching the skies!




23 ene 2008

'El cuchitril de Joe'

(Joe's apartment. John Payson. EEUU, 1996. 76 minutos). ¿Una comedia producida por la MTV con el protagonista de Mi identidad secreta y con números musicales interpretados por cucarachas parlantes? Eso tenía que verlo sí o sí, aunque haya tardado más de una década en toparme finalmente con esta cinta que me llamó la atención desde que vi su carátula en alguna videoguía de esas que mandaban por correo y que, sin haberme molestado tampoco en buscarla, había querido ver desde entonces. No voy a decir que después de su visionado esté pensando en montar un circo de cucarachas, hoy desgraciadamente las pelis no me marcan tanto como para sentir esos arrebatos (como cuando quise construir un robot con la chatarra que me iba encontrando tras ver cómo los protas de Exploradores se montaban una nave espacial con un cubo de la basura y cuatro latas más... ya que pensaba que hacer un robot sería menos complicado que eso), pero sí les digo que la peli ha entrado ya dentro de mi lista de comedias locas favoritas de los 90 junto a Cabezas huecas, cualquiera de las dos de Bill & Ted o las menos conocidas CB4 y El gran lío.

Basándose en un cortometraje propio realizado para la MTV, que pueden ver pulsando aquí, y apoyándose en el buen trabajo que hicieron los de Blue Sky Studios (luego responsables de Ice Age) a la hora de animar las cucarachas infográfricas, John Payson retoma íntegra la secuencia que había filmado previamente y construye a su alrededor una película que ya no sólo se ocupa de plasmar esa incómoda situación de invitar a una chica a casa y descubrir demasiado tarde que has dejado los calzoncillos en un lugar visible, sino que introduce también otros detalles que no por estar tratados de manera leve merecen ser obviados: el chico de pueblo perdido en la urbe (como si se tratara de una versión amable de lo que le ocurre a la protagonista de la sequísima Ángel de venganza de Abel Ferrara, a Joe le roban tres veces seguidas nada más bajarse del autobús), la especulación inmobiliaria (representada por un magnate que lleva ropa interior femenina bajo su elegante smoking, quien quiere derribar el costroso edificio en el que se aloja el protagonista para construir en el terreno la cárcel más grande de Estados Unidos), la penosa vida de los que se dejan llevar por su voluntariosa creatividad (ese artista que pasa más de dos días tirado en una calle cubierto de sangre falsa esperando a que alguien intente ayudarle o preocuparse por él: sólo alguien de fuera de la ciudad sería incapaz de ignorarle)... Pero sobre todo, El cuchitril de Joe, dentro de su disfraz de experimento disparatado y posmoderno, habla del angst postadolescente, de esa situación crítica en la que termina tu periodo de pruebas y comienza el mundo real, en el que descubres que un título universitario por sí mismo no te da carta blanca para nada, en el que aprendes que los trabajos bellos sólo existen para algunos y que incluso los feos son difíciles de conseguir, en el que la palabra emancipación suele llevar connotaciones utópicas, y en el que el término amor sigue siendo únicamente un conjunto de letras del que no terminas muy bien de comprender su significado porque parece escrito para otros.

Pero, un momento, no se me asusten: El cuchitril de Joe no es una cinta de vocación deprimente, por mucho que en algunas de sus ideas se deslice ese deje amargo bajo su socarronería. Y es posible que parte de estos mensajes oscuros los potencie yo mismo debido a una situación personal no precisamente halagüeña (esta frase se la dedico a esa gente que piensa que siempre escribo con la intención de hacer llorar a mis lectores, con cariño y eso), así que probablemente los que no hayan visto la película lo único que quieren saber es si se lo pasarán bien viéndola. La respuesta es sí. A las tribulaciones de Joe por conseguir sus objetivos de madurez e independencia, ya de por sí desafíos suficientes para cualquiera, hay que añadir el hecho de que sea perseguido por un par de matones de poca monta que intentan hacerle abandonar el piso (que adquiere de una manera milagrosa) y de que se vea obligado a hacer algo sucio para conquistar a la mujer de la que se ha enamorado: recoger mierda (desde luego, Payson no es el rey de la sutileza, ni en conceptos ni en el acabado totalmente videoclipero del conjunto... algo que a mí no me molesta en absoluto). Por otra parte, sólo por ver a los bichos en acción ya merece la pena ver la película. Esos números musicales llenos de suciedad y armonía me han conquistado. Termino esta reseña presentándoles mi performance favorita de toda la cinta, primero con la intención de que se hagan una idea de lo que van a encontrar en esta hora y cuarto si se deciden a ver el show completo y aún no lo conocen, y segundo, para darles el último empujón, ya definitivo, hacia el deseo de hacerlo. Habrá quien piense que El cuchitril de Joe no es más que un videoclip con cucarachas cantarinas de 75 minutos. Pues qué quieren que les diga... a mí me parece el mejor videoclip con cucarachas cantarinas que podría hacerse.

15 ene 2008

Madd Media: 'Peta-Zetas'


¿Puede un programa de 75 minutos sin contar publicidad crear expectación casi todo el tiempo con las imágenes de una teta que nos sabemos de memoria? Jose Corbacho pensó que, como tenía de invitada a Sabrina Salermo y no la iba a sacar hasta bien entrado el programa, sí podía hacerlo. Que después de meses de expectación (en principio se iba a emitir el 17 de septiembre y estaba presentado por Eduardo Aldán), el nuevo programa de El Terrat dedicado a analizar la década de 1980 llegue con un leit motiv tan manido poco bueno puede presagiar. A ver, es un momento histórico de la televisión de los 80 y todo eso , a los que éramos niños y a los no tan niños nos hizo gracia que se le saliera una mamella a la cantante en plena nochevieja del 87, y anoche fue un placer ver a una Sabrina de 39 años que aún sigue siendo rotunda, pero que ese tema fuera el eje de la función no dice mucho a favor del futuro del programa en Antena 3. Como anécdota está bien, pero anoche llegó a cansar que postergaran tanto la aparición de la ahora actriz italiana en plató y que mientras tanto metieran de vez en cuando un inserto del famoso vídeo. Cuánto daño ha hecho el tomate...

De todos modos, esto no es lo peor del programa. Dentro de lo que cabe, esa estructura de anticipación a través de lo trillado no fue demasiado molesta debido al elemento de suspense que eligieron (imaginen que toman como objeto principal el pene de Butragueño, que afortunadamente sólo trataron de pasada), pero lo realmente molesto fue el anodino equipo de colaboradores del que se rodeó el de por sí mediocre Corbacho: Yolanda Ramos, Patricia Pérez, Enrique del Pozo y un tal Alfonso Díaz que no conocía de nada. Veamos, Yolanda Ramos tiene gracia como actriz y humorista, pero como analista de los años 80 deja mucho que desear: su mayor aportación fue decir algo así como "pues en mi colegio decían que si te mirabas al espejo con una vela te salía un zombi o algo...". Mal. Patricia Pérez, actriz y presentadora ya veterana (recuerden El juego de la Oca) pese a no haber llegado a convertirse en una celebridad de los medios, fue la mejor del conjunto por varios motivos: no intentó hacerse la graciosa (cosa en la que fracasó el resto de la mesa), es bella y tuvo el buen gusto de defender a Michael Jackson cuando el resto de colaboradores y el presentador tiraron de chistes tan originales como "el amigo de los niños" y mierdas de ese tipo. Enrique del Pozo, ese ex-cantante juvenil que ahora se dedica a ir por los platós tocando los huevos al personal y haciéndose el importante (no se cortó a la hora de sacar en pantalla una foto en la que salía con Tom Cruise y Katie Holmes), hizo lo que mejor sabe hacer: aparentar vergüenza cuando pusieron imágenes del Super Disco Chino y proporcionar imágenes mentales escalofriantes con declaraciones como "tú no sabes bien lo que me entra a mí" o "en esos tiempos decían que yo me tiraba a Ana y a su madre". Por último está Alfonso Díaz, vestido de moderniqui, con su chaleco de rombos y su boina de cuero y todo, y soltando gilipolleces cada vez que abría la boca, en un patético intento de resultar chispeante. A todo esto hay que añadir que el Corbacho showman me sienta mal en ya en raciones pequeñas, así que imagínense lo sufrido que es aguantarle durante hora y cuarto con sus chistes de "se me está poniendo dura" y sus lecciones de estilo, riéndose de la chaqueta de luces de David Hasselhoff mientras él mismo luce un traje imposible.

Además hubo un enfrentamiento en plan tigres y leones, con pompones y todo, para dilucidar qué molaba más, si el hula-hop o el walkman. Sólo el hecho de que alguien piense que un aro de plástico podría enfrentarse a aquella bendición que fue el cassette portátil dice mucho de lo mal que entienden los 80 los guionistas del programa. En media hora de Muchachada Nui o en diez minutos leyendo a Viruete uno aprecia mucho más amor, comprensión y nostalgia por esa época que en todo el Peta-Zetas de anoche. Si el propio Viru o cualquiera de los chicos de Joaquín Reyes hubiera estado en esa mesa o detrás del guión, otro gallo nos hubiera cantado. Seguro.



14 ene 2008

'Arma Perfecta'

(The Perfect Weapon. Mark DiSalle. EEUU, 1991. 81 minutos). En el campo de la música se utiliza mucho el término 'one-hit-wonder' para denominar a esos cantantes o grupos que consiguen un éxito notable que son incapaces de igualar o superar y se ven condenados por ello al olvido. En el cine occidental de acción y artes marciales, Jeff Speakman es un 'one-hit-wonder', lo mismo que lo fueron Sasha Mitchell (Kickboxer 2 y de ahí cuesta abajo), Kurt McKinney (después de partirle la cara a Van Damme en Retroceder nunca, rendirse jamás no hizo nada más interesante) o Brian Bosworth (protagonista de la tremenda Frío como el acero que procuraré reseñar próximamente). Speakman, tipo con pinta de carátula de beat'em up ochentero y experto en el Kenpo Karate Americano fundado por Ed Parker (a quien está dedicada Arma Perfecta), fue lanzado por la Paramount con esta película como una posible nueva estrella de las artes marciales que rivalizara con los más exitosos Van Damme, Steven Seagal y Dolph Lundgren en la liga de cintas de tiros y hostias de presupuesto moderado y rápida rentabilidad, que arrasaron en los videoclubes durante los 80 y los primeros 90. Talento para las tollinas no le faltaba al tipo (incluso se dice que tras ver sus exhibiciones en esta cinta no fueron pocos los que corrieron a apuntarse al dojo más cercano donde enseñaran Kenpo), pero su falta de carisma y su hieratismo hacían que pareciera una versión proletaria de Seagal y finalmente se vio relegado a protagonizar cintas de nulo empaque directamente para el cable, pasando a formar parte de la misma liga en la que juegan Jeff Wincott o Gary Daniels, gente que por muy bien que sepa luchar no es capaz de llegar más que a un grupo limitado incluso dentro de los fans del género. He leído que sufre un desorden linfático que le lleva a aumentar de peso regularmente y que por eso los productores le han dado la espalda, pero... ¿acaso eso ha sido problema para Seagal o Samo Hung?

De todos modos Speakman ya ha pasado a la historia no escrita del cine de gimnasios y dojos gracias a este título efectivo y directo de trama simple y abundante acción. Segunda y última película de Mark DiSalle, uno de los dos responsables de la seminal Kickboxer (el otro fue David Worth), Arma Perfecta cuenta la historia de un tipo de pasado violento que, al volver a casa, no hace más que desencadenar una tragedia por hacerse el valiente delante de su viejo amigo Kim (Mako), provocando la muerte de este a manos de la mafia coreana y una guerra entre bandas a la que se alistará buscando venganza, primero por Kim y luego por su hermano, un policía al que no veía desde niño y que resulta malherido por el imponente Tanaka (Professor Toru Tanaka), guardaespaldas del responsable real de todo este desaguisado, el sibilino Yung (James Hong). Por ahí se pasea también otro de nuestros villanos favoritos, Cary-Hiroyuki Tagawa, aunque prácticamente sin opción de lucimiento. Con ese argumento y tantos japoneses y chinos haciendo de coreanos a los que partir la jeta, DiSalle no pierde el tiempo y no permite que en su película transcurran más de 7 minutos (contados) sin algún acto violento: todo es un ir y venir de Speakman por callejones, dojos, baretos y edificios en busca de malos a los que sacar información mediante la técnica psicológica de la buena hostia, incluyendo una persecución en la que el malo huye en limusina y acaba levantando un coche con sus brazos antes de ser abatido por un táser, y culminando en el asalto al embarcadero en el que Yung elabora droga y que ofrece los instantes más espectaculares de la sesión (como debe ser). Por unos instantes la cinta se circunscribe en el esquema de la buddy movie, con Speakman trabajando codo con codo junto a su hermano e intentando recuperar la confianza perdida, y hasta en el de héroe-con-niño gracias a un ayudante en miniatura que le sale al protagonista en forma de chivato que haga las veces de comic relief. Además, a los fans más veteranos de Van Damme les sonará bastante el esquema narrativo de los primeros minutos: una sucesión de flashbacks en la que se explica cómo llegó el protagonista a las artes marciales muy parecida a la de Contacto Sangriento, en la que DiSalle trabajó como actor.

Así que no hay nada demasiado novedoso en Arma Perfecta que sea digno de mención, aparte de la utilización del Kenpo como elemento distintivo (lo mismo que en Sólo el más fuerte lo era la capoeira), pero se aprecia en ella una voluntad estimable por no perder el tiempo (además de ser rápida, quitando los créditos finales el metraje apenas sobrepasa la hora y cuarto) y ciertos valores de producción (la fotografía de Russell Carpenter, la música de Gary Chang, el diseño de vestuario de Joseph Porro) que la elevan algo por encima de la media y consiguen, junto a sus correctas escenas de lucha, que se recuerde como una cinta agradable y hasta cierto punto diferenciable de otras de su especie. Soy fan del cine de acción y artes marciales oriental, pero no soy un fundamentalista incapaz de sacar partido de películas de este tipo que no estén manufacturadas por gente de ojos rasgados, y por mucho que admita que siempre va a ser mejor verse un Ultraforce o un Iron Angels que esta, recomiendo sin problemas Arma Perfecta a los seguidores del género, especialmente a los que disfrutaron con Difícil de matar, Libertad para morir o Dark Angel, entre las cuales la cinta de Jeff Speakman bien merece un hueco.

7 ene 2008

'Halloween. El Origen'

(Halloween. Rob Zombie. EEUU, 2007. 109 minutos). En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Y en una industria con pocos nombres nuevos a tener en cuenta (dejando a un lado a los titanes de siempre que siguen dando boqueadas), tipos mañosos como Alexandre Aja o Rob Zombie se están convirtiendo en lo más parecido a nombres de referencia en el abotargado panorama del cine de horror actual. Zombie, el Zombie director de cine cuya obra hasta ahora me había parecido impecable, ha realizado un ejercicio similar al que acometió Aja cuando rehizo Las colinas tienen ojos: retomar un clásico de los 70 bien ponderado por el fandom y generador de secuelas a tutiplén, y llevarlo al terreno de la explicitud desaforada y comercial tan en boga últimamente. Pero si el francés triunfaba gracias a su reinterpretación hiperbolizada de una cinta al fin y al cabo mediocre de Wes Craven, no se puede decir lo mismo con la boca tan llena de la versión que ha hecho Zombie de la magnánima Halloween de John Carpenter, seguramente el mejor slasher de todos los tiempos o, como mínimo, el más influyente.

En ese sentido Zombie lo tenía muy difícil y por eso un servidor deseaba que se alejara lo máximo posible de la película de Carpenter, no por considerar que rehacerla tal cual fuera una falta de respeto (el respeto para los muertos), sino porque la de 1978 es una cinta que me sé de memoria y no me hacía demasiada gracia que Zombie nos entregara casi la misma película pero con más violencia, sangre, tetas y vocabulario soez, que es lo que ha ocurrido finalmente. Todo lo que había de suspense en la película de Carpenter ha desaparecido por completo, convirtiéndose el largometraje más o menos en lo que sería ver a Jason Voorhees correteando por Haddonfield un Viernes 13: grafismo en la ejecución de los asesinatos, pero muy poco o nada de tensión sostenida. Es decir, Zombie sigue sin saber dar miedo, lo mismo que ocurría en La casa de los 1000 cadáveres y Los renegados del diablo, con la diferencia de que en aquellas no suponía ningún problema y en esta, desde el momento en el que la película avanza a la edad adulta de Michael Myers y calca bastantes secuencias del original, sí lo es. Aquí es donde nace el agravio comparativo y el motivo por el que muchos de los fans del original se sentirán contrariados. No obstante, la obra de Rob Zombie merece la pena, no aburre, resulta espectacular y aporta elementos interesantes, además de ser la mejor película con Myers de por medio que se ha hecho después de la de Carpenter. Estos elementos se centran principalmente en la primera parte del relato, aquel que narra la infancia del psicópata, sus (creemos) primeros crímenes y sus conversaciones con el doctor Loomis (un Malcolm McDowell a la altura de las circunstancias). Aquí es donde Zombie pone más de su parte y lleva la historia a su terreno repleto de conceptos incómodos relativos a la white trash estadounidense (con la aparición de compinches habituales e iconos del cine popular agradables para el aficionado: Dee Wallace, Sybil Danning, Sid Haig, Ken Foree, Tom Towles, Bill Moseley, Sheri Moon, Clint Howard, Danny Trejo, William Forsythe, Udo Kier, Brad Dourif, Leslie Easterbrook y el siempre difícil Richard Lynch... casi nada) y ahondando en la relación entre Loomis y Myers hasta tal punto que somos testigos de una de las frases más contundentes que se han escuchado en la serie: aquella en la que Loomis reconoce que de algún modo Michael se ha convertido en su único amigo. Hasta entonces el largometraje pinta de lo más interesante pero, repito, se malogra en parte una vez que Myers se fuga del psiquiátrico y comienza el verdadero remake. No obstante, hay más detalles a tener en cuenta que demuestran hasta qué punto Zombie es consciente de estar jugando con un icono y que añaden valores irónicos al conjunto, como colocar al Michael niño la máscara de William Shatner teñida de blanco con la que se hiciera famoso o elegir como una de sus víctimas a la morbosa Danielle Harris, la misma que hizo de sobrina traumatizada de Myers en las entregas 4 y 5 de la serie original.

No hay mucho más que decir sobre este Halloween - El Origen. Satisfará sobre todo a jóvenes que sólo conocieran la saga a partir de Halloween H20 para los que esta será más una precuela que un remake, pero resultará algo decepcionante tanto para los fans de la original como para los seguidores radicales de Rob Zombie, ya que en ambas facetas, como nueva versión de un clásico y como tercera película de un notable creador de ideas perturbadoras, acaba resultando algo insatisfactoria, un experimento parcialmente fallido que podría haber dado mucho más de sí si Zombie no hubiera optado por ser tan fiel a la cinta de Carpenter. Y para los que no lo tenían muy claro debido a ciertos rumores que circularon hace tiempo, la música original que tanto les puso los pelos de punta sigue estando aquí.