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28 feb 2008

Pegado a mis retinas: "Cuando salí a la cegadora luz del sol..."

Momento moñas, queridos lectores. Hasta ahora en esta sección había hablado de una escena de lucha y de dos despliegues de efectos especiales y violencia que me marcaron en su momento y me siguen hechizando. Pero no sólo de hostias, sangre y babas vive el hombre, así que ya era hora de plasmar aquí una de mis debilidades más amadas y, en bastantes ocasiones, incomprendidas: mi devoción total, incondicional y eterna por este melodrama de regusto clásico y casi naïf que he visto tantas veces (si no más) que La Cosa o Blanco Humano. Ninguneada por los fans de La ley de la calle, considerada obra menor de la que sólo se habla por su brutal cast, o dramón azucarado para niñas en el peor de los casos, a mí Rebeldes me hace llorar y me llega a sitios a donde no me llega la película del chico de la moto ni la propia novela de S.E. Hinton en la que se basa. Me basta con sus primeros minutos, con esa introducción de Ponyboy y esos créditos desfasados que desfilan al son del Stay Gold de Stevie Wonder, para llevarme a mi infancia, a cuando mi joven madre todavía compraba la Super Pop para coleccionar fotos y posters de Patrick Swayze, a cuando su visionado me despejaba la mente de entre tanto terror y tanta acción y se convertía en la alternativa perfecta para una tarde lluviosa después del colegio, arropado hasta la barbilla y secándome los pies mojados con el calor del brasero de picón. Es difícil explicar lo que esta película significa para mí, la cantidad de recuerdos que van unidos a cada uno de sus minutos y lo imposible que es que acabe aburriéndome de ella. Como me pasa con un puñadito de títulos más, amo tanto a esta película, de un modo tan especial e íntimo, que no quiero tener que enfrentarme a hacerle una crítica si puedo evitarlo. No quiero analizarla, sólo sentirla, porque como dijo Álex de la Iglesia a propósito de Tiburón, Rebeldes no me parece ni bien ni mal, forma parte de mí, como mi cabeza, mi brazo o mi pene. Para mí, The Outsiders will stay gold.

26 feb 2008

'Hatchet'

(Hatchet. Adam Green. EEUU, 2006. 80 minutos) Hace cinco meses, cuando aún militaba en las filas de Tierra de Cinéfagos, escribía sobre esta película y me preguntaba si sería cierto lo que nos anunciaban: que Victor Crowley, eje (des)vertebrador de la cinta, iba a convertirse en nuevo icono del cine de terror y que se uniría a la lista de nombres propios del género junto a Jason Voorhees, Freddy Krueger, Michael Myers, Leatherface o Pinhead. Hoy, después de ver Hatchet y por mucho que pueda decir Harry Knowles, yo digo que ni de coña. A menos que alguien decida filmar una secuela y le dé total protagonismo al personaje, además de buscarle alguna seña de identidad que le otorgue algo de carisma, aunque sea una mísera máscara. Parecerá una tontería, pero que el asesino vaya a rostro descubierto, por muy feo que sea, no funciona demasiado bien a la hora de crear misterio en torno a su figura. Ya que han tomado como referente a Jason, podrían haber aprendido algo sobre lo mucho que influían el saco y, sobre todo, la máscara de hockey para convertir al personaje en un icono. Y el caso es que intentan darle un trasfondo a recordar: Victor Crowley era un niño deforme que vivía en el bayou con su padre (Kane Hodder interpreta al progenitor y luego a Victor en la edad adulta), era objeto de burla del resto de los niños y por lo tanto tenía prohibido salir de casa si no era acompañado. En un fatídico día los pequeños cabrones que se reían de él fueron más lejos y con unos petardos provocaron un incendio en la cabaña de los Crowley. Victor no podía salir y su padre, al llegar, intentó tirar la puerta abajo con un hacha. ¿Adivinan quién estaba con la cabeza apoyada detrás la puerta? El padre murió de pena años después y la leyenda dice que si uno se acerca a la casa todavía puede escuchar el espíritu de Victor gritando.

Pero Crowley no está muerto, como comprobará un grupo de excursionistas que realiza una excursión a bordo de una penosa embarcación por los pantanos de Lousiana, cerca de donde se supone que reside el espíritu de Victor Crowley. Y de espíritu nada: el chaval ha crecido hasta convertirse en una gigante máquina de despedazar con el modo furia constantemente activado y una capacidad para despiezar que ni el mejor carnicero de su pueblo. ¿Verdad que tiene buena pinta? "Un psychokiller brutote, un grupo de excursionistas listos para morir, las zonas pantanosas de Nueva Orleans... eso tiene que molar". A eso súmenle tetas gratuitas. Pues no se emocionen, que la cosa no es para tanto. Para empezar porque el tono que tiene la película no cuadra para nada con la estructura que se le pretende dar: ¿qué sentido tiene no mostrar plenamente en acción a Crowley hasta que han pasado los 40 minutos, si no se pretende crear suspense o un clima mínimamente serio que induzca al terror? Y sí, he visto Tiburón. La primera mitad del largometraje está ocupada por unos personajes gilipollas y un cocodrilo que hace las veces de amenaza (homenaje al Hooper de Trampa Mortal, quizá) hasta que Crowley se decide a salir de su cabaña y coger el hacha. Hasta en eso, el asociar al personaje con un arma, falla la película, ya que la utiliza tan poco que no parece una extensión natural de su brazo (como sí parecían las garras de Freddy, la motosierra de Leatherface o las navajas de los asesinos de los gialli). Y en cuanto a los personajes, el problema no es que tengan pocas luces (eso puede ser hasta habitual en el slasher), sino que son directamente insoportables. No quiero ni imaginarme la película doblada...

Ya sabemos que no funciona como película de terror, que los personajes son estúpidos y que a Victor Crowley le falta mucho para llegar a ser un nombre a recordar. Pero a pesar de todo eso la película puede gustar a más de uno, especialmente a los fans de los efectos especiales clásicos practicados delante de la cámara. Suerte que para eso está metido en el ajo, entre otros, el curtidísimo John Carl Buechler. Y que hay poca autocensura a la hora de mostrar los ataques de Crowley. En ese sentido, Hatchet es un buen título para ver en compañía de unos cuantos gore fans y jalear los mejores momentos de la película. Los únicos que merecen la pena en realidad. Es una lástima que un proyecto como este, con elementos suficientes como para convertirse en un regalo para los fans de toda la vida, acabe siendo un moderadamente entretenido que no funciona como comedia ni como killer on the loose, ya que puestos a jugar a ser gráficos podrían haber hecho un alarde mayor (en cantidad, porque la calidad es más que suficiente) de asesinatos bañados en sangre y látex. Si toda la película hubiera llevado el ritmo de los últimos minutos estaríamos hablando de una fiesta. A ver si hacen secuela y se olvidan del crescendo. Total, para lo que les ha servido esta vez...

20 feb 2008

'Exciting Dragon'

(Exciting Dragon / Drunken Dragon / Long fa wei. Chui Chung-hing. Hong Kong, 1985. 93 minutos) La carátula de esta película siempre estuvo entre mis favoritas cuando miraba aquellas videoguías (¿alguien más las recibía por correo?) repletas de posibilidades mentales: podía pasar horas mirando página por página e imaginándome la cantidad de cintas que me estaba perdiendo y que no llegaban a las estanterías de los videoclubes de mi pueblo. Pero desde la primera vez que le eché el ojo a esta película hasta el momento en el que la he visto han pasado nada menos que 17 añazos, algo que es una buena muestra de la cantidad de recuerdos inútiles que guardo en mi cabeza... y de lo poco a lo que aspiro cuando uno de mis retos personales es ver una película de kung fu de los años ochenta de la que sólo sabía que tenía una carátula bonica. Pero qué quieren, nunca fui demasiado ambicioso, nunca me gustó jugar al Populous ni a los Nosequé Tycoon. Pero centrémonos. Me decía John Tones una vez que Exciting Dragon era un pe-li-cu-lo-na-zo, tal cual. Y ahora que por fin la he visto, gracias a un montaje encontrado en la indispensable ZinemaHK.com, sólo me queda darle la razón.

Exciting Dragon es una de esas películas que pueden crear afición al más desconfiado de un género concreto, el de la comedia de artes marciales, que afortunadamente tiene vida más allá de Jackie Chan (y eso lo digo a pesar de ser muy fan de Jackie). También conocida como Drunken Dragon en sus ediciones anglosajonas, la cinta tiene como héroe - es un decir - a Doggy (Sun Kok Ming), un auténtico mequetrefe que no es bueno en nada, que vive con su abuela (a quien interpreta un habitual de la Shaw, Chao Kon Sen... y no, no me he equivocado de sexo) y que se reencuentra con una vieja amiga de su infancia con la que planea casarse, algo que le parecía buena idea hasta que descubre que la muchacha (Chow Me Yue) se ha convertido en una especie de Samo Hung con moños que reparte mucha más leña que él en los combates, detalle que le ayuda aún más a ser el hazmereír de sus paisanos.


Pero sentirse desdichado por culpa de una mujer más fuerte que él será una nimiedad comparado con el verdadero problema que vertebra la trama: su abuela carga con una armadura indispensable para que los malos de la función consigan abrir el cofre de metacrilato en el que se guarda una espada con poderes... o algo. Así que su deber será proteger a su abuela, pero para ello tendrá que despedirse de su futura esposa y abandonar su vida normal por unos días para trasladarse a casa de un viejo maestro que le ayude a perfeccionar su kung-fu (aunque a la hora de la verdad casi todo el entrenamiento consiste en picar piedra). Hasta ahí, normal. No es una premisa que nos pille por sorpresa y podía dar pie a una triste peliculita de hostias sin nada que destacar. Pero atención, porque hay detalles suficientes para recibir Exciting Dragon como una fiesta. El viejo sifu no es Simon Yuen ni alguien que intente imitar su docencia ebria, sino que tiene más que ver con el Doc de Regreso al futuro que con el Drunken Master y por ello posee una casa llena de gadgets absurdos y anacrónicos, como un telefonillo en la entrada o una tomavistas con forma de búho, además de enseñar técnicas de kung fu a un protagonista que duerme mediante la técnica de unos vasos comunicantes en forma de auriculares, a través de los que al alumno le llega la información que el maestro va leyendo (ya verán lo que ocurre cuando el sifu se confunde de libro...). En cuanto a los enemigos, aparte de los típicos tocapelotas dispersos por el metraje, tenemos a tres personajes que si tuvieran película propia se debería titular algo así como El Trío Loco del Kung Fu: el jefazo es un perturbado con aptitudes para el camuflaje (con caretas a lo Misión Imposible y todo) y un superguante extensible de acero con el que puede luchar a distancia, luego está un pirado que usa un diábolo con cuchillas como si fuera la guillotina voladora y, last but not least, un tipo con barba y cejas rojas y una vela en la cabeza que usa lo mismo como cuchilla que como, ay, lanzallamas (¿no tienen ganas de verla ya después de leer esto?). Pero si por separado son alucinantes, lo realmente im-pre-sio-nan-te es cuando juntos se alinean y forman el... ¡CUCHILLO VELOZ!


www.Tu.tv


Exciting Dragon alcanza tales niveles de locura que su visionado se convierte en una experiencia plenamente satisfactoria e hilarante, sobre todo porque además de esas adorables insensateces la cinta funciona como comedia, tiene buenos combates y hasta algún arranque gore con desmembramientos varios. Elementos que tendrían que atraerles sí o sí. Así que si no la han visto, búsquenla. Si ya la vieron, recupérenla. En cualquier caso seguramente me lo agradecerán.



10 feb 2008

'Promedio Rojo'

(Promedio Rojo. Nicolás López. Chile/España, 2004. 97 minutos) Hay películas que aparecen en tu vida por sorpresa, de las que no esperas nada y acaban formando parte de ti porque en ellas ves reflejados fragmentos de tu existencia. Me pasó con Marty y ahora me ha pasado con Promedio Rojo. Hace una semana me regalaban un dvd de segunda mano a elegir en un videoclub y, dentro de lo que había para seleccionar, acabé llevándome este guiándome por su sinopsis (un adolescente gordo y con gafas que quiere ser dibujante de cómics y se enamora de la chica nueva de clase) y, por qué negarlo, por las opiniones de Tarantino y Del Toro que aparecen en la carátula. Todos sabemos que estas suelen estar manipuladas pero, a pesar de la desconfianza, decidí darle una oportunidad y comprobar qué había de cierto en esas hipérboles.

Una vez vista, entiendo que a Quentin y a Guillermo, igual que a cualquier otro freak convertido en cineasta o que desearía serlo, les pudiera gustar la película. Porque de freaks (palabra que se usa varias veces en el guión) estamos hablando, empezando por el jovencísimo director de la cinta, el chileno Nicolás López (que tiene pendiente de estreno la apetecible Santos, en teoría para Abril de este año), quien consiguió levantar su Promedio Rojo con apenas 21 años después de experimentar con el cortometraje y la televisión. Un tipo que hace cortos con títulos como Pajero (ver aquí) o Florofilia (sobre un tipo que comienza una relación sexual con una planta tras ser abandonado por su novia) y que intenta convertir en héroes a tipos desgraciados y sufridores - como lo somos en mayor o menor medida la mayoría de los blogueros - bien merece nuestro respeto y hasta admiración. Y más habiendo comprobado que a la hora de hacer cine (por lo menos en su ópera prima) el hombre mantiene su espíritu de loser adolescente que contempla esa edad como un infierno del que uno sólo puede escapar a través de la imaginación y la creatividad, pero desde el punto de vista del que ha vencido las adversidades del periodo escolar y puede lanzar un corte de mangas y una sonora carcajada a los que pensaban que siempre sería un fracasado. Promedio Rojo y el mismo Nicolás López son una celebración del triunfo del adolescente raro, del que no quería quitarse la camiseta en las clases de gimnasia, del que sufría burlas incluso de los profesores, del que hasta su propia madre decía que era demasiado gordo para gustar a cualquier mujer, del que era el último en ser elegido cuando se formaban los equipos de fútbol, del que dibujaba en clase y estaba en los últimos puestos de la lista de favoritos de las chicas... Promedio Rojo es, en muchos aspectos, una película sobre mi adolescencia, y por tanto seguramente eso me convierta en la persona menos indicada para criticarla de manera objetiva (si es que alguien espera que lo haga).


No es una cinta, desde luego, para los que se pasaron el instituto o la universidad siendo los más populares de clase, jugando el papel de los reyes de la fiesta y del ligue e insultando a los diferentes a ellos como uno de sus deportes predilectos. Ellos son los malos de la película, a los que el héroe (Ariel Levy) tiene que enfrentarse (con la ayuda de su abuelo fallecido, que se le aparece como si fuera Yoda o Mufasa) para lograr hacer ver a la recién llegada chica española (Xenia Tostado) que él es el más idóneo para darle amor, por mucho que intente conquistarla a través de cómics y que se pase el día concentrado en el suyo, La insoportable obesidad del ser (que ocupa algunas de las secuencias más divertidas de la película). Decía Harry Knowles en su web que Promedio Rojo tiene la honestidad de una de Kevin Smith, y además, la fuerza visual digna de Alex de la Iglesia, lo cual les puede dar una idea aproximada de lo que se pueden encontrar. Pero además de citas cinéfagas y referencias al fandom, además de buscarle el lado romántico a la masturbación y de incluir una galería de secundarios impagables (la enfermera adicta a la dominación, el dentista que practica abortos ilegales - interpretado en un visto y no visto por Santiago Segura -, los mejores amigos del protagonista, totalmente tarados...), la película marca algunas de sus escenas con un estigma de denuncia (más o menos) sobre el bullying que, no obstante, no consigue aguar la sensación de estar ante una hilarante venganza para ajustar las cuentas con la adolescencia de su director y guionista. Con las de todos nosotros. Promedio Rojo me ha divertido, me ha emocionado y me puesto melancólico. Me alegro de haberla elegido de entre las decenas que había en la estantería de aquel videoclub.

9 feb 2008

'John Rambo'

(Rambo. Sylvester Stallone. EEUU/Alemania, 2008. 93 minutos) Esto va a ser un poco llevar la contraria a la mayoría de gente con la que he hablado de la película (que está todavía de fiesta), pero tengo que decir que no pienso (como tampoco lo hace mi compadre Starman) que John Rambo sea la mejor entrega de la serie. Los fans del cine de acción echamos tanto de menos los tiempos de los héroes duros y violentos de los ochenta y noventa que ahora nos ponen una cinta como esta y alucinamos como si nunca hubiéramos visto nada igual... Y eso es lo que está pasando con John Rambo, cinta extrema, divertida, hiperviolenta, que estamos llevando a los altares como si fuera la panacea y que en realidad, una vez pasado el éxtasis de contemplarla en el cine y habiendo reflexionado sobre ella, acaba por no ser la obra magna que veía al principio. Decir esto para mí implica casi una contradicción, ya que abandoné la sala obnubilado por el festival sangriento con el que culmina el film y aún al día siguiente seguía diciendo que había visto un peliculón con todas las letras. Pero ya en frío, con la distancia que da la semana transcurrida desde su estreno, uno se puede poner picajoso y encontrar motivos para pensar que este triunfal regreso podría haber sido aún más redondo. Entiéndanme, la película es un regalo para los fans de Sly y del género, tiene acción suficiente como para no echarla de menos y sí, efectivamente es tan violenta y desmadrada como afirma todo el mundo, lo cual para algunos es un hecho repulsivo y para otros... un revulsivo que nos conduce a la catarsis deseada. ¿El estado físico de Stallone? El tipo se mueve como yo no era capaz de hacerlo ya a los 20 años. Además, la película está realizada con el empaque suficiente como para no resultar cutre desde un punto de vista audiovisual y Sly dirige las escenas de acción con claridad y ensuciando la cámara con sangre y barro si hace falta. No está Goldsmith (algo tristemente imposible ya), pero su composición principal para el personaje sigue estando presente y eso siempre ayuda a contextualizar mentalmente a nuestro héroe. Pero lo más importante, aquello por lo que deberíamos festejar John Rambo, es que Stallone le ha pegado una buena patada en la entrepierna a las buenas maneras y al descafeinado cine de acción (o cine, así en general) que nos rodea, llevando su estilo a un terreno sucio, áspero y sangriento como pocas veces se habrá visto en una película comercial norteamericana. Entonces, ¿qué ocurre?, ¿qué más se le podía pedir? Teniendo en cuenta que con todo lo dicho ya les debería quedar claro que les recomiendo la película, me voy a permitir el lujo de ponerme algo meticuloso en lo que sigue y exponer lo que, en realidad, no son más que pequeñas aristas que no impiden (o no deberían impedir) disfrutar del evento. Habrá quien se pregunte por la utilidad de hacer esto: podrían parar de leer aquí con la información suficiente para saber si les va a gustar la película o no, en el caso de que todavía no la hayan visto. Pero aquellos que ya hayan pasado la experiencia, díganme si no están de acuerdo en algunos de estos puntos que expongo a continuación.

Lo que más llama la atención, pero para mal, es el hecho de que a Rambo ahora le toque hacer de niñera de un grupo de mercenarios gallitos que, sin la ayuda de Johnny, hubieran durado un par de horas en la jungla birmana antes de ser echados a los cerdos. Si algo nos gustaba del personaje, especialmente en las dos primeras entregas de la saga, era su independencia, no ya por ser un tipo autosuficiente, sino porque parece que el resto del mundo le importa un bledo o, mejor aún, se convierte en un gran enemigo que supone un peligro para su supervivencia. Si ya es genial ver a Rambo en acción, haciendo todas las barbaridades que comete aquí contra sus víctimas, durante buena parte de metraje... imaginen que en esas secuencias no hubiéramos tenido la presencia, a veces molesta, de esos mercs de pacotilla que mandan a rescatar a los voluntarios raptados por los malos de la peli. Rambo se convierte aquí en guerra, sí, pero no está solo y los soldados de fortuna funcionan más como una carga que como una ayuda, tanto para él dentro de la historia como para la propia película. En cuanto a las escenas de acción, es verdad que están bien hechas y que muestran una barbarie inaudita, pero se echa en falta mayor variedad de situaciones (lo más espectacular, sangre aparte, la secuencia de la bomba abandonada) y el tono épico de ver a Rambo batiéndose por su cuenta contra un helicóptero, un tanque o un titán hinchado de esteroides que le propine al héroe una buena ración de hostias antes de erigirse victorioso. Que Rambo se convierta en un dios de la destrucción y la muerte y que desde lo alto de una colina arrase una civilización entera está bien, es divertido, pero algunos hubiéramos deseado ver algo más de implicación física por su parte en ese clímax salido de madre. La sensación que da es que Johnny se pone a jugar al Space Invaders con los malos y que a esos pobres les toca hacer de marcianos. Aunque lo mismo esto responde a un arrebato moral de Stallone que le obliga a transmitirnos (de manera fallida en todo caso) que la guerra no puede ser espectacular. Por otro lado, llámenme cabrón, también he echado en falta el aliento crepuscular que imbuía toda Rocky Balboa y que la hacía tan especial, además de dejarte claro (o al menos eso parecía) que estábamos ante el capítulo final de un mito viviente. Por muy final que parezca el final de John Rambo, no les extrañe que dentro de un par de años Sly se destape con un Rambo V que, si va a ser tan radical como esta cuarta parte, por mí podrían empezar a filmar mañana mismo.

Hay otros elementos que flojean, como la mayoría del reparto exceptuando a Stallone y la nula personalidad de los villanos, pero tampoco hace falta seguir por ahí en esta reseña que ya se extiende más de lo que tenía previsto. Demasiada palabra, quizá, para un esfuerzo baladí: mostrar a los detractores de John Rambo algunas de sus virtudes y a los que han creído ver una obra maestra unos cuantos defectos. Esfuerzo en vano porque los primeros siempre pueden utilizar la (dudosa) ideología de la película en su contra (ya saben: la violencia sólo se arregla con más violencia), mientras que a los segundos les bastará con decir que esto es Rambo, es gore y es una puta pasada de película. Si, dejando a un lado esas pequeñas trabas que he visto en la cinta, tuviera que unirme a uno de los dos grupos... me iría definitivamente con los segundos. ¿Y ustedes?


8 feb 2008

'Monstruoso'

(Cloverfield. Matt Reeves. EEUU, 2007. 83 minutos) Vaya la que se ha montado con esta película: si pinchan aquí verán la guerra que se ha desatado entre los que defendemos la cinta y los que piensan que es un pedazo de mierda mareante y falsa como un euro de madera. También los hay que se han quedado igual tras verla, pero sus comentarios son menos divertidos. Si después de leer todo eso aún quieren más, sigan aquí y acompáñenme, que prometo no ponerme muy pesado con el tema.

A mí Cloverfield, lo voy a decir ya, me parece una obra maestra del acojone, una visita al apocalipsis en primera persona y una historia de amor brutal (porque, amigos, la gente guapa también tiene derecho a sufrir por amor, no sólo los freaks como nosotros). Diferentes teorías se están formando sobre lo que es en realidad la cinta y, sobre todo, lo que no es (otra versión del Godzilla de Emmerich, peli que todos pusieron a parir pero que ahora parece que querían volver a ver), muchas de ellas vagas, otras tantas idiotas, algunas ciertamente inteligentes y las menos algo rebuscadas. Yo intento aislar toda la paja y quedarme con la esencia: con la sensación de placer, desconcierto y asombro, todo mezclado, que experimenté mientras estaba en la butaca, engullendo palomitas y haciendo esfuerzos por mantener los ojos en su sitio, mientras me imaginaba con la misma cara de felicidad que tenía Michael Jackson en la escena del cine del Thriller.

Con una estructura sacada directamente del abecé de la narrativa de aventuras y contada mediante una inteligente manipulación cronológica (con elipsis y flash-forwards que están dentro de un gran flash-back narrado, es un decir, desde un tiempo indefinido por una tarjeta de vídeo encontrada tras la debacle... uff), Cloverfield es, entre otras cosas, la película sobre el 11-S que todo el mundo demandaba cuando se estrenaron World Trade Center y United 93 y que ahora no ha conseguido interpretar de esa manera, sólo porque lo que provoca la destrucción es un monstruo y no aviones a manos, según algunos, de terroristas islámicos. Pero hablan de lo mismo: de la fragilidad de nuestras perfectas vidas, de nuestra incompetencia para resolver de manera inmediata y exitosa un ataque a lo que conocemos... Cloverfield habla sobre el caos y nos lo emite en un falso directo, consiguiendo que carguemos con la cámara y que nos preguntemos qué haríamos nosotros en situaciones similares. ¿Atravesaríamos el infierno para buscar a la persona que amamos sabiendo, de entrada, que hay muchas posibilidades de que ya esté muerta? ¿Arriesgaríamos nuestra vida por hacer una declaración de amor a un posible cadáver? Esa temeridad que algunos ven como algo irracional, estúpido y, atención, demasiado americano (¿qué coño significa eso?), a mí me enterneció hasta tal punto que el monstruo se convirtió en algo secundario, en la excusa para poner a prueba a los personajes y llevarles (llevarnos) al límite de la cordura, mandando al pairo todo lo que la lógica nos diría que tendríamos que evitar para seguir con vida. Que a un sector importante del público le moleste, le parezca una exageración, que alguien pueda poner en peligro su vida por un acto de amor tan rotundo como este dice mucho de cómo es el mundo en que vivimos, sin querer hacer demagogia con la frase. Y no creo estar muy equivocado cuando digo que el monstruo, a pesar de lo que pueda parecer, no es lo verdaderamente importante de la película. Aquí los personajes no son meros monigotes a los que el monstruo mira en picado o cenital, son ellos a través de quienes vemos, sufrimos, experimentamos la historia. No hay aquí planos digitales masturbatorios para los amantes de la infografía animada, vemos lo que está grabando (que no siempre observando) uno de los protagonistas y sólo conocemos lo que ellos experimentan. Que no me vengan diciendo que la película es mala porque no da explicaciones sobre el monstruo, porque apenas se ve la criatura (cosa que es mentira, por cierto), porque todo es mareante o porque la historia no es original o es incoherente, porque hay product placement o porque los protagonistas son guapos. Argumentos insuficientes para defenestrar un largometraje rotundo y atrevido, no me jodan, y que ha puesto de manifiesto lo tonta que a veces es la gente (aquí que se incluya quien quiera): en la época del streaming y de la información recogida con móviles o cámaras personales, que es como contemplamos las escenas más impactantes del atentado a las Torres Gemelas, alguien se atreve a hacer una película con ese estilo y se le acusa de ser poco claro, de marear y de no enseñar todo lo que queríamos ver, que es justo uno de los detalles que más me gustaron de la película. ¿Acaso alguien le reprochó a [Rec] que no tuviera elegantes travellings o encuadres elaborados? Si Cloverfield pretende tomar el mismo punto de vista y hacerlo más activo aún, ¿por qué nos debe mostrar todo con la claridad de la tercera persona? ¿No querían realismo? Ah, no, esperen, que resulta que es una película americana, protagonizada por gente guapa, en la que sale publicidad de una marca de móviles, con monstruo gigante y en la que participa el ejército. Eso tiene que ser malo, por cojones. ¿Verdad?

6 feb 2008

Asian Trash Cinema: El Regreso

Me entero, de nuevo gracias a CineAsia, de la aparición de la segunda entrega de la briosa colección Asian Trash Cinema, aquella que comenzó Naimara con el Mazinger Rojo y que hizo que mis ojos casi me saltaran de la cara. Y, como advirtió mi colega Mike Donovan en los comentarios, el nuevo programa doble está formado por Los Invasores del Espacio y Superman contra la Banda Negra. Veamos de qué estamos hablando:


La primera es nada menos que una versión japonesa de Star Wars dirigida en 1978 por Kinji Fukasaku (de quien recomiendo The Green Slime, por bizarra y porque como esta no la menciona Tarantino tampoco se suele citar en los blogs), con papeles para Sonny Chiba, Vic Morrow, Sue Shiomi y un jovencito Hiroyuki Sanada, además de un clon de R2D2 y un montón de maquetas dispuestas a ser reventadas con petardos de los gordos. Según leo a Domingo López en la revista, la cinta está basada en un manga de Shotaro Ishimori (o Ishinomori según otras fuentes) que, debido a la fiebre galáctica desatada por George Lucas, acabó convirtiéndose en un refrito de ojos rasgados de La guerra de las Galaxias, con un Darth Vader con espadas sin láser, que eso siempre mola. A mí el tráiler me pone tonto. ¿Y a ustedes?


Luego tenemos Superman contra la Banda Negra, filmada por Teruo Ishii para la Shintoho en 1957, y que se trata en realidad de un montaje realizado a través de un serial titulado Supa jaiantsu que fue exportado como Super Giant y del que esta sería (si no me fallan las fuentes) la quinta entrega. Todavía no sé si se tratará de una versión de 40 minutos, como la estrenada en su momento con este título, o si habrán hecho un montaje hasta llegar a convertirlo en largometraje como el de El ataque de los supermonstruos que se incluyó en el anterior volumen de Asian Trash Cinema, pero sea como sea, ver a un héroe con antena en la cabeza va a ser interesante dure 40 ó 90 minutos. No he podido encontrar ningún vídeo, así que si alguno de ustedes sabe de algún enlace hagan el favor de pasarlo.

Además del programa doble tenemos también una buena ración de extras en forma de cortometrajes animados, un episodio piloto para la televisión japonesa, otra entrevista a Jackie Chan, trailers, posters, información y algo que me hace especial ilusión y que me lo acaba de confirmar su artífice: unos audiocomentarios de Viru que seguro nos hacen deleitarnos aún más con el visionado de esta locura. Ya estoy deseando tenerlo en mis manos.

5 feb 2008

'Los crímenes de Oxford'

(The Oxford Murders. Álex de la Iglesia. España, 2008. 110 minutos) Siendo uno fan inagotable de Álex de la Iglesia desde sus inicios, esperaba este paso del director bilbaíno con ilusión y miedo al mismo tiempo. Pensaba que, aunque esta película pudiera suponer una buena herramienta para expandir el genio de su responsable hacia otros mercados que aún no había logrado conquistar, bien cabía la posibilidad de que su intento de hacer cine como si sólo fuera un buen artesano al servicio de una historia ajena podría llevar a algo no deseado: la atenuación de su arrebatadora personalidad. A poco que uno haya leído entrevistas de De la Iglesia puede saber que el director ha pretendido en varias ocasiones escribir películas serias, thrillers de factura técnica impecable y que se adscribiesen al género con todas sus consecuencias, quejándose de que no le salían. Por fin, para placer suyo y disgusto de los que nos temíamos lo peor, lo ha conseguido. O casi.

Los crímenes de Oxford (basada en una novela que no he leído y que el director ha adaptado junto a Guerricaecheverría) no me parece una mala película y desde el punto de vista de De la Iglesia supone todo un triunfo. Él debe estar de lo más orgulloso: ha conseguido filmar en el extranjero, en un idioma que no es el suyo, con estrellas internacionales y con un estilo que toma bastante del Frenesí de Hitchcock (con sus sinuosos planos secuencias trucados... pero sin su oscuro sentido del humor). Ha hecho una pieza elegante, bien llevada y comercial, además de seria en su justa medida. El problema está en que eso lo podría haber hecho otro. Hay por tanto aquí un conflicto que intenté salvar como mejor pude y que se disputa entre la intención del director y lo que nosotros (adopto el plural mayestático atreviéndome a hablar por los seguidores de Álex) deseábamos ver. El espectador casual, el que vaya al cine a ver esa peli de misterio del prota del Señor de los Anillos y que nunca ha visto Muertos de risa o Acción mutante, podrá encontrarse con una cinta de suspense que siempre irá por delante de él (y de todos, porque la idea motriz, interesante pero incómoda, es dinamitar las leyes del whodunit y no permitirnos saber más que los protagonistas... otra diferencia con Hitchcock), pero que le puede dejar el buen regusto de pensar que ha visto una peli inteligente. Y, miren, quien más y quien menos pensará que bien vale el precio de una entrada ver unos espaguetis encima de los bellos senos de la talentosa Leonor Watling. Pero a nosotros nos sabe a poco, acostumbrados a un De la Iglesia sin corsés, enérgico y energético, capaz de contar las historias más absurdas con la mayor claridad y afortunadamente enganchado al exceso. Está muy bien que el director demuestre que sabe cómo encarar un proyecto de estas características y manejarse sobradamente bien en territorio más o menos ajeno. Y por eso, decía, él puede estar orgulloso de Los crímenes de Oxford. Es más, debe hacerlo, porque las muestras de valor y de entrega al género no es que sean muy fáciles de ver en nuestro cine.

Entonces, ¿en qué quedamos? Porque alguno puede pensar que me estoy contradiciendo... cuando no es así. En resumidas cuentas lo que pretendo decir es que la película está bien, pero es poco viniendo de Álex de la Iglesia y lo mismo que la firma él lo podría haber hecho, salvo por cuatro escenas sueltas, el Ron Howard de El código Da Vinci. En cualquier caso, es interesante destacar la posibilidad de entender todo esto como una gran broma de Álex; intenten asimilar la cinta como una falsificación del thriller (recuerden uno de los escenarios finales), como una manipulación maquiavélica de sus axiomas, como una patada en la entrepierna de los que en las películas de suspense se jactan de averiguar antes que nadie quién es el asesino. Quizá, aunque no nos guste, ahí esté la clave de lo que el director ha pretendido hacer: si los protagonistas son expertos matemáticos que creen que pueden descifrar la serie lógica que les ayude a solucionar el misterio de los crímenes, nosotros seríamos los curtidos en thrillers que, a medida que transcurre el largometraje, vamos cayendo progresivamente en la impotencia de sabernos condenados al fracaso en cuanto a voyeurs detectives. Si Álex de la Iglesia, con su manera de no dar lo que se esperaba de él pero tampoco lo que desearíamos en una cinta de este tipo (pistas a seguir, falsos culpables sospechosos, escenas impactantes, una explicación final reveladora y que nos ayudara a componer el rompecabezas...), quería hacernos quedar como veladores de lo convencional, lo ha conseguido con creces. Así que, aunque Los crímenes de Oxford sea la película suya que menos me guste, bravo por él.