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31 oct 2009

'Truco o trato'

(Trick 'r Treat. Michael Dougherty. EEUU. 2007. 79 minutos). ¿Cuánto tiempo hace que una película de terror no les sorprende de verdad? Truco o trato parte de varios clichés en principio poco atractivos para el espectador curtido: situada en una fecha concreta del calendario tan propicia para el horror como Halloween, plantea cuatro historias independientes que no ocultan su procedencia de cortometrajes aglutinados para la ocasión y que, como es de rigor, están enlazadas por una figura que no es pieza activa en estos segmentos pero que puede (y aquí lo hace) adquirir protagonismo en la última parte del conjunto para darle cohesión o para, simplemente, acabar la fiesta con un chiste. Piensen en las películas de capítulos de la Amicus, en Creepshow (George A. Romero, 1982), El gato infernal (Tales from the Darkside: The Movie. John Harrison, 1990) o sus abuelos en papel de la EC. Pero recuerden también Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), Crash (Paul Haggis, 2004) o cualquiera de Alejandro González Iñárritu, porque son también referentes que Michael Dougherty maneja para estructurar su opera prima. Esto, viniendo de un tipo cuyo último trabajo fue participar en el guión de Superman Returns (Bryan Singer, 2006), puede acojonar bastante. Pero este detalle no hace más que acrecentar la sensación de sorpresa que provoca la película, sin duda llena de tópicos y aparentemente sin rumbo durante su primera media hora, pero que consigue remontar al dar la oportunidad al espectador de entender que se enfrenta a un puzzle de lugares transitados pero no siempre tan bien mezclados como aquí.

LO MEJOR: No pierde el tiempo y sabe conjugar con acierto
muchos elementos terroríficos.
LO PEOR: Que todavía no haya secuela.
Posiblemente tengamos que remontarnos a El terror llama a su puerta (Night of the creeps. Fred Dekker, 1986) para encontrar otro título que sepa conjugar de manera tan efectiva e inteligente las hierbas del terror entendido como puro goce lúdico (y si no es así, les pido que me refresquen la memoria y me citen títulos en los comentarios), aquí con zombis, vampiros, hombres lobo... o quizá sin ninguno de ellos, porque otro de los aciertos de Truco o trato es que, ajustándose a su contexto, es una película que juega con las apariencias, los disfraces, las intenciones ocultas y los engaños, sobre todo los que se arrojan a la cara de un espectador que ve cómo sus pretensiones de ir siempre por delante de la historia son barridas cada diez minutos por un nuevo giro que no ha sabido intuir (o que incluso ha descartado mentalmente por descabellado). Y así transcurren los fugaces 79 minutos de la cinta (contando créditos), entre el susto, el suspense, la carcajada y la perplejidad, alternando historias que en realidad son sólo una y que se resumen en la figura de Sam: el niño que intenta mantener las normas de Halloween y al que queremos ver pronto de nuevo en acción, porque pocas veces uno tiene tantas ganas de una secuela cuando termina de ver por primera vez un título del que hora y media antes no sabía nada.

28 oct 2009

'This is it'

(This is it. Kenny Ortega. EEUU. 2009. 112 minutos). La forma más fácil que tenía Kenny Ortega de acercarse a la figura de Michael Jackson en este documental era la de la hagiografía, abordando la figura de un mito desde las ventajas que dan el haberle sobrevivido, haber trabajado estrechamente con él en su proyecto más ambicioso en años y saber que tenía millones de espectadores en potencia deseando ver en pantalla grande los ensayos de lo que jamás podrán ya ver en vivo. Sin embargo, con un giro de guión que no esperaba de Ortega ni de Sony (estos últimos dispuestos a exprimir el cadáver de Michael Jackson ahora que sí le consideran rentable) y que agradezco considerablemente no sólo como fan de Jackson sino como espectador, This is it no pretende ser la propuesta de beatificación de Michael que algunos temíamos ni tampoco el crowd pleaser en busca de la lágrima fácil que en el fondo muchos querrían ver. No encontrarán en la película, aparte de algún rótulo justificada y apropiadamente solemne, momentos para la lástima y las condolencias, porque prefiere celebrar a Michael Jackson antes que llorarle. Por eso en ningún momento carga las tintas sobre la desaparición del Rey del Pop, no hay imágenes de archivo sobre su deceso ni testimonios post-mortem, sino que se ajusta honradamente a lo que debería ser: un resumen de los ensayos de los conciertos de Londres que finalmente no se produjeron, entre los que se intercalan algunas declaraciones de varios miembros del equipo y varias secuencias que conforman una radiografía poco (pero suficientemente) precisa sobre el esqueleto del show que estaban preparando. No hay tampoco nada que hable sobre el estado de salud de Jackson, sobre sus presuntos problemas financieros o a propósito de su ajetreada vida privada (ya llegará el momento de todo eso cuando filmen un biopic). Pero no es una omisión consciente de cara a glorificar la persona de Michael, ya que se centran escrupulosamente en el artista, en el creador de música y espectáculo y así es como se le representa: siempre inquieto, imparable y en forma, atento con sus compañeros pero también inflexible y obsesivamente perfeccionista sobre el acabado final de su obra, capaz de detener un ensayo que parece perfecto porque un efecto de luz no ha entrado a tiempo o un bajo no suena "lo suficientemente funky".

Al mismo tiempo, podemos apreciar un Michael Jackson profundamente religioso y activista de la causa ecológica, así como alguien controlado por su don artístico: después de interpretar I just can't stop loving you como si estuviera delante de miles de personas, se queja al equipo de que no debería forzar su voz ya que sólo están ensayando, pero es gracias a esa incapacidad para controlar su pasión sobre el escenario que This is it, la película, llega a convertirse en algo tan emocionante: primero porque resulta vibrante ver al artista interpretando por última vez sus temas más conocidos (con la afortunada inclusión de otros que no lo son tanto, como Speechless o Threatened, que sólo reconocerán los muy fans) con una energía en los movimientos insospechada, y segundo porque planta dentro de los espectadores más entregados la semilla de la frustración, al invitarles a imaginar lo que podría haber dado de sí el espectáculo una vez finalizado y presentado en directo. En este sentido es digno de destacar también la inclusión de vídeos inéditos, o fragmentos de ellos, que estaban preparando para proyectar en la pantalla del O2 Arena de Londres: una nueva versión de Smooth Criminal que reutiliza partes del vídeo original junto a escenas nuevas y un montaje que sitúa a Michael recogiendo el guante de Gilda y esquivando las balas de Humphrey Bogart; Thriller es también objeto de nuevas imágenes en las que se recupera un fragmento inédito del rap de Vincent Price que no había sido incluído en la versión original; y por último Earth Song se apoya en las imágenes de una niña perdida en medio de una deforestación salvaje.

Todo el proyecto está concebido con la sana intención de rendir tributo artístico al legado musical de Michael Jackson y convertirse en un regalo para fans. La duda está en si las dos horas de este collage, que además se proyecta en versión original subtitulada (otra de las gratas sorpresas del evento), resultarán un producto plúmbeo para los que no son fans de Jackson, ya que el resultado final no parece el idóneo para satisfacer a curiosos, morbosos o casuales, tampoco para los que busquen un análisis profundo sobre la huella de su protagonista en la cultura pop o un espectáculo audiovisual como Moonwalker. This is it no es más que lo que promete: un montaje de los mejores momentos de los ensayos para los truncados conciertos londinenses (impagable, casi doloroso, es el ensayo de I'll be there), con un acabado técnico propio de su carácter de grabación personal, empaquetados y servidos con buen gusto y una decencia (por todo lo que he explicado antes) que, siendo sincero, no esperaba encontrar. Su grado de fascinación depende, pues, de la relación que ustedes tengan con la figura de Michael Jackson, aunque en este caso la etiqueta "sólo para fans" debería considerarse más un elogio que un agravio. Un último apunte: no se levanten hasta que finalicen los títulos de crédito.


26 oct 2009

'Imago Mortis'

(Imago Mortis. Stefano Bessoni. Italia/España/Irlanda. 2009. 95 minutos). El debut en la dirección del italiano Stefano Bessoni está lleno de referencias de alguien a quien le gusta el género pero no sabe muy bien qué hacer con él: el instituto Murnau, la señora Nicolodi o el "Profesor Caligari" son la prueba evidente, cansina, de los referentes que maneja el italiano a lo largo de la película, añadiéndole un poco de Peeping Tom y algunos toques visuales que la emparentan levemente con el torture-porn (el Thanatoscopio parece sacado de la retorcida mente de Jigsaw). Pero lo que se supone un homenaje a los gialli, al expresionismo alemán y a las historias de fantasmas acaba convirtiéndose en un pastiche indigesto de estratosféricas propiedades narcolépticas, una molesta pieza de horror vacui que pretende camuflar los agujeros de guión bajo toneladas de planos de relleno de un efectismo risible.

Alberto Amarilla estaba mucho mejor, desde luego, en la aprovechable Fuga de cerebros. Pero en esta ocasión ni él, ni las Chaplin, ni Álex Angulo pueden hacer demasiado por aportar algo de credibilidad a una historia que desde el principio se muestra artificiosa y desnortada, en la que no hay ningún tipo de progresión dramática y todo el terror se reduce a un puñado de apariciones fantasmales que, para colmo, juegan la sobada carta de la posible locura del protagonista como responsable de las mismas. A esto añádanle una fotografía que parece querer emular el tenebrismo de Caravaggio, lo que unido a un ritmo moroso tampoco ayuda demasiado a evitar esa sensación de tedio que preside la mayoría del metraje de esta Imago Mortis que, para estar ambientada en una escuela de cinematografía y aspirar a ser un homenaje pansubgenérico que nació de la pluma de Richard Stanley, no es más que un puñado de fotogramas muertos y, para quien esto escribe y desde ya, enterrados.


17 oct 2009

'Malditos Bastardos'

(Inglorious Basterds. Quentin Tarantino. EEUU/Alemania. 2009. 153 minutos). Considerar Malditos Bastardos como una estafa ha sido lo más común desde que se estrenó la película, pero estaríamos obviando un detalle importante: Tarantino construye su cine a base de retales que extrae de manera indiscriminada de toda la ponzoña que lleva dentro de su cabeza y, en su microcosmos de referencias heterogéneas pero siempre de raigambre bé y zeta, ha dejado influenciarse por otra de las características de este tipo de cine, algo que antaño nos enojaba y ahora encumbramos como uno de los pilares en los que se sostiene nuestra nostalgia audiovisual. Hablo de dar gato por liebre. Recuerden esas carátulas de videoclub en las que la hipérbole hecha dibujo nos epataba y en las que, indefectiblemente, los músculos del protagonista siempre eran más gruesos, las chicas más guapas y las explosiones más grandes que en la realidad que nos devolvía la cinta al pulsar el Play. Era una putada, pero era parte del juego. Tarantino no ha mentido en los carteles promocionales de Malditos Bastardos, pero ha ido más lejos todavía y ha construido un mundo de expectativas visuales, genéricas y argumentales que no se cumplen y que se plantean desde el mismo título. Los Malditos Bastardos, con Brad Pitt en cabeza, son el reclamo publicitario sobre el que se sustenta toda la promoción, pero Tarantino les utiliza del mismo modo en que Joseph Lai usaba a Richard Harrison: aparte de servir de punch, aparecen sólo en algunas secuencias y se mueven por una trama que transcurre paralela a la principal (aquí, las motivaciones de Soshanna, su historia de venganza por encima de la Historia) con la que no tiene por qué cruzarse, aunque en este caso sí que convergen ambas vías en un Capítulo 5 de una belleza y una ejecución técnica incuestionables. Porque, y esto es lo que separa a los cabezones intransigentes de los sagaces, lo que cuenta al fin y al cabo es que la cosa funcione. Y Malditos Bastardos, por mucho que se aleje de lo que se esperaba de ella, no da gato por liebre, sino que a cambio nos ofrece otra liebre distinta a la que todos queríamos dar caza y que no por ello deja de resultar igual de jugosa.


Decía el acomodador a la salida del cine: "no se ven películas como ésta todos los días, ¿eh?". Y en esa frase está la clave: independientemente de lo mucho o poco que se acerque a nuestras expectativas, Malditos Bastardos, como todo lo que ha estrenado Tarantino después de Reservoir Dogs, ha sido la película ineludible de la temporada, el Quijote de este otoño, el anti-blockbuster de visión obligada. Es, en definitiva, una bella contradicción: una película de guerra sin escenas bélicas, protagonizada por un comando de soldados que resultan ser secundarios, que bebe más del western que de las historias de la II Guerra Mundial y que, a pesar de su extensa duración, sólo está compuesta por un puñado de secuencias (casi una por capítulo de los cinco que forman su estructura). Pero su validez, como viene siendo habitual en Quentin, va mucho más allá del catálogo de referencias atinadas (esas que a usted le hacen sentir más inteligente que a sus compañeros de butaca) que se intenta justificar como único mérito de su filmografía. Lo poderoso de Tarantino y de Malditos Bastardos es su perversa inteligencia, el ir siempre por delante de las previsiones del público para machacarlas mientras le acaricia el lomo con un par de guiños complacientes, su didactismo cinematográfico (no sólo porque fomenta el descubrimiento de las piezas que componen el corpus referencial de Tarantino, sino porque es una película que habla más del poder de las imágenes y los iconos que del contexto histórico que la enmarca) y su capacidad para crear tensión desde la nada estirando las situaciones dramáticas al máximo para culminar siempre con una explosión de eficacia visual y narrativa, aunque a veces corra el riesgo de propasarse prolongando determinados momentos hasta rozar levemente el hastío, lo que supone el único hándicap real de la película más allá de nuestras injustas preconcepciones. Así que uno no debe entrar en el juego de si es la mejor o peor película de Tarantino o en qué posición del ranking estaría, de si es mejor o peor de lo que esperábamos sólo por ser diferente, porque estaríamos haciendo un esfuerzo en vano que nos alejaría de lo que realmente importa: Malditos Bastardos contiene toda la audacia, riqueza audiovisual e intensidad dramática que cabía exigirle. Y además, violencia y carcajadas. ¿De qué nos quejamos?

15 oct 2009

Vuelve Raimi


Antes de retomar la actividad del blog (siempre dentro de su irregularidad e inestabilidad), les cedo el último artículo que he publicado en Crónicas de un pueblo, escrito ya hace bastante tiempo, pero que no ha salido a la luz hasta ahora. De hecho, si no hice reseña para el blog de esta película en su momento fue porque ya pensaba en este post. En los próximos días seguramente lean aquí otras reseñas con sabor a rancio y olor a habitación cerrada durante días, sobre películas no tan cercanas para ser consideradas novedades ni tan viejas como para llevar consigo carga sentimental. Lo que casi ningún bloguero quiere, vaya. Les dejo con Raimi y mis ñoñerías nostálgicas.

Ya les hablé sobre el impacto que en mi infancia tuvo el pase de DEMONS (1985) en ‘Noche de Lobos’, pero hubo otro momento relacionado con este extinto programa de Antena 3 que marcó de manera aún más fuerte un antes y un después en mi manera de concebir el cine y, por extensión, la vida. El 21 de Octubre de 1990 tomé consciencia de algo en lo que el niño de diez años que era no había reparado aún: las películas estaban hechas por personas. Silencio. Estupefacción. Seguro que les parece una tontería, así que tendré que explicarme. Esa noche Joan Lluís Goas presentaba POSESIÓN INFERNAL (Evil Dead, 1982) revelándome algo que hizo que dejara en la cuneta mi sueño infantil de ser astronauta: la película la había filmado un tal Sam Raimi con amigos, reuniendo entre todos dinero y útiles prácticos para el rodaje, y rodando en una cabaña en el bosque y un garaje. Impresionado y cargado de ilusión e inocencia, me dije que eso también lo podría hacer yo. Algún día. Algún día…


Creo que sobre esto ya he escrito alguna vez en alguna parte (quizá incluso fuera en este mismo periódico), pero me sirve de introducción para hablarles de ARRÁSTRAME AL INFIERNO (Drag me to hell, 2009), la película con la que Sam Raimi vuelve al cine de terror después de su paso por la saga SPIDER-MAN y otros proyectos que, desde luego, en ningún caso han logrado despertar mi entusiasmo del modo en el que lo hicieron la trilogía EVIL DEAD (1982/1987/1992) y DARKMAN (1990), mi película favorita de superhéroes de todos los tiempos. Teniendo en cuenta que el de Raimi es seguramente el primer nombre de director de cine que retuve y que contribuyó a hacerme fan vitalicio del horror fílmico, para un servidor es un acontecimiento. Partiendo de esa base, era inevitable que mis expectativas estuvieran por encima del resultado final, pero ese nunca ha de ser un baremo fiable a la hora de valorar los verdaderos méritos de cualquier hecho artístico. Lo cierto es que ARRÁSTRAME AL INFIERNO recupera el vigor narrativo de Raimi, su locura visual y su sentido del humor negro y cartooniano. El tema es recurrente y retrotrae a los lances de Ash en todo EVIL DEAD: se trata de El Mal intentando poseer al protagonista, aquí insistentemente por vía oral (a la protagonista le entran por la boca moscas, jugos de embalsamamiento, un brazo, un ojo…). Pero hay una diferencia importante que es, además, la que impide que el disfrute sea tan pleno como lo era en las anteriores muestras del Raimi terrorífico: aquí hay moraleja. La heroína (por llamarla de algún modo) sufre una maldición por culpa de su ambición y el modo en el que utiliza a una anciana, humillándola y negándole una ampliación que evite que le expropien la casa, para impresionar a su jefe en el banco y conseguir así un ascenso. Por tanto, el terror no surge aquí de la curiosidad y la inocencia de los que abrían el Libro de los Muertos y leían sus pasajes como si de un juego se tratara, sino que los hermanos Raimi (Sam e Ivan, que recuperan un guión que guardaban desde hace más de una década) juzgan a su protagonista y la condenan a pagar por ello. Esta opción es la culpable de algunos de los pasajes más tópicos y menos excitantes del guión, pero poco importa cuando finalmente vemos a una cabra poseída que habla. Si eso no redime a cualquier película de terror con tintes cómicos, ¿qué podría hacerlo?