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31 dic 2010

Profondo Rosso: La pequeña tienda de los horrores


El último artículo que publico este año en Crónicas de un Pueblo y en este blog no podría ser otro. Tenía que estar dedicado a ella, a Bea, la persona que ha llegado para compensar los desbarajustes de este año, de esta década, de esta vida. Gracias a ella viví este momento de felicidad pura que relato a continuación, un pequeño fragmento de los días de ensueño que viví con ella en Roma y que, espero, servirán de preludio para todo lo que aún nos queda por vivir. Esto es para ti.

Cuando uno planea un viaje a Roma, y más si es en pareja, sabe que hay una serie de lugares que no puede dejar de visitar: la Fontana di Trevi, el Coliseo, la Basílica de San Pietro en el Vaticano, etc. Cuando uno es un frikazo como un servidor, añade a esta lista una parada ineludible: la tienda Profondo Rosso, propiedad del director y guionista Luigi Cozzi fundada junto a Dario Argento en 1989 (cuya película de 1975 es la que da nombre al establecimiento). Situada en la Via dei Gracchi nº260 (próxima al Musei Vaticani), la tienda es un pequeño local atiborrado de artículos relacionados con el cine fantástico, donde uno se siente atrapado en medio de figuras de tamaño real como la del Monstruo de la Laguna o de máscaras de todo tipo de personajes que van desde Jason Voorhees al Depredador, pasando por réplicas de Michael Jackson, Yoda o Bart Simpson. También hay libros (casi todos, lástima, en Italiano, salvo algunos en inglés) que desgranan las filmografías de Lucio Fulci, Mario Bava o Tinto Brass, junto a ediciones en DVD de películas que en España no están disponibles o que han sido lanzadas al mercado en versiones mutiladas. Un paraíso del que podría haber salido con bolsas llenas de no ser porque luego tendría que facturar una maleta aparte y porque, con el poco presupuesto que manejaba, me resultaba imposible elegir algo concreto que llevarme. Al final… únicamente dos llaveros, uno para Bea y otro para mí.
Pero ese pequeño souvenir material no puede equipararse al recuerdo que guardaré siempre sobre lo que vi en el sótano de la tienda. Allí se esconde un museo en el que uno puede apreciar de primera mano los muñecos que Sergio Stivaletti creó para cintas míticas como PHENOMENA (Dario Argento, 1983) o DEMONS (Lamberto Bava, 1985), de la que, si son seguidores de mis artículos en estas páginas, sabrán que son un ferviente admirador. Además, efigies de Darth Vader o Freddy Krueger amenizan el paseo por esos pasillos angostos mientras una voz nos cuenta lo que estamos viendo. Lo mejor de todo es que el museo estaba cerrado hasta después de navidades, pero mi cara de pena y la frase “es que venimos de España y no sabemos si tendremos otra oportunidad de ver el museo…” obraron el milagro: el encargado de la tienda nos dejó pasar como favor personal, a pesar de que había algunos elementos fuera de lugar que evidenciaban que lo estaban reformando (libros apilados donde no debían, figuras fuera de sitio, etc.). A pesar de eso, el rápido recorrido por esas habitaciones tétricas se convirtió en una experiencia a retener en la memoria, no sólo por poder ver y tocar el atrezzo de algunas de las cintas con las que me he quemado las retinas, sino por poder hacerlo junto a Bea, quien no lo pasa precisamente bien cuando se trata de cine de terror pero que, en un gesto que siempre le agradeceré, accedió a compartir conmigo ese paseo por lo oscuro en el que disfruté como un crío y del que salí queriéndole aún más. Gracias, Bea.









30 dic 2010

'Pesadilla en la playa'

(Nightmare beach. Umberto Lenzi. Italia. 1988. 86 minutos) Umberto Lenzi merece su puesto de honor en los anales del cine fantástico europeo, aunque sólo sea por haber hecho correr a los zombis por primera vez en La invasión de los zombies atómicos (Incubo sulla città contaminata / Nightmare City. 1980), mucho antes de que Danny Boyle se vanagloriara de haber hecho lo mismo con la muy posterior (y mucho menos divertida) 28 días después (28 days later. 2002). Tras varios títulos enfocados hacia el cíne bélico, Lenzi volvió al terror en 1988 con esta película que pretendía subirse al carro del éxito del slasher norteamericano, ese cine de psicópatas enmascarados que tan buenos resultados dio durante un par de décadas en los cines y videoclubes de medio planeta. Para ello, tomó el seudónimo de Harry Kirkpatrick y se marchó a Florida con dinero italiano para rodar esta Pesadilla en la playa que hoy nos ocupa. En el reparto, varios nombres conocidos: John Saxon haciendo una vez más de sheriff cabrón, junto al tarantiniano Michael Parks haciendo de doctor alcohólico y, en el papel de sacerdote un tanto peculiar, el tipo que se divertía persiguiendo al Equipo-A de costa a costa de los Estados Unidos, Lance LeGault. Aunque los papeles protagonistas recayeron en los menos populares Sarah Buxton y Nicolas De Toth (hijo de André De Toth y actualmente montador de Los viajes de Gulliver, X-Men Orígenes: Lobezno o La Jungla 4.0). 

LO MEJOR: El descaro Made in Italy.
LO PEOR: A veces uno se olvida que está viendo una peli
de terror.
El argumento sigue las reglas del subgénero al que pretende imitar: en una ciudad costera norteamericana, el líder de una banda de moteros que se hacen llamar Demons (quienes llevan en sus chaquetas este nombre impreso con una tipografía muy similar a la utilizada en la película homónima de Lamberto Bava) es ejecutado en la silla eléctrica acusado de asesinar a una joven. Poco después, un misterioso asesino motorista hace de las suyas en la ciudad, equipado con una silla eléctrica en su propia motocicleta y vestido con un traje de cuero negro y un casco opaco que hace imposible su identificación. La hermana de la chica asesinada y un joven que ha perdido de vista a un amigo se unen para desenmarañar el misterio, mientras el motorista ¿fantasma? sigue haciendo de las suyas con una serie de asesinatos poco imaginativos o espectaculares a pesar de la herramienta que utiliza para matar. Por su parte, las autoridades locales pretenden enmascarar lo que está ocurriendo y buscar un culpable para tranquilizar a la población, quizá porque alguno de sus miembros tiene bastante que ocultar... Pesadilla en la playa es una película muy propia de su época, con un suspense de baratillo, un asesino enmascarado de identidad dudosa (y aquí marean bastante la perdiz para conseguir despistarnos), una historia de amor en circunstancias extremas y ocasionales momentos gore con los que justificar su adscripción al género de terror. Lo que resulta más peculiar es el hecho de estar rodada por italiano en una playa estadounidense: Lenzi adereza las convenciones con algunas subtramas recurrentes que se van repitiendo a lo largo de la cinta, con cierto cariz paródico y que tienen como protagonistas a un bromista que se pasa todo el tiempo simulando su muerte (hasta que... claro, muere a manos del asesino), una joven que saca dinero a viejos ricachones a cambio de (supuestos) favores sexuales, un gerente de hotel vouyeur y algo así como un hooligan que se pasa la película proclamando su odio hacia la gente de color. Además de eso, Lenzi rellena metraje de manera totalmente descarada incluyendo exhibiciones de tetas (y algún culo masculino) en concursos de camisetas mojadas en la playa, lo cual, seamos francos, casi siempre es mejor que alargar metraje con diálogos absurdos que no conducen a ninguna parte. Lamentablemente, en Pesadilla en la playa también hay momentos así, logrando que sus 86 minutos pesen por momentos como una losa, adquiriendo la película en ocasiones un ritmo ridículamente lento que pide a gritos más terror, más acción, más sangre, más humor, más motorista asesino y menos escenas en chiringuitos o conversaciones chorras entre personajes. Una lástima, porque la historia es lo suficientemente absurda y el asesino lo bastante peculiar como para que Lenzi le hubiera insuflado más diversión a una película que se queda a medio camino de lo que podría ser, pero que aún así posee el encanto del cine de explotación italiano (aquí en versión fagocitadora de las producciones yanquis) que tanto echamos de menos y surtió nuestra educación cinéfaga de títulos bastardos e imágenes perturbadoras e imborrables.

29 dic 2010

'Arena (El ring de las Galaxias)'

(Arena. Peter Manoogian. Estados Unidos / Italia. 1988. 96 minutos) Que Charles Band es uno de los nombres más importantes del cine de Serie B de los años ochenta y principios de los noventa es un hecho irrefutable: él fue el tipo que puso dinero, por ejemplo, para algunos de los mejores títulos de Stuart Gordon como Re-Sonator (From beyond. 1986), Dolls (1987) o Castle Freak (1995), y ya fuera bajo el sello Empire o el de Full Moon, ayudó a sacar a flote algunas sagas que se han convertido en mini-mitos entre el fandom, como Ghoulies, Trancers o Puppet Master. Igual de impepinable es que produjo mierdas de gran calibre y lo sigue haciendo de manera infatigable. Una de las más pestilentes fue Arena (El ring de las Galaxias), título de ingrato recuerdo que llenó algunas sesiones de sobremesa en la Antena 3 de los comienzos, cuando todavía se podía encontrar uno con películas así por televisión y no tenía que recurrir a los videoclubes prehistóricos o internet para poder verlas. Arena fue rodada en Roma entre 1987 y 1988 en los estudios que la Empire tenía en la ciudad italiana, aunque no se estrenaría en Estados Unidos hasta 1991, tras haber sido explotada en vídeo en algunos países europeos. Eso da buena fe de la confianza que los responsables de la película tenían en ella... En mi caso, debo reconocer que no recuerdo nunca haber sentido un cariño especial por Arena. Con lo fácil que era contentarme por esa época, algo grave tenía que suceder para que no guardara un recuerdo agradable sobre una película en la que se mezclaban tres de mis obsesiones infantiles: las hostias, las naves espaciales y los bichos. Pero la casualidad y el tiempo libre han hecho que le dé una oportunidad y ahora puedo decir que lo entiendo todo. 

LO MEJOR: No tener que verla otra vez.
LO PEOR: Que algún día se me olvide lo mala que es y 
vuelva a verla.
Veamos. El protagonista es un cocinero torpe en una cafetería del espacio. Es bueno con los puños y no tiene muchas luces, lo cual es una mala combinación: es despedido por liarse a mamporros con un cliente maleducado, lo que le pone en una situación comprometida ya que al no tener trabajo podría ser expulsado de la estación galáctica y devuelto a la Tierra. En realidad, eso es lo que él anhela, aunque su otro sueño es competir en la Arena: un torneo de lucha entre participantes de todas las galaxias en el que hace cincuenta años que no vence ningún humano. Una serie de acontecimientos (demasiado aburridos de contar y que ocupan 38 minutazos de película) le llevan finalmente a participar en la Arena, momento en el cual pensamos que va a empezar la diversión, pero no. Gran parte de la culpa la tiene el protagonista, Paul Satterfield, quien resulta de un antipático y una sosería descomunales (esta especie de Christopher Reeve en rubio era uno de los protagonistas del segmento La balsa en Creepshow 2). Pero no sólo es eso, la película no tiene ritmo, no tiene ni un gramo de épica, las peleas son horrendas y todo por culpa de un error garrafal que está en el propio concepto inicial de la cinta: ver a criaturas monstruosas creadas por John Carl Buechler está bien, ver una película de torneos de lucha ambientada en el espacio también puede estar bien, hacer que alguien luche contra esos monstruos no está bien. Con esa premisa, es imposible encontrar cualquier rasgo de dinamismo: no se puede dar espectacularidad ni ritmo a una pelea cuerpo a cuerpo entre un tío mazas y un saltamontes grigante from outer space. Desde ese punto de vista, Arena es una película que jamás debía haberse realizado, noventa minutos de una inutilidad total que no consiguen ni siquiera entretener o generar algo de goce cinéfago más allá de alabar lo descabellado e imposible de su propuesta. Es más, hay momentos en los que puede resultar incluso molesta: ahí están esas escenas de taberna horribles, con música cochambrosa y atrezzo ridículo, llevándose la palma ese momento prácticamente insoportable en el que Shari Shattuck canta 'I love the barbarian'. Arena es, por muchos motivos, pura basura sin gracia, caspa interestelar desechable que no merece más minutos de su tiempo que el que pueden emplear viendo su tráiler.  

28 dic 2010

'Rebobine, por favor'

(Be kind, rewind. Michel Gondry. Estados Unidos. 2008. 101 minutos) Falta muy poco para que podamos ver la incursión en el cine de superhéroes de Michel Gondry con la apetitosa The Green Hornet (el 14 de Enero tendremos en las carteleras esta versión cinematográfica de la serie protagonizada por Bruce Lee entre 1966 y 1967), momento en el cual podremos comprobar si el director se ha pasado al cine convencional o si, aun manejando un presupuesto de noventa millones de dólares, mantiene esa personalidad e inventiva visual que le han hecho famoso desde los tiempos en los que dirigía obras maestras en miniatura como el Around the world de Daft Punk. En caso de que se haya pasado al lado oscuro y se convierta en un asalariado más de la maquinaria hollywoodiense, Rebobine, por favor podría quedar en la memoria como una bella carta de amor y despedida hacia una forma artesanal de concebir el cine destinada al olvido por la tiranía de lo digital.

LO MEJOR: Las películas suecadas y la emocionante 
proyección final.
LO PEOR: Jack Black no siempre resulta tan gracioso como
pretende. 
La película cuenta la historia de un grupo de personajes fuera de lugar cuya forma de vida y hábitat está a punto de extinguirse: en la era del DVD (o Blu-Ray) y los edificios de diseño, un viejo videoclub donde sólo se alquilan VHS y situado en la esquina de un bloque de pisos antiguo tiene los días contados. Cuando Jerry (Jack Black) queda magnetizado al intentar sabotear una planta eléctrica, borra accidentalmente todas las cintas del videoclub propiedad de Elroy Fletcher (Danny Glover). Mike (Mos Def) tiene una idea descabellada y brillante: filmarán sus propias versiones de todos los títulos que vayan solicitando los clientes para mantener a flote el negocio e intentar conseguir el dinero necesario para reformar el videoclub sin que sea derribado. Lo que en un principio comienza como una solución de emergencia y con el propósito de salvar el local se acaba convirtiendo en algo más: las pequeñas piezas, esos remakes suecados, consiguen insuflar vida a un barrio muerto donde la ilusión había desaparecido mucho tiempo atrás. Gondry nos habla en realidad del poder de la creatividad, del placer de la creación artística y la fuerza de las imágenes en movimiento, reflexiona sobre la importancia de la ilusión y la imaginación en nuestras vidas no sólo como una vía de escape hacia la mediocridad de las mismas, sino como una manera enriquecedora de mejorarlas. Y lo hace homenajeando otros tiempos en los que el cine y la música estaban hechos de esa pasta, nunca parodiando la cantidad de títulos que cita, sino rememorando su capacidad para generar entusiasmo, el mismo entusiasmo que contagia la película y que conduce hacia un final emotivo, agridulce y rematadamente bello capaz de poner la piel de gallina a cualquiera que lleve algo de cine en sus venas. Si son capaces de resistirse o de mirar el cartel de la película sin esbozar una sonrisa, lo siento, están ustedes cinematográficamente muertos. 

27 dic 2010

'Jóvenes y brujas'

(The Craft. Andrew Fleming. Estados Unidos. 1996. 97 minutos) En 1996 el cine de terror estaba pasando por uno de sus peores momentos tanto a nivel comercial como artístico. Su presencia principalmente era visible en productos de baja calidad y desprovistos de gracia alguna que engrosaban las estanterías de los videoclubes, con la esporádica aparición de algún título mainstream apto para todos los públicos o rarezas independientes producidas fuera de Hollywood. El panorama era tan desolador que cuando llegó a las carteleras Jóvenes y brujas no pudimos hacer menos que celebrarlo de la mejor manera posible: acudiendo al cine a ver, por primera vez en mucho tiempo, una película de terror adolescente que no era una secuela o una explotación indirecta de algún éxito de los ochenta. La película de Andrew Fleming sirvió como preludio de lo que vendría un par de meses después: Scream (Wes Craven, 1996) serviría como revulsivo para las nuevas generaciones de espectadores, generando una nueva ola de terror teenager que tuvo una vida corta de unos cuatro años, pero resultó lo suficientemente intensa como para que el género volviera a vivir un periodo de esplendor como no se había visto desde hacía mucho tiempo. La película escrita por Kevin Williamson y dirigida por Craven (llamada originalmente Scary Movie... título con el que ya saben qué ocurrió después) es la que oficialmente resucitó el cine de terror, pero hay que otorgarle a Jóvenes y brujas (en la que ya estaban dos de los protagonistas de Scream: Neve Campbell y Skeet Ulrich) el honor de ser la cinta que reconcilió al género con un público que había ignorado meses antes títulos como La nueva pesadilla de Wes Craven (Wes Craven's New Nightmare. 1994) o Halloween: La maldición de Michael Myers (Halloween: The curse of Michael Myers. Joe Chapelle, 1995), la cual llegó a los cines españoles dos años después de su estreno norteamericano. 

LO MEJOR: La mirada de Fairuza Balk.
LO PEOR: Un clímax final salido de madre.
Queda clara entonces la importancia de Jóvenes y brujas dentro del marco pesimista, reiterativo y decadente en el que se encontraba el cine de terror. En ese contexto, no es difícil entender el júbilo con el que se recibió la cinta en su momento, recibiendo comentarios algo hinchados por parte de aquellos críticos que llevaban tiempo suspirando por ver algo similar. Vista catorce años después de su estreno, con la objetividad que otorga la distancia y después de haber vivido una nueva muerte y resurrección del cine de terror, Jóvenes y brujas mantiene su valía sobre todo como retrato de unas adolescentes descastadas que encuentran en la magia una respuesta a sus angustias vitales, siendo precisamente la parte relativa al horror la que más flojea en el conjunto. Con una estética muy propia de su época y la utilización ocasional del lenguaje del videoclip, la película utiliza bien los elementos esotéricos durante la mayor parte del tiempo para plasmar las obsesiones de las protagonistas, sus inseguridades, sus temores y anhelos, sirviendo como ejemplo de cómo y por qué nacen la mayoría de las microsociedades excluyentes: la unión de los rechazados, de los diferentes, con la única intención de sentirse comprendidos y respetados dentro de un grupo cerrado en el que encuentran, además, protección contra un mundo exterior que no les acepta ni comprende. En ese sentido, Jóvenes y brujas sigue funcionando bien. Además, las protagonistas no están tratadas con la mojigatería a la que estamos acostumbrados hoy en día (salvo en comedias que, por necesidad e intenciones, necesiten expresamente a personajes alejados de las buenas maneras y los pensamientos píos), sino que muestran unas pulsiones sexuales y unos intereses estéticos muy propios de su edad. Donde sí cojea la película es en su tramo final, en el que se produce un giro en la actitud de los personajes que deriva hacia un enfrentamiento final lleno de efectos especiales y sustos fáciles bastante aburrido y poco inspirado, resultando poco coherentes las acciones de dos de los personajes (los que interpretan Neve Cambell y Rachel True) que se ven relegados a comparsas de las dos antagonistas que vertebran la trama, la pavisosa Robin Tunney y la morbosa e hipnótica Fairuza Balk, verdadera estrella de la cinta y cuya mirada turbia y sensual acaba siendo el mayor hallazgo visual de una película, por lo demás, aceptable pero menos lograda de lo que se pensó en su momento. Y es que, como dice el refrán, a falta de pan buenas son tortas. 

26 dic 2010

'Los Bárbaros'

(The Barbarians. Ruggero Deodato. Estados Unidos / Italia. 1987. 82 minutos) Los ochenta fueron años de músculos y pelazos, como se encargaban de demostrarnos las carátulas de nuestras películas y nuestros videojuegos favoritos, una época en la que un par de mastodontes como David y Peter Paul, dos gemelos con más músculos que talento, podían hacer carrera en el mundo del espectáculo. Así pensaron ellos y así debió pensar alguien en la Cannon cuando la productora decidió apostar cuatro millones de dólares (según IMDb.com) para mandarlos a Italia a rodar una explotación tardía de Conan el bárbaro (Conan the barbarian. John Milius, 1982) a manos de nada menos que Ruggero Deodato (famoso sobre todo por Holocausto caníbal). De la música se encargaría el popular Pino Donaggio y en el reparto encontraríamos a bellezas como Virginia Bryant y Eva La Rue junto a dos de los villanos más feos y caristmáticos de la historia del cine de Serie B: Michael Berryman y Richard Lynch (incluso había un pequeño papel para uno de los iconos del fantástico italiano: George Eastman). Todo parecía dispuesto para que la película fuera un éxito y los hermanos Paul, conocidos como The Barbarian Brothers, se convirtieran en estrellas del cine de bajo presupuesto. Sin embargo, la cinta fue un fracaso comercial que relegó a los gemelos al mercado del vídeo con varios títulos que explotaban tanto su fuerza bruta como su dudosa vis cómica, siendo su papel más conocido por el gran público, y muy irónicamente, ya que sólo lo conocen los que revisaran el DVD o hayan curioseado en internet al respecto, el que desarrollaron como The Hun Brothers en una de las escenas eliminadas de Asesinos natos (Natural Born Killers. Oliver Stone, 1994).

LO MEJOR: Sus momentos de humor cazurro.
LO PEOR: Es menos divertida de lo que podría parecer.
Los Bárbaros cuenta la historia de Kutchek y Gore, dos huérfanos que son acogidos por una tribu de nómadas artistas. La reina de la tribu, Canary, posee un rubí que le otorga fuerza sobrehumana y que es codiciado por el malvado Kadar, quien también desea poseer a Canary. Cuando este consigue secuestrar a la reina, descubre que el rubí ha sido escondido en el lago donde habita un dragón. Se adueña de Canary como esclava y envía a los gemelos al Foso, un lugar donde les castigan y son separados, convirtiéndoles en bárbaros con una fuerza descomunal y muy poca luces: una combinación letal con la que Kadar acabará probando su propia medicina años más tarde... Con una violencia en ocasiones abundante que se contrapone por momentos a la inocencia de su guión, Los Bárbaros transcurre a medio camino entre la comedia cazurra con personajes antagónicos (los gemelos tienen caracteres similares, pero aún así se suelen enfrentar por detalles absurdos igual que lo harían dos críos pequeños) y la aventura clásica de Espada y Brujería, especialmente durante la última media hora, en la que los elementos fantásticos se acentúan y comienzan a aparecer criaturas monstruosas: seres lupinos escondidos en una cueva, anfibios que custodian el lago donde está el rubí y finalmente un dragón de chichinabo que más bien parece una serpiente con cabeza mecánica retráctil. Como relato de aventuras la película no transcurre con la fluidez que debería (sobre todo en los minutos que preceden al clímax final, en los que aparece de repente una nueva subtrama en la que la tribu de los nómadas tiene que encontrar a su nueva reina), pero como apología del músculo y la fuerza bruta no tiene desperdicio: ahí tienen a los gemelos rebuznando cada vez que se ríen o se excitan al ver a mujeres desnudas, o huyendo de un ahorcamiento mediante la sutil técnica de hinchar el cuello hasta que la soga que le rodea estalle al no aguantar la presión. Si todavía tienen la capacidad de emular a ese crío de doce años que babeaba cuando pasaban esta película los domingos por la tarde en Tele 5, quizá pasen un buen rato. Eso sí, les advierto algo: es menos divertida de lo que probablemente recuerdan, también más digerible (pero con menos encanto, quizá) que Ator y similares, pero como reformulación paródica del subgénero no le llega a la suela de los zapatos a esa joya que es Deathstalker II (Jim Wynorski, 1987). 


  

25 dic 2010

'Creepozoides'

(Creepozoids. David DeCoteau. Estados Unidos. 1987. 72 minutos) "1998 - Seis años después de enfrentarse las superpotencias en una devastadora guerra nuclear, la Tierra se ha convertido en un planeta desolado y tétrico. Los pequeños grupos de supervivientes se arrastran ante una miserable existencia entre las ruinas de la ciudad. Bandas de desertores deambulan por las desoladas calles ocultándose de los nómadas mutantes y buscando refugio para escapar de las mortales lluvias de ácido." Con ese texto con el que da inicio la película, Creepozoides nos sitúa en un terreno agradable, reconocible y prometedor para los fans de la Serie B y las costras post-apocalípticas. Es un recurso fácil y efectivo con el que poner al espectador en situación y, de paso, ahorrarse unos dólares al no tener que filmar secuencias que expliquen con imágenes lo que ha sucedido antes de que arranque la historia (cuando se tiene dinero se pueden hacer ambas cosas: véase el prólogo de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, de Peter Jackson). El único problema es que también puede generar unas expectativas que luego no se cumplen. Así, en Creepozoides el ambiente post-hecatómbico está reflejado en un par de callejones vacíos al comienzo de la cinta, la lluvia ácida es el sonido de la tormenta y los nómadas mutantes no hacen acto de presencia. A cambio, tenemos unas ratas del tamaño de un perro, un bicho alienesco, un bebé mutante y las tetas de Linnea Quigley. Y sólo dura setenta minutos, lo cual siempre es de agradecer. También está Ashlyn Gere, pero no se hagan ilusiones: hasta 1990 no empezó a hacer porno y aquí todavía tenía aspecto de modosita bajo el nombre de Kim McKamy.

LO MEJOR: El bebé mutante y Linnea Quigley.
LO PEOR: Que se hace larga a pesar de su corta duración.
Los protagonistas son un grupo de soldados desertores que se refugian en un laboratorio abandonado en el que experimentaban con aminoácidos (¡¡!!). Allí pretendían crear una mutación mediante la cual el cuerpo humano generara por sí mismo esos aminoácidos sin necesidad de ingerir alimentos (¡¡¡!!!). Al respirar el gas, los malditos roedores crecen hasta límites grotescos (y pierden la movilidad: son los actores los que tienen que hacer que se muevan, simulando los ataques de los bichos con sus propias manos), además tienen la capacidad de contagiar a los humanos con sus mordiscos, convirtiendo a estos en unos zombis/infectados de malas pulgas. Y hay un monstruo mutante que no sé muy bien de dónde sale y que lleva en su interior a un bebé asesino. Los protagonistas están en una situación límite: si se quedan dentro pueden morir a manos del monstruo mutante y las ratas, si salen del edificio pueden morir por la lluvia radiactiva y si piden ayuda al ejército serían ejecutados por desertores. Parece muy interesante, pero la película no es más que un corre-que-te-pillo por pasillos, alguna escena de ducha gratuita y agradecida, ciertos momentos gore bien conseguidos y efectos especiales muy chuscos, salvo el pequeño asesino que ven en la foto de arriba y que seguramente se llevó la mitad del presupuesto. Cuando no contaba con más de doce años tenía mitificada esta cinta y su revisión actual ha supuesto una pequeña decepción, aunque ahora uno es consciente de que no puede esperar mucho más de una cinta de David DeCoteau que explotaba sin pudor los logros de otros largometrajes ajenos. Así, en un suma y sigue de esos que tanto nos gustan, Creepozoides sería Alien en el escenario de El día de los muertos, con las ratas gigantes de El alimento de los dioses, algo de la intriga científica de La Cosa y la aparición estelar del bebé asesino de Estoy vivo. Vista así, incluso mola.

24 dic 2010

'Balada triste de trompeta'

(Balada triste de trompeta. Álex de la Iglesia. España / Francia. 2010. 107 minutos) Cuando se trata del cine de Álex de la Iglesia, se ha convertido en un tópico hablar de una fractura narrativa que separa sus películas en dos mitades de manera un tanto inconexa e incómoda, encontrando en su filmografía cintas con una primera parte lograda seguida de una segunda fallida (Acción mutante, Perdita Durango) o justo lo contrario (800 balas). Balada triste de trompeta acusa también algo de esto desde el momento en el que, a mitad de proyección, observamos cómo la línea argumental (muy sencilla en su base: el enfrentamiento entre dos hombres por el amor de una mujer) se estanca para convertirse en una sucesión de acciones violentas que conducen hacia una escalada de locura y destrucción (que es lo mismo que ocurría en otros títulos del vasco como Muertos de risa o Crimen ferpecto). Sin embargo, esta vez la división entre ambas partes de la película se produce de un modo menos acentuado que de costumbre y no supone un problema demasiado importante para su disfrute. Bien es cierto que los personajes son esquemáticos y que la trama romántica está planteada de manera precipitada, lo cual no hace más que potenciar la sensación de que simplemente es una excusa para hablar de algo que a de la Iglesia le interesa más. Balada triste de trompeta es, más que un relato de amor visceral o una comedia negra, un exorcismo en forma de película con el que el director intenta expulsar los demonios que lleva dentro, la infelicidad que le provoca haber crecido en un país resquebrajado y absurdo que siempre ha estado, como algunas de sus películas, dividido en dos partes antagónicas y contradictorias que nos hemos visto obligados a asumir al mismo tiempo: nacionales y republicanos, Paul Naschy y Torrebruno, Los Chiripitifláuticos y los atentados de ETA mezclados en la programación televisiva, el payaso tonto y el payaso triste, votantes de izquierdas y de derechas, etc,

LO MEJOR: Carlos Areces y el nervio que le da Álex de la
Iglesia a la narración.
LO PEOR: Carolina Bang no está a la altura de su papel.
Balada triste de trompeta es la película política de Álex de la Iglesia, disfrazada de gran guiñol y de esperpento, capaz de plantar a un payaso con machete en mitad de una batalla en plena Guerra Civil española, jugando con el absurdo y la astracanada hasta llegar a un clímax espectacular, bello y cruel al mismo tiempo que homenajea a Con la muerte en los talones (North by Northwest. 1959) y culmina con el incómodo concepto de la risa mezclándose con el llanto. Es una suma de las obsesiones de Álex de la Iglesia y es Hitchcock, Berlanga, John Woo y Tod Browning. Puede que la trama pierda el norte durante algunos pasajes, pero es una película dotada de una fuerza abrumadora que ya deja claras sus intenciones epatantes con su prólogo y los créditos iniciales. Y, aunque a Carolina Bang le falte expresividad y carisma y suponga el punto débil del triángulo protagonista, merece mucho la pena disfrutar de las interpretaciones de Antonio de la Torre y, muy especialmente, Carlos Areces, alguien de quien vengo diciendo desde hace tiempo que podría ser un gran actor dramático y que debería llevarse el premio al mejor actor revelación en los próximos Goya. Al igual que la actuación de Areces, Balada triste de trompeta es cine hecho desde las entrañas, valiente, crudo, exagerado, visualmente poderoso y con un ritmo incesante que hace que los más de cien minutos pasen con una fluidez sorprendente. Es el cine que necesitamos en España y el que me hace vibrar de emoción. Y eso está por encima de cualquiera de sus peros. 

23 dic 2010

'Tron: Legacy'

(Tron Legacy. Joseph Kosinski. Estados Unidos. 2010. 127 minutos) En 1982, una Disney que por entonces seguía un rumbo errático y que distaba bastante de ser la productora todopoderosa que conocemos hoy en día, estrenó una película que en su día apenas pudo recuperar la inversión en taquilla, pero que con el tiempo ha adquirido estatus de culto. Tron, de Steven Lisberger, merece ser considerada pionera en el campo de los efectos visuales generados por ordenador, ya que fue, junto a Star Trek II: La ira de Khan (Star Trek II: The wrath of Khan. Nicholas Meyer, 1982), la primera cinta comercial que presentaba secuencias completas generadas por efectos infográficos. Estos trucajes, rudimentarios y hoy totalmente superados, ayudaban a crear la sensación de que la historia transcurría en una realidad virtual, pero estaban aún muy lejos de conseguir algo de credibilidad incluso en aquel lejano 1982. La película no aguanta actualmente un visionado completo sin añadirle valor nostálgico o histórico, con lo cual ha quedado obsoleta para las nuevas generaciones acostumbradas a manejar con sus mandos, ratones o teclados, gráficos generados por ordenador igual de potentes que los que presentan muchas superproducciones cinematográficas. Aparte de eso, hay que reconocer que Tron era un auténtico tostón, una cinta narrativamente tediosa que hoy en día sólo puede ser admirada por su valor de experimento fallido.


LO MEJOR: La banda sonora de Daft Punk.
LO PEOR: El Jeff Bridges infográfico, el ritmo apagado y
el desastroso guión.
Si el Tron de 1982 era un juguete de mecanismo defectuoso y poco brillante, de Tron: Legacy podemos decir más o menos lo mismo. Lanzada como la respuesta Disney a Avatar, Legacy es otra película que pretende ser el no va más de la tecnología aplicada al séptimo arte y que, como ocurría en la versión anterior, asume un riesgo del que no puede salir airosa, sencillamente porque esa tecnología que utilizan no está todavía preparada para hacernos creer en la corporeidad y signos vitales de un personaje creado enteramente por ordenador. El Clu 2.0 (la versión joven e infográfica de Jeff Bridges que sirve esta vez como villano principal de la película) tendría un pase si el resto de programas que aparecen en la historia (es decir, todos y cada uno de los personajes que se mueven por la realidad virtual donde transcurre la cinta, con la excepción de los invitados humanos: Kevin y Sam Flynn), tuviese ese aspecto artificial desprovisto de alma. Joseph Kosinski se atreve incluso a utilizar esta versión digital fuera del mundo virtual, en el real, presentándolo como versión joven del personaje interpretado por Jeff Bridges. Esto hace que, por muchos efectos visuales espectaculares y por mucho 3D que adornen la cinta, exista permanentemente un escudo entre la ficción y los espectadores que impide la total inmersión en la película, consiguiendo un fracaso similar al ocurrido en 1982 en tanto que, al igual que aquella, confía demasiado en una tecnología poco preparada que arruina cualquier posibilidad de credibilidad y empatía con la historia. No obstante, ese no es el mayor problema de Tron: Legacy... No se puede negar la capacidad de Kosinski para conseguir imágenes efectivas o incluso bellas en unos escenarios tan poco vistosos comos los que pueden verse en el universo de Tron, pero queda también claro que tiene problemas para contar una historia de manera interesante o mínimamente atractiva. Si bien los primeros minutos nos recuerdan, para bien, al cine fantástico familiar que proliferaba en Hollywood durante la década de los 80, además de presentar una serie de set-pieces en los primeros cuarenta minutos que consiguen llamar la atención del espectador por su eficacia, ritmo y espectacularidad, pronto la trama cae en una sucesión de diálogos eternos, escenas alargadas en exceso y prescindibles, secundarios aborrecibles (Michael Sheen está para echarlo a los leones, directamente) y una artificiosidad tan vacua como somnífera, cayendo en esa gran lacra del cine de entretenimiento actual que es la de, precisamente, no saber cómo entretener, además de caer en una ridícula vocación de trascendencia y de no saber cómo explicar lo que sucede y confiar demasiado en las resoluciones precipitadas e incoherentes (se lleva la palma la acción final de Kevin Flynn, uno de los muchos recursos que el guión se saca de la manga sin que podamos encontrar ninguna explicación lógica). Visto lo visto, la película podría haber sido un mediometraje musical de Daft Punk y todos habríamos salido ganando.  Sin embargo, Tron: Legacy no es, en suma, más que un bello desastre.

8 dic 2010

¡Coconut!

Los muchachos merecen que se escriba sobre ellos. Y que se escriba bien. Aquí va mi parte, directamente desde las páginas de Crónicas de un pueblo.


Cuando LA HORA CHANANTE pasó a Televisión Española y se convirtió en MUCHACHADA NUI, fueron muchos los fans que se quedaron por el camino. “Antes molaban más”, “Se han vendido”, “Ya no tienen gracia” eran frases que se repetían entre los que se reían a carcajadas con El Gañán pero no terminaban de simpatizar con Marcial Ruiz Escribano (“¡paa serviros!”), aunque básicamente fueran el mismo personaje. Todavía no he sondeado internet en busca de opiniones al respecto de la nueva aventura televisiva de Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Raúl Cimas, Julián López y Carlos Areces (estos tres últimos cada vez mejores actores), pero intuyo que no deben ser demasiado positivas…
MUSEO COCONUT, el programa con el que han pasado a Neox, se trata de algo aparentemente distinto a lo que habían realizado anteriormente: una sitcom (comedia de situación) con estructura episódica que huye de los sketches auto-conclusivos para desarrollar tramas de treinta minutos con personajes fijos y un único escenario (el Museo Coconut del título). Esto sin duda habrá descolocado a los seguidores más intransigentes de la muchachada, por no hablar de los casuales que sólo veían en YouTube a Enjuto Mojamuto o, tiempo atrás, a Vicentín. Sin embargo, el sentido del humor de los de Albacete sigue intacto y continúan utilizando los mismos recursos para hacernos reír (a veces de manera forzada, como es la inclusión con calzador de una serie de animación dentro de la propia serie, titulada, atiendan, ‘Maricón y Tontico’), como esa fijación por el patetismo exacerbado, las reiteraciones tontunas y el absurdo. Muchos lo llaman post-comedia, anti-sitcom y cosas así, pero sus propios responsables afirman que lo que hacen no son más que chorradas en las que algunos críticos quieren ver más intencionalidad rupturista de la que Reyes, Cimas y compañía afirman querer implantar a su obra. Y en esto, que también tiene algo de falsa modestia y de pose desmitificadora, reside buena parte de su genialidad.
Aunque, por mucho que se empeñen ellos mismos, y a pesar de que quizá no sea esa filigrana narrativa de estructuras sesudas y resortes humorísticos estudiados hasta la nausea que algunos proclaman, MUSEO COCONUT es otra muestra más de la amplia cultura que poseen sus responsables y, barriendo para casa (porque al fin y al cabo esto es una sección sobre cine), de su afición a los guiños cinematográficos no siempre fáciles de reconocer para todo el público. Y es que, en el episodio cuatro, resulta relativamente sencillo por cualquiera entender la coña a costa de E.T. - EL EXTRATERRESTRE (E.T. The Extraterrestial. Steven Spielberg, 1982), pero no tanto el homenaje a los momentos más terroríficos de LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS (Invasion of the body snatchers. Philip Kaufman, 1978).
Ernesto Sevilla, director de la serie, afirmaba en la rueda de prensa de presentación que seguramente sea la única temporada que les dejen rodar, consciente quizá de la incomprensión a la que estaba condenada. Y seguramente tenga razón, lo cual no hace más que reforzar el valor de rara avis dentro de la producción de ficción nacional y su futuro estatus de serie de culto. No esperen a que llegue ese momento y disfrútenla ya.

Crónicas de un Pueblo: Sitges 2010

Si se preguntan cómo es posible que este año consiguiera una acreditación de prensa para el Festival de Sitges, la respuesta es fácil: llevo años escribiendo una columna sobre cine en un periódico que cada vez cuenta con mayor tirada y con un ingente número de lectores y suscriptores. Gracias a Crónicas de un pueblo conseguí mi pase y este ha sido el resumen que publiqué allí el mes pasado. Poco a poco seguiré con las reseñas individuales, pero dejo aquí esta impresión general del festival. Con foto de regalo.


Superando el número de asistentes del año anterior, pero teniendo que capear el temporal de críticas vertidas sobre algunas de sus películas proyectadas, el Festival de Sitges 2010 ha cerrado sus puertas provocando la sensación de ser un monstruo multicéfalo que pretende extender sus tentáculos hacia objetivos demasiado amplios, lo cual favorece la heterogeneidad pero también el desconcierto. Sin embargo, a lo largo de sus numerosas secciones sí se puede apreciar una voluntad por tocar de manera consciente varios temas que dieran cohesión al aparente caos. El campo de la realidad virtual ha sido uno de los motivos recurrentes de esta edición, con títulos que se han ocupado de plasmar los peligros de estos mundos paralelos (en ocasiones más físicos que virtuales): 8TH WONDERLAND (Nicolas Alberny, Jean Mach), DE MAYOR QUIERO SER SOLDADO (Christian Molina), LIFE 2.0 (Jason Spingarn-Koff), R U THERE (David Berbeek) y CHATROOM (Hideo Nakata) reflexionaban sobre mundos paralelos que transcurrían en la imaginación de sus protagonistas o en la memoria de sus ordenadores. En otro gran leit-motiv del Festival se puede apreciar ese cierto grado de incoherencia o voluntad de agradar a todo el mundo que acaba siendo perjudicial: al mismo tiempo que se invitó a una de las estrellas secundarias de la saga CREPÚSCULO (el guaperas Kellan Lutz), se pudo observar un claro posicionamiento en contra de la moda de los vampiros de nueva hornada con títulos que pretendían devolver a este monstruo su carácter terrorífico. De este modo, STAKE LAND (Jim Mickle), PROWL (Patrick Syversen) o la mediocre WE ARE THE NIGHT (Dennis Gansel) intentaron conseguir que la figura del vampiro volviera a resultar atemorizante, mientras que SUCK (Rob Stefaniuk) prefirió tomárselo a guasa. Se pudo ver también la versión norteamericana de DÉJAME ENTRAR (Matt Reeves), menos evocadora que la versión original sueca, menos truculenta que el libro, pero también más comercial en el buen sentido de la palabra.
Las Artes Marciales también tuvieron su cupo de protagonismo con una serie de largometrajes de calidad variable: Donnie Yen conquistó con IP MAN 2 (Wilson Yip) y, sobre todo, con la estupenda 14 BLADES (Daniel Lee), llena de acción, humor y emoción, pero aburrió con la decepcionante LEGEND OF THE FIST: THE RETURN OF CHEN ZHEN (Andrew Lau), de la cual sólo se pueden rescatar los soberbios 10 minutos iniciales y parte del clímax final; Tony Jaa tampoco convenció con ONG BAK 3 (Tony Jaa & Panna Rittikrai); no dejó muy buen sabor de boca el regreso del gran Tsui Hark con DETECTIVE DEE AND THE MYSTERY OF PHANTOM FLAME, a pesar de algunos momentos aislados de brillantez; la verdadera joya de este género fue la lúcida GALLANTS (Derek Kwok & Clement Cheng), en la que un grupo de actores veteranos de Hong Kong homenajean al cine de artes marciales de los años 70 con muy buen gusto y mejor sentido del humor. La acción, aunque con un cariz muy distinto, también estaba presente en otra de las mejores películas del festival, SNABBA CASH – EASY MONEY (Daniel Espinosa), cinta sueca que ha arrasado en la taquilla de su país y que se convertirá pronto en trilogía y en objeto de remake por parte de Hollywood.
Sitges 2010 fue también el escenario escogido para el regreso agridulce de algunos nombres fundamentales del cine de las últimas décadas: John Carpenter agotó las localidades para THE WARD (yo no pude llegar a verla), pero la sensación general que dejó fue la de cierta indiferencia e incluso la indignación en algunos fans de larga trayectoria; OUTRAGE supuso el retorno de Takeshi Kitano al cine de yakuzas y, aunque por momentos resulta divertida y contiene algunas escenas de violencia marca de la casa, la verdad es que no resulta un título especialmente brillante ni destacable en la filmografía del japonés; A WOMAN, A GUN AND A NOODLE SHOP, el remake hongkonés de SANGRE FÁCIL preparado por el chino Zhang Yimou tampoco convenció como se esperaba. Entre la savia relativamente nueva, James Wan dividió al público de INSIDIOUS entre los que la consideraban una tomadura de pelo y los que, como yo, la interpretaron como un homenaje acertado y valiente al cine de casas encantadas; por su parte, Brad Anderson sufrió el ataque de incomprensión de buena parte del público que no vio en THE VANISHING ON 7TH STREET el angustiante, terrorífico y elegante ejercicio de suspense que es en realidad.
El título más polémico del año fue, no obstante, A SERBIAN FILM (Srdjan Spasojevic), de la cual puedo confirmar que contiene una de las secuencias más aberrantes y enfermizas que he visto jamás (y que es mejor no describir aquí), y que a pesar de su tosquedad cinematográfica (el exceso de postproducción intenta despistar al espectador para que no se percate de que, en realidad, no le están contando casi nada) y de resultar ligeramente aburrida, posee el valor de las obras que pretenden plasmar el horror de manera valiente, incómoda y frontal.
Las mejores, para quien esto firma, fueron RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE (Jalmari Helander) y SUPER (James Gunn). La primera, que ganó justamente el premio a la Mejor Película, es un bello cuento terrorífico que plantea una situación cautivadora desde su origen: el hallazgo de la que podría ser la tumba del verdadero Papá Noel, el cual tiene muy poco que ver con lo que significa hoy en día para los niños de medio mundo. La segunda se trata de una visión nada complaciente del mundo de la vigilancia ciudadana, con humor negro y una violencia lúdica al mismo tiempo que bastante bestia, narrada desde el punto de vista de un tipo mediocre que cree recibir un mensaje de Dios en el que le pide convertirse en superhéroe. Mención especial también para RED HILL (Patrick Hughes), un western contemporáneo rodado en Australia dotado de un ritmo y un sentido del suspense encomiables.

28 nov 2010

Especial Sitges 2010: 'Black Lightning'

(Chernaya Molniya. Dmitriy Kiselev, Aleksandr Voytinskiy. Rusia. 2009. 102 minutos) Estrenada recientemente en DVD en nuestro país tras su fugaz paso por el festival de Sitges (donde fue proyectada en una sesión especial infantil), Black Lightning supone un intento de la cinematografía rusa por generar una franquicia y competir con las adaptaciones de cómics filmadas en Hollywood. Pero en lugar de intentar hacer algo original han tirado por el camino fácil: básicamente, el argumento de esta película es el mismo del primer Spider-Man de Sam Raimi, que a su vez evocaba al Superman de Richard Donner. La única diferencia es que aquí el chaval protagonista no viene de un planeta lejano ni adquiere poderes al ser picado por una araña; en su lugar, el joven recibe como regalo un coche destartalado (sí, como en Herbie o como en Transformers) que en realidad tiene la capacidad de volar y esconde dentro un generador de energía codiciado por los malos de la película. La sensación de incredulidad que genera la cinta es constante, no tanto por el hecho de que un coche vuele como por la forma de actuar de algunos personajes (las mujeres, por cierto, son retratadas como seres interesados y superficiales que sólo se fijan en el dinero, los lujos o el poder para sentirse atraída por los hombres). Así que Black Lightning no es original, vale, pero ¿es divertida? Tampoco. Cabía esperar un entretenimiento mayor a tenor del trailer, pero todo lo bueno estaba ahí. Para colmo, los efectos visuales demuestran no ser tan creíbles viendo la película completa y las escenas de acción son limitadas y repetitivas. Ni siquiera el duelo final entre el Volga del protagonista y el Mercedes tuneado como el DeLorean de Regreso al futuro consigue arrancar un mínimo de entusiasmo. No pierdan el tiempo.

LO MEJOR: Algún efecto especial.
LO PEOR: Es una copia hecha sin gracia.

'Skyline'

(Skyline. Colin Strause, Greg Strause. Estados Unidos. 2010. 92 minutos) Independientemente de su discutible calidad como película, Skyline merece ser destacada por lo que supone dentro de la industria de Hollywood: es la prueba fehaciente de que, en tiempos de crisis, cuando los grandes estudios recortan presupuestos y cancelan superproducciones, se puede sacar adelante una cinta sobre invasiones extraterrestres llena de efectos especiales, escenas de destrucción, naves espaciales, combates aéreos y explosiones, filmándola en apenas cuarenta días y con alrededor de diez millones de dólares de presupuesto (que es lo que gastan Michael Bay o Roland Emmerich, aproximadamente, cada vez que estornudan). Todo ello producido de manera independiente, sin el concurso de ninguna compañía externa y utilizando como escenario principal el piso donde vive el propio Greg Strause, uno de los dos directores de la película. Es encomiable que unos tipos que venían de trabajar en los efectos especiales de la mayoría de los blockbusters de los últimos diez años, y que habían debutado en la dirección con la fallida Aliens Vs. Predator 2 (2007), hayan decidido hacer este acto de fuerza e independencia creativa, algo así como lo que intentó Kerry Conran con Sky Captain and the World of Tomorrow (2004) aunque con unos resultados estéticos menos radicales y que se aproximan (salvo planos puntuales donde el fuego o el humo resultan demasiado artificiales) a los de cualquier cinta de gran presupuesto tipo Independence Day (Roland Emmerich, 1996) o Ultimátum a la Tierra (The day the Earth stood still. Scott Derrickson, 2008). 

LO MEJOR: La eficacia de los efectos especiales y de su
tramo final.
LO PEOR: Todos los momentos que transcurren dentro
del apartamento. 
Ahora bien, aparte de lo romántico e idealista del asunto, ¿merece la pena Skyline como película? La respuesta no es fácil, aunque la mayoría le dirá que no. De haberse estrenado directamente en DVD, sin toda la publicidad viral que ha arrastrado durante los últimos meses, sin la esperanza de encontrar en ella ese título revolucionario que algunos preconizaban, Skyline habría sido recibida con alegría por esos fans de la serie B intrascendente y peleona que están bregados en mil batallas y que han visto con sus ojos cosas que otros jamás creerían. El problema es que Skyline es más apropiada para ese mercado o para los festivales de cine fantástico que para las multisalas, donde será juzgada bajo el mismo rasero que cualquier superproducción, ya que el público no tiene por qué saber que está ante una cinta independiente que se ha rodado con cuatro duros. Y si nosotros, los freaks, pasamos la tarde feliz viendo bichos y naves espaciales en pantalla grande y no pedimos mucho más que eso, el espectador medio que paga su entrada con la esperanza de que todas, TODAS, las películas que ve sean el mayor espectáculo del mundo y, para colmo, tengan guiones decentes, encontrará serios problemas para disfrutar de Skyline en su justa medida. No hay que culparles. Los personajes de Skyline son odiosos y/o gilipollas, los diálogos son bochornosos, la acción es  repetitiva y además se nota el truco: los protagonistas se pasan tres cuartas partes de la película mirando por la ventana (o por un telescopio) lo que ocurre en el exterior, donde se libran trepidantes batallas recreadas con infografía, mientras que en el interior del apartamento tenemos un cutrerío importante en el que unos actores mediocres y mal dirigidos (¡incluyendo a una de Las Gemelas de Sweet Valley!) deben lidiar con unos conflictos dramáticos de chichinabo. La cuestión está en si ustedes son de los espectadores que quieren ver siempre una buena película o si, como el que esto escribe, perdonan (casi) todo cuando ven escenas de aliens gigantes aplastando coches por las calles, otros más pequeños cuyas cabezas parecen vaginas dentadas y secuencias enteras donde no hay ningún diálogo y sólo aparecen marines siendo arrojados por los aires, disparos y explosiones por todas partes y bichos persiguiendo a humanos heridos. Si son del primer grupo, huyan. Si pertenecen al segundo, estoy seguro de que han visto cosas muchísimo más aborrecibles que Skyline. Ustedes deciden. Yo digo sí, pero meh.

27 nov 2010

Especial Sitges 2010: 'Isolation'

(Isolation. Stephen Kay. Estados Unidos. 2011. 89 minutos) No, no es un despiste. Ni he viajado al futuro. El motivo por el que he puesto que Isolation es de 2011 es porque, en realidad, la película no está finalizada ni tiene fecha de estreno . Lo que vimos en Sitges fue un montaje no definitivo de la nueva cinta de terror del firmante de aquel truño que fue Boogeyman, como los propios productores nos advirtieron antes de comenzar la sesión. Lo curioso es que, a pesar de ser una versión provisional, Isolation resulta bastante más estimulante que aquella bobada amparada por Sam Raimi. Filmada con un presupuesto que se intuye paupérrimo, el guión de Chris Billett se las ingenia para reducir al máximo escenarios y personajes y ajustarlos a esa economía de medios tan evidente. La historia de una joven (Eva Amurri, con un parecido notable con su madre, Susan Sarandon) que se despierta en una cochambrosa habitación de hospital sin que recuerde cómo ha ido a parar allí, su relación con los dos médicos que se encargan de su estado de salud (no para bien, se entiende) y la aparición de algunos personajes de apoyo (el padre de la protagonista, interpretado por el siempre eficaz Gregg Henry), son recursos suficientes para que mantengamos el interés durante el transcurso de la película. No hay escenas de gran impacto, apenas hay gore y las sorpresas son algo predecibles, pero Isolation funciona medianamente bien como thriller médico en un nivel en el que se podría equiparar, eso sí, con uno de esos telefilms de sobremesa por los que a veces todos nos hemos dejado arrastrar. 

LO MEJOR: El trabajo de los actores, que deben soportar todo el peso de
la película.
LO PEOR: En ocasiones parece un telefilm de sobremesa del montón.

Especial Sitges 2010: 'Detective Dee and the Mystery of Phantom Flame'

(Di Renjie. Tsui Hark. China / Hong Kong. 2010. 122 minutos) Después de la caótica Siete espadas (Qi jian, 2005) y de varios experimentos que no llegaron a nuestro país, Tsui Hark vuelve al género con el que nos dio tantas alegrías a principios de los noventa: el swordsplay desbocado, ese cine de héroes, espadas, escenas de lucha acrobáticas y ocasionales momentos fantásticos que revitalizó la industria del cine de Hong Kong en aquella época, después del empacho de heroic bloodshed que se vivió en años previos. Pero los tiempos han cambiado y no precisamente para bien: como ya ocurría en Zu Warriors (Shu shan zheng zhuan, 2001), el virtuosismo escénico de Tsui Hark está muy por encima de su capacidad para narrar una historia de manera coherente o que resulte fácil de seguir con interés, y si esto le sentaba de maravilla a aquellas joyas que fueron Double Team (1997) y En el ojo del huracán (Knock Off, 1998), donde la locura visual formaba parte del contexto en el que se movían los personajes, no se puede decir lo mismo de Detective Dee, donde se acusa un exceso de personajes y acciones secundarias que pueden marear al espectador expulsándole de la película. Aún así, sólo nos cabe celebrar esta vuelta de Tsui Hark al puro espectáculo (a pesar del exceso de infografía regulera) y soñar con todo lo que podría hacer si volviera a encontrar un guión digerible con el que trabajar. 

LO MEJOR: El virtuosismo de Tsui Hark para la acción sigue intacto.
LO PEOR: Abusa de los efectos digitales y de la acumulación de personajes.