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27 dic 2011

'Drive'

(Drive. Nicolas Winding Refn. Estados Unidos. 2011. 100 minutos) Hay películas que a uno le dejan indefenso, como espectador y como crítico, y animan a rechazar cualquier análisis racional y convencional para abrazar el entusiasmo y escribir simplemente dos palabras de las que se suele abusar y que, en la mayoría de los casos, no dejan de suponer un acto de subjetivismo puro y duro. Estas palabras son "obra" y "maestra". Pasa en muy pocas ocasiones: esa sensación de que cualquier frase escrita resultará inútil, que no podrá reflejar con justicia lo que se siente al ver la película y que me tendría que limitar a decirles que no se la pueden perder por nada en el mundo. ¡Corran a verla! ¡¿Qué hacen ahí parados leyendo esto, insensatos?! ¿Que no se estrena donde viven? ¡Búsquenla! ¡Hagan lo que sea! Repito, lo-que-sea. Luego viene la calma, reaparece la cordura y caigo en la cuenta de que eso no es suficiente. Drive me parece una obra maestra, sí, pero, ¿por qué? Habrá que justificarlo. No es porque su director ganara la Palma de Oro en el Festival de Cannes, ni porque suponga la  película más accesible de Refn (o eso dicen, porque en mi caso es la primera vez que leo su nombre detrás del rótulo de Directed by), ni porque haya cierto consenso entre la crítica y se la aúpe como uno de los títulos más importantes de 2011. Todo eso es irrelevante y poco nos importa a los que no comulgamos demasiado con ese tipo de certámenes ni con los cronistas de gustos más convencionales. Tampoco hay que hacer caso a sus detractores, aunque algo de razón no les falte: Drive no es sólo estética, por mucho que ésta se presente de manera apabullante; tampoco es una copia descarada de Driver (The Driver. Walter Hill, 1978), a pesar de que ambas comparten ciertos conceptos como la figura del héroe sin nombre y la abstracción como arma; y, por supuesto, no hay que hacer caso a esa loca de Michigan que demandó a la productora Film District por haberle hecho pensar que iba a ver una cinta de coches rápidos y furiosos al estilo de las protagonizadas por Vin Diesel. 

LO MEJOR: La secuencia del ascensor.
LO PEOR: La trama gangsteril.
El mundo se equivoca, como dice la canción, no sé si por miopía, por cerrazón mental o por incapacidad para asimilar el arsenal de estímulos sensoriales que la película de Winding Refn nos lanza durante sus cien minutos de puro goce estético. Pero quedarse ahí, en esa capa superficial, por mucho que sea la superficie más arrebatadoramente bella que nos ha escupido un proyector de cine durante todo 2011, es disfrutar a medias de Drive, porque debajo de esa capa de esplendor visual y de ese masaje para los oídos que constituye su impresionante banda sonora, hay vida. Me comenta un buen amigo que no entiende las motivaciones del protagonista, que no termina de ver nada de historia detrás de las estampas, pero que, por algún motivo, la película le resulta algo así como hipnótica. Y no es la única persona a la que le escucho decir esto, lo cual hace que me suma en la perplejidad: me resulta increíble que alguien no entienda lo que se esconde tras la piel de Drive, cuando resulta evidente (o, al menos, eso me gustaría pensar) que no hay rastro de complejidad en el argumento ni en las motivaciones de los personajes. Sí en las relaciones que se establecen entre ellos, como en toda buena muestra de cine negro (y Drive es el cine negro del mañana: referencial, hiper-romántico, violento, deslumbrante y retrofuturista), pero no en aquello que mueve al personaje interpretado por Ryan Gosling. Se trata, sin más, de alguien que llena su hueca vida poniéndola en riesgo hasta que encuentra un motivo por el que levantar el pie del acelerador: una mujer y un hijo a quienes ayudar y, a través del cariño que siente hacia ellos y del que puede recibir a cambio, volver a sentir la sangre corriendo por sus venas. ¿Algo cursi? Quizá. ¿Eficaz? Mucho, sobre todo porque ese punto de partida convierte la concatenación de sucesos que viene después en una aventura de ribetes trágicos, además de incidir en lo que de verdad quiere contar Winding Refn: la imposibilidad de un tipo de héroe para encontrar la paz cuando está marcado por estigmas del pasado que, en este caso, se intuyen sin demasiado esfuerzo. Drive tiene que pagar un peaje en tanto que debe pasar por una serie de puntos comunes con el género al que pertenece de manera superficial, siendo obligada a incluir pasajes de menor interés y que tienen que ver con la parte de thriller del asunto (los líos con bolsos llenos de dinero, los villanos de tres al cuarto), pero su historia de amor contenida, sus estallidos de violencia y su capacidad para dejarnos literalmente embobados la convierten en una pieza única, un título a reivindicar desde ya y salvar de la incomprensión a la que parece estar condenado. Aquí tienen mis dos céntimos.

23 dic 2011

'No tengas miedo a la oscuridad'

(Don't be afraid of the dark. Troy Nixey. Estados Unidos / Australia / México. 2011. 99 minutos) Procedente del mundo del cómic y del cortometraje (debutando con un trabajo de 2007 donde ya mezclaba imagen real y animación digital: Latchkey's Lament), Troy Nixey ha visto cómo su nombre era eclipsado en su debut por el de su productor, un Guillermo del Toro que aparentemente ha puesto mucho de su parte en una película que lleva su sello impreso en muchos de sus fotogramas. Se trata del remake de un telefilm homónimo de 1973, del cual retoma la idea de unos seres diminutos que se esconden tras la chimenea cerrada de una casa antigua y que persiguen llevarse a la protagonista hacia la oscuridad, con intenciones que, como ya deben suponer, no son nada halagüeñas. Ahora encontramos un cambio sustancial: ya no es una esposa aburrida la que se enfrenta a las criaturas, sino una niña depresiva que intenta superar el divorcio de sus padres, el traslado desde la ciudad a una mansión gótica y la aceptación de una "nueva madre". Todo ello con el peligroso añadido de unos duendes malignos que pretenden llevarse sus dientes y convertirla en uno de ellos. Como es lógico, deberá lidiar también con la incomprensión de los mayores, especialmente la de un padre (Guy Pearce) más preocupado por su trabajo que por la cordura de su hija, hasta que su madrastra (Katie Holmes) descubre que la niña está diciendo la verdad y decide ayudarle (estrechando, de paso, lazos familiares). Creánme cuando les digo que no les estoy desvelando nada del argumento que no se intuya durante los primeros minutos, tras un prólogo inquietante que sirve de magnífica introducción para este cuento terrorífico tan solvente como previsible (salvo por un final que, este sí, no conviene descubrir con antelación). 

LO MEJOR: La atmósfera opresiva de su primera mitad.
LO PEOR: Que se ataque su sencillez.
No tengas miedo a la oscuridad encuentra sus mayores virtudes en su plasticidad, en la manera tan elegante y calmada con la que se recrea en sus escenarios y nos describe el lugar donde va a transcurrir la acción, deleitándose en las sombras y convirtiendo su arquitectura de espacios amplios en un entorno asfixiante y tenebroso, tomándose su tiempo además para presentar a los personajes y desencadenar un terror que sabe cómo mantener latente hasta el momento preciso. Una vez que estamos en ese punto, la película pierde algo de interés debido principalmente a que las secuencias con los monstruos son inevitablemente repetitivas, pese a regalarnos algún momento tan agradable (entiéndanme) como el susto bajo las sábanas. Se puede decir que estos monstruos pequeños no suponen una amenaza demasiado grande y que, si nos ponemos puntillosos, resulta algo increíble la manera en la que manejan la situación en determinadas ocasiones. Pero aquí es donde cobra más sentido el hecho de que le hayan dado el protagonismo a un personaje infantil y no a un adulto, ya que es ese punto de vista inocente, desvalido y presto tanto a la sorpresa como al miedo, el que preside toda la narración y el prisma desde el que tendríamos que entender la película: No tengas miedo a la oscuridad no es una cinta de terror destinada a hacer pasar un mal rato excesivo al espectador, no hay sobreabundancia de sustos, ni de gore, ni se puede adscribir al subgénero de casas encantadas, es sencillamente un cuento fantástico de carácter amable en su mayor parte (salvo por algún apunte malsano), más preocupado por contar una historia simple y eficaz con sus tintes moralistas y su defensa de la familia como único remedio contra El Mal, que por epatar al respetable con golpes de efecto y conceptos perturbadores. Es un film apto para casi todos los públicos y coherente con sus propuestas; pedirle algo más que eso (o exigir que sea algo distinto) va en contra de lo que la película quiere ser y, por tanto, es un esfuerzo inútil. 




BONUS

Frío en la noche (Don't be afraid of the dark. John Newland. Estados Unidos. 1973. 74 minutos) Como complemento a la crítica de la película de Troy Nixey, no está de más recordar el telefilm original en el que se basa. Rodado y estrenado en tiempo record (transcurrieron sólamente dos semanas desde que Nigel McKeand escribió la primera línea del guión hasta que fue emitido por televisión...), conoció estreno en vídeo en España con el título de Frío en la noche, salvo error generalizado en internet. En contra de lo que se suele decir, y aún teniendo en cuenta que entiendo los motivos por los que el telefilm se pudo convertir en una cinta de culto, tengo que reconocer que su visionado no aporta demasiado si han visto la nueva versión. Incluso que, más bien al contrario, se trata de un trabajo tosco, balbuceante y casi obsoleto que delata en exceso su apresurado proceso de producción. Como producto televisivo es más que aceptable, al poseer una factura que casi podría competir con la de algunos títulos cinematográficos de su época. Además, el suspense está bien trabajado y se sustenta sobre unos mimbres muy básicos que confieren a la película una sensación de concreción bastante agradable. Pero la interpretación de Kim Darby es tirando a penosa y el paso del tiempo no la ha tratado nada bien, no sólo por lo ridículos que resultan sus monstruos (algo perdonable debido a la falta de medios), sino sobre todo por lo mal que ha envejecido tanto estética como narrativamente, con un ritmo adormecedor y unos dejes machistas en los diálogos y la actitud del marido de la protagonista que hoy en día serían autocensurados por cualquier escritor con dos dedos de frente. Aunque suene a sacrilegio para muchos, si tienen que escoger entre una de las dos versiones, no lo duden: la de 2011 es superior. 

20 dic 2011

'Troll Hunter'

(Trolljegeren. Andre Ovredal. Noruega. 2010. 99 minutos) Decía hace poco, en el post sobre Escóndete y tiembla, que cuanto más se acerca a la realidad, mayor capacidad para inquietar adquiere el cine de terror. Esta parece ser la máxima que ha seguido el género en los últimos años, siendo invadido por muestras de todo pelaje de lo que se ha venido a llamar terror subjetivo: películas en las que el público ve lo que alguno de sus personajes ha grabado con una videocámara o, en su defecto, falsos documentales que pretenden hacer pasar por veraces algunas historias que pueden entrar de lleno en el ámbito de lo fantástico o bien mantenerse algo más apegadas a la realidad. Troll Hunter sigue la línea marcada por El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project. Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999) y presenta una estructura de filmación hallada, pero no es una película específicamente de terror, siendo su marco genérico bastante difícil de delimitar, ya que en su metraje encontramos rasgos de cine de miedo, humor y acción, pero esencialmente se podría decir que es una cinta fantástica que utiliza la mitología escandinava en torno a los trolls como punto de partida y, sobre todo, como principal reclamo y rasgo distintivo con respecto a otros títulos de estructura similar. Esto le aporta una personalidad bien marcada que, a la postre, acaba convirtiéndose en su mayor valor y lo único por lo que merece la pena destacarla.

LO MEJOR: Los trolls.
LO PEOR: Todos los demás personajes, salvo el cazador.

Porque, hablemos claro, los momentos en los que aparecen los trolls son ciertamente impresionantes y poseen tanto el valor de la espectacularidad como el del exotismo. Incluso se puede decir que Ovredal consigue con estas secuencias algo a priori bastante difícil, como es el hecho de que sus criaturas resulten creíbles (por cómo lucen, cómo interactúan con su entorno y cómo reaccionan los protagonistas ante ellas). Pero el resto de película resulta bastante convencional y poco queda de ella en la memoria del espectador después de visionarla, si no es la extraña belleza que poseen los momentos ya citados. Existe algo de interés también en la figura del veterano cazador de trolls que trabaja secretamente para el gobierno y que, harto de que no le paguen bien, decide dar a conocer las interioridades de su trabajo. Esto aporta algo de mala baba, se ríe de las teorías conspiranoicas y nos regala algo de humor extra. Así que, en general, Troll Hunter no es esa maravilla de la que algunos hablan, pero eso no significa que no merezca la pena dedicarle noventa minutos de su tiempo, especialmente si son de los que disfrutan viendo recreaciones de monstruos imposibles llevadas a cabo de la manera más realista posible.

16 dic 2011

'In Time'

(In Time. Andrew Niccol. Estados Unidos. 2011. 109 minutos) La Ciencia-Ficción siempre ha tenido una utilidad más allá de la posibilidad de mostrar robots, lásers y extraterrestres: a lo largo de los años, tanto en el cine como en la literatura, el género ha servido para que sus autores reflexionaran sobre los miedos y los problemas de la sociedad en la que les ha tocado vivir. Andrew Niccol no escapa a esta tendencia y sigue dibujando distopías que vienen a ser un claro reflejo de su tiempo. En In Time, el director utiliza la ficción para hablar sobre la realidad en la que nos encontramos, sumidos en una crisis que no tiene visos de llegar pronto a su fin y que no hará otra cosa que amplificar las desigualdades sociales. Esto es algo que ya planteaba en Gattaca, pero aquí lo hace de manera más explícita, hasta tal punto que llega un momento en el que el espectador puede sentirse incómodo ante la reiteración de conceptos y la manera tan simplista con la que Niccol establece su discurso. In Time presenta un futuro en el que el dinero no existe y se paga con tiempo. Cada persona nace con un periodo de tiempo determinado, una especie de cronómetro vital que se activa una vez que haya cumplido los veinticinco años. A partir de entonces, su cuerpo no envejece, pero los minutos cuentan hacia atrás y, al llegar a cero, la persona muere en el acto. Esto significa que los poderosos pueden ser inmortales (recuerden, aquí tiempo es igual a dinero), mientras que las clases bajas viven aisladas en zonas marginales en las que todo el mundo corre, porque viven con el tiempo justo para mantenerse vivos un día más, a veces incluso menos que eso. Will Salas (Justin Timberlake) es un trabajador que ayuda a escapar de una pelea a un tipo privilegiado que tiene en su cuenta más de un siglo, pero cuando éste decide suicidarse (cansado ya de vivir), regala a Salas su tiempo para que sea empleado de la manera correcta. Lo que parece una lotería premiada para el protagonista no será más que el principio de una nueva serie de problemas. 

LO MEJOR: El punto de partida.
LO PEOR: El rutinario tercer acto.
Hay que dejar claro que la idea de la que parte In Time es atractiva y está bien presentada durante los primeros minutos, con una secuencia magistral en la que vemos cuáles son las consecuencias de agotar el tiempo vital y qué supone sobrevivir con lo justo. Sin embargo, pronto queda claro que Niccol siente la absurda necesidad de volver a explicarlo una y otra vez, cayendo en una repetición que quizá esconde el verdadero problema de la película: el choque que se produce entre una historia tan minimalista como angustiante y el producto comercial para multisalas que pueda ser entendido por el último de los espectadores. Quizá cansado de ver cómo sus primeras propuestas eran ignoradas por el público, Niccol se ha ido acercando progresivamente a un tipo de cine más comercial sin perder del todo su intención subversiva, como mostraba El señor de la guerra (Lord of war. 2005) y que llega a su culminación con el título que nos ocupa y el que le seguirá, la adaptación de la novela La huésped de Stephenie Meyer (con la que está por ver si se convertirá definitivamente en un asalariado más de los estudios de Hollywood o si seguirá conservando sus rasgos autorales). Volviendo a In Time, es destacable la manera en la que lo más flojo de Gattaca se convierte también en el punto débil de esta nueva producción. Si en aquélla la subtrama policíaca conseguía desviar nuestra atención por momentos de la trama principal y, para colmo, olía a excusa para poder vender la película como un thriller, aquí la acción acaba ganando partido sobre la reflexión, convirtiéndose durante su última media hora en una convencional cinta de acción, persecuciones y tiros (al menos bien filmada, eso sí). En ese momento la idea principal pasa un segundo plano y lo mismo nos daría si los protagonistas estuvieran robando lingotes de oro, Bonos del Estado o diamantes en lugar de tiempo. Esta pérdida del norte durante el último acto hace que In Time baje enteros y acabe siendo menos satisfactoria de lo que parecía en un principio, si bien eso no impide que siga resultando una de las propuestas más interesantes de la cartelera actual.

14 dic 2011

'Acero Puro'

(Real Steel. Shawn Levy. Estados Unidos / India. 2011. 127 minutos) He aquí una película condenada a irritar a los puristas, especialmente a los que aman la obra del escritor Richard Matheson, quien es de nuevo adaptado de manera muy libre por la maquinaria hollywoodiense. Acero es un cuento de 1956 (pueden leerlo aquí) que ya fue adaptado a la televisión para la mítica serie The Twilight Zone en 1963, con el actor Lee Marvin encarnando a Steel Kelly, un antiguo boxeador que, desde que fueran ilegalizados los deportes de contacto entre humanos, se dedica a manejar un robot de pelea llamado Battling Maxo (sic). Acero puro carga con el sambenito de ser una producción familiar de Steven Spielberg, que trivializa el texto original de Matheson y que viene dirigida por Shawn Levy, hasta ahora especializado en comedias como Noche en el museo (Night at the museum. 2006) o su secuela.  Así que, lógicamente, teniendo en cuenta esos elementos, era imposible que la película protagonizada por Hugh Jackman fuera a convertirse en una obra de ciencia-ficción adulta, pesimista y violenta, de ahí la previsible hostilidad con la que ha sido recibida por parte de la crítica. Sin embargo, a Spielberg, a Levy y a Jackman esto no les importa lo más mínimo, ya que su Acero puro es un título para las masas, lo que los anglosajones llaman un crowd-pleaser, es decir, una película destinada a contentar al mayor número posible de espectadores de cualquier edad, sexo o religión. Algo así como el Karate Kid (The Karate Kid. Harald Zwart, 2010) de este año, aunque menos atinado en su propósito. Y, en ese sentido, la cinta cumple de manera correcta con su cometido, por lo cual no podemos echarle tierra encima por ser justo lo que sus responsables querían que fuera, independientemente de que esto se ajuste en mayor o menor medida a nuestros gustos personales o a nuestras fobias.

LO MEJOR: El niño no es repelente.
LO PEOR: Se echa en falta más atención sobre Atom.
Porque, dejando a un lado el hecho de que prefiramos un tipo de cine menos amable, Acero puro no es ni más ni menos que lo que dejaba intuir su tráiler: un trabajo diseñado al milímetro para manipular nuestras emociones en cada momento, haciéndonos reír o incluso llorar según convenga, saciando tímidamente nuestras pulsiones básicas con los cuerpos perfectos de Hugh Jackman y Evangeline Lilly, calmando nuestra sed de violencia escénica con un buen puñado de hostias metalizadas y evocando al niño que fuimos cuando creíamos que era posible construir nuestro propio robot (algunos, incluso, lo consiguieron). No me gusta especialmente el cine familiar, pero no le puedo pedir más de lo que suele (y debe y quiere) ofrecer, porque su público objetivo está muy bien delimitado y éste es un público que sólo pretende divertirse y dejar sus preocupaciones durante dos horas fuera de la sala del cine. Así, esta película mecánica hecha con piezas de Rocky (John G. Avildsen, 1976), Campeón (The Champ. Franco Zeffirelli, 1979) o Yo, el halcón (Over the top. Menahem Golan, 1987) cumple su función de manera bastante eficaz, aunque falla en algunos puntos clave, especialmente en lo que concierne a la figura del robot Atom: resulta demasiado evidente que se le utiliza como nexo de unión paterno-filial, pero hacía falta profundizar algo más en él para que, a lo largo de la historia, nos implicáramos más emocionalmente con ese montón de metal, chips y cables que parece entender lo que le dicen, algo que sólo se menciona de pasada en momentos puntuales (cuando le vienen bien al guión) y es obviado en otros. Pese a esto, y pese a ser muy consciente de lo prefabricado del asunto, Acero puro cuenta con mis simpatías. Y prefiero disfrutarla como lo que es antes que esforzarme en destriparla por motivos que le importarán un bledo a quienes vayan a pagar su entrada para verla.

9 dic 2011

'Attack the block'

(Attack the block. Joe Cornish. Reino Unido / Francia. 2011. 88 minutos) En este revival ochentero en el que nos hallamos, faltaba todavía una película capaz de adquirir valor icónico, demostrando amor y respeto por las formas del pasado pero huyendo de la nostalgia explícita, desde una óptica contemporánea, atrevida y enérgica. Recordando uno de los mejores largometrajes que se han estrenado en 2011, Super 8, podríamos decir que si la película de J.J. Abrams es el E.T. (Steven Spielberg, 1982) de nuestros días, Attack the block es el Critters (Stephen Herek, 1986) actual, con el espíritu gamberro de El terror llama a su puerta (Night of the Creeps. Fred Dekker, 1986), la capacidad para mezclar terror e infancia de Una pandilla alucinante (The Monster Squad. Fred Dekker, 1987) y el carisma naïf de Tortugas Ninja (Teenage Mutant Ninja Turtles. Steve Barron, 1990), de la que también retoma su capacidad para otorgar personalidades propias a sus protagonistas (unos jóvenes pandilleros de un barrio marginal de Londres enfrentados a una invasión alien) y asociarlos a gadgets o armas concretos. Son, como ven, referentes que se apartan voluntariamente de la ñoñería (por otra parte, entrañable... a veces) de la factoría Amblin y que demuestran que los 80 no sólo fueron de Spielberg.

LO MEJOR: La habilidad de Cornish para mezclar géneros.
LO PEOR: Que su estreno en España haya sido tan limitado.
Pero, independientemente de la capacidad de Attack the block para recordarnos tiempos pretéritos desde la modernidad (esos bichos peludos con colmillos fluorescentes son lo más cool que han visto sus ojos en muchos años), hay que reverenciarla como una pequeña joya multigenérica que conjuga con una habilidad pasmosa el sentido del humor, de la espectacularidad, de la acción, de la fantasía y del terror. Todo comprimido en un ajustado metraje que se disfruta a tope desde el minuto uno y no hace otra cosa que ir a más durante su recorrido. Con su falta de ambiciones y su frescura, es imposible resistirse a los encantos de una cinta que crece en el recuerdo y que, para colmo, mantiene toda su eficacia (y hasta se podría decir que la amplía) en un segundo visionado. Por si fuera poco, a Joe Cornish todavía le sobra tiempo para introducir en su guión algunos apuntes cargados de mala leche sobre los conflictos sociales y sobre cómo a las altas esferas les interesa mantenerlos y hasta potenciarlos, con tal de que los que menos tienen sigan donde están (matándose entre ellos para sobrevivir) y los más poderosos sigan contemplando el mundo desde su posición privilegiada y relativamente segura. Attack the block es la película de la que me gustaría que hablaran los niños de hoy en el futuro, cuando les afecte el ataque retro del que nosotros somos víctimas ahora y se quejen de que "ya no se hacen pelis como las de antes".

8 dic 2011

'Gattaca'

(Gattaca. Andrew Niccol. Estados Unidos. 1997. 106 minutos) Con In time en las carteleras, es un buen momento para rescatar o incluso descubrir la que fue la ópera prima de Andrew Niccol, Gattaca, una de las películas de ciencia-ficción más interesantes de los años noventa. Resulta curioso saber cuál fue la génesis del proyecto, ya que quizá su espíritu contestatario no surge sólo de las ideas de Niccol, sino también de su propia experiencia en Hollywood: con más de diez años a sus espaldas como director de spots publicitarios para la televisión inglesa, Niccol se mudó a Los Angeles con un guión propio bajo el brazo titulado El show de Truman. En éste, reflejaba parte de su experiencia trabajando en publicidad, reflexionando sobre cómo los medios de comunicación son capaces de guiar a las masas y controlarlas a su antojo. El problema fue que un guión presupuestado en 80 millones de dólares no iba a ser puesto en manos de un novato por la Paramount, así que finalmente el proyecto fue transferido a alguien más veterano como Peter Weir y tuvo a Jim Carrey como protagonista, estrenándose más de un año después de que Niccol ideara la historia. Ante una situación que le parecía injusta (pero comprensible), el futuro director escribió el guión de Gattaca como reacción al desplante anterior, planteando una historia de ciencia-ficción que no necesitaba de efectos especiales ni de grandes estrellas para funcionar y, por lo tanto, con un presupuesto moderado que no supusiera un quebradero de cabeza para los productores. En ella, Niccol describía un futuro cercano en el que los nacimientos son controlados genéticamente para que las personas puedan crecer sin anomalías físicas ni psicológicas, erradicando cualquier rasgo que pudiera ser potencialmente peligroso y creando así una nueva élite social que margina a los que consideran seres inferiores. Uno de estos es Vincent Freeman (Ethan Hawke), quien ha conseguido entrar a trabajar en una corporación llamada Gattaca con el sueño de poder viajar al espacio. El problema reside en que es un farsante: ha tomado la identidad de otra persona y no es genéticamente óptimo para ocupar dicho puesto. Un asesinato ocurrido en las instalaciones pondrá en peligro su tapadera, al ser considerado sospechoso. 

LO MEJOR: Su poso melancólico.
LO PEOR: Su ritmo tranquilo puede jugar malas pasadas.
Con Ethan Hawke y Uma Thurman en un punto ascendente de popularidad, así como con la presentación en una película estadounidense de Jude Law, parecía que Gattaca contaba con un buen reclamo para atraer la atención del público. Y, sin embargo, resultó un fracaso en la taquilla. Algo que no es de extrañar, ya que la cinta de Niccol no es precisamente un título destinado a contentar a las masas: tanto su fondo como sus formas carecen del sentido del espectáculo y de la diversión que seguramente esperaban los espectadores en ese momento. Gattaca, en cambio, posee desde sus primeros minutos un tono dramático y triste totalmente arrebatador, constituyéndose como un thriller existencialista que utiliza lugares comunes del cine negro en un contexto deshumanizado y que otorga mayor protagonismo a los sentimientos que a la acción, tornándose reflexivo donde otros que contaron algo parecido (el Hombre contra el Sistema) se volvían explosivos. Con los años, Gattaca ha acabado convirtiéndose en una película de culto, una obra de referencia aislada en su tiempo y, todavía, el mejor trabajo de su director, quien a raíz de un desencuentro con una gran multinacional fantaseó con la posibilidad de rebelarse contra ella y construyó un largometraje casi magistral, lleno de ira contenida, de afán de superación y de poesía audiovisual. Es una pena que el director no fuera capaz de mantener el interés durante todo el metraje, lastrado por algunas secuencias que no aportan demasiado y que tienen que ver con la investigación policial, lo menos atractivo de todo el conjunto aunque tenga su función en la trama. Pero algunos de sus diálogos, de sus escenas (el protagonista mirando cómo parten las naves en las que él quiere estar, el segundo duelo acuático con su hermano) y la música de Michael Nyman consiguen llevarnos a lugares de puro placer sensitivo. Y esa es la materia de la que está hecho el mejor cine.

7 dic 2011

'Escóndete y tiembla'

(American Gothic. John Hough. Estados Unidos / Canadá. 1988. 86 minutos) En 1930 el pintor Grant Wood presentó en sociedad un cuadro al que llamó American Gothic y con el que pretendía capturar la esencia de los roles masculino y femenino en las sociedades rurales del Medio Oeste norteamericano. En dicha pintura, el hombre aparecía con una horca de tres dientes mirando hacia el frente, mientras que, a su lado, su esposa le observa con gesto sumiso. Dicha estampa pasó a formar parte del imaginario colectivo y su popularidad se extendió a lo largo de las décadas, llegando hasta finales de los años ochenta con la película que nos ocupa, del mismo título que el cuadro de Wood y dirigida por un John Hough del que hablamos hace poco (recuerden esto). Con un fracaso a sus espaldas como Biggles: El viajero del tiempo (1986) y con la mayor parte de su trabajo enfocada hacia la televisión, Hough encontró la posibilidad de volver a filmar una película de terror que aprovechara el buen rendimiento que dicho género estaba teniendo en los videoclubes de todo el planeta, si bien ya era evidente que la fórmula del slasher de los últimos años estaba ya prácticamente muerta y eran necesarias nuevas vías para asustar al personal. El guión de Escóndete y tiembla, que fue como se conoció en España la película, volvía a un terror rural en el que los asesinos no llevaban máscara, no tenían apariencia de monstruos ni poseían poderes paranormales. Y eso, como sabemos todos, es lo que más miedo puede dar. 

LO MEJOR: Michael J. Pollard y sus hermanos dementes.
LO PEOR: No saca provecho a su premisa, tornándose un
producto descafeinado.
Cuanto más se acerca a la realidad, el cine de terror adquiere mayor capacidad para inquietarnos, así que la historia de un grupo de amigos perdidos en una isla habitada por una familia de fanáticos religiosos que, asesinato mediante si se tercia, harían cualquier cosa por mantener las tradiciones, resulta de entrada lo suficientemente atractiva como para llamar nuestra atención, por mucho que sea un esquema que se ha utilizado en infinidad de ocasiones y no siempre con resultados positivos. Lamentablemente, este es uno de esos casos en los que la premisa está muy por encima de los logros reales del producto. Muy lejos de la capacidad para la sugerencia y el suspense de productos anteriores de Hough, así como de la eficacia de aquellos que sólo pretendían entretener, Escóndete y tiembla hace que nuestras emociones basculen entre la indiferencia y el aburrimiento durante la mayor parte de sus largos ochentaytantos minutos. Los fans del gore y de las emociones fuertes encontrarán aquí motivos para la desesperación, ya que apenas hay violencia explícita y el tono general es demasiado apagado y rutinario como para generar cualquier tipo de entusiasmo. Sólo las apariciones de los hijos del matrimonio homicida, adultos con mentalidad de niño sobre los que se advierte la sombra del incesto y otras perversiones, consiguen levantar algo el ánimo en una producción de escaso interés, erigiéndose como momentos de placer aislados dentro de un conjunto lleno de mediocridad.

6 dic 2011

Amigos con talento.



Dicen que de bien nacido es ser agradecido. Y yo quería aprovechar mi última columna de 2011 del periódico Crónicas de un Pueblo para agradecer a estas personas el privilegio de formar parte de su círculo de amigos. Va por vosotros.

En mi paso por la facultad de Comunicación Audiovisual de Badajoz he conocido a mucha gente con ínfulas de artista. Yo mismo era uno de ellos y por eso intenté abrirme camino escribiendo guiones y haciendo por mi cuenta un par de cortometrajes que no llegaron a nada, antes de entender que quizá me encontraba más cómodo escribiendo sobre cine que haciéndolo, en parte por falta de confianza en mí mismo. Pero una cosa es querer ser artista y otra es tener talento. Tener ese don especial que sólo unos pocos poseen para crear, para narrar, para innovar… A lo largo de los años he tenido la suerte de conocer a personas que están haciendo cosas muy interesantes en distintas disciplinas artísticas (Mario Cotos Franck, John Tones, Sergio Colmenar, Diego Arjona… buena gente), pero quiero dedicar la tribuna de este mes a tres amigos que tuve la suerte de encontrar en Badajoz y a los que auguro un gran futuro. Uno de ellos es Jesús Mesas Silva. Compañero de clase en los últimos años de carrera, tuve el honor de colaborar con él en un cortometraje llamado ‘Destroyers’ que, visto ahora, se me antoja sólo una chiquillada en comparación con lo que haría después y lo que está por hacer. En 2010 se paseó por varios festivales de cortos con su primer trabajo rodado en 35mm, una maravilla para los sentidos que lleva por título ‘Vité (Ma Non Troppo)’. Su costumbre de llamarme Maestro Tena es una buena muestra de su modestia. Actualmente está trabajando de guionista en la serie ‘Águila Roja’ y le espera un futuro brillante detrás de las cámaras. Como también parece que le sucederá a Javier Cordero si sigue evolucionando así, alguien a quien conocí hace menos tiempo, pero con quien he tenido ocasión de hablar sobre cine, compartir confidencias e intentar levantar algún proyecto que se hundió en el océano de las subvenciones que no se dan. Hace pocas semanas presentó en el Centro de Ocio Contemporáneo de Badajoz su primer cortometraje profesional, ‘Sospecha’, con resultados visuales más que estimulantes que remiten al cine de terror italiano y a los cómics de la EC. Ojo con él. Y de cómics sabe mucho mi amigo Borja González Hoyos. Tuve la suerte de conocer a Borja gracias a que leía mi blog y se puso en contacto conmigo hace ya unos cuantos años. Hoy en día es una de las personas a las que más admiro, por su talento, sí, pero también por su bondad, por su inteligencia y por estar siempre ahí. 2012 va a ser su año, acuérdense, porque al fin va a tener la oportunidad de dar a conocer de manera masiva lo que ha estado haciendo durante toda su vida: ilustrar y crear mundos con sus manos y su imaginación. El fanzine ‘Roland’ o la web ‘Los Ninjas Polacos’ son sólo un avance de lo que vendrá. Mis mejores deseos, mi admiración y mi cariño para todos ellos.

29 nov 2011

'Los ojos del bosque'

(The watcher in the woods. John Hough. Estados Unidos. 1980. 80 minutos) A mediados de los 70, la marca Walt Disney no era necesariamente sinónimo de éxito. Sus días de gloria como productora más importante del cine de animación de Estados Unidos estaban en entredicho, ya que si bien no había ninguna otra compañía rival que le hiciera sombra, sí que veía cómo sus últimos títulos estaban lejos de poder compararse a niveles artísticos y comerciales con sus clásicos más conocidos. Buscando refugio en películas de acción real enfocadas al público familiar, Disney halló sendos éxitos en La montaña embrujada (Escape to Witch Mountain. 1975) y su secuela, Los pequeños extraterrestres (Return from Witch Mountain. 1978). El director de ambas no fue otro que John Hough, director inglés que había filmado dos reputadas cintas de terror: Drácula y las mellizas (Twins of evil. 1971) y La leyenda de la mansión del infierno (The legend of hell house. 1973), una de las mejores películas de casas encantadas de todos los tiempos. Si bien el tono general de los dos films que rodó para la Disney era inevitablemente amable, la mezcla de protagonistas adolescentes, aventuras y ciencia-ficción funcionó lo suficientemente bien como para que fuera considerado para encargarse de otro éxito en potencia, en este caso la adaptación de una novela de Florence Engel Randall titulada Los ojos del bosque (1976) que mezclaba elementos similares. Sin embargo, esta vez John Hough se llevó la cinta a su terreno, consiguiendo un producto incómodo para la productora, poco amable para el público infantil y con una atmósfera decididamente terrorífica. En ella, vemos cómo Jan y Ellie, unas jóvenes que se mudan a una casa de campo en Inglaterra con su familia, reciben lo que podrían ser mensajes del Más Allá, aparentemente enviados por una chica desaparecida años atrás, Karen, y cuyo cuerpo nunca apareció. Al mismo tiempo que se suceden fenómenos paranormales, las protagonistas descubren que algunos adultos del lugar esconden un secreto que podría esclarecer qué ocurrió con Karen.

LO MEJOR: Que no haga demasiadas concesiones al público
infantil.
LO PEOR: El final deja en evidencia que hubo problemas de
producción.
El resultado fue demasiado terrorífico para los estándares de la Disney, aun cuando habían elegido deliberadamente un punto de partida que se prestaba a ello. En un intento de salvar la papeleta, eliminaron varias escenas, filmaron hasta tres finales distintos y reestrenaron la película un año después, con el montaje de ochenta minutos que hoy conocemos. Dejando a un lado todo este desaguisado (del cual pueden leer más si pinchan aquí), hay que reconocer que el resultado de Los ojos del bosque es sorprendente. Muy en contra de lo que podríamos pensar nada más ver escrito Walt Disney Productions presents en los títulos iniciales, la cinta nos sumerge de inmediato en un terreno hostil para los protagonistas y para el público, un bosque insondable donde se advierte la presencia de alguien o algo que nunca llegamos a ver pero cuyas acciones (en forma de viento o fenómenos luminosos) se hacen patentes desde el principio. Eso por un lado. Por otro, tenemos otro recurso más inquietante si cabe en la forma de un espectro que pide ayuda a las hermanas Jan y Ellie, apareciéndose en los espejos o hablando a través de la voz de la pequeña. Para redondear la intriga, hay incluso un ritual que se nos muestra en forma de flashbacks a medida que los implicados confiesan su participación en él y las extrañas consecuencias que tuvo. Como ven, parece mucho para condensar en apenas hora y veinte, pero ahí radica una de las grandes virtudes de la película, ya que gracias a ello adquiere un ritmo incesante y logra mantener la atención del espectador en todo momento, sin apenas altibajos narrativos ni secuencias de relleno, lo cual es siempre digno de elogio. Y en cuanto al terror, quizá se sorprendan al comprobar la manera tan hábil con la que la película consigue poner los pelos de punta en varias ocasiones. Es posible que el papel de Bette Davis les sepa a poco (no es a ella a quien hay que temer en esta ocasión), pero si hay algún aspecto que realmente quede cojo en Los ojos del bosque es el final. Sin ánimo de aguarles la fiesta en caso de que no la hayan visto, con lo cual ya quedan avisados de que quizá no tendrían que seguir leyendo (SPOILER!), es evidente que la conclusión que se tomó como final oficial (tras otros dos alternativos que pueden ver aquí y aquí) no casa del todo bien con la pregunta que nos hacemos desde el principio, en cuanto vemos por primera vez los efectos lumínicos que sorprenden a la protagonista: ¿no serán esas luces más propias de un extraterrestre que de un fantasma? Los finales previos dicen que sí, pero el del montaje que se comercializó a partir de 1981 elimina las apariciones del alien (diseñado por Henry Selick, futuro director de Pesadilla antes de Navidad, James y el melocotón gigante y Los mundos de Coraline) y el viaje a su planeta (que, en honor a la verdad, resultan bastante pobres, como habrán podido comprobar si han abierto los vídeos que les acabo de enlazar) y lo sustituye por una conclusión que nos habla de un cruce entre dimensiones pararelas y muestra al Observador (el Watcher del título original) como un ente incorpóreo. Es una pena que este clímax deje a un lado la intención inicial de Hough (quien no filmó estos últimos minutos) y se busque tan desesperadamente un final feliz que rompe, en parte, con el tono terrorífico y oscuro que posee el resto del metraje. Aún así, Los ojos del bosque merece ser recordada como una rareza interesantísima, un cuento de terror para niños grandes y, quizá, uno de los títulos más rescatables de la producción del género de principios de los ochenta.

28 nov 2011

'Noche de miedo' (2011)

(Fright night. Craig Gillespie. Estados Unidos. 2011. 106 minutos) Muchos fans de la Noche de miedo original, dirigida en 1985 por Tom Holland, pusieron el grito en el cielo cuando aparecieron las primeras instantáneas del nuevo Peter Vincent. Para los que no conozcan la primera versión, indicarles que en aquélla el personaje del showman experto en vampiros era interpretado por Roddy McDowall con una distinción y un humor plenamente british, con un ojo puesto en la Hammer y otro en los presentadores norteamericanos de programas de televisión dedicados a la Serie B. Sin embargo, en la versión 2011 Vincent aparece como una suerte de prestidigitador neo-gótico de Las Vegas que se comporta como una estrella de rock y al que da vida, con unas pintas muy a lo Russell Brand, el irlandés David Tennant. Pocos minutos después, y dejando a un lado que este cambio no es otra cosa que el signo de los tiempos, Tennant aparece frente al espectador despojándose de todos sus accesorios postizos, peluca, bigote, patillas, en lo que parece casi una broma a costa de esos aficionados a los que sabían de antemano que iban a cabrear. El mensaje podría ser el siguiente: no había necesidad de alarmarse. Y es extrapolable a lo que se podría decir de ese miedo irracional que se tenía ante este o cualquier otro remake, puesto que estamos ante una película mejor de lo que, a buen seguro, muchos esperaban. Un inciso: en el cine, ninguna nueva versión sustituye a la original y siempre tienen la opción de no ver el remake de turno y seguir mirando la misma película de siempre. Pero no sean tan lloricas, por favor. 

LO MEJOR: La secuencia de la persecución.
LO PEOR: Algún abuso de los efectos digitales.
Volviendo a la Noche de miedo de Craig Gillespie, no se puede decir que aporte nada nuevo al panorama del cine de terror, ni siquiera al subgénero de vampiros. Pero eso no implica necesariamente una valoración negativa de la cinta, ya que si algo se puede destacar de ella es la manera tan apañada con la que consigue sortear las comparaciones con la original, respetando el hilo argumental y algunas secuencias concretas pero alterando el orden y añadiendo recursos estilísticos que habrían sido impracticables en 1985. En ese sentido, la secuencia de la persecución nocturna por la carretera es brillante y es un buen resumen de lo que se puede encontrar en este remake: buenas dosis de terror (no del que hace que se les pongan los pelos de punta, pero... ya me entienden), leves notas de humor (quizá menos que en la versión de 1985, pero de un tono menos inocente), buen pulso para las escenas de acción y el respeto justo por la cinta de Holland (atentos al cameo de Chris Sarandon, el vampiro de la original). En cuanto a su reparto, ninguna queja, destacando especialmente un Colin Farrell  que se lo pasa en grande pudiéndose reír de su fama de mujeriego y peligroso, además de un Christopher Mintz-Plasse que aparece menos de lo deseado pero que se dedica a robar escenas cada vez que le dejan. En resumen, Noche de miedo, versión 2011, aun con sus deudas hacia el 3D que se hacen evidentes en la planificación de algunos momentos concretos y con su estigma de ser el remake de una película mitificada por los que hoy son treintañeros, supone una experiencia satisfactoria y divertida, un título recomendable que, si bien no inventa la Coca-Cola, sí que la sirve de manera refrescante.

25 nov 2011

'Cumpleaños mortal'

(Happy birthday to me. J. Lee Thompson. Canadá. 1981. 110 minutos) J. Lee Thompson, en su faceta de director todoterreno que lo mismo servía para hacer (bien) El cabo del terror (Cape fear. 1962) que La rebelión de los simios (Conquest of the Planet of the Apes. 1972) o Justicia salvaje (The evil that men do. 1984), puso también su granito de arena en la gran montaña del slasher norteamericano de principios de los 80. Filmada en Canadá con el apoyo económico de Columbia Pictures, Cumpleaños mortal tenía como mejor aval el hecho de venir producida por los mismos responsables de la sensacional San Valentín sangriento (My bloody Valentine. George Mihalka, 1980), con el extra añadido de tener a un decadente Glenn Ford en el reparto y de suponer el primer papel importante para el cine de la entonces popular Melissa Sue Anderson, la Mary Ingalls de La casa de la pradera. Teniendo todo esto en cuenta, lo que cabría de esperar de este título sería una explotación más de la fórmula conocida de adolescentes muriendo brutalmente durante el transcurso de una fecha señalada. Así hace pensar también su argumento: los miembros de una pandilla elitista de un colegio privado van desapareciendo misteriosamente, asesinados por alguien a quien conocen y que se aprovecha de esa confianza para quedarse a solas con ellos y exterminarles. Sin embargo, Cumpleaños mortal, aún ajustándose en cierto modo a esos cánones previsibles, desvela rápidamente sus inclinaciones hacia el amarillo, hacia el giallo italiano.

LO MEJOR: Lo bien que traslada algunos recursos del giallo
al slasher norteamericano.
LO PEOR: La ristra de finales.
Como en algunas de las mejores películas de Dario Argento, gran parte de la tensión que nutre su argumento se basa en un recuerdo que la protagonista tiene bloqueado en su memoria y que, de recuperarlo, quizá le ayudaría a resolver el misterio detrás de los asesinatos. No conviene desvelar mucho más del argumento, ya que siempre cabe la posibilidad de que algunos de ustedes aún no hayan visto la película (como era mi caso) y no me parece de recibo destriparles nada. Lo que sí les puedo decir es que los últimos veinte minutos de película tienen tantos giros que uno acaba exhausto, sorprendido e indignado, todo al mismo tiempo. A muchos nos gusta que el cine nos manipule, que nos despiste, que consiga inquietarnos y que acabemos con la boca abierta de estupefacción, pero siempre y cuando juegue limpio, aportándonos pistas fiables, por muy sutiles que sean, hasta tal punto que sólo sean perceptibles en un segundo visionado o en un repaso mental de los minutos previos. Sin embargo, Cumpleaños mortal se esconde demasiados ases en la manga y los utiliza casi todos durante un clímax extenuante que resulta increíble, y no precisamente para bien. No me entiendan mal: la película es apreciable, está bien filmada, la trama es interesante y está algo por encima de la media (y se adereza con esos recursos del terror italiano, como citaba antes, por ejemplo el asesino enfundado en guantes de cuero negro que usa armas blancas, además del trauma psicológico de la protagonista). Incluso tiene un par de asesinatos bastante impactantes (ojo al del joven que hace pesas...). Pero, en su obsesión por rizar el rizo, la historia se le va de las manos a sus responsables y, como si no supieran muy bien cómo acabar, meten todos los finales posibles que se les habían ocurrido, provocando una perplejidad total en el expectador. Esto me provoca sentimientos encontrados: por un lado, adoro ese descaro para llevar la propuesta a esos límites de insania, pero al mismo tiempo considero que hay demasiadas trampas y que, al no conseguir encontrar una respuesta coherente a todas las incógnitas que sembraron en el libreto, los guionistas decidieron salirse por la tangente y aturdir al público sin darle tiempo a reaccionar, de manera vil y, si me permiten la pequeña exageración, indignante. Aun así, y siempre teniendo en cuenta que este tipo de conclusiones son determinantes para luego evaluar el grado de satisfacción que nos produce un largometraje, cabe recomendar Cumpleaños mortal como una estimulante mezcla del slasher yanqui y el giallo italiano, lo que le aporta un mayor grado de personalidad que el que podían lucir algunas de sus coetáneas.

23 nov 2011

'El asesino de Rosemary'

(The Prowler. Joseph Zito. Estados Unidos. 1981. 88 minutos) El género slasher, como cualquier otro, acusó un rápido agotamiento por culpa de una sobre-explotación y una reiteración excesiva de ideas visuales y temáticas. Quizá en ese momento, en plena fiesta sangrienta, los fans del terror no ponían pegas al modo en el que muchas películas les daban lo mismo una y otra vez, contentándose con unas cuantas escenas gore con las que calmar sus ansias de vísceras y hemoglobina. Pero, hoy en día, incluso siendo benevolentes no podemos dejar de comprobar cómo algunas de estas películas que siempre hemos considerado como clásicos inapelables, casi como obras maestras a reverenciar sin temor alguno, resultan frustrantes al revisarlas y nos obligan a replantearnos la justificación de ese culto que les profesamos. El asesino de Rosemary es una consecuencia directa del éxito de Viernes 13 (Friday the 13th. Sean S. Cunningham, 1980) y, como muchas otras, repite su esquema casi al pie de la letra: prólogo ambientado en el pasado donde tiene lugar un crimen, salto temporal que nos sitúa en la actualidad, concretamente en una fecha destacada (aquí la noche de graduación), asesino cuya identidad no es desvelada hasta el final, jóvenes asesinados de manera gráfica (con efectos especiales de Tom Savini también) y un susto final que aquí está metido con calzador y que resulta de lo más gratuito (más todavía, se entiende, de lo mucho que suelen serlo los sobresaltos finales del slasher). Y, aunque Joseph Zito se encargaría después de la mejor película protagonizada por Jason Voorhees, Viernes 13, parte 4: El capítulo final (Friday the 13th: The final chapter. 1984), El asesino de Rosemary se queda en el terreno de la burda explotación sin demasiada gracia.

LO MEJOR: Los efectos especiales de Tom Savini.
LO PEOR: Que es otra más que añadir a la lista de "Pelis que
molaban y que ahora aburren".
Soy consciente de que entre los lectores de este blog hay fans de la película, y entiendo que, en el recuerdo, El asesino de Rosemary puede resultar fascinante por dos motivos: el traje del asesino y la brutalidad de las escenas de muertes. Vestido de camuflaje, con apariencia de cazador y armado con un machete y una horca de hierro y madera, el merodeador del título original resulta inquietante y tan peligroso como cabría esperar. Su manera de asesinar no es tampoco muy fina que digamos, luciendo una brutalidad que queda bien plasmada gracias a los excelentes efectos de Savini, fácilmente lo mejor de toda la película. Sin embargo, aparte de eso no hay absolutamente nada en El asesino de Rosemary que sea digno de elogio, sino más bien lo contrario. Además de la falta de originalidad, de la nulidad dramática de los personajes y de otros aspectos que nos importan un pimiento, hay tres momentos puntuales que a uno no le dejan hacer otra cosa que no sea preguntarse en qué demonios estaban pensando los guionistas y el director. El primero es la escena de despedida de quien luego resulta ser el asesino. Es como si gritara "¡Me voy! ¿Me habéis oído? ¡Me voy! ¡Pero luego vuelvo y os mato a todos sin que sepáis que soy yo!". No recuerdo ningún otro slasher en el que la identidad del killer de turno sea tan evidente (exceptuando secuelas, claro). El segundo gran momento chorra es la llamada telefónica que el aprendiz de Sheriff hace al lugar en el que se supone que está este personaje que mencionaba antes. Con un ritmo de lentitud atroz, con una cadencia incómoda, asistimos a varios minutos de metraje llenos del vacío más absurdo y dilatado. El tercer gran instante, este ya de descojone involuntario, es cuando la protagonista es salvada in extremis por el tontico del pueblo y ambos se dedican miraditas tiernas en un juego de plano-contraplano, acompañado de una música nauseabunda, que parece sacado de Museo Coconut. Y al pobre psycho-killer no le dan tiempo a explicarse porque le revientan la cabeza. Literalmente. Así que, lo voy a decir, El asesino de Rosemary es otra de esas películas que me arrepiento de haber vuelto a ver. Aunque me temo que tampoco me ha servido para que aprenda la lección...

18 nov 2011

'Asesinos de élite'

(Killer Elite. Gary McKendry. Estados Unidos / Australia. 2011. 116 minutos) Como ya ocurrió con The Bank Job, Asesinos de élite devuelve a Jason Statham a un terreno algo más apegado a la realidad de lo que nos tienen acostumbrados sus incursiones en el cine de acción más loco. Ambientada en 1981, la película está basada en las experiencias reales de un ex-oficial de fuerzas armadas británicas, Ranulph Fiennes, quien publicó en 1991 una novela de aventuras y espionaje titulada The Feather Man en la que relataba algunas de las matanzas perpetradas por su ejército en Omán durante 1976, con fotografías incluidas. Así, sorprenden de entrada estos dos detalles: su ambientación eighties (aunque no se haga hincapié en ello y, de hecho, el texto que aparece antes de los créditos juega con lo poco que han cambiado las cosas desde entonces) y que no se trate de un remake de la película homónima que Sam Peckinpah dirigió en 1975, titulada en España Los aristócratas del crimen (algo que, si siguen las noticias sobre cine, ya sabrían). Pero pueden estar tranquilos: por mucho que estemos ante una película "basada en hechos reales", lo que de verdad toma como punto de partida es una novela cuya veracidad fue puesta en entredicho y que no deja de ser una aventura de agentes secretos, conspiraciones militares y venganzas. Con sus actores haciendo lo que ven en el póster: intentar ser los más chulos del reparto y darse a la acción a la mínima que pueden.

LO MEJOR: Los enfrentamientos entre Statham y Owen.
LO PEOR: Es algo rutinaria.
Robert De Niro aparece más bien poco, así que toda opción de lucimiento queda en bandeja para Jason Statham, quien hace lo de siempre e igual de bien, y sobre todo un Clive Owen que, con su caracterización y su actitud, se dedica a robar escenas incluso cuando las comparte con Statham, aquí bastante comedido en la línea de trabajos recientes como The Mechanic y Blitz. Se aprecia en la película del debutante McKendry cierta indefinición entre el thriller de tono serio y la cinta de acción desbocada, pero afortunadamente el cómputo global es bastante satisfactorio y, si bien se la puede considerar simplemente otra película más dentro de la ya extensa filmografía de Statham, no defraudará a sus fans ni a cualquiera que se lo pase bien con los tiroteos, persecuciones y peleas de rigor, aquí bastante bien dosificadas en un metraje algo excesivo. Sobra la historia de amor que pretende humanizar al protagonista y quizá nos hubiera gustado más de haberse centrado en el juego del gato y el ratón entre Statham y Owen. De este modo, Asesinos de élite, sin dejar de ser un largometraje correcto, deja con la sensación de que podría haber ido a más si hubiese tenido más claros sus objetivos. Y, sin que por ahora haya motivos para encender las señales de alarma, quizá debería servir como toque de atención a The Stath para que dejara de conformarse con aparecer en películas simplemente aceptables (y que basan la mayor parte de su fuerza en él mismo) y comenzar a buscar algo más memorable. O, dicho de otro modo más prosaico, queremos verle de nuevo en pelis que lo peten.

14 nov 2011

'Kárate a muerte en Bangkok'

(The Big Boss / Tang shan da xiong. Conocida en EEUU como 'Fists of Fury'. Lo Wei. Hong Kong. 1971. 100 minutos) El fanatismo ejerce una peligrosa influencia sobre la consideración que algunas películas obtienen con el paso del tiempo, hasta tal punto que, debido a la exaltada admiración que algunos profieren por determinadas estrellas del celuloide, se llegan a mitificar cintas cuyas verdaderas cualidades están lejos de ser tan remarcables como cabría suponer (y sé de lo que hablo: soy fan de Van Damme). Es el caso de Kárate a muerte en Bangkok, la cual arrastra una fortísima carga icónica ya desde su mismo título (por mucho que sea erróneo utilizar la palabra "Kárate" cuando se tendría que hablar de "Kung Fu"...), además de ser justamente célebre por suponer el primer título que Bruce Lee protagonizó de adulto en el seno de la industria cinematográfica de Hong Kong y, para colmo, su primera película de artes marciales, tras haberse granjeado cierta fama como luchador y actor en diversas apariciones televisivas en los Estados Unidos. En una jugada que le salió redonda, Bruce Lee rechazó el contrato draconiano que le ofrecían en la Shaw Brothers y se lo jugó todo aceptando la propuesta de Raymond Chow, un productor independiente que había formado parte de la Shaw y que andaba detrás de un gran éxito que terminara de lanzar su flamante compañía, la luego esencial Golden Harvest. Es fácil adivinar qué atrajo a Bruce de dicho acuerdo: la posibilidad de tener cierta libertad creativa, de mostrar las artes marciales de un modo realista y de figurar por fin como el nombre más importante del reparto (pese a que, en un inicio, antes de que el director Ng Gar Seung fuera reemplazado en su labor por Lo Wei, el protagonista iba a ser James Tien, quien con el cambio de rumbo del proyecto perdió importancia en favor de Lee). El argumento se aleja de las aventuras dinásticas tan de moda por aquella época, para presentar una historia contemporánea ambientada en Tailandia en la que Cheng Chao-an (Lee), un emigrante chino que ha recalado allí para trabajar en una fábrica de hielo, debe enfrentarse a una trama de tráfico de drogas y asesinatos. La excusa perfecta para que el actor se líe a mamporros a la mínima ocasión. Aunque, como veremos, esto no fue exactamente así.

LO MEJOR: El instante en el que, por fin, Bruce comienza a pelear.
LO PEOR: La precariedad de todos los elementos artísticos y
técnicos de la película, incluso para los estándares del cine de Hong
Kong de los años 70.
Vista hoy, con todo lo que la figura de Bruce Lee supone para un género, el del cine de artes marciales, que él se encargó de popularizar internacionalmente, puede sorprender el hecho de que su personaje se pase la primera mitad de la película sin luchar: Cheng Chao-an ha prometido a su madre que no se meterá en peleas. Para tenerlo siempre presente, lleva un colgante de jade en el cuello que le recuerda que debe mantener su palabra (hasta que le rompen el collar y... pasa lo que pasa). Se puede decir que esto crea cierta inquietud, ya que lastra el arranque de la acción y, teniendo en cuenta lo escueto del argumento, no hay demasiado interés en los primeros minutos del largometraje más allá de intentar adivinar en qué momento comenzarán las hostias. Sin embargo, viendo este detalle en perspectiva, es fácil adivinar lo que este hecho supuso para los espectadores de la época, especialmente para quienes todavía no conocían la faceta de Lee como luchador (recordemos que, aunque comenzó su carrera como actor en Hong Kong cuando apenas era un niño, nunca antes había filmado un largometraje de acción). Básicamente, el protagonista se pasa la primera mitad del metraje conteniéndose, apretando los dientes para no rebelarse ante las injusticias que presencia y poniendo la otra mejilla. Por ello, cuando por fin comienza a luchar, y de esa manera en la que no se había visto antes en pantalla, el espectador queda atónito, libera la tensión que había acumulado con el personaje y celebra cada patada con una mezcla de alivio y excitación. Fue en ese preciso instante cuando Bruce Lee hizo historia. Y es que Kárate a muerte en Bangkok no es sólo importante por ser la carta de presentación del actor como héroe de acción, sino también por suponer una ruptura con respecto al modo en el que se venían filmando las artes marciales hasta entonces. Era habitual que los protagonistas de las cintas de la Shaw Brothers u otras productoras fuesen antes actores que luchadores, debido a que la planificación de los combates, su fragmentación, permitía esconder las carencias marciales de los mismos. Sin embargo, a partir de Kárate a muerte en Bangkok se dejó menos espacio a los trucos de cámara y se exigieron combates más realistas y, a la postre, espectaculares (porque, aunque parezca una contradicción, resulta más hipnótico ver en plano fijo a dos luchadores auténticos que asistir a un desfile de planos trucados con cables y efectos especiales). Bruce todavía no tenía el peso en la industria de Hong Kong que obtuvo tras romper records de taquilla con este film, de ahí que tuviera que ceder a algunas exageraciones muy del gusto de Lo Wei (algunos saltos imposibles, principalmente), pero su manera de actuar, de luchar, de comportarse, dejaron una huella indeleble que no se ha borrado todavía, cuarenta años después del estreno de Kárate a muerte en Bangkok. Sin su presencia en la película, ésta habría sido simplemente otra más. Y, además, de las feas, ya que técnicamente es realmente pobre (por ejemplo, hay un travelling en el que la cámara choca con algo, provocando una sacudida en el plano, y ha quedado en el montaje final). Pero gracias a Bruce Lee la cinta se convirtió en un clásico y sentó las bases para la fiebre por el Kung-Fu (aunque casi todo el mundo pensara que era Kárate) que explotaría en todo el planeta durante la década de los setenta.