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29 jul 2011

'Paul'

(Paul. Greg Mottola. Estados Unidos / Reino Unido. 2011. 104 minutos) Paul se presentaba, a priori, como uno de los platos más apetecibles de este verano, un producto que podría saciar nuestras ansias de nostalgia fantástica hasta la llegada de Super 8 y que suponía el regreso de un tándem que nos ha dado bastantes alegrías en el pasado. Gracias a Zombies Party (Shaun of the Dead. Edgar Wright, 2004) y Arma fatal (Hot fuzz. Edgar Wright, 2007), Simon Pegg y Nick Frost se convirtieron en referentes de los espectadores más freaks: sin perder ese tono cáustico tan british y amparándose en la parodia, ambos actores (con la inestimable ayuda de Edgar Wright) hicieron realidad los sueños húmedos de muchos, al conseguir filmar dos películas que irradiaban un amor genuino por dos géneros que nos vuelven locos, como son el cine de zombis y el de acción. Aunando de manera magistral el sentido del humor con el del terror y la espectacularidad, respectivamente, llevaron las películas de colegas a un territorio sofisticado y netamente flipado a la vez. Aspiraban a hacer, en definitiva, la Super Película de Zombis y la Super Película de Acción, reuniendo en ellas todo lo que nos gusta de ambos estilos.  

LO MEJOR: La honestidad freak de Frost y Pegg. Jason
Bateman pasándoselo en grande.
LO PEOR: Paul y sus gracias sin gracia. Seth Rogen resulta
cargante hasta disfrazado de CGI.
Ahora, sin la ayuda de Edgar Wright y contando como director con el algo sobrevalorado Greg Mottola (Supersalidos), Frost y Pegg acometen un nuevo acercamiento hacia las fantasías del fandom: realizar la película que todos los asistentes a la Comic-Con querrían vivir en la vida real, una aventura en torno a la ufología, a las conspiranoias y a la fantasía como válvula de escape, en la que dos pringados que viven de sus ensoñaciones acaban topándose de bruces con uno de sueños, nada menos que un extraterrestre. Curiosamente, todo lo que hay alrededor de la trama principal funciona bien: la descripción de los protagonistas, el ambiente de road-movie, los hombres de negro que les persiguen, la voz misteriosa que mueve los hilos detrás de un teléfono, los guiños a Spielberg (con cameo peculiar incluido) y George Lucas (imposible no sonreír en la escena en la que entran en un bar de carretera y suena esa música). Pero la película fracasa en lo relativo a Paul, esa versión pretendidamente socarrona de E.T. que acaba resultando un elemento antipático y contraproducente. A estas alturas, ver a un alien enseñando el culo o haciendo un "Fuck you" con el dedo no le puede hacer gracia a nadie mayor de doce años, con lo cual ese intento de construir un humor adulto y crepuscular (porque la cinta no reniega, en cierto modo y de manera dulcificada, del patetismo inherente a los protagonistas) se va al garete. Se produce así cierta incomodidad, ya que tenemos la sensación de estar ante una oportunidad desaprovechada de hacer por el cine de encuentros extraterrestres lo mismo que hicieron Zombies Party y Arma Fatal por sus referentes: un homenaje sentido y sincero, sin demasiadas contaminaciones de la comedia escatológica y coyuntural. En ese sentido, Paul se queda a medias de lo que podría haber sido, pero al mismo tiempo no deja de ser un producto bien hecho, entretenido y (salvo por Paul) bastante simpático

20 jul 2011

'Carretera al infierno'

(The Hitcher. Robert Harmon. Estados Unidos. 1986. 93 minutos) De El diablo sobre ruedas (Duel. Steven Spielberg, 1971) a Nunca juegues con extraños (Joy Ride. John Dahl, 2001), pasando por locuras tan jugosas como Sin salida (Freeway. Matthew Bright, 1996) o Giro al infierno (U-Turn. Oliver Stone, 1997) y cintas de acción más convencionales, pero igual de disfrutables, como Sin escrúpulos (Roadflower. Deran Sarafian, 1994) o Breakdown (Ídem. Jonathan Mostow, 1997), el cine norteamericano nos ha dejado claro a lo largo de los años que esa idea romántica de atravesar las carreteras menos transitadas de los Estados Unidos en busca de libertad, paz o sosiego, puede tener más de viaje hacia tierras inhóspitas y altamente peligrosas que de vacaciones reconfortantes. Eric Red, guionista después de esa otra maravillosa road-movie terrorífica que fue Los viajeros de la noche (Near Dark. Kathryn Bigelow, 1987), consiguió con su primer largometraje infundirnos un terror que iba más allá del propuesto por Spielberg en su ópera prima: el mal no se esconde ya detrás de cada curva o cambio de rasante, no es un camión con un conductor al que nunca vemos el rostro, en Carretera al infierno el mal tiene rostro y voz, se acomoda en el asiento del copiloto y consigue infiltrarse en la cabeza del protagonista, influyendo en sus acciones y quebrantando cualquier atisbo de inocencia que pudiera quedar en él.   

LO MEJOR: Su apabullante ritmo y Rutger Hauer.
LO PEOR: Un final algo precipitado.
Carretera al infierno es una película de terror, si quieren llamarlo así, psicológico. John Ryder (Rutger Hauer) no parece que quiera realmente matar a Jim Halsey (C. Thomas Howell), sino que parece más interesado en pervertir al muchacho, en guiarle por los caminos de la violencia y el asesinato. Es como si el Coyote finalmente consiguiera atrapar al Correcaminos y, en lugar de comérselo, le enseñara a liquidar a otros de su especie. Está muy lejos en ese sentido del thriller convencional, ya que el protagonista acaba desarrollando una especie de vínculo emocional con su perseguidor, quizá porque, de algún modo, el estar al borde de la muerte y tener que luchar por su supervivencia, incluso por las de otras personas a las que ni siquiera conoce, es lo único que le hace sentir vivo ya. También es una cinta de acción. Robert Harmon, que ya avanzó de lo que era capaz con el corto China Lake (Ídem. 1983), y que volvería a explorar las posibilidades del thriller psicopático y el cine de carreteras dentro del marco de las action-movies en Sin escape (Nowhere to run. 1993) y Sin salida (Highwaymen. 2004), consiguió con Carretera al infierno alcanzar la cima creativa de su carrera, debutando con una película modélica en la que la tensión apenas da respiro al espectador y en la que se construyen implacables set-pieces donde las palabras desaparecen y dejan paso a los sonidos de cristales, metales, neumáticos, disparos y explosiones. Sin duda es una de esas cintas de culto que merecen serlo por los motivos adecuados, por sus valores intrínsecos y no por su valor nostálgico o arqueológico. No confundir con Autopista al infierno (Highway to hell. Ate de Jong, 1991), que también estaba bien, pero por otras razones.

12 jul 2011

Sí, pero no.


Con este título tan feo encabezo el artículo de este mes para Crónicas de un Pueblo, en el que me desquito lo mejor que puedo sobre el sufrimiento que supuso ver dos de las películas que considero más sobrevaloradas de los últimos tiempos. 

Hace poco, mientras veía en el cine HANNA de Joe Wright, me daba cuenta de que hay películas que tienen todas las papeletas para gustarme y que, sin embargo, las acabo odiando. Normalmente es por algún motivo justificado. Otras veces es simple manía. En el caso de HANNA, conozco a gente con buen criterio, incluso algún amigo, que ha disfrutado bastante de ella, considerándola una producción interesante y arriesgada. A mí me parece una mierda. Hay películas que son malas porque no pueden ser buenas, bien porque están hechas por gente sin talento, porque se han filmado sin recursos económicos, porque el guión del que partían no era interesante… Y luego están esas cintas que están hechas con recursos, que parten de ideas interesantes… y, sin embargo, me acaban tocando los cojones, con perdón. HANNA es uno de esos casos: tiene todos los elementos para convertirse en motivo de alegría, pero sus ganas de ir contracorriente arruinan cualquier posibilidad de disfrute. Tiene algunos momentos buenos, la protagonista está perfecta y el argumento es interesante, pero hay algo que no funciona: Joe Wright se cree demasiado guay para hacer una película de acción convencional y se pierde en ese intento de ir contra las normas. Y el resultado es una basura.

Igual el problema es mío, que me estaré haciendo viejo. O que estoy perdiendo el criterio, quién sabe. Esto explicaría por qué a (casi) todo el mundo le encantó WINTER’S BONE y a mí me desesperó. Antes era un listo y pensaba que la gente que no era capaz de disfrutar de películas como esta, con 4 nominaciones a los Oscar, con excelentes críticas en todos los medios, era más o menos ignorante. Ahora creo en el lícito derecho al aburrimiento, a no seguir la línea marcada por otros, al derecho a que una película alabada por muchos nos pueda parecer una memez a otros. Y WINTER’S BONE para mí lo es. Aspira a ser un retrato terrorífico de la América profunda pero sin terror, sin emoción, sin… nada. ¡Y acaba con una niña tocando el banjo! Cuando algunos la defienden porque, supuestamente, tiene esa virtud de mostrar los estragos del aislamiento en las sociedades marginadas y endogámicas de las zonas rurales USA, a mí me da la risa y pienso en qué opinarían entonces si viesen LAS COLINAS TIENEN OJOS, por ejemplo. Aunque igual la han visto y les ha parecido una mierda porque es de terror. Y no les parece un género respetable. Igual HANNA les ha gustado mucho a algunos que dicen que es una película de acción inteligente y todo eso, porque en realidad no es una película de acción. Y ese tampoco les parece un género respetable. Al final se va a tratar de eso: a la gente le gusta pasárselo bien sin meterse en el barro, sin mancharse la ropa y rebuscar en el fango. Le gusta pasar miedo en películas que no son de terror y ver escenas de acción en películas que no son de acción porque menosprecian a los géneros puros. Le gusta lo que parece, pero no es. Y por mí se pueden ir todos al cuerno.

6 jul 2011

'Encontré al diablo'

(I saw the devil / Akmareul boatda. Kim Jee-woon. Corea del Sur. 2010. 137 min.) De no haber sido porque quedó a la sombra de A serbian film (Srpski film. Srdjan Spasojevic, 2010), Encontré al diablo podría haber sido la película más polémica de la pasada edición del Festival de Sitges. Presentada poco antes en el Festival de Cine de San Sebastián, donde ya causó cierto revuelo entre el público, la película de Kim Jee-Won también presenta un amplio catálogo de atrocidades capaces de herir susceptibilidades pero, a diferencia de la cinta que hemos citado antes, no sobrepasa los límites de lo moralmente tolerable (incluso cuando se trata de una obra de ficción) y, sobre todo, ofrece dosis de buen cine, que es algo de lo que no se puede vanagloriar el muy mediocre film de Spasojevic. La película de Kim Jee-won narra el enfrentamiento entre el psicópata Kyung-chul (Choi Min-sik) y el agente secreto Kim Soo-hyeon (Lee Byung-hun), después de que el primero haya raptado y asesinado a la prometida del segundo. Dispuesto a que el asesino sienta tanto dolor como él, Soo-hyeon urde su venganza de una manera poco habitual: en lugar de dejarse llevar por la ira y dar muerte a su enemigo a la primera oportunidad, decide dejarle vivo y hacerle la vida imposible, persiguiéndole, acosándole y torturándole hasta que llegue el momento en el que crea que el psicópata ha sufrido todo lo humanamente posible. 

LO MEJOR: La naturalidad con la que se integran elementos
de distintos géneros sin que chirríen.
LO PEOR: Ciertos bajones de interés producidos sobre todo
por su duración desmesurada.
En Sitges 2010 pudimos ver otra película que se aproximaba a la venganza desde un punto de vista poco común, Les 7 jours du talion (Daniel Grou, 2010). Pero Encontré al diablo triunfa allí donde aquella producción canadiense fracasaba: la cinta de Grou se convertía, a medida que avanzaba, en una insoportable película marcada a fuego por el aburrimiento, la falta de intensidad, la carencia de progresión dramática y un nulo sentido lúdico, lo cual no dejaba de ser un importante lastre a pesar de ser algo deliberado; por el contrario,  el título que nos ocupa sabe conjugar esa voluntad de heterodoxia con la vocación de super-thriller, demostrando que la profundidad psicológica de los personajes, la intensidad dramática y la violencia más incómoda no tienen por qué estar reñidas con el espectáculo, la diversión y el sentido del humor (negro, negrísimo). Kim Jee-won se las apaña para mezclar elementos de terror, policíacos, cómicos y de acción a lo largo de dos horas y cuarto de película, provocando una extenuación en el espectador que se puede comparar a la que sienten los personajes, enzarzados en un duelo que se prolonga en exceso y que ocupa la mayor parte del metraje, repartiéndose el protagonismo entre el monstruo y un héroe que se acaba convirtiendo en alguien tan despiadado como la persona a quien persigue, si bien las motivaciones de uno y otro no pueden ser más distintas. La película reflexiona también sobre las consecuencias de la revancha en quienes rodean al vengador, así como en las secuelas psíquicas que éste sufre al comprender la futilidad de la represalia, sin olvidar una crítica nada velada al patetismo con el que las fuerzas del orden deben enfrentarse en ocasiones a los criminales, bien por falta de medios, bien por inutilidad o por la inoperancia de un sistema que les oprime. Y todo eso, atiendan bien, sin olvidar el gore, las risas, las hostias y los martillazos. Una delicia

1 jul 2011

'Kung Fu Panda 2'

(Kung Fu Panda 2. Jennifer Yuh. Estados Unidos. 2011. 91 min.) Hace tres años, y contra todo pronóstico, DreamWorks Animation se sacó de la manga una película que podía mirar cara a cara a algunos títulos de Pixar a un nivel técnico y, en menor medida, también narrativo. Kung Fu Panda (Mark Osborne, John Stevenson. 2008) demostraba que en DreamWorks no sólo sabían explotar el humor chabacano y coyuntural de la saga Shrek, la cual tuvo algo de gracia en su momento pero ya ha quedado totalmente anticuada, sino que también había espacio para una historia de raigambres más clásicas en la que los chistes no venían de los pedos o la parodia del último éxito de la temporada. Además, la película hacía gala de un inesperado respeto a la cultura oriental y un conocimiento notable de la tradición cinematográfica de Hong Kong, concretamente del cine de artes marciales, que a muchos nos cogió desprevenidos y supuso un aliciente extra para la típica historia de superación personal enfocada al público infantil. Ahora con la sorprendente aparición de Guillermo del Toro en los créditos como consultor creativo y productor ejecutivo, el panda Po vuelve a los cines con una aventura de mayores dimensiones que, sin embargo, sabe mantener la esencia de la primera parte y llevarla hacia nuevas cotas de espectacularidad.

LO MEJOR: El brillante momento en el que todo el equipo
se reúne para enfrentarse al ejército villano en el tremendo
combate final.
LO PEOR: Las peleas son algo más confusas que las de la
primera parte.
Obviamente, se ha perdido algo de frescura con respecto a la original, pero es un mal menor. Kung Fu Panda 2 repite buena parte del esquema dramático de la primera parte, se autocita en varias ocasiones y hasta se permite introducir fragmentos extraídos de aquélla, sin embargo, la reiteración en una fórmula de probada eficacia no es algo que aquí moleste en absoluto, pese a la evidente ausencia de riesgo que ello supone. Si en la primera parte Po buscaba convertirse en el Guerrero del Dragón, aquí se pasa también toda la película persiguiendo algo que le hará evolucionar: por un lado, una paz interior con la que podrá enfrentarse a cualquier enemigo o arma, por otro, rastrea su pasado siguiendo los fragmentos sueltos que se le vienen en forma de sueños y que le ayudarán a entender de dónde viene y cómo llegó hasta donde está. Los momentos cómicos generados por las secuencias de entrenamiento están entonces servidos de nuevo, pero también, y ahora de manera más pronunciada, se hacen más patentes algunos elementos dramáticos que añaden una dosis extra de emoción. Ambas facetas se unen a la puramente pirotécnica en un clímax final colosal en el que queda muy bien plasmado otro cambio sobre lo visto en la primera parte: si Osborne y Stevenson optaron por una planificación de las escenas de acción más clásica y enfocada en el cuerpo a cuerpo, Yuh plantea dichas escenas con un tono más épico, trepidante y apoteósico, con una utilización del encuadre y el montaje algo más dudosa pero también más espectacular, utilizando coreografías llevadas a cabo por varios personajes a la vez que se mueven por escenarios más grandes y donde el peligro llega por varios frentes. Dicho de otro modo, es como si los Cinco Venenos de Chang Cheh tuvieran que pelear en el contexto de alguna cinta del Jackie Chan de los 80. Al fin y al cabo, las dos Kung Fu Panda no son más que eso, películas de artes marciales que respetan las reglas de género y lo homenajean, a lo que no es nada ajeno la presencia de Chan en el reparto de voces y la incorporación para la secuela de Michelle Yeoh y Jean-Claude Van Damme, este último en un papel más pequeño de lo deseable pero que incluye un divertido guiño para los fans. Tal y como está el patio, con un panorama bastante triste en las carteleras, Kung Fu Panda 2 se erige como uno de los títulos más jugosos del momento, superando incluso los valores de la primera parte y generando ganas de ver una tercera. Así que no sean burros y no se la pierdan.