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25 oct 2011

'La Cosa'

(The Thing. Matthijs van Heijningen Jr. Estados Unidos. 2011. 103 minutos) Ironías del destino, la respuesta comercial que ha recibido esta película, suerte de precuela que a veces no puede evitar parecer un remake, ha sido similar a la que obtuvo el título que toma como referencia: La Cosa de John Carpenter. Ambas películas pueden considerarse rotundos fracasos desde un punto de vista puramente crematístico, lo cual no deja de ser injusto tanto para una como para otra y dice mucho de la miopía del público: del de 1982 por no apreciar que estaba ante una obra maestra en aquel momento, quizá por no estar preparado para ello, y del de 2011 por ignorar propuestas tan interesantes como ésta y aupar a lo más alto de la taquilla a subproductos de terror en los que no pasa nada remarcable durante el ochenta por ciento de proyección. Sin embargo, si la película de Carpenter logró granjearse un estatus de obra de culto a reivindicar, es poco probable que, en el futuro, alguien se dedique a reclamar valores que hayan pasado desapercibidos en el largometraje de Matthijs van Heijningen Jr., sin que esto signifique que su fracaso comercial haya sido justo, ni de lejos. La Cosa 2011 no merecía ser recibida con tanta indiferencia tanto por los jóvenes que desconocían la película original como por los integristas que han aborrecido el proyecto desde que supieron que se había escrito la primera letra de su guión. Es inevitable recurrir a las comparaciones en este caso, ya que, desde el mismo concepto inicial, la cinta que nos ocupa se ve obligada a depender del clásico de Carpenter a nivel argumental y visual, si bien su narrativa, como veremos, pretende adaptarse a los gustos actuales. Esto es, más acción, más transformaciones, más efectos especiales, más sustos, menos sugerencia, menos suspense, menos tensión. Al mismo tiempo, debido a su condición de precuela directa (recordemos que narra los acontecimientos sucedidos inmediatamente antes del comienzo de la película de Carpenter, los cuales quedan encadenados durante los créditos finales), se ve obligada a despejar algunas incógnitas y a hilar su trama con la del film original, con lo que su valor como película independiente queda a un nivel muy básico, pero también muy correcto, de típico corre-que-te-pillo por pasillos en los que un bicho da cuenta de un grupo de humanos que va reduciéndose progresivamente hasta un clímax final en el que sólo quede un (o, sobre todo, una) superviviente. 

LO MEJOR: Su aspecto visual conecta muy bien con la
película de John Carpenter.
LO PEOR: Que, en este caso, más es menos.
Desde un punto de vista lúdico, entonces, la versión 2011 de La Cosa funciona de manera apropiada: posee un ritmo trepidante, numerosas transformaciones y multitud de efectos visuales, los cuales están bastante logrados en algunos momentos puntuales, pero en general deslucen comparados con la carnosidad de los expuestos por Rob Bottin en la versión de 1982. En este sentido, el problema no sólo está en haber cambiado el látex por el píxel, sino en algo peor, como es la pérdida de virulencia que han experimentado algunas de las transmutaciones mostradas aquí, además de por la artificialidad de la infografía, también por la sobreutilización del monstruo y la poca imaginación con la que están mostrados sus ataques. El suspense queda fuera de la ecuación en este caso, incluso si evitamos la comparación con la película de Carpenter, ya que el modo en el que La Cosa hace acto de presencia carece de cualquier tipo de misterio, no provoca demasiada paranoia entre los personajes ni entre los espectadores, ya que ahora, el primer sospechoso de ser el monstruo es el siguiente en transformarse, a ser posible en pocos minutos, para que la muchachada no se aburra y no se haga líos con tantos tipos yendo de acá para allá (algo radicalmente opuesto al modo en el que Carpenter generaba un clima de incertidumbre y miedo al prójimo, logrando un estado de inquietud y alerta constante). Es irónico, pues, que esta nueva cosa se haya rodado con el público actual en mente y este le haya dado la espalda. Para los veteranos, los que nos hemos dejado las pestañas viendo la película de Carpenter una y otra vez, nos queda la satisfacción de pasar un buen rato con estilo añejo (efectos visuales aparte) y todos esos apuntes pajeros que tanto nos gustan: Ramona Flowers en plan Ripley on ice, ver el interior de la nave, vislumbrar el aspecto original del alien al salir del bloque de hielo que ya conocíamos vacío, descubrir cómo se creó el monstruo de las dos caras, comprobar que La Cosa no ha sido siempre un ente tan sigiloso y teorizar sobre por qué huye de los humanos en la película de Carpenter en lugar de enfrentarse a ellos directamente, que es lo que hace aquí... Todo ello con alguna posible incongruencia pendiente de confirmar con futuros visionados, además de con la puerta abierta a una posible secuela (atentos a la mención de una estación polar rusa de la que no sabíamos nada hasta ahora, y que viene a sumarse a las ya conocidas, la noruega y la norteamericana) que, visto el resultado en taquilla de la actual, dudo mucho que llegue a hacerse realidad. Quizá sea mejor dejar las cosas como están.

18 oct 2011

'Sin salida'

(Abduction. John Singleton. Estados Unidos. 2011. 106 minutos) Taylor Lautner debe ser uno de los personajes más odiados actualmente sobre el planeta Tierra. Y todo porque tuvo la suerte de ser elegido para interpretar el papel de Jacob Black en la saga Crepúsculo y, de ese modo, convertirse en un ídolo de masas entre el público adolescente. Entiendo que algunos le puedan coger manía por estar sobreexpuesto a los medios, porque no les guste cómo actúe, porque no aguanten las películas por las que se ha hecho famoso... pero de ahí al odio hay un paso que nadie inteligente debería dar. El odio, además de desgastar demasiadas energías, no hace otra cosa que generar prejuicios y apreciaciones parciales. Eso es más o menos lo que ha sucedido con Sin salida, película que ha sido atacada constantemente desde que se vio su primer cartel y apareció su primer tráiler y que, en contra de lo que muchos predican (más por ceguera que por justicia), resulta un entretenimiento nada desdeñable que no habría generado tan malas opiniones de no haber sido protagonizado por alguien tan odiado por el público masculino heterosexual que ha dejado atrás la adolescencia. Ese mismo público que añora lo bien que se lo pasaba en su día con Fuera de límites (Out of bounds. Richard Tuggle, 1986), Espías sin identidad (Little Nikita. Richard Benjamin, 1988), Agente juvenil (If looks could kill. William Dear, 1991) o Run, perseguido por todos (Run. Geoff Burrowes, 1991), cuando su masculinidad no se veía amenazada por la presencia de Anthony Michael Hall, River Phoenix, Richard Grieco y Patrick Dempsey, todos ellos jóvenes metidos en tramas de persecución, acción y/o espionaje en las películas citadas. Soy consciente de la posible inutilidad de esta entrada: lo más probable es que no consiga destruir las reservas de ningún hater de Taylor Lautner y que incluso se entienda que estoy haciendo una defensa apasionada del muchacho, pero no es esa mi intención.  

LO MEJOR: Tiene el ritmo adecuado para no resultar aburri-
da en ningún momento.
LO PEOR: Que los fans del cine de acción no le den una
oportunidad sólo por estar protagonizada por "el lobo de
Crepúsculo"
.
Es un error pensar que Lautner se ha subido al carro del cine de acción sin haber mostrado antes cierta predilección por él. Han de saber que, incluso antes de The adventures of Sharkboy and Lavagirl (Robert Rodriguez, 2005), Lautner ya había hecho su primera aparición frente a las cámaras en la película de artes marciales Shadow Fury (Makoto Yokohama, 2001), donde ya ofrecía una temprana muestra de su talento para las coreografías de lucha. Así, el hecho de que el joven haya escogido una película de acción como su primer vehículo de lucimiento exclusivo es plenamente coherente con sus inicios como campeón infantil de Karate. Además, ha demostrado cierto nivel de inteligencia al dejarse arropar por un equipo de profesionales solventes como las actrices Sigourney Weaver o Maria Bello, el actor Alfred Molina o el director John Singleton, quien con Sin salida vuelve a demostrar que con él tampoco van los prejuicios. Cada vez más cómodo como asalariado de los grandes estudios, Singleton ha dejado atrás su reputación de autor (recuerden que fue nominado al Oscar como Mejor Director por su debut en 1991, Los chicos del barrio - Boyz 'n the hood) y se ha convertido en un eficaz artesano gracias a títulos de pura evasión como Shaft: The Return (Shaft. 2000), 2 fast 2 furious (2003) o Cuatro hermanos (Four brothers. 2005). Esa eficiencia como narrador de thrillers de corte clásico la vuelve a ejecutar en Sin salida, producto prefabricado y previsible de soluciones argumentales caprichosas que acaba convirtiéndose en un artefacto disfrutable gracias a su falta de pretensiones, a su ritmo incesante y a sus ocasionales set-pieces de acción, sencillas y poco espectaculares, pero bien dosificadas y filmadas con buen gusto y claridad (dentro de los parámetros del cine norteamericano, eso sí). Es evidente que estamos ante un título concebido para afianzar el estatus de estrella de Taylor Lautner en Hollywood (o, al menos, intentarlo... porque la taquilla no ha respondido demasiado bien que digamos), contentar a las fans con los inevitables momentos en los que el protagonista se quita la camiseta (algo que, ojo, ya pasaba en casi todas las películas de Bruce Lee y Van Damme...) y distraer al público sin dejarle pensar demasiado en la cantidad de casualidades que hay en su argumento. Pero, con eso y todo, Sin salida es más honesta que otras películas con las que se la está comparando a la ligera, es muy consciente de su condición de producto derivativo y al servicio de su estrella y, por eso, resulta estimulante como cinta de acción de serie B facturada con un presupuesto moderado cuya máxima ambición es la de entretener.

14 oct 2011

'La Cosa (El enigma de otro mundo)'

(The Thing. John Carpenter. Estados Unidos. 1982. 109 minutos) Hablar a estas alturas sobre La Cosa, cuando todo el mundo sabe (o debería saber) que se trata de una de las más rotundas obras maestras que ha dado el cine de terror en toda su historia, puede  parecer inútil o desfasado, pero nunca está de más recordar sus virtudes, especialmente ahora que se estrena una precuela que, bajo el mismo título, ha dirigido el danés Matthijs van Heijningen Jr. para la Universal, major responsable también de la original. Resulta irónico que sea la misma casa la que produce la nueva película, teniendo en cuenta que la de Carpenter fue en su momento vapuleada por la crítica y el público y que no resultó precisamente un éxito económico. Se ha dicho muchas veces, pero hay que sacarlo a colación: 1982 fue el año de E.T. El Extraterrestre (E.T. Steven Spielberg, 1982), el alien de buenas intenciones que arrasó en las salas y que se ganó toda la atención de los que pagaban entradas, provocando un efecto rebote según el cual no había oportunidades de éxito para la ciencia-ficción de ribetes existencialistas de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o para el terror sin forma de La Cosa, convirtiéndose ambas en sendos fracasos comerciales que no serían justamente valorados hasta que pasaran varios años. En ese momento, nadie parecía estar preparado para la oscura, pesimista y aterradora versión que Carpenter había llevado a la pantalla del texto de John W. Campbell Who goes there? (1948), ya convertido anteriormente en largometraje por Howard Hawks en El enigma... de otro mundo (The Thing from Another World. Christian Nyby, Howard Hawks - sin acreditar -, 1951), aunque de manera mucho más amable y convencional. Ni siquiera la crítica estuvo acertada. Sirva como ejemplo la limitada visión de Roger Ebert al respecto, quien afirmó (como pueden leer aquí) que La Cosa era poco más que un espectáculo truculento de efectos especiales, lo cual no es para nada cierto, ya que los extraordinarios y revolucionarios trucajes de Rob Bottin sólo están presentes en momentos puntuales del metraje, si bien es verdad que el impacto que provocan se hace patente durante toda la sesión, al quedarse grabados en la memoria del espectador y crearle una sensación de inquietud total, ante la posibilidad latente de una nueva transformación que le vuelva a poner los pelos de punta. Pero La Cosa es más, mucho más que eso.

LO MEJOR: Sigue siendo tan terrorífica como el primer día.
Es uno de los mejores ejemplos del dominio de Carpenter
con la narrativa audiovisual y la puesta en escena.
LO PEOR: Que a las nuevas generaciones les pueda parecer
demasiado antigua y sólo se contenten con  ver la precuela.
Para quien lo desconozca, el argumento gira básicamente en torno al descubrimiento de una forma de vida alienígena en una base científica de la Antártida. El ente tiene la capacidad de asimilar las células de otros organismos vivos, convirtiéndose en ellos y anulando los originales, por lo cual, la paranoia se extiende entre los miembros del equipo al darse cuenta de que cualquiera de ellos podría haber sido suplantado y haberse convertido en... la cosa. Como ven, el terror que utiliza John Carpenter en esta ocasión va mucho más allá del susto de postproducción o de la eficacia (de verdad, sobrecogedora) de sus apabullantes efectos especiales. Ver La Cosa y entender que sólo se trata de un festival de látex y de un esquema de "¿quién será el siguiente en morir?" es no haber asimilado nada. Pero nada de nada. La película posee una fuerza conceptual que no debería pasarse por alto. Así, lo que importa no es quién será el siguiente en morir, ni de qué espectacular modo, sino que estamos ante algo mucho más inquietante que eso: en realidad, lo que hace el alienígena de esta cinta no es asesinar, sino robar identidades. Y ni siquiera queda claro que lo haga porque se trate de un ser hostil, sino que bien podría entenderse que su intención única es la de sobrevivir, para lo cual no tiene más remedio que ocultarse y defenderse. Sin embargo, no duda en matar. Puede que su intención tampoco sea la de propagar la desconfianza entre los habitantes de la estación polar, ya que no podemos saber a ciencia cierta si se trata de un ser tan inteligene como para jugar deliberadamente con los miedos y las voluntades de sus adversarios. Y sin embargo, eso es justo lo que consigue, enfrentando a los antiguos compañeros y llevándoles a la locura, haciendo que sea imposible saber si la persona que tienen al lado sigue siendo la misma que conocieron o si, sin que sea posible diferenciarlos físicamente, se trata de alguien... de algo distinto. Quizá la intención del extraterrestre no es la de invadir la Tierra. Quizá su nave yace bajo el hielo porque se estrelló accidentalmente hace miles de años. Puede que si está aquí no sea porque planeara asimilar las células de todos los seres vivos de nuestro planeta. Y sin embargo, podría hacerlo con una facilidad y una eficacia totales si consiguiera llegar a zonas pobladas... La película de Carpenter, incluyendo su áspero final, no se preocupa tanto de dar respuestas como de generar todo tipo de dudas. Y lo hace deliberadamente, potenciando esa sensación de indefensión a la que se ven abocados los espectadores, quienes en un momento dado se ven tan desprotegidos como los propios personajes, desconfiando incluso de quien, en teoría, debería ser el héroe de la función, McReady (Kurt Russell). La manera en la que Carpenter construye el suspense sólo se puede calificar de magistral, con sombras de personajes que quedan fuera de campo, sonidos que pueden pasar desapercibidos pero que arrojan pistas (el ruido de unas llaves al caer al suelo), incluso provocando cierto caos con las identidades de varios de los personajes, quienes aparecen y desaparecen de escena sin que podamos saber en todo momento dónde han estado, qué han estado haciendo y, sobre todo, si siguen siendo ellos. Al fin y al cabo, de eso se trata, de que nos preguntemos constantemente, y parafraseando el título del relato en el que se inspira, "¿quién anda ahí?". Y eso no tiene nada que ver con los trucos visuales.

12 oct 2011

'Intruders'

(Intruders. Juan Carlos Fresnadillo. España / Reino Unido / Estados Unidos. 2011. 100 minutos) Tras un lapsus de cuatro años, Fresnadillo vuelve a las salas con una película que, sorprendentemente, tiene más en común con Intacto (2001) que con su adrenalínica primera incursión en el mercado internacional, 28 semanas después (28 weeks later. 2007). Con esta última se ganó el interés de Steven Spielberg, quien le iba a producir una cinta de acción titulada Wednesday que, desgraciadamente, quedó en dique seco tras la huelga de guionistas que afectó a Hollywood desde noviembre de 2007 hasta febrero de 2008, tiempo suficiente para que el proyecto quedara paralizado y tanto Spielberg como Fresnadillo pasaran a otros menesteres. Intruders vuelve a la faceta introspectiva y reposada de Intacto, la misma que convirtió aquella opera prima en una película interesante, con grandes momentos, pero que dejaba cierto regusto amargo debido a lo difícil que era en ocasiones conectar emocionalmente con las intrincadas mentes de sus personajes y con la frialdad de algunas de sus acciones. Intruders tampoco es una película de emociones fuertes, no hay sobresaltos ni secuencias de tensión excesiva, incluso podríamos simplificar mucho y decir que es una cinta de terror que no da miedo, con lo cual no les resultará satisfactoria si ese es el único motivo por el que se acercan al género. Sin embargo, no se puede criticar a la película por este motivo cuando resulta evidente que es así a propósito, se aprecia perfectamente cuáles son sus intenciones y por eso no se puede hablar de producto fallido.

LO MEJOR: Que se aleja conscientemente de los cánones.
LO PEOR: Que debido a ello no termina de resultar del todo
satisfactoria.
Lo que predomina aquí es el factor psicológico, ya que es en la psique de los personajes donde se gesta el terror de la película. Fresnadillo utiliza la imaginación como creadora de miedos y, a la vez, como transmisora de traumas, construyendo su relato sobre otro cuento que escriben dos niños separados geográfica y temporalmente. La película es tramposa porque juega al final sorpresa y escatima en pistas que posibiliten al público descubrir el secreto que se esconde tras su bifurcada estructura. Pero esto no tiene por qué ser considerado un debe, sino más bien una manera útil de conseguir que los espectadores realicen un visionado activo, obligándoles a mantenerse alerta y a poner de su parte para desentramar la historia, llevándoles a recapitular información en el desenlace y a interpretar todo lo que se ha contado anteriormente desde un punto de vista distinto. Por lo tanto, Intruders tiene la virtud de ser una película que exige atención al detalle, se aleja de los sustos prefabricados y se adentra en la oscuridad, tanto ambiental como mental, para contar una historia que no es original en contenido pero que sí adquiere cierta personalidad propia en la forma. Sin embargo, pese a todas estas bondades, no consigue generar entusiasmo, ni provocar otra sensación que no sea la del básico interés por saber qué está ocurriendo, quién es Carahueca y por qué se le presenta a dos niños distintos. Intruders resulta aséptica en ese sentido, bordeando de manera peligrosa la indiferencia. La película es correcta porque se adivina que la intención de Fresnadillo era hacer un largometraje de terror íntimo y, al mismo tiempo y sin que sirva como contradicción, distante. Pero esa falta de emociones extremas y de transparencia impide que el público pueda involucrarse al cien por cien y ahí reside su mayor defecto, en la ausencia de garra y visceralidad.

10 oct 2011

Pedro y la tarántula.


Seguimos con el cine español en el blog, algo que no ha sido premeditado, sino que resulta una buena demostración de lo mucho y bien que se está apostando actualmente en nuestro país por el cine de ribetes fantásticos o de otros géneros de nuestro agrado. En este caso toca hablar de Pedro Almodóvar y La piel que habito, para lo cual rescato la columna que he publicado en el último número del periódico Crónicas de un Pueblo. Y atentos, porque el siguiente post será también sobre una película española: Intruders

   Todos los que llevamos el nombre de Pedro y tenemos amigos graciosos tuvimos que soportar hace unos años el mismo chiste. Imitando la voz de Penélope Cruz y exagerando todo lo humanamente posible, estos colegas nos estuvieron increpando durante un tiempo con un grito de guerra recurrente: “¡PEEEEDROOOOO!”. Y todo porque a la buena de Pe le dio por gritar de ese modo el nombre de Almodóvar cuando ella y Antonio Banderas le entregaron el Oscar a la Mejor Película Extranjera por ‘Todo sobre mi madre’ (1999). Quizá eso era motivo suficiente para cogerle manía al director manchego, pero no, mi relación de amor-odio con él no tiene nada que ver con este lance. En realidad, lo que menos me gusta de Almodóvar no tiene tanto que ver con él ni con su cine como con sus fans, especialmente los que surgieron tras el boom del Oscar citado anteriormente. Hubo una época en la que Almodóvar era un director irreverente, provocador y alternativo, pero a medida que fue ganándose el aprecio de cierto público, sus formas se fueron refinando y padeció un aburguesamiento inducido por lo que yo llamo el Síndrome Clint Eastwood, según el cual un director puede pasar de ser considerado un paria a un maestro del cine de la noche a la mañana, momento a partir del cual toda cinta que estrene será recibida con vítores incluso cuando no lo merece. De ahí a hacer películas para contentar a la mayoría hay sólo un paso, y ahí es donde fallan. Por eso he recibido con interés ‘La piel que habito’, versión libre que Almodóvar ha hecho de la novela ‘Tarántula’ de Thierry Jonquet. 
   La película nos devuelve al Almodóvar de las exageraciones, el que llevó a sus personajes a los extremos pasionales en ‘Carne trémula’ (1997), el que homenajeó al Giallo en ‘Matador’ (1986) y que jugó con los límites de la credibilidad en ‘Kika’ (1993). En definitiva, es el regreso del Almodóvar que no le gusta a los fans de Almodóvar, y eso es digno de celebración. ‘La piel que habito’ bordea el cine de ciencia-ficción y el de terror, huye de la comedia y hurga en los resortes del melodrama, convirtiéndose en una película arriesgada, valiente y necesaria, un soplo de aire fresco en la filmografía reciente del director en particular y de la cinematografía española en general. Puede que esta vez no le acompañen los premios y que el público no responda excesivamente bien, recaudando menos de lo esperado. Pero, tal y como está el patio, eso no es sino un indicativo de que, gracias a ‘La piel que habito’, Almodóvar ha hecho una película libre, bizarre y… buena. Quizá su giro de guión se adivina demasiado pronto y, una vez desvelado el truco, pierde algo de fuelle. Pero es un mal menor en un título que no deberían perderse si son amantes de un cine distinto a la mayoría de lo que se estrena, sin que pierda, al mismo tiempo, su capacidad para ser plenamente comercial y entretenido. Aunque (y esto aún está por ver) no se lleve ningún Goya o ningún Oscar. A no ser que ustedes sean de los que valoran las películas por los premios, claro. Y eso está muy mal.

5 oct 2011

'La cara oculta'

(La cara oculta. Andrés Baiz. España / Colombia. 2011. 103 minutos) Dice el póster de La cara oculta que "hay puertas que nunca deberían abrirse". También hay tráilers que nunca deberían mostrarse y el de esta película es uno de ellos. Igual que hay críticas que nunca deberían leerse antes de entrar en el cine... y les advierto que ésta también es una de ellas. Si sienten cierta curiosidad por ver La cara oculta pero aún no se han decidido, les bastará saber que la película les hará pasar un buen rato, que resulta lo suficientemente inteligente, intrigante y entretenida como para que merezca la pena pagar el precio de la entrada, que encontrarán momentos que bordean el terror, otros en los que el erotismo campa a sus anchas, pero que básicamente se trata de una historia de suspense atemporal, un relato clásico que podría suceder en cualquier época (salvo algún detalle muy puntual como el uso del teléfono móvil como medio de comunicación, que podría sustituirse por una carta, por ejemplo) y en cualquier lugar (aunque la trama gire en torno a una desaparición y eso es algo que lamentablemente está muy apegado a la realidad de Colombia, país en el que transcurre la cinta). No necesitan más información, así que, si tienen ganas de ver la película, les recomiendo que no sigan leyendo el siguiente párrafo

LO MEJOR: Su clasicismo bien entendido y su capacidad
para generar tensión a pesar de la pérdida del elemento
sorpresa.
LO PEOR: Que el tráiler lo cuente todo. La ausente interpre-
tación de Quim Gutiérrez.
Alerta de spoilers a partir de ahora. Decía al principio que hay tráilers que nunca deberían mostrarse o que, al menos, deberían preocuparse más de mantener el misterio sobre lo que luego nos encontraremos en la película de turno. En este caso, el avance que se ha proyectado en los cines de La cara oculta se ha convertido su peor enemigo, ya que desvela su entramado argumental y anula casi por completo el factor sorpresa, dejando inservibles los intentos del guión por hacernos creer que podríamos estar viendo una película de fantasmas o, incluso, que existiera la posibilidad de que el protagonista (interpretado por un hierático Quim Gutiérrez) fuera un asesino que ha acabado con su novia (Clara Lago, defendiendo muy bien su papel) y que ahora podría también hacer lo mismo con una nueva víctima en potencia (una muy desinhibida Martina García). Es una pena que uno de los puntos fuertes de la película se vea intoxicado por culpa de un ejercicio de marketing: quizá la 20th Century Fox no se ha atrevido a vender el producto como si se tratara de una historia sobrenatural por miedo a las reacciones negativas del público al comprobar que aquí no hay ningún elemento fantástico, con lo cual el boca-oreja podría aniquilar sus aspiraciones comerciales debido a las opiniones furiosas de espectadores decepcionados; sin embargo, durante la primera mitad de la película asistimos a un recital de recursos audiovisuales que remiten muy claramente al cine de fantasmas y casas encantadas, no descubriendo hasta pasados muchos minutos que la procedencia de esos posibles fenómenos paranormales no son producto de ningún poltergeist, sino de una persona que se ha quedado encerrada en una cámara secreta de la casa. A partir de ahí, y en un giro de guión que habría agradado a Hitchcock, el suspense se centra en saber si el personaje de Clara Lago podrá salir de su accidental reclusión, mientras el interpretado por Martina García trata de dilucidar qué ocurre a su alrededor. Es decir, que cambia el punto de vista narrativo y se produce el suspense hitchcockiano: el público sabe más que uno de los personajes de la película, con lo cual puede vivir la angustia de este desde la anticipación y la aparente omnisciencia que su posición privilegiada le aporta. Es una pena, empero, que este juego propuesto por Andrés Baiz quede al descubierto desde el primer minuto en caso de que se haya visto el tráiler (que, no obstante, y para seguir con la estructura habitual del blog, insertaré tras estas líneas). Un caso flagrante de arte prostituido por la mercadotecnia, pero de agradable visionado al fin y al cabo.

ADVERTENCIA: No vean el tráiler si tienen alguna intención de ver la película.