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27 dic 2011

'Drive'

(Drive. Nicolas Winding Refn. Estados Unidos. 2011. 100 minutos) Hay películas que a uno le dejan indefenso, como espectador y como crítico, y animan a rechazar cualquier análisis racional y convencional para abrazar el entusiasmo y escribir simplemente dos palabras de las que se suele abusar y que, en la mayoría de los casos, no dejan de suponer un acto de subjetivismo puro y duro. Estas palabras son "obra" y "maestra". Pasa en muy pocas ocasiones: esa sensación de que cualquier frase escrita resultará inútil, que no podrá reflejar con justicia lo que se siente al ver la película y que me tendría que limitar a decirles que no se la pueden perder por nada en el mundo. ¡Corran a verla! ¡¿Qué hacen ahí parados leyendo esto, insensatos?! ¿Que no se estrena donde viven? ¡Búsquenla! ¡Hagan lo que sea! Repito, lo-que-sea. Luego viene la calma, reaparece la cordura y caigo en la cuenta de que eso no es suficiente. Drive me parece una obra maestra, sí, pero, ¿por qué? Habrá que justificarlo. No es porque su director ganara la Palma de Oro en el Festival de Cannes, ni porque suponga la  película más accesible de Refn (o eso dicen, porque en mi caso es la primera vez que leo su nombre detrás del rótulo de Directed by), ni porque haya cierto consenso entre la crítica y se la aúpe como uno de los títulos más importantes de 2011. Todo eso es irrelevante y poco nos importa a los que no comulgamos demasiado con ese tipo de certámenes ni con los cronistas de gustos más convencionales. Tampoco hay que hacer caso a sus detractores, aunque algo de razón no les falte: Drive no es sólo estética, por mucho que ésta se presente de manera apabullante; tampoco es una copia descarada de Driver (The Driver. Walter Hill, 1978), a pesar de que ambas comparten ciertos conceptos como la figura del héroe sin nombre y la abstracción como arma; y, por supuesto, no hay que hacer caso a esa loca de Michigan que demandó a la productora Film District por haberle hecho pensar que iba a ver una cinta de coches rápidos y furiosos al estilo de las protagonizadas por Vin Diesel. 

LO MEJOR: La secuencia del ascensor.
LO PEOR: La trama gangsteril.
El mundo se equivoca, como dice la canción, no sé si por miopía, por cerrazón mental o por incapacidad para asimilar el arsenal de estímulos sensoriales que la película de Winding Refn nos lanza durante sus cien minutos de puro goce estético. Pero quedarse ahí, en esa capa superficial, por mucho que sea la superficie más arrebatadoramente bella que nos ha escupido un proyector de cine durante todo 2011, es disfrutar a medias de Drive, porque debajo de esa capa de esplendor visual y de ese masaje para los oídos que constituye su impresionante banda sonora, hay vida. Me comenta un buen amigo que no entiende las motivaciones del protagonista, que no termina de ver nada de historia detrás de las estampas, pero que, por algún motivo, la película le resulta algo así como hipnótica. Y no es la única persona a la que le escucho decir esto, lo cual hace que me suma en la perplejidad: me resulta increíble que alguien no entienda lo que se esconde tras la piel de Drive, cuando resulta evidente (o, al menos, eso me gustaría pensar) que no hay rastro de complejidad en el argumento ni en las motivaciones de los personajes. Sí en las relaciones que se establecen entre ellos, como en toda buena muestra de cine negro (y Drive es el cine negro del mañana: referencial, hiper-romántico, violento, deslumbrante y retrofuturista), pero no en aquello que mueve al personaje interpretado por Ryan Gosling. Se trata, sin más, de alguien que llena su hueca vida poniéndola en riesgo hasta que encuentra un motivo por el que levantar el pie del acelerador: una mujer y un hijo a quienes ayudar y, a través del cariño que siente hacia ellos y del que puede recibir a cambio, volver a sentir la sangre corriendo por sus venas. ¿Algo cursi? Quizá. ¿Eficaz? Mucho, sobre todo porque ese punto de partida convierte la concatenación de sucesos que viene después en una aventura de ribetes trágicos, además de incidir en lo que de verdad quiere contar Winding Refn: la imposibilidad de un tipo de héroe para encontrar la paz cuando está marcado por estigmas del pasado que, en este caso, se intuyen sin demasiado esfuerzo. Drive tiene que pagar un peaje en tanto que debe pasar por una serie de puntos comunes con el género al que pertenece de manera superficial, siendo obligada a incluir pasajes de menor interés y que tienen que ver con la parte de thriller del asunto (los líos con bolsos llenos de dinero, los villanos de tres al cuarto), pero su historia de amor contenida, sus estallidos de violencia y su capacidad para dejarnos literalmente embobados la convierten en una pieza única, un título a reivindicar desde ya y salvar de la incomprensión a la que parece estar condenado. Aquí tienen mis dos céntimos.

23 dic 2011

'No tengas miedo a la oscuridad'

(Don't be afraid of the dark. Troy Nixey. Estados Unidos / Australia / México. 2011. 99 minutos) Procedente del mundo del cómic y del cortometraje (debutando con un trabajo de 2007 donde ya mezclaba imagen real y animación digital: Latchkey's Lament), Troy Nixey ha visto cómo su nombre era eclipsado en su debut por el de su productor, un Guillermo del Toro que aparentemente ha puesto mucho de su parte en una película que lleva su sello impreso en muchos de sus fotogramas. Se trata del remake de un telefilm homónimo de 1973, del cual retoma la idea de unos seres diminutos que se esconden tras la chimenea cerrada de una casa antigua y que persiguen llevarse a la protagonista hacia la oscuridad, con intenciones que, como ya deben suponer, no son nada halagüeñas. Ahora encontramos un cambio sustancial: ya no es una esposa aburrida la que se enfrenta a las criaturas, sino una niña depresiva que intenta superar el divorcio de sus padres, el traslado desde la ciudad a una mansión gótica y la aceptación de una "nueva madre". Todo ello con el peligroso añadido de unos duendes malignos que pretenden llevarse sus dientes y convertirla en uno de ellos. Como es lógico, deberá lidiar también con la incomprensión de los mayores, especialmente la de un padre (Guy Pearce) más preocupado por su trabajo que por la cordura de su hija, hasta que su madrastra (Katie Holmes) descubre que la niña está diciendo la verdad y decide ayudarle (estrechando, de paso, lazos familiares). Creánme cuando les digo que no les estoy desvelando nada del argumento que no se intuya durante los primeros minutos, tras un prólogo inquietante que sirve de magnífica introducción para este cuento terrorífico tan solvente como previsible (salvo por un final que, este sí, no conviene descubrir con antelación). 

LO MEJOR: La atmósfera opresiva de su primera mitad.
LO PEOR: Que se ataque su sencillez.
No tengas miedo a la oscuridad encuentra sus mayores virtudes en su plasticidad, en la manera tan elegante y calmada con la que se recrea en sus escenarios y nos describe el lugar donde va a transcurrir la acción, deleitándose en las sombras y convirtiendo su arquitectura de espacios amplios en un entorno asfixiante y tenebroso, tomándose su tiempo además para presentar a los personajes y desencadenar un terror que sabe cómo mantener latente hasta el momento preciso. Una vez que estamos en ese punto, la película pierde algo de interés debido principalmente a que las secuencias con los monstruos son inevitablemente repetitivas, pese a regalarnos algún momento tan agradable (entiéndanme) como el susto bajo las sábanas. Se puede decir que estos monstruos pequeños no suponen una amenaza demasiado grande y que, si nos ponemos puntillosos, resulta algo increíble la manera en la que manejan la situación en determinadas ocasiones. Pero aquí es donde cobra más sentido el hecho de que le hayan dado el protagonismo a un personaje infantil y no a un adulto, ya que es ese punto de vista inocente, desvalido y presto tanto a la sorpresa como al miedo, el que preside toda la narración y el prisma desde el que tendríamos que entender la película: No tengas miedo a la oscuridad no es una cinta de terror destinada a hacer pasar un mal rato excesivo al espectador, no hay sobreabundancia de sustos, ni de gore, ni se puede adscribir al subgénero de casas encantadas, es sencillamente un cuento fantástico de carácter amable en su mayor parte (salvo por algún apunte malsano), más preocupado por contar una historia simple y eficaz con sus tintes moralistas y su defensa de la familia como único remedio contra El Mal, que por epatar al respetable con golpes de efecto y conceptos perturbadores. Es un film apto para casi todos los públicos y coherente con sus propuestas; pedirle algo más que eso (o exigir que sea algo distinto) va en contra de lo que la película quiere ser y, por tanto, es un esfuerzo inútil. 




BONUS

Frío en la noche (Don't be afraid of the dark. John Newland. Estados Unidos. 1973. 74 minutos) Como complemento a la crítica de la película de Troy Nixey, no está de más recordar el telefilm original en el que se basa. Rodado y estrenado en tiempo record (transcurrieron sólamente dos semanas desde que Nigel McKeand escribió la primera línea del guión hasta que fue emitido por televisión...), conoció estreno en vídeo en España con el título de Frío en la noche, salvo error generalizado en internet. En contra de lo que se suele decir, y aún teniendo en cuenta que entiendo los motivos por los que el telefilm se pudo convertir en una cinta de culto, tengo que reconocer que su visionado no aporta demasiado si han visto la nueva versión. Incluso que, más bien al contrario, se trata de un trabajo tosco, balbuceante y casi obsoleto que delata en exceso su apresurado proceso de producción. Como producto televisivo es más que aceptable, al poseer una factura que casi podría competir con la de algunos títulos cinematográficos de su época. Además, el suspense está bien trabajado y se sustenta sobre unos mimbres muy básicos que confieren a la película una sensación de concreción bastante agradable. Pero la interpretación de Kim Darby es tirando a penosa y el paso del tiempo no la ha tratado nada bien, no sólo por lo ridículos que resultan sus monstruos (algo perdonable debido a la falta de medios), sino sobre todo por lo mal que ha envejecido tanto estética como narrativamente, con un ritmo adormecedor y unos dejes machistas en los diálogos y la actitud del marido de la protagonista que hoy en día serían autocensurados por cualquier escritor con dos dedos de frente. Aunque suene a sacrilegio para muchos, si tienen que escoger entre una de las dos versiones, no lo duden: la de 2011 es superior. 

20 dic 2011

'Troll Hunter'

(Trolljegeren. Andre Ovredal. Noruega. 2010. 99 minutos) Decía hace poco, en el post sobre Escóndete y tiembla, que cuanto más se acerca a la realidad, mayor capacidad para inquietar adquiere el cine de terror. Esta parece ser la máxima que ha seguido el género en los últimos años, siendo invadido por muestras de todo pelaje de lo que se ha venido a llamar terror subjetivo: películas en las que el público ve lo que alguno de sus personajes ha grabado con una videocámara o, en su defecto, falsos documentales que pretenden hacer pasar por veraces algunas historias que pueden entrar de lleno en el ámbito de lo fantástico o bien mantenerse algo más apegadas a la realidad. Troll Hunter sigue la línea marcada por El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project. Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999) y presenta una estructura de filmación hallada, pero no es una película específicamente de terror, siendo su marco genérico bastante difícil de delimitar, ya que en su metraje encontramos rasgos de cine de miedo, humor y acción, pero esencialmente se podría decir que es una cinta fantástica que utiliza la mitología escandinava en torno a los trolls como punto de partida y, sobre todo, como principal reclamo y rasgo distintivo con respecto a otros títulos de estructura similar. Esto le aporta una personalidad bien marcada que, a la postre, acaba convirtiéndose en su mayor valor y lo único por lo que merece la pena destacarla.

LO MEJOR: Los trolls.
LO PEOR: Todos los demás personajes, salvo el cazador.

Porque, hablemos claro, los momentos en los que aparecen los trolls son ciertamente impresionantes y poseen tanto el valor de la espectacularidad como el del exotismo. Incluso se puede decir que Ovredal consigue con estas secuencias algo a priori bastante difícil, como es el hecho de que sus criaturas resulten creíbles (por cómo lucen, cómo interactúan con su entorno y cómo reaccionan los protagonistas ante ellas). Pero el resto de película resulta bastante convencional y poco queda de ella en la memoria del espectador después de visionarla, si no es la extraña belleza que poseen los momentos ya citados. Existe algo de interés también en la figura del veterano cazador de trolls que trabaja secretamente para el gobierno y que, harto de que no le paguen bien, decide dar a conocer las interioridades de su trabajo. Esto aporta algo de mala baba, se ríe de las teorías conspiranoicas y nos regala algo de humor extra. Así que, en general, Troll Hunter no es esa maravilla de la que algunos hablan, pero eso no significa que no merezca la pena dedicarle noventa minutos de su tiempo, especialmente si son de los que disfrutan viendo recreaciones de monstruos imposibles llevadas a cabo de la manera más realista posible.

16 dic 2011

'In Time'

(In Time. Andrew Niccol. Estados Unidos. 2011. 109 minutos) La Ciencia-Ficción siempre ha tenido una utilidad más allá de la posibilidad de mostrar robots, lásers y extraterrestres: a lo largo de los años, tanto en el cine como en la literatura, el género ha servido para que sus autores reflexionaran sobre los miedos y los problemas de la sociedad en la que les ha tocado vivir. Andrew Niccol no escapa a esta tendencia y sigue dibujando distopías que vienen a ser un claro reflejo de su tiempo. En In Time, el director utiliza la ficción para hablar sobre la realidad en la que nos encontramos, sumidos en una crisis que no tiene visos de llegar pronto a su fin y que no hará otra cosa que amplificar las desigualdades sociales. Esto es algo que ya planteaba en Gattaca, pero aquí lo hace de manera más explícita, hasta tal punto que llega un momento en el que el espectador puede sentirse incómodo ante la reiteración de conceptos y la manera tan simplista con la que Niccol establece su discurso. In Time presenta un futuro en el que el dinero no existe y se paga con tiempo. Cada persona nace con un periodo de tiempo determinado, una especie de cronómetro vital que se activa una vez que haya cumplido los veinticinco años. A partir de entonces, su cuerpo no envejece, pero los minutos cuentan hacia atrás y, al llegar a cero, la persona muere en el acto. Esto significa que los poderosos pueden ser inmortales (recuerden, aquí tiempo es igual a dinero), mientras que las clases bajas viven aisladas en zonas marginales en las que todo el mundo corre, porque viven con el tiempo justo para mantenerse vivos un día más, a veces incluso menos que eso. Will Salas (Justin Timberlake) es un trabajador que ayuda a escapar de una pelea a un tipo privilegiado que tiene en su cuenta más de un siglo, pero cuando éste decide suicidarse (cansado ya de vivir), regala a Salas su tiempo para que sea empleado de la manera correcta. Lo que parece una lotería premiada para el protagonista no será más que el principio de una nueva serie de problemas. 

LO MEJOR: El punto de partida.
LO PEOR: El rutinario tercer acto.
Hay que dejar claro que la idea de la que parte In Time es atractiva y está bien presentada durante los primeros minutos, con una secuencia magistral en la que vemos cuáles son las consecuencias de agotar el tiempo vital y qué supone sobrevivir con lo justo. Sin embargo, pronto queda claro que Niccol siente la absurda necesidad de volver a explicarlo una y otra vez, cayendo en una repetición que quizá esconde el verdadero problema de la película: el choque que se produce entre una historia tan minimalista como angustiante y el producto comercial para multisalas que pueda ser entendido por el último de los espectadores. Quizá cansado de ver cómo sus primeras propuestas eran ignoradas por el público, Niccol se ha ido acercando progresivamente a un tipo de cine más comercial sin perder del todo su intención subversiva, como mostraba El señor de la guerra (Lord of war. 2005) y que llega a su culminación con el título que nos ocupa y el que le seguirá, la adaptación de la novela La huésped de Stephenie Meyer (con la que está por ver si se convertirá definitivamente en un asalariado más de los estudios de Hollywood o si seguirá conservando sus rasgos autorales). Volviendo a In Time, es destacable la manera en la que lo más flojo de Gattaca se convierte también en el punto débil de esta nueva producción. Si en aquélla la subtrama policíaca conseguía desviar nuestra atención por momentos de la trama principal y, para colmo, olía a excusa para poder vender la película como un thriller, aquí la acción acaba ganando partido sobre la reflexión, convirtiéndose durante su última media hora en una convencional cinta de acción, persecuciones y tiros (al menos bien filmada, eso sí). En ese momento la idea principal pasa un segundo plano y lo mismo nos daría si los protagonistas estuvieran robando lingotes de oro, Bonos del Estado o diamantes en lugar de tiempo. Esta pérdida del norte durante el último acto hace que In Time baje enteros y acabe siendo menos satisfactoria de lo que parecía en un principio, si bien eso no impide que siga resultando una de las propuestas más interesantes de la cartelera actual.

14 dic 2011

'Acero Puro'

(Real Steel. Shawn Levy. Estados Unidos / India. 2011. 127 minutos) He aquí una película condenada a irritar a los puristas, especialmente a los que aman la obra del escritor Richard Matheson, quien es de nuevo adaptado de manera muy libre por la maquinaria hollywoodiense. Acero es un cuento de 1956 (pueden leerlo aquí) que ya fue adaptado a la televisión para la mítica serie The Twilight Zone en 1963, con el actor Lee Marvin encarnando a Steel Kelly, un antiguo boxeador que, desde que fueran ilegalizados los deportes de contacto entre humanos, se dedica a manejar un robot de pelea llamado Battling Maxo (sic). Acero puro carga con el sambenito de ser una producción familiar de Steven Spielberg, que trivializa el texto original de Matheson y que viene dirigida por Shawn Levy, hasta ahora especializado en comedias como Noche en el museo (Night at the museum. 2006) o su secuela.  Así que, lógicamente, teniendo en cuenta esos elementos, era imposible que la película protagonizada por Hugh Jackman fuera a convertirse en una obra de ciencia-ficción adulta, pesimista y violenta, de ahí la previsible hostilidad con la que ha sido recibida por parte de la crítica. Sin embargo, a Spielberg, a Levy y a Jackman esto no les importa lo más mínimo, ya que su Acero puro es un título para las masas, lo que los anglosajones llaman un crowd-pleaser, es decir, una película destinada a contentar al mayor número posible de espectadores de cualquier edad, sexo o religión. Algo así como el Karate Kid (The Karate Kid. Harald Zwart, 2010) de este año, aunque menos atinado en su propósito. Y, en ese sentido, la cinta cumple de manera correcta con su cometido, por lo cual no podemos echarle tierra encima por ser justo lo que sus responsables querían que fuera, independientemente de que esto se ajuste en mayor o menor medida a nuestros gustos personales o a nuestras fobias.

LO MEJOR: El niño no es repelente.
LO PEOR: Se echa en falta más atención sobre Atom.
Porque, dejando a un lado el hecho de que prefiramos un tipo de cine menos amable, Acero puro no es ni más ni menos que lo que dejaba intuir su tráiler: un trabajo diseñado al milímetro para manipular nuestras emociones en cada momento, haciéndonos reír o incluso llorar según convenga, saciando tímidamente nuestras pulsiones básicas con los cuerpos perfectos de Hugh Jackman y Evangeline Lilly, calmando nuestra sed de violencia escénica con un buen puñado de hostias metalizadas y evocando al niño que fuimos cuando creíamos que era posible construir nuestro propio robot (algunos, incluso, lo consiguieron). No me gusta especialmente el cine familiar, pero no le puedo pedir más de lo que suele (y debe y quiere) ofrecer, porque su público objetivo está muy bien delimitado y éste es un público que sólo pretende divertirse y dejar sus preocupaciones durante dos horas fuera de la sala del cine. Así, esta película mecánica hecha con piezas de Rocky (John G. Avildsen, 1976), Campeón (The Champ. Franco Zeffirelli, 1979) o Yo, el halcón (Over the top. Menahem Golan, 1987) cumple su función de manera bastante eficaz, aunque falla en algunos puntos clave, especialmente en lo que concierne a la figura del robot Atom: resulta demasiado evidente que se le utiliza como nexo de unión paterno-filial, pero hacía falta profundizar algo más en él para que, a lo largo de la historia, nos implicáramos más emocionalmente con ese montón de metal, chips y cables que parece entender lo que le dicen, algo que sólo se menciona de pasada en momentos puntuales (cuando le vienen bien al guión) y es obviado en otros. Pese a esto, y pese a ser muy consciente de lo prefabricado del asunto, Acero puro cuenta con mis simpatías. Y prefiero disfrutarla como lo que es antes que esforzarme en destriparla por motivos que le importarán un bledo a quienes vayan a pagar su entrada para verla.

9 dic 2011

'Attack the block'

(Attack the block. Joe Cornish. Reino Unido / Francia. 2011. 88 minutos) En este revival ochentero en el que nos hallamos, faltaba todavía una película capaz de adquirir valor icónico, demostrando amor y respeto por las formas del pasado pero huyendo de la nostalgia explícita, desde una óptica contemporánea, atrevida y enérgica. Recordando uno de los mejores largometrajes que se han estrenado en 2011, Super 8, podríamos decir que si la película de J.J. Abrams es el E.T. (Steven Spielberg, 1982) de nuestros días, Attack the block es el Critters (Stephen Herek, 1986) actual, con el espíritu gamberro de El terror llama a su puerta (Night of the Creeps. Fred Dekker, 1986), la capacidad para mezclar terror e infancia de Una pandilla alucinante (The Monster Squad. Fred Dekker, 1987) y el carisma naïf de Tortugas Ninja (Teenage Mutant Ninja Turtles. Steve Barron, 1990), de la que también retoma su capacidad para otorgar personalidades propias a sus protagonistas (unos jóvenes pandilleros de un barrio marginal de Londres enfrentados a una invasión alien) y asociarlos a gadgets o armas concretos. Son, como ven, referentes que se apartan voluntariamente de la ñoñería (por otra parte, entrañable... a veces) de la factoría Amblin y que demuestran que los 80 no sólo fueron de Spielberg.

LO MEJOR: La habilidad de Cornish para mezclar géneros.
LO PEOR: Que su estreno en España haya sido tan limitado.
Pero, independientemente de la capacidad de Attack the block para recordarnos tiempos pretéritos desde la modernidad (esos bichos peludos con colmillos fluorescentes son lo más cool que han visto sus ojos en muchos años), hay que reverenciarla como una pequeña joya multigenérica que conjuga con una habilidad pasmosa el sentido del humor, de la espectacularidad, de la acción, de la fantasía y del terror. Todo comprimido en un ajustado metraje que se disfruta a tope desde el minuto uno y no hace otra cosa que ir a más durante su recorrido. Con su falta de ambiciones y su frescura, es imposible resistirse a los encantos de una cinta que crece en el recuerdo y que, para colmo, mantiene toda su eficacia (y hasta se podría decir que la amplía) en un segundo visionado. Por si fuera poco, a Joe Cornish todavía le sobra tiempo para introducir en su guión algunos apuntes cargados de mala leche sobre los conflictos sociales y sobre cómo a las altas esferas les interesa mantenerlos y hasta potenciarlos, con tal de que los que menos tienen sigan donde están (matándose entre ellos para sobrevivir) y los más poderosos sigan contemplando el mundo desde su posición privilegiada y relativamente segura. Attack the block es la película de la que me gustaría que hablaran los niños de hoy en el futuro, cuando les afecte el ataque retro del que nosotros somos víctimas ahora y se quejen de que "ya no se hacen pelis como las de antes".

8 dic 2011

'Gattaca'

(Gattaca. Andrew Niccol. Estados Unidos. 1997. 106 minutos) Con In time en las carteleras, es un buen momento para rescatar o incluso descubrir la que fue la ópera prima de Andrew Niccol, Gattaca, una de las películas de ciencia-ficción más interesantes de los años noventa. Resulta curioso saber cuál fue la génesis del proyecto, ya que quizá su espíritu contestatario no surge sólo de las ideas de Niccol, sino también de su propia experiencia en Hollywood: con más de diez años a sus espaldas como director de spots publicitarios para la televisión inglesa, Niccol se mudó a Los Angeles con un guión propio bajo el brazo titulado El show de Truman. En éste, reflejaba parte de su experiencia trabajando en publicidad, reflexionando sobre cómo los medios de comunicación son capaces de guiar a las masas y controlarlas a su antojo. El problema fue que un guión presupuestado en 80 millones de dólares no iba a ser puesto en manos de un novato por la Paramount, así que finalmente el proyecto fue transferido a alguien más veterano como Peter Weir y tuvo a Jim Carrey como protagonista, estrenándose más de un año después de que Niccol ideara la historia. Ante una situación que le parecía injusta (pero comprensible), el futuro director escribió el guión de Gattaca como reacción al desplante anterior, planteando una historia de ciencia-ficción que no necesitaba de efectos especiales ni de grandes estrellas para funcionar y, por lo tanto, con un presupuesto moderado que no supusiera un quebradero de cabeza para los productores. En ella, Niccol describía un futuro cercano en el que los nacimientos son controlados genéticamente para que las personas puedan crecer sin anomalías físicas ni psicológicas, erradicando cualquier rasgo que pudiera ser potencialmente peligroso y creando así una nueva élite social que margina a los que consideran seres inferiores. Uno de estos es Vincent Freeman (Ethan Hawke), quien ha conseguido entrar a trabajar en una corporación llamada Gattaca con el sueño de poder viajar al espacio. El problema reside en que es un farsante: ha tomado la identidad de otra persona y no es genéticamente óptimo para ocupar dicho puesto. Un asesinato ocurrido en las instalaciones pondrá en peligro su tapadera, al ser considerado sospechoso. 

LO MEJOR: Su poso melancólico.
LO PEOR: Su ritmo tranquilo puede jugar malas pasadas.
Con Ethan Hawke y Uma Thurman en un punto ascendente de popularidad, así como con la presentación en una película estadounidense de Jude Law, parecía que Gattaca contaba con un buen reclamo para atraer la atención del público. Y, sin embargo, resultó un fracaso en la taquilla. Algo que no es de extrañar, ya que la cinta de Niccol no es precisamente un título destinado a contentar a las masas: tanto su fondo como sus formas carecen del sentido del espectáculo y de la diversión que seguramente esperaban los espectadores en ese momento. Gattaca, en cambio, posee desde sus primeros minutos un tono dramático y triste totalmente arrebatador, constituyéndose como un thriller existencialista que utiliza lugares comunes del cine negro en un contexto deshumanizado y que otorga mayor protagonismo a los sentimientos que a la acción, tornándose reflexivo donde otros que contaron algo parecido (el Hombre contra el Sistema) se volvían explosivos. Con los años, Gattaca ha acabado convirtiéndose en una película de culto, una obra de referencia aislada en su tiempo y, todavía, el mejor trabajo de su director, quien a raíz de un desencuentro con una gran multinacional fantaseó con la posibilidad de rebelarse contra ella y construyó un largometraje casi magistral, lleno de ira contenida, de afán de superación y de poesía audiovisual. Es una pena que el director no fuera capaz de mantener el interés durante todo el metraje, lastrado por algunas secuencias que no aportan demasiado y que tienen que ver con la investigación policial, lo menos atractivo de todo el conjunto aunque tenga su función en la trama. Pero algunos de sus diálogos, de sus escenas (el protagonista mirando cómo parten las naves en las que él quiere estar, el segundo duelo acuático con su hermano) y la música de Michael Nyman consiguen llevarnos a lugares de puro placer sensitivo. Y esa es la materia de la que está hecho el mejor cine.

7 dic 2011

'Escóndete y tiembla'

(American Gothic. John Hough. Estados Unidos / Canadá. 1988. 86 minutos) En 1930 el pintor Grant Wood presentó en sociedad un cuadro al que llamó American Gothic y con el que pretendía capturar la esencia de los roles masculino y femenino en las sociedades rurales del Medio Oeste norteamericano. En dicha pintura, el hombre aparecía con una horca de tres dientes mirando hacia el frente, mientras que, a su lado, su esposa le observa con gesto sumiso. Dicha estampa pasó a formar parte del imaginario colectivo y su popularidad se extendió a lo largo de las décadas, llegando hasta finales de los años ochenta con la película que nos ocupa, del mismo título que el cuadro de Wood y dirigida por un John Hough del que hablamos hace poco (recuerden esto). Con un fracaso a sus espaldas como Biggles: El viajero del tiempo (1986) y con la mayor parte de su trabajo enfocada hacia la televisión, Hough encontró la posibilidad de volver a filmar una película de terror que aprovechara el buen rendimiento que dicho género estaba teniendo en los videoclubes de todo el planeta, si bien ya era evidente que la fórmula del slasher de los últimos años estaba ya prácticamente muerta y eran necesarias nuevas vías para asustar al personal. El guión de Escóndete y tiembla, que fue como se conoció en España la película, volvía a un terror rural en el que los asesinos no llevaban máscara, no tenían apariencia de monstruos ni poseían poderes paranormales. Y eso, como sabemos todos, es lo que más miedo puede dar. 

LO MEJOR: Michael J. Pollard y sus hermanos dementes.
LO PEOR: No saca provecho a su premisa, tornándose un
producto descafeinado.
Cuanto más se acerca a la realidad, el cine de terror adquiere mayor capacidad para inquietarnos, así que la historia de un grupo de amigos perdidos en una isla habitada por una familia de fanáticos religiosos que, asesinato mediante si se tercia, harían cualquier cosa por mantener las tradiciones, resulta de entrada lo suficientemente atractiva como para llamar nuestra atención, por mucho que sea un esquema que se ha utilizado en infinidad de ocasiones y no siempre con resultados positivos. Lamentablemente, este es uno de esos casos en los que la premisa está muy por encima de los logros reales del producto. Muy lejos de la capacidad para la sugerencia y el suspense de productos anteriores de Hough, así como de la eficacia de aquellos que sólo pretendían entretener, Escóndete y tiembla hace que nuestras emociones basculen entre la indiferencia y el aburrimiento durante la mayor parte de sus largos ochentaytantos minutos. Los fans del gore y de las emociones fuertes encontrarán aquí motivos para la desesperación, ya que apenas hay violencia explícita y el tono general es demasiado apagado y rutinario como para generar cualquier tipo de entusiasmo. Sólo las apariciones de los hijos del matrimonio homicida, adultos con mentalidad de niño sobre los que se advierte la sombra del incesto y otras perversiones, consiguen levantar algo el ánimo en una producción de escaso interés, erigiéndose como momentos de placer aislados dentro de un conjunto lleno de mediocridad.

6 dic 2011

Amigos con talento.



Dicen que de bien nacido es ser agradecido. Y yo quería aprovechar mi última columna de 2011 del periódico Crónicas de un Pueblo para agradecer a estas personas el privilegio de formar parte de su círculo de amigos. Va por vosotros.

En mi paso por la facultad de Comunicación Audiovisual de Badajoz he conocido a mucha gente con ínfulas de artista. Yo mismo era uno de ellos y por eso intenté abrirme camino escribiendo guiones y haciendo por mi cuenta un par de cortometrajes que no llegaron a nada, antes de entender que quizá me encontraba más cómodo escribiendo sobre cine que haciéndolo, en parte por falta de confianza en mí mismo. Pero una cosa es querer ser artista y otra es tener talento. Tener ese don especial que sólo unos pocos poseen para crear, para narrar, para innovar… A lo largo de los años he tenido la suerte de conocer a personas que están haciendo cosas muy interesantes en distintas disciplinas artísticas (Mario Cotos Franck, John Tones, Sergio Colmenar, Diego Arjona… buena gente), pero quiero dedicar la tribuna de este mes a tres amigos que tuve la suerte de encontrar en Badajoz y a los que auguro un gran futuro. Uno de ellos es Jesús Mesas Silva. Compañero de clase en los últimos años de carrera, tuve el honor de colaborar con él en un cortometraje llamado ‘Destroyers’ que, visto ahora, se me antoja sólo una chiquillada en comparación con lo que haría después y lo que está por hacer. En 2010 se paseó por varios festivales de cortos con su primer trabajo rodado en 35mm, una maravilla para los sentidos que lleva por título ‘Vité (Ma Non Troppo)’. Su costumbre de llamarme Maestro Tena es una buena muestra de su modestia. Actualmente está trabajando de guionista en la serie ‘Águila Roja’ y le espera un futuro brillante detrás de las cámaras. Como también parece que le sucederá a Javier Cordero si sigue evolucionando así, alguien a quien conocí hace menos tiempo, pero con quien he tenido ocasión de hablar sobre cine, compartir confidencias e intentar levantar algún proyecto que se hundió en el océano de las subvenciones que no se dan. Hace pocas semanas presentó en el Centro de Ocio Contemporáneo de Badajoz su primer cortometraje profesional, ‘Sospecha’, con resultados visuales más que estimulantes que remiten al cine de terror italiano y a los cómics de la EC. Ojo con él. Y de cómics sabe mucho mi amigo Borja González Hoyos. Tuve la suerte de conocer a Borja gracias a que leía mi blog y se puso en contacto conmigo hace ya unos cuantos años. Hoy en día es una de las personas a las que más admiro, por su talento, sí, pero también por su bondad, por su inteligencia y por estar siempre ahí. 2012 va a ser su año, acuérdense, porque al fin va a tener la oportunidad de dar a conocer de manera masiva lo que ha estado haciendo durante toda su vida: ilustrar y crear mundos con sus manos y su imaginación. El fanzine ‘Roland’ o la web ‘Los Ninjas Polacos’ son sólo un avance de lo que vendrá. Mis mejores deseos, mi admiración y mi cariño para todos ellos.