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31 ene 2012

'Scott Pilgrim contra el mundo'

(Scott Pilgrim vs. the World. Edgar Wright. Estados Unidos / Reino Unido / Canadá. 2010. 107 minutos) Considerada uno de los mayores fracasos económicos de la Universal de los últimos años, Scott Pilgrim contra el mundo es también una de las películas más sorprendentes y fascinantes de todas las que han intentado adaptar al medio cinematográfico el lenguaje del cómic y los videojuegos. Edgar Wright, en su primer trabajo para Hollywood después de haber filmado las imprescindibles Zombies Party (Shaun of the dead. 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz. 2007) en su Inglaterra natal, lleva a la pantalla los seis volúmenes sobre Scott Pilgrim publicados por Bryan Lee O'Malley, respetando casi religiosamente algunas de sus viñetas y dando color (mucho color) a la historia de un joven aspirante a músico que debe luchar contra los siete ex malvados de su amada Ramona Flowers (todos ellos expertos en diferentes disciplinas marciales y con poderes propios de supervillanos), al mismo tiempo que intenta dar carpetazo a su breve idilio con la adolescente Knives Chau. Lo curioso es que el propio Scott Pilgrim es alguien que, detrás de su apariencia de joven desgarbado e inofensivo, esconde a todo un guerrero que no se amilana ante dicho desafío y que es capaz de plantar cara a quien se le ponga por delante con tal de lograr su objetivo. Como el héroe de un videojuego, Pilgrim debe superar varias fases hasta llegar al jefe final y, por el camino, aprender algo sobre la madurez y el amor

LO MEJOR: Su contagiosa energía adolescente.
LO PEOR: Resulta algo repetitiva y le sobran algunos
 minutos.
Hay dos películas encerradas dentro de Scott Pilgrim contra el mundo: primero, la de una historia de amor adolescente en la que un joven pardillo se enamora de una chica exótica. Contada con un ritmo apabullante (desde los enérgicos créditos iniciales a la manera en la que, mediante el montaje, utiliza recursos como que cada cambio de plano suponga también un cambio de escenario), esa parte de comedia funciona a las mil maravillas gracias a la credibilidad que los protagonistas dan a sus papeles, hasta tal punto que resulta difícil imaginarse luego a Scott Pilgrim, Ramona Flowers o Knives Chau interpretados por otros que no sean Michael Cera, Mary Elizabeth Winstead y Ellen Wong. Pero después la cinta cambia de tono, empieza la segunda película y la historia se estanca a partir del momento en el que aparece el primero de los rivales de Pilgrim y todo se reduce a una sucesión de combates/desafíos de espectacularidad progresiva. Y, si bien es cierto que no hay muchos motivos de queja si tenemos en cuenta que las secuencias de artes marciales son, probablemente, las mejores que han visto en una película occidental en mucho tiempo, y que los efectos especiales recrean con encomiable exactitud el estilo de sus juegos de lucha favoritos, también hay que señalar que parte de la energía inicial se queda en el camino a medida que el metraje va corriendo y nos damos cuenta de que no podemos esperar más de su trama. Así, Scott Pilgrim contra el mundo se puede hacer un poco cuesta arriba en algunos momentos, especialmente si no son ustedes tan sagaces o experimentados como para reconocer todas las referencias que hay en ella (yo necesité guías como ésta o ésta) y se entretengan intentando detectarlas, pero su mezcla de comedia romántica adolescente, cine de acción, fantasía, musical y artes marciales es algo que uno no ve todos los días, al menos empaquetado dentro del mismo conjunto (y sin que dure tres horas y venga en idioma Hindi o Telegu...). Y sólo por eso (y porque, en el futuro, se dirá de ella que es Las aventuras de Buckaroo Banzai del Siglo XXI), este fracaso comercial de Edgar Wright merece ser tildado de exitazo artístico.

26 ene 2012

'Mientras duermes'

(Mientras duermes. Jaume Balagueró. España. 2011. 102 minutos) Antes que nada, una aclaración: Mientras duermes no está basada en la novela homónima de Alberto Marini, sino que es al revés. El libro es la adaptación que el italiano llevó a cabo de su propio guión para la película de Balagueró. Marini no es un desconocido para el director catalán, ni mucho menos, ya que lleva años trabajando en Filmax como guionista, productor y desarrollador de proyectos, siendo uno de los máximos responsables del impulso que la productora de Julio Fernández ha dado al cine fantástico y de terror durante la última década. Su novela surge, en parte, de la frustración que le supuso tener que eliminar subtramas y cambiar escenarios para adaptarse a los requerimientos de la producción fílmica, siempre más limitativos por cuestiones presupuestarias y narrativas. Eso sí, como base para un nuevo trabajo de Jaume Balagueró resulta un argumento perfecto: la historia de un oscuro portero de edificio que es incapaz de ser feliz y que, en venganza, pretende borrar la sonrisa del rostro de una de sus vecinas, resulta el vehículo idóneo para que el director ahonde en algunas de sus obsesiones. Así, la búsqueda del Mal puro como leit-motiv que ya se encontraba en Los sin nombre (1999) se une a ese terror doméstico, de rellanos y escaleras, de habitaciones inseguras, que tan bien plasmó en las dos primeras partes de Rec (2007 / 2009) y en la adrenalínica Para entrar a vivir (2006). Sin embargo, podríamos decir que, pese a lo turbios que resultan algunos de sus conceptos, Mientras duermes es la película más reposada y comedida del director, al mismo tiempo que, posiblemente, la que menos pone su mirada sobre los gustos básicos de su público potencial.

LO MEJOR: Luis Tosar personificando la maldad absoluta.
LO PEOR: En algunos momentos le sentaría bien algo más
de visceralidad.
Esto puede suponer un problema si buscan en la cinta un exceso de emociones fuertes, escenas de violencia explícita cada pocos minutos o una progresión del suspense demasiado pronunciada. Mientras duermes no se mueve por ese terreno: juega la mayoría de sus bazas desde los primeros minutos, sin esconder nada al espectador, ni pretender engañarles con la identidad del villano ni con sus motivaciones, jugando al despiste lo justo para mantener constantemente nuestra atención y dosificando bien los puntos álgidos de tensión. En ese sentido, la película de Balagueró resulta mucho más satisfactoria que la modosa e insustancial La víctima perfecta (The resident. Antti Jokinen, 2011), con la que comparte una trama muy similar y de la que hablé en su momento (aquí). Y lo es también porque su punto de vista es radicalmente distinto, puesto que Mientras duermes está narrada desde la visión del agresor y no de la víctima, forzando al público a identificarse con un desequilibrado y hasta a sufrir cuando es él quien tiene que esconderse para no ser visto por los que, en otro caso, serían los protagonistas. El mayor interés de Mientras duermes está ahí, en la manera en la que Balagueró nos lleva a empatizar con alguien despreciable y a odiar a otros personajes que deberían resultarnos vulnerables y despertar nuestro instinto protector. Incluso lleva este recurso al extremo cuando, sin que casi nos demos cuenta, vemos a una niña como una amenaza para el protagonista (un Luis Tosar impecable), porque es la única que sabe lo que éste hace por las noches. Es como cuando en Psicosis (Psycho. Alfred Hitchcock, 1960) nos inquietaba la posibilidad de que pillaran a Norman Bates, tratándose en realidad de un psicópata que no debería despertar ninguna de nuestras simpatías, pero radicalizando aún más la propuesta al convertir a este individuo en narrador de la historia desde el minuto uno y, además, sin pretender justificar sus acciones con ningún trauma ni enfermedad mental. Mientras duermes es, así, un triunfo para Jaume Balagueró, a la par que, en cierto modo, una demostración de madurez: su búsqueda por generar la incomodidad del público encuentra aquí una respuesta que no tiene nada que ver con sectas, fantasmas ni demonios, sino con un terror más cotidiano, más real y, también, más injustificado. Y ese es el que da miedo de verdad.

23 ene 2012

'La chispa de la vida'

(La chispa de la vida. Álex de la Iglesia. España. 2012. 106 minutos) Resultaba tan chocante como prometedor el hecho de que Álex de la Iglesia fuera a dirigir una película sobre un guión de Randy Feldman, responsable de tres títulos tan majos como Tango & Cash (Andrey Konchalovskiy, 1989), Sin escape: Ganar o morir (Nowhere to run. Robert Harmon, 1993) y El negociador (Metro. Thomas Carter, 1997). Que uno de los directores que más (y mejores) secuencias de acción ha dirigido en España se aliara con un guionista de Hollywood especializado en el género podría hacer suponer que el experimento iría por esos derroteros y, sin embargo, una vez conocido el argumento de lo que sería La chispa de la vida, quedó claro que, irónicamente, estaríamos ante la película menos dinámica y más dramática del director. Pero no es la única de las contradicciones que nos encontramos en este proyecto. También está el hecho de que sea el primer trabajo importante en el cine del cómico español más popular (que no el mejor) que existe en la actualidad, y que le toque lidiar con un personaje dramático. O que Salma Hayek, despampanante incluso cuando aparece desaliñada por exigencias del guión, haya venido a España desde Hollywood para filmar la cinta más minimalista del director vasco. Aunque la peor contradicción de todas es la que se produce entre lo que el público espera y lo que se encuentra: apuesto lo que quieran a que un porcentaje bastante alto de los que se han acercado al cine esperaban ver a José Mota en plan gracioso y, a tenor de lo que comprobé en la sala, ni siquiera con la película delante algunos son capaces de entender que están ante un drama, si tengo que hacer caso a las risas que proferían algunos vecinos de butaca en los momentos más insospechados. Cierto es que Álex de la Iglesia introduce algún guiño hilarante en instantes muy concretos, a veces incluso inapropiados, pero estamos ante su película más pesimista, deprimente y cruel.

LO MEJOR: El papel y la interpretación de Salma Hayek.
LO PEOR: Los subrayados de Álex de la Iglesia.
Aunque, ojo, eso no significa que La chispa de la vida no merezca la pena, que sea un bodrio o que conduzca al aburrimiento. Ni siquiera se puede hablar de película fallida porque, aunque de manera algo torpe, triunfa en su intento de convertirse en una mezcla entre cine social y entretenimiento, entre una historia coral de depredadores sin un ápice de moralidad y el cuento íntimo de un amor tocado por la tragedia y la crisis económica. Además, al estar narrada casi en tiempo real a partir de que sucede el accidente, la película posee un ritmo de lo más ajustado y jamás cae en el tedio, por mucho que la historia obligue a que la acción se centre en un único escenario y a que la movilidad de los personajes esté muy limitada. Pero igual que Álex de la Iglesia triunfa en estos aspectos, fracasa estrepitósamente en otros, y además de manera bastante burda, siendo quizá este el título en el que más evidente se hace uno de los defectos más notorios de su filmografía: esa tendencia, a veces irrelevante y otras veces molesta, de caer en los subrayados innecesarios. Hay uno que duele de manera especial y que no conviene desvelar, pero que sabrán identificar si han visto la película: tiene que ver con un maletín y una patada. Duele porque se produce en un momento en el que ya ha quedado clara la postura de los personajes que intervienen en dicha escena, y da pena pensar que el director crea que necesitamos esa anotación extra para entender el mensaje. Pero no es el único instante en el que de la Iglesia se pasa de la raya y está a punto de bordear el ridículo, como por ejemplo en el ensañamiento que se produce en los primeros minutos con el personaje de José Mota (¿de verdad era necesario lo del café o que lleve en el curriculum una foto tan desfavorecedora y tan gigantesca? ¿No es el personaje un experto en marketing?). Esto, junto con la irregular interpretación del protagonista (que, digan lo que digan, no está del todo creíble, por mucho que sea apreciable el esfuerzo que lleva a cabo), a la maniquea representación de algunos personajes (el dedo acusador sobre Fernando Tejero resulta casi risible, así como el director de la cadena de televisión rodeado de putas) y a cierto tonillo panfletista en sus últimos minutos, hace que La chispa de la vida resulte uno de los títulos menos inspirados de Álex de la Iglesia, quizá el más flojo que ha firmado desde... Acción mutante (1992).

19 ene 2012

'Daño colateral'

(Collateral damage. Andrew Davis. Estados Unidos. 2002. 104 minutos) Por culpa de unos radicales de Oriente Medio cabreados (o de unos occidentales con ganas de invadir países de donde sacar petróleo, dependiendo de su grado de interés por la conspiranoia), Daño colateral pasó a adquirir una notoriedad que iba más allá de lo puramente cinematográfico para convertirse en material polémico desde un punto de vista político y social. Su estreno, previsto en Estados Unidos para el 5 de Octubre de 2001, tuvo que ser pospuesto por la Warner Bros. después de que el 11 de Septiembre de aquel año sucediera el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. El estudio pensó que una película en la que se mostraba un atentado en Los Angeles perpetrado por terrorista colombiano, pese a las diferencias con lo sucedido en la realidad, podría herir demasiadas susceptibilidades en un país que se sentía herido y, quizá por primera vez, vulnerable frente a los ataques de fuerzas opuestas. No obstante, mientras guardaban la película sin saber cuál iba a ser su destino, se dieron cuenta de que la historia de un bombero que viajaba a Colombia para vengar la muerte de su mujer y su hijo en dicho atentado, harto de que por la vía diplomática nadie consiguiera hallar al responsable de aquello, serviría para alentar los ánimos de una nación que se encontraba buscando lo mismo, revancha, aunque sólo fuera en la pantalla de un cine y tuvieran que hacer un esfuerzo de abstracción cambiando la nacionalidad de sus odiados enemigos. A los que simplemente éramos (¡somos!) fans del cine de acción, no nos gustó que el estreno de la película se congelara y que ésta fuera utilizada como material propagandístico, cuando lo único que queríamos era poder ver de nuevo a Schwarzenegger en una cinta de acción de verdad, tras los pobres resultados de las mediocres El fin de los días (End of days. Peter Hyams, 1999) y El 6º Día (The 6th Day. Roger Spottiswoode, 2000), ninguna de las cuales consiguió revitalizar una carrera que ya daba muestras de estar al borde de la extinción (y que quedaría en puntos suspensivos poco después cuando Schwarzenegger se dedicó de pleno a la política, siendo retomada ahora por un par de títulos nuevos que todavía son una incógnita). Sin embargo, Daño colateral tampoco consiguió reverdecer los laureles de quien antaño fuera uno de los actores más taquilleros de Hollywood. Quizá el hecho de arrastrar esa condición de film propagandístico no fue visto con buenos ojos fuera de los Estados Unidos, donde tampoco funcionó demasiado bien posiblemente debido a que era un título asociado a la polémica y a que el público no estaba tan preparado para ver atentados en la pantalla grande como la Warner podría pensar.  

LO MEJOR: El toque clásico de Andrew Davis.
LO PEOR: Que Schwarzie no dispare un arma de fuego en
toda la película.
Quizá simplemente fracasó porque se corrió el rumor de que Schwarzenegger no disparaba ningún arma de fuego en todo el metraje (algo que confirmo) y a que éste se empeñó, durante la promoción, en hablar sobre la manera distinta en la que había enfocado el papel con respecto a los que llevó a cabo en actioners previos, destacando la humanización del personaje del héroe y espantando, por tanto, a los que sólo querían verle haciendo lo mismo que no hacía desde Eraser (Chuck Russell, 1996).  La cuestión es que, por un motivo u otro, Daño colateral quedó marcada con el sello de película fallida y la reacción generalizada, incluso entre los fans del roble austriaco, fue la de olvidarla o incluso ignorarla. Este fue mi caso, ya que hasta ahora nunca me había planteado seriamente visionarla hasta que ha caído en mis manos casi regalada y he decidido darle una oportunidad. Dicho esto, debo decir que la sensación que me ha provocado Daño colateral ha sido extraña y placentera. Extraña porque se trataba para mí de un Schwarzenegger inédito, algo inaudito si tenemos en cuenta que algunas de sus cintas me las sé de memoria y que, hasta que descubrí a Van Damme y aprendí a apreciar a Stallone, era mi actor favorito. Y placentera porque esa sensación de extrañeza se convertía en satisfacción mientras me daba cuenta del gusto que suponía descubrir a estas alturas una película de hace diez años que, para colmo, estaba filmada como lo habría sido otra década atrás en el tiempo. Es decir, Daño colateral es una película de 2001 (aunque fuera estrenada finalmente en 2002) que parece filmada a principios de los 90, cuando el cine de acción era más físico, menos aparatoso y se basaba más en la fuerza bruta de sus protagonistas que en la eficiencia de unos efectos visuales que no siempre resultan idóneos (y aquí hay que reconocer que en algunos fragmentos, como en la primera explosión,  la cinta se deja contaminar, siquiera mínimamente, por la comodidad y la artificiosidad del ordenador). El trabajo de Andrew Davis, viejo zorro del género al que le debemos piezas como Código de silencio (Code of silence. 1985), Por encima de la ley (Above the law. 1988), Alerta máxima (Under siege. 1992) y las más mainstream El fugitivo (The fugitive. 1993) y Reacción en cadena (Chain reaction. 1996), resulta tan eficaz como cabría esperar, demostrando una sencillez en las formas y una claridad narrativa ancladas en el pasado, dicho esto como elogio más que como defecto. La historia es la de siempre, la del tipo desolado que se toma la justicia por su mano cuando descubre que el sistema no se la va a proporcionar, pero tiene la peculiaridad que apuntaba antes: en contra de aquello a lo que nos tenía acostumbrados (entrar en una habitación llena de malos rompiendo la puerta y acribillar a todo bicho viviente antes de soltar un chiste lacónico), Schwarzenegger es aquí alguien que no utiliza armas y que sobrevive y gesta su venganza gracias a su astucia y a los conocimientos adquiridos en su carrera como bombero. Quizá fuera la edad, quizá fuera el ansia de evolución artística, pero el caso es que este Arnold diferente es lo que termina siendo el punto débil de la película, si bien nos hace un guiño a los fieles con una de esas réplicas geniales marca de la casa justo después de matar al malo principal. Por lo demás, Daño colateral es una cinta de acción apreciable, con un argumento lleno de tópicos, colombianos con muy mala leche, un giro de guión bastante loco en los últimos quince minutos, elementos que sin duda sabrán apreciar los que sean viejos zorros en esto.

17 ene 2012

'Entrevista con el vampiro'

(Interview with the vampire. Neil Jordan. Estados Unidos. 1994. 123 minutos) Vista hoy, casi dos décadas después de su estreno, Entrevista con el vampiro puede resultar una experiencia chocante si pensamos que fue una de las películas más populares de su año y que su recaudación superó la (por entonces) mágica barrera de los cien millones de dólares sólo teniendo en cuenta el suelo norteamericano (cifra total mundial: 223 millones). Y puede ser así por varios motivos, siendo el más destacado de ellos lo muy distinta que puede considerarse esta película del modelo actual de blockbusters que triunfan en la taquilla, cada vez más enfocados a un público juvenil y con muchas menos aspiraciones artísticas. Como cierta saga vampírica que todos ustedes conocen y con la que no me voy a meter (porque creo que cumple la función para la que está concebida y porque, salvo los dos primeros capítulos, no es tan horrenda como muchos se empeñan en pensar), Entrevista con el vampiro nace también de la literatura, en este caso de la primera entrega de las Crónicas Vampíricas iniciadas por Anne Rice en 1976. Desde entonces, Hollywood intentó infructuosamente en varias ocasiones adaptar la historia al cine, desistiendo finalmente cuando el terror de los ochenta parecía insinuar que no había hueco para los vampiros, a no ser que fueran reflejados de manera paródica (Mordiscos peligrosos) o revisionista (Noche de miedo). Sin embargo, los años noventa trajeron con ellos una especie de sofisticación del género, un intento de volver a otorgar cierto prestigio a figuras clásicas del terror que pudiesen volver a ser tomadas en serio, a veces incluso demasiado. Eran los años de Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula. Francis Ford Coppola, 1992), Lobo (Wolf. Mike Nichols, 1994) y Frankenstein de Mary Shelley (Mary Shelley's Frankenstein. Kenneth Branagh, 1994), un momento idóneo para que David Geffen se aliara con la Warner Bros. y convenciera a Neil Jordan, quien tenía bajo el brazo el reciente Osar al Mejor Guión por Juego de lágrimas (The crying game. 1992), para que adaptara al fin la novela de Rice, uniendo además a un reparto de órdago que asegurara el interés de un público mayoritario (y por mucho que la propia Rice detestara la elección de Tom Cruise como Lestat, gesto del que se arrepintió más tarde, una vez vio la película terminada). El resultado final fue un éxito económico y artístico que, como decía al comienzo de estas líneas, sería relativamente inviable hoy en día, especialmente viniendo de un estudio de Hollywood.

LO MEJOR: La sordidez de algunos conceptos, especialmente
viniendo de una de las grandes majors de Hollywood.
LO PEOR: Su ritmo, demasiado irregular, y el hecho de que
pretenda abarcar demasiado para dos horas de metraje.
La elección de Neil Jordan como director tenía su lógica. Al fin y al cabo ya había demostrado que sabía narrar un cuento de terror, tal y como hizo con En compañía de lobos (The company of wolves. 1994). Pero, siendo como es un director a contracorriente, hoy cuesta imaginar que alguien le llamase para dirigir otra producción de presupuesto considerable que se enmarcara dentro del cine de terror, sobre todo teniendo en cuenta que su último intento al respecto fue un fracaso: In Dreams (1999). Más raro sería aún que, como ocurrió en esta cinta de 1994, tuviera tanta capacidad de decisión sobre el corte final y el estudio no se entrometiera demasiado en su trabajo. Tampoco hoy sería bien visto que una superproducción (moderada, eso sí) de terror, contara con un ritmo tan irregular y tan poco dado a los sustos y a la acción como el que ostenta Entrevista con el vampiro. Este sería, en parte, su mayor defecto, ya que la película denota en exceso que se trata de una adaptación literaria que pretende condensar una historia extensa en dos horas de metraje. Esto obliga a que algunos pasajes sean explicados de manera superficial y conduce al público a la sensación de que se está perdiendo matices que le impiden entender la historia en su totalidad (como toda la parte con Armand, especialmente), algo que entra en contraste con lo muy pausados que son otros fragmentos de la cinta y que pueden invitar a cierto tedio en momentos puntuales, estando los puntos álgidos de emoción distribuidos de manera algo insatisfactoria (y, por supuesto, provocando un choque frontal con lo que el público contemporáneo demanda en cuanto a cantidad y frecuencia de las emociones fuertes). La mayor virtud del largometraje, y que también es algo que sería inconcebible en cualquier aspirante a taquillazo actual que se precie, es el incómodo retrato que hace de una familia disfuncional: Lestat (Tom Cruise) convierte a Louis (Brad Pitt) en vampiro y ambos adoptan a la pequeña Claudia (Kirsten Dunst) haciéndola también inmortal y formando un núcleo familiar realmente sórdido, en el que sobrevuelan los aires de la evidente atracción homosexual que parecen sentir Lestat y Louis (y no sólo ellos: también el Armand interpretado por Antonio Banderas desea tener a Louis como compañero), además de unas insinuaciones incestuosas (a su manera) y pederastas (también sui generis, porque recordemos que Claudia termina siendo una señora mayor encerrada en un cuerpo de niña... algo que le atormenta) entre Louis y su "hija". A todo esto añádanle desnudos femeninos completos, sus buenos chorreos de sangre y unos efectos de maquillaje perfectos de Stan Winston y quizá se echen a llorar: aún con todos sus problemas de ritmo y de selección de subtramas (que son los que, en definitiva, le impiden convertirse en una obra más redonda), Entrevista con el vampiro sería imposible hoy, al menos con un reparto de caras conocidas, con unos medios económicos tan holgados y con unos aspectos en su trama tan perversos. Puede que dos de estos elementos sí pudiesen ser mezclados en el cine del nuevo milenio pero, desde luego, no los tres... y menos aún con la esperanza de lograr un éxito. Este podría ser un buen motivo para revisionarla o quizá incluso descubrirla, al tiempo que nos damos cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas desde 1994 hasta la actualidad.

11 ene 2012

'New Kids Turbo'

(New Kids Turbo. Steffen Haars, Flip Van der Kuil. Holanda. 2010. 85 minutos) En 1986 el holandés Dick Maas consiguió uno de los mayores éxitos del cine de su país gracias a una delirante comedia que atentaba contra el buen gusto y que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en una saga cinematográfica y una serie de televisión. Su título en España fue Una familia tronada, pero seguramente les sonará más si les digo que sus protagonistas son los miembros de la familia Flodder. Aunque localista, el humor de la película consiguió rebasar fronteras debido a que era fácil entender su propósito: ridiculizar a las clases altas mediante el viejo truco de colocar entre ellos a un grupo de indeseables, maleducados y descarados individuos. No ha ocurrido lo mismo, en cambio, con esta otra muestra del humor cafre de los Países Bajos, la primera adaptación cinematográfica de una serie de sketches televisivos que, con el nombre de New Kids Turbo, no ha conseguido traspasar los límites geográficos en los que fue ideada. Y eso a pesar de que su punto de partida puede resultar interesante para cualquiera, teniendo en cuenta el estado de recesión económica en el que nos encontramos: en el pequeño pueblo de Maaskantje, cinco amigos se quedan en el paro el mismo día debido a su incompetencia; cuando ven que las prestaciones sociales no les dan para mantener su ritmo de vida absurdamente derrochador, deciden que van a rebelarse contra el sistema y que, si el Estado no les da más dinero, ellos tampoco van a darle más dinero al Estado, por lo que comienzan a robar cualquier cosa que se les antoje. En un clima de crisis mundial, los cinco mequetrefes se convierten en involuntarios líderes revolucionarios cuando una cámara de televisión consigue retransmitir uno de sus enfrentamientos con la policía, generando una oleada de vandalismo y robos a escala internacional de gente que les ha tomado como ejemplo. Ante tal circunstancia, el gobierno se ve obligado a actuar de manera expeditiva y convierte Maaskantje en un campo de guerra.

LO MEJOR: El impacto inicial y su hilarante versión del
cine social.
LO PEOR: La pérdida de fuerza que sufre en el segundo acto.
Como ven, la premisa resulta lo suficientemente atractiva y universal como para que la película se hubiera exportado con éxito, pero si no lo ha hecho ha sido básicamente porque su burdo y ofensivo sentido del humor la convierte en un material demasiado incómodo para la corrección política a la que estamos acostumbrados. New Kids Turbo puede entenderse como cine social, sí, pero también es la película más bestia, inconsciente y obscena que he visto en mucho tiempo, al menos fuera del género de terror. No hay nada que sus responsables (también dos de los protagonistas de la cinta) crean tan sagrado como para no considerarlo objeto de burla, ya sean las deficiencias psíquicas o el sexo delante de menores de edad, de tal modo que, acostumbrados como estamos ya a un humor más amable, no resulte extraño que se nos congele la sonrisa ante la perplejidad que pueden provocar algunos de los chistes que pasan delante de nuestros ojos. New Kids Turbo es tan bestia que si alguien se decidiese a censurarla y remontarla para hacerla más digerible de cara al público internacional, su duración quizá no llegaría ni a los sesenta minutos, aunque muchas veces sea más por lo que sugiere que por lo que muestra. Si uno consigue abstraerse lo suficiente y entregarse al arsenal de estímulos cómicos y moralmente dudosos, quizá consiga disfrutar de New Kids Turbo como la gran experiencia chorra que es, con sus running gags, sus escenas de acción desbocadas y sus chistes primarios. Pero, ojo, también hay que decir que una vez pasada la impresión inicial, cuando ya estamos algo anestesiados, la película se vuelve algo rutinaria y sufre de unas pérdidas de interés bastante importantes, antes de remontar durante un clímax final lleno de pólvora. Siendo consciente de sus fallos y todo, sólo me queda decir que la segunda parte ya está lista, se titula New Kids Nitro y en ella salen zombis...

9 ene 2012

'Vampiros'

(John Carpenter's Vampires. John Carpenter. Estados Unidos / Japón. 1998. 108 minutos) La de los noventa no fue una década fácil para John Carpenter: pese a que algunas de sus últimas películas daban muestras de lo mejor de su talento, el director tuvo que ver cómo todas ellas perdían dinero, una detrás de otra (Memorias de un hombre invisible, En la boca del miedo, El pueblo de los malditos y 2013: Rescate en L.A.), y cómo se había visto envuelto en una situación en la que estaba perdiendo la ilusión por hacer cine. Aunque sea un narrador nato, es lógico que dejara de disfrutar de su trabajo al ver cómo tanto los estudios como el público ignoraban sus nuevas propuestas, mientras que sus obras más antiguas eran cada vez mejor consideradas y se convertían en piezas de culto. La salvación llegó gracias a una oferta de la productora Largo Entertainment, presentando a Carpenter la tentadora opción de adaptar una novela de John Steakley dándole plena libertad creativa y sirviéndole en bandeja la posibilidad de hacer lo que quisiera con el mito del vampiro y llevárselo a su terreno más amado, al del western polvoriento y lleno de violencia física y conceptual. Resulta curioso pensar que Carpenter no fuera la primera opción y que James Woods no fuera en principio el protagonista que los productores tenían en mente (se habló de Russel Mulcahy como director y de Dolph Lundgren o Patrick Swayze como estrellas principales), porque ahora resulta impensable imaginar la película con otro estilo que no sea aquel tan particular que Carpenter le imprimió y que la convirtió en un clásico moderno, situándola de inmediato al lado de las cimas más altas que alcanzó su filmografía.   

LO MEJOR: Que no hace concesiones al gran público.
LO PEOR: Que aún así consiguió satisfacer tanto a los más
acérrimos seguidores de Carpenter como a muchos de sus
detractores.
Quizá se preguntarán si catorce años después la cinta mantiene sus cualidades, si realmente era para tanto y si las críticas de la época no serían demasiado optimistas. Las respuestas serían las siguientes: sí, sí y no. Vista hoy, Vampiros sigue siendo una de las cintas de chupasangres más enérgicas, valientes y sucias que se hayan filmado jamás dentro de los límites de Hollywood, quizá sólo igualada por aquella joya titulada Los viajeros de la noche (Near dark. Kathryn Bigelow, 1987) y con un espíritu que sólo retomaría medianamente bien la reciente Stake Land (Jim Mickle, 2010). Todo lo bueno que el público dijo de ella en su momento también sigue siendo válido, aunque yo siga sin entender demasiado bien por qué muchos se mofaban de la forma en la que los no-muertos comenzaban a arder cuando eran tocados por la luz del sol (sí, parecen cerillas encendiéndose, pero... ¿a cuántos vampiros han visto ustedes morir recientemente?). Y, por una vez, la crítica, o parte de ella, fue lo suficientemente sagaz como para detectar que se encontraba ante una obra maestra y no tuvo que esperar a que pasaran los años para darse cuenta de ello, que es la lacra que ha tenido que soportar John Carpenter a lo largo de toda su carrera. Aunque no fuera un taquillazo en salas de cine (tampoco podría serlo en la práctica, ya que los menores no podían acceder a verla en pantalla grande), funcionó tan bien en el mercado doméstico que generó dos secuelas, ambas olvidables y muy lejos de los logros de la original: Vampiros 2: Los Muertos (Vampires: Los Muertos. Tommy Lee Wallace, 2002), con Jon Bon Jovi como protagonista y repitiendo parte del estilo de la original, y Vampiros 3 (Vampires: The Turning. Marty Weiss, 2005), ambientada en Tailandia y con profusión de artes marciales, ya sin nada que ver con la visión de Carpenter. Si no las reseño más a fondo es porque no merecen demasiado la pena, pero sí que considero necesaria una revisión de la primera parte, por ser la última gran obra de un director indispensable para la historia del cine fantástico en particular y del cine en general, y a quien nunca está de más recordar y alabar por sus muchos méritos.

4 ene 2012

Lo mejor de 2011.


Llegó el momento de ajustar cuentas con lo que ha sido 2011 desde un punto de vista cinematográfico. Aquí tienen mi resumen con lo mejor que se ha estrenado en las salas de cine españolas durante 2011, siempre desde el criterio de un humilde servidor, claro está. Un artículo publicado originalmente en el último número de la edición impresa de Crónicas de un Pueblo.

El año se ha acabado y, como siempre, uno tiende a hacer balance. Como el tiempo apremia y tampoco hay mucho espacio, voy a obviar las decepciones de 2011 (que también las hubo) y voy a centrarme en recomendarles mis diez películas favoritas de este año: 

1) ATTACK THE BLOCK (Joe Cornish), por su habilidad para sorprender y convertirse en un cóctel irresistible de mis géneros favoritos: acción, terror, ciencia-ficción y comedia adolescente. 

2) SUPER 8 (J.J. Abrams), por reivindicar el poder de la imaginación en la infancia y por homenajear tanto al cine familiar de Steven Spielberg como a la Serie B de monstruos, algo de lo que muchos parecieron no darse cuenta. 

3) DRIVE (Nicolas Winding Refn), por su hipnótica perfección audiovisual y por ser una de las historias de amor más bellas (y bestias) que he visto en mucho tiempo, además de un retrato desolador sobre la figura del héroe trágico. Y por una banda sonora impecable. 

4) EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS (Rupert Wyatt), por conseguir romper las barreras de prejuicios que se habían erigido en torno a ella y por mezclar con pasmosa destreza la reflexión social y el espectáculo. 

5) MIDNIGHT IN PARIS (Woody Allen), por recuperar al mejor Allen, el de las historias amables con un poso amargo y mucho humor, el de la magia, los personajes inolvidables y las réplicas ingeniosas. 

6) CRAZY, STUPID, LOVE (Glenn Ficarra y John Requa), por su amplio reparto en estado de gracia, la manera en la que consigue hilar varias tramas paralelas y hacerlas confluir de manera inteligente e hilarante. 

7) INSIDIOUS (James Wan), porque aunque se estrenara con casi un año de retraso aquí, sigue siendo la película de terror más inquietante y poderosa que llegó a nuestras pantallas en 2011. 

8) LAS AVENTURAS DE TINTÍN: EL SECRETO DEL UNICORNIO (Steven Spielberg), por recuperar al Spielberg que amamos, al que sabe dirigir secuencias de acción que quitan el aliento y sabe contar trepidantes relatos de aventuras. 

9) SED DE VENGANZA (George Tillman Jr.), por ir más allá de lo que se le pide y traspasar el umbral de película al servicio de Dwayne “The Rock” Johnson para convertirse en algo si cabe más interesante: una película de acción hecha con las tripas y con el cerebro. 

10) LA PIEL QUE HABITO (Pedro Almodóvar), por devolvernos al Almodóvar más exagerado y acercarse al género fantástico sin perder ni un ápice de su personalidad. Hay otras que se quedan en el tintero y también muchas a las que habría que darle cera pero, como me recuerda mi tío, a veces es mejor recomendar antes que ponerse a quejarse de todo. Feliz 2012.

2 ene 2012

En Serie: La saga 'Misión Imposible'


El 17 de Septiembre de 1966, el público norteamericano que sintonizaba la CBS veía por primera vez una imagen que, acompañada de una música rimbombante, se convertiría en un rápido icono pop: la de una mano que, con una cerilla y al compás de la sintonía inmortal compuesta por Lalo Schifrin, encencía una mecha que le llevaba directo a una serie de aventuras de espionaje y acción que le mantendría pegado a la pantalla hasta que dejó de emitirse el 30 de Marzo de 1973. Creada por Bruce Geller, Misión: Imposible  recogía el clima de paranoia que se vivía en plena Guerra Fría y presentaba las peripecias de una agencia de espías que luchaba por mantener el mundo a salvo, generalmente de la invasión comunista. Tuvo que pasar más de una década para que Jim Phelps (Peter Graves) volviera a la acción, concretamente hasta 1988, pero en esta ocasión la serie sólo aguantó dos temporadas en antena, siendo cancelada en 1990. Seis años después, un Tom Cruise en la cima de su popularidad, convertido en el actor más taquillero de Hollywood y con la capacidad de levantar proyectos financiados de su propio bolsillo, recuperó el nombre de Misión: Imposible para construirse un traje a su medida y demostrar que, en una época en la que los músculos estaban de capa caída en Hollywood y que GoldenEye (Martin Campbell, 1995) había recuperado el cine de espías, estaba preparado para ofrecer a la industria un nuevo tipo de héroe de acción. La misión de ustedes como lectores, en caso de que decidan aceptarla, consiste en acompañarme por un repaso a las cuatro películas que constituyen, por el momento, la saga cinematográfica protagonizada por Cruise en el papel de Ethan Hunt. Y... no se preocupen: este post no se autodestruirá en cinco segundos.

LO MEJOR: El chute de adrenalina que
supone el clímax final.
LO PEOR: Esperar de ella una película de
acción imparable, cuando no lo es.
Mission: Impossible (Brian De Palma. Estados Unidos. 1996. 110 minutos) No le pudo ir mejor a Tom Cruise en su estreno como action-hero. Cuando la suerte comercial de las películas de Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone y Jean-Claude Van Damme estaba en declive, Cruise aportó savia nueva al cine de acción, produciendo y protagonizando un thriller de espías en el que presentaba a Ethan Hunt, un agente de la FMI (Fuerza Misión Imposible) al que tienden una trampa y ponen en una situación realmente delicada: debe encontrar al topo que ha traicionado a su equipo antes de que sus enemigos acaben con él y las autoridades se le echen encima. La idea resultaba atractiva: retomar una franquicia bien implantada en el imaginario colectivo mediante una serie de películas que serían dirigidas por distintos directores, todos con personalidades bien marcadas, y que sirvieran para constituir un vehículo de lucimiento a mayor gloria de Tom Cruise, interpretando a un espía de alto nivel del siglo XXI, muy alejado del acartonamiento de James Bond y también de los héroes hipermusculados, pero tan astuto y letal en la lucha cuerpo a cuerpo como todos ellos. Brian De Palma fue el encargado de dirigir esta primera entrega y gracias a ella consiguió reactivar de algún modo una carrera que, al menos comercialmente, no estaba rindiendo tanto como antaño (sí artísticamente, ya que no se le puede negar el pan y la sal a dos obras tan rotundas y personales como En nombre de Caín y Atrapado por su pasado). No es de extrañar que la empresa tuviera un resultado satisfactorio para todos los agentes implicados: la película es un muestrario de lo mejor del director, con una utilización algo más controlada del plano secuencia que de costumbre, pero también con una construcción del suspense ejemplar, una planificación excelente y una capacidad para crear tensión ciertamente sobrenatural (la archifamosa secuencia del robo en la sede central de la CIA es para quitarse el sombrero, más allá de su valor icónico). El guión de David Koepp y Robert Towne fue criticado por resultar demasiado intrincado, aunque a decir verdad no cuesta demasiado seguirlo a poco que permanezcamos atentos a lo que sucede en pantalla. Y ese juego de dobles personalidades y máscaras aporta a la película un delicioso regusto camp que refulge en medio de toda esa sofisticación visual a cargo de Stephen H. Burum. Existen, no obstante, algunos problemas de ritmo que impiden un disfrute más continuado y compacto del film, pero todo eso queda casi olvidado gracias a un clímax final que merece ser recordado, por derecho propio, como una de las mejores set-pieces que nos regaló el cine de acción durante la década de los noventa. Es una gran manera de hacer explotar toda la tensión acumulada durante los dos actos anteriores y de dejar al público con ansias de más, algo que no llegaría hasta cuatro años después de la mano de John Woo.



LO MEJOR: Ethan Hunt convertido en
un ser mitológico.
LO PEOR: La languidez del conjunto.
Mission: Impossible II (John Woo. Estados Unidos / Alemania. 2000. 123 minutos) Con la buena respuesta crítica y económica de la primera Mission: Impossible, Cruise, su socia Paula Wagner y la Paramount no tardaron demasiado en dar luz verde a una secuela.  Oliver Stone, el director que otorgó a Cruise su primera nominación al Oscar gracias a Nacido el cuatro de Julio (Born on the fourth of July. 1989) fue la primera opción, pero el eterno rodaje de Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) hizo que finalmente se cansara de esperar a su protagonista y se desentendiera del proyecto. Finalmente fue John Woo quien se hizo cargo del mismo. Woo venía de revolucionar el cine de acción gracias a las películas que había filmado en Hong Kong (A better tomorrow, The Killer, Hard-Boiled...), además de haber fabricado algunas de las mejores muestras que el género dio durante los noventa en su aventura americana (Blanco Humano, Broken Arrow y Cara a cara). Su elección trajo consigo una clara vocación por arreglar lo que sus responsables suponían un defecto de la anterior entrega: Robert Towne escribió un guión simplificado al máximo que se puede entender como una respuesta a las críticas que se produjeron al respecto con el primer film, ajustando su historia a una serie de set-pieces que Woo quería dirigir a toda costa. En el libreto, con claras reminiscencias del Encadenados (Notorious. 1946) de Hitchcock, Ethan Hunt tiene que verse las caras con un agente renegado de la FMI que amenaza con aniquilar la población de Sydney mediante la utilización de un virus llamado Quimera. Lo más interesante de la película reside en la manera en la que Woo se deja influenciar por la mitología y sucumbe a lo fantástico en el tercer acto: el héroe y el villano, tomando los nombres del antídoto y el virus que conducen la trama, Belerofonte y Quimera, se convierten casi en semi-dioses enfrentados en una lucha interminable en la que las leyes de la física no tienen ninguna relevancia. Hoy parecen algo anticuadas, pero estas escenas de acción supusieron en su día un impresionante reclamo para la película que fue tomado como ridículo por algunos y como excitante por otros (entre los que me incluyo). Vista hoy, Mission: Impossible II puede aportar poco más que eso, además de suponer la cinta menos interesante que John Woo rodó en EEUU (y, sí, tengo en cuenta las infravaloradas Windtalkers y Paycheck), un pálido reflejo de lo que el director fue capaz de filmar en otras ocasiones y una versión demasiado light de sus constantes temáticas y visuales. Aún así, los más de cuatrocientos millones de dólares que recaudó en todo el mundo fueron motivo suficiente como para que la franquicia siguiera su camino.



LO MEJOR: La secuencia del puente.
LO PEOR: Va perdiendo fuelle a medida
que avanza.
Mission:Impossible III (J.J. Abrams. Estados Unidos / Alemania / China. 2006. 125 minutos) La preproducción de la tercera parte no fue un camino de rosas. En la búsqueda de otro director de prestigio que aportara su sello personal al nuevo capítulo de la franquicia, Cruise contactó con David Fincher, pero éste rechazó la oferta y se dedicó a otros proyectos que no salieron adelante. Entonces el todopoderoso Cruise cambió la táctica: barriendo para casa, decidió contratar los servicios de alguien conocido por él y por la Paramount, un joven  llamado Joe Carnahan que ya había trabajado para ellos en Narc (2002). Sin embargo, Carnahan dio muestras de no amilanarse ante el poder de sus padrinos y abandonó el proyecto por diferencias creativas, dejando a Cruise sin nadie que ocupara la silla de director. Ahí entra J.J. Abrams, conocido por dar arranque a series tan populares como Alias (2001-2006) y Perdidos (2004-2010) y que se convirtió en el responsable de llevar a buen puerto la ópera prima más cara de la historia del cine. Aunque en su día fuimos muchos los que recibimos la elección de Abrams con cierto recelo (más que nada, por desconocimiento de su trabajo previo o por las eternas y cada vez más infundadas manías que algunos sienten hacia el medio televisivo), hay que reconocer que el tiempo ha tratado bien a Mission: Impossible III. Abrams conservó sus rasgos y dotó de humanidad a unos personajes que se ven inmersos en una trama totalmente irrelevante (y que sigue la pista de un mcguffin de los de toda la vida), porque esta vez es personal: Ethan Hunt hará lo impensable por vengar la muerte de una antigua amiga (y ex-pupila dentro de la FMI) y por tratar de evitar que el malvado Owen Davian (escalofriante Philip Seymour Hoffman) asesine a su flamante esposa, a la cual ha raptado. Como telón de fondo está la seguridad internacional, sí, pero el toque Abrams está ahí: por muchas escenas de despachos y por muchas amenazas globales que puedan aparecer, lo que prima en esta tercera parte (co-escrita entre Abrams y dos cómplices habituales como son Alex Kurtzman y Roberto Orci) es el factor humano. Lamentablemente, Abrams todavía estaba algo verde como director de blockbusters y sólo consiguió filmar una secuencia realmente memorable (la del puente), además de mostrarse incapaz de mantener durante todo el metraje el ritmo acelerado de la primera mitad y, especialmente, del prólogo. Aún así, y pese a reconocer que en el momento de su estreno sólo se me ocurrieron maldades para con ella, Mission: Impossible III es una película bastante aceptable que mereció mejor suerte comercial. Aunque gran parte de la culpa de que no respondiese a las expectativas económicas (especialmente en EEUU, donde recaudó menos de lo que costó) reside en el propio Tom y en esa manía de hacer el tonto en los medios de la que hacía gala en esa época. 



LO MEJOR: La parte que transcurre en
Dubai, salvo la tormenta de arena.
LO PEOR: La indigesta mezcla de tonos:
a ratos decadente, a ratos infantil.
Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission:Impossible - Ghost Protocol. Brad Bird. Estados Unidos. 2011. 132 minutos) A pesar de que su colaboración había resultado ser la menos exitosa de la serie desde un punto de vista financiero, el entendimiento entre J.J. Abrams y Tom Cruise fue lo suficientemente bueno como para que, varios años después, ambos se plantearan continuar con la franquicia juntos. Sin embargo, la agenda cada vez más apretada de Abrams y la sensación de que a Cruise le quedaba ya poco fuelle como estrella de Hollywood sirvieron como acicate para que no se demoraran demasiado en la concreción de una posible Mission: Impossible IV. Tras tantear a talentos emergentes como Ruben Fleischer y Edgar Wright, la noticia de que la responsabilidad caería finalmente sobre los hombros de Brad Bird, hasta ahora autor de cine de animación, supuso toda una sorpresa que algunos no encajaron demasiado bien. Sin embargo, los fans de Bird sabían que era un tipo muy preparado para concebir secuencias de acción, como ya había demostrado en El gigante de hierro (The Iron Giant. 1999) y Los Increíbles (The Incredibles. 2004). Lo que no sospechábamos es que Bird se traería consigo el tono ligero de sus películas animadas, convirtiendo esta Misión Imposible: Protocolo Fantasma en la entrega más infantil, paródica e inofensiva de toda la serie. Este tono se agradece en momentos puntuales como la secuencia del pasillo y la "pantalla mágica", pero termina siendo inconveniente para una película de acción que pide a gritos algo más de intensidad y a la que le sobra esa pátina decadente que la sitúa a la misma (baja) altura que la de cualquier aventura de James Bond del montón (sensación potenciada por ese anticuado guión de Josh Appelbaum y André Nemec sobre rusos y misiles nucleares que le sentaría bien a la serie original de televisión, pero no a la cinematográfica), lo cual no puede estar más alejado de las intenciones iniciales con las que arrancó la saga de Mission: Impossible. Para colmo, Ethan Hunt pierde protagonismo y tiene que ver cómo sus compañeros de equipo protagonizan algunos momentos que él habría hecho en las entregas anteriores, y que aquí se limita a supervisar, de cara a su posible reemplazo como protagonista por el nuevo agente Brandt (el soso Jeremy Renner). Esta Protocolo Fantasma cumple como entretenimiento si no somos demasiado intransigentes, pero es, junto con la segunda parte, el punto más bajo que ha alcanzado la saga y, quizá, la responsable de que se haga urgente un replanteamiento de intenciones, protagonistas y estilos si alguien decide proseguir la serie con nuevos episodios.