
Algo que molesta sobremanera a los que vamos de abiertos de miras, de
experimentadores, es que nos descubran que tenemos prejuicios. Y si hablamos de Lars von Trier, estamos hablando de El Prejuicio. Nunca hasta ahora había sentido esa mezcla de interés, curiosidad, temeridad y valentía que me llevara a enfrentarme a una de mis tareas pendientes que más pereza me daba llevar a cabo: la de encarar el visionado de cualquiera de las películas de este engreído danés que siempre me ha parecido un esnob pretencioso, un endiosado sabihondo empeñado en poner límites a la creatividad y hacer pasar por arte recursos que en otros son limitaciones obligadas por la carencia de medios. Y así he estado durante años, negándome la posibilidad de descubrir si este gilipollas sería capaz de hacer, como dicen por ahí, buen cine. Ni la de Björk, ni la de Nicole Kidman... CERO. Pero es en este instante cuando entra en mi cabeza como un vendaval esa Ana que tanto ven ustedes en los comentarios últimamente y me da un toque de atención en plan
"Vaya, así que el liberal este tiene prejuicios, ¿eh?". Y eso es como si a Marty McFly le llaman gallina, ya saben. Total, que en ocasiones uno tiene que tragarse sus ideas preconcebidas y entregarse al experimento. Al fin y al cabo lo único que se puede perder es hora y media.
"Acepto el reto: pásame alguna peli de este tío, la que quieras, y la veo". Si ella se atrevió con una de
Chiranjeevi, ¿qué no iba a hacer yo?
Al parecer el título elegido,
El jefe de todo esto, no es de los más representativos de von Trier, pero a mí me sirve para confirmar algunas sospechas que tenía sobre este gañán. Primero, que se cree Dios. Y así lo hace saber con su presencia como Pantocrátor invisible en forma de narrador omnisciente y, sobre todo, omnipotente, que juega a detener la película cuando lo cree conveniente para introducir algún punto de giro y que desde el principio exuda el verdadero
leit motiv de la película (que en esta ocasión no coincide con la historia que se cuenta), que no es otro que
"Eh, que Lars von Trier ha hecho una comedia, ¡tomadme en serio!". Segundo, y es algo que ya mencionaba antes, que a fuerza de pretender ser creativo acaba imponiendo trabas al arte. De manera imbécil, además. ¿Qué coño es eso de la 'Automavisión'? Una pausa para las risas. Lean
esto. ¿Ya? ¿Se han secado bien los lagrimales? Perfecto. Ahora a ver si alguien me puede explicar cuáles son las ventajas de dejar que un programa seleccione el mejor encuadre y dónde queda entonces la mano del director. Es tan absurdo como pulsar el disparador automático de una cámara de fotos, arrojarla al aire y luego seleccionar una imagen decente de entre todas las que ha hecho. ¿Que no ha salido ninguna bien?
"No pasa nada. Somos ARTISTAS con dinero. Tenemos toda la tarde. Dale otra vez al botón y tira la cámara más alto, a ver si a la próxima...". Si eso no es para darle una colleja a von Trier que venga Bruce Lee y me la dé a mí, porque el resultado final es feo, con fallos de raccord, distante y anticlimático en términos visuales.
Ahora bien, también he aprendido que aparte de ser vencido por la tontuna, von Trier no es un inútil. Dejando a un lado chuminadas técnicas y voluntades divinas, El jefe de todo esto tiene el mérito de poder ser vista un sábado a las seis de la madrugada sin invitar al sueño (comprobado), posee una galería de personajes interesantes y un guión (teatral) bien trazado en el que se encierran reflexiones interesantes no sólo sobre las relaciones de poder (que es lo más evidente que se puede extraer sobre la película) sino también sobre la locura inherente al artista y una advertencia hacia los que manejan el dinero: nunca le den poder económico y ejecutivo a un artista o se pondrá a hacer el tontaco. Como von Trier.
Pese a todo, debo reconocerlo: Tena = 0 / von Trier = 1. Gracias, Ana.