La manera más rápida de despachar
Paranormal Activity es decir que
no es para tanto, que no da tanto miedo como dicen y que casi se puede considerar una estafa si la comparamos con el modo en el que se está vendiendo. Realmente es una película hinchada en la que no sucede absolutamente nada durante el ochenta por ciento de
metraje, cuyas intenciones de realismo se ven seriamente truncadas por unos actores poco creíbles y unas reacciones ilógicas de los personajes que torpemente interpretan. Planteada como un montaje de las grabaciones caseras de una pareja que cree estar sufriendo un
poltergeist en su casa, se le puede achacar una duración excesiva, inflada con escenas que no aportan nada a lo que se pretende contar y que no hacen sino aumentar la
desesperación del espectador que ha pagado para pasar miedo. Pero si somos capaces de ver más allá de nuestras expectativas y del modo en el que éstas han sido generadas por un mecanismo
publicitario desaforado de doble filo (consigue arrastrar a masas al cine para que éstas se enfurezcan y se sientan engañadas... después de haber pagado), podemos empezar a apreciar las virtudes que indudablemente posee la cinta más allá de si
da miedo o no. Y no me refiero únicamente a que los (pocos) momentos de terror consigan su objetivo de manera holgada y sobrepasen la barrera temporal del
film, ya que cuando de verdad funciona es al repasarlo mentalmente en la intimidad, horas después de terminar la sesión.
Paranormal Activity es sobre todo apreciable porque supone el triunfo de un concepto: llevar el cine clásico de fantasmas a la generación YouTube. Así, no hay realmente nada original en la película (ruidos, objetos que se mueven aparentemente solos, una
ouija, posesiones) más que el modo en el que está narrada, aunque sea de manera tan torpe y repetitiva, creando una historia alrededor de esos fragmentos de horror que poseen la misma capacidad hipnótica e inquietante de los vídeos
streaming sobre apariciones y otros fenómenos
paranormales, siendo esto un elogio y el verdadero motivo por el que, a fin de cuentas, uno no considera haber perdido el tiempo (no del todo, al menos) cuando aparecen los créditos finales.

Pero si de verdad lo quieren pasar mal con un terror más apegado a la realidad, deberían rescatar otra película que también se hace pasar por verídica y que, además, adapta el formato televisivo de los
Crímenes imperfectos y otros programas similares, con
dramatizaciones, testimonios y un detalle extra que convierte la experiencia en algo perturbador:
The Poughkeepsie Tapes es un falso documental en el que se analiza el caso de un asesino en serie cuyo
modus operandi muta a cada asesinando, manteniendo únicamente la constante de ser grabados en vídeo. Al contrario que
Paranormal Activity (donde lo que vemos es únicamente, y siempre siendo conscientes de su condición de artificio, lo que los protagonistas filmaron),
The Poughkeepsie Tapes posee un esquema bien definido en el que sí hay una progresión dramática y una estructura que va arrojando mayor información sobre el caso a medida que se acerca su conclusión, lo que nos conduce a un tramo final escalofriante en el que asistimos a la entrevista realizada a la que se supone es la única superviviente del psicópata protagonista (en la que queda claro hasta qué punto alguien que ha sufrido traumas similares puede quedar marcado de manera
irreversible). Algo interesante de la película es que a pesar de su vocación
verista no renuncia al
Grand Guignol, con ese
serial killer que para cometer sus crímenes se disfraza de manera bizarra y escenifica momentos de sometimiento físico y mental frente a la cámara, con sesiones de
bondage extremo, además de ser aficionado a crear esculturas humanas (la cabeza de un hombre hallada sobre el vientre vaciado de una mujer). Pero no hay en ella nada fantástico, nada que, como sí sucede en
Paranormal Activity, nos obligue a hacer un esfuerzo extra por asimilar como auténticas las imágenes que nos invita a contemplar, lo cual hace de
The Poughkeepsie Tapes una experiencia seca, incómoda y poco apropiada para las
multisalas en las que triunfa la primera.