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6 mar 2010

El Hombre Lobo


En el último número de Crónicas de un Pueblo he escrito sobre un largometraje que me provocó tanta desgana, tanto aburrimiento, que ni siquiera me he preocupado en buscarle un título al artículo. Pa qué.


Cuando una película ve retrasada su fecha de estreno en varias ocasiones, pasa por las manos de dos directores distintos, por varios guionistas y montadores, cuando el estudio que la ampara no sabe muy bien qué hacer con ella… normalmente es por algún buen motivo. Y en el caso de esta nueva versión de EL HOMBRE LOBO, una vez vista la película, queda claro por qué Universal tenía tanto miedo a estrenarla: a pesar de todos los retoques que le hayan hecho, de todo el trabajo de posproducción digital y de añadir escenas meses después de concluir el rodaje principal, la película es merecedora de llevar la etiqueta de Primer Gran Truño de 2010. Les hago un resumen rápido: en 2006 Universal anunció que preparaba un remake de EL HOMBRE LOBO (1941) protagonizado por Benicio del Toro, al parecer gran fan del personaje e impulsor en gran medida del proyecto; en 2007 se anunció que el reputado director de videoclips Mark Romanek se encargaría de dirigirlo; en enero de 2008 Romanek abandonó la producción alegando diferencias creativas con el estudio, siendo reemplazado, en febrero de ese mismo año, por Joe Johnston (director de obras tan alejadas del terror como las encantadoras CARIÑO, HE ENCOGIDO A LOS NIÑOS y ROCKETEER, o las más mediocres JUMANJI y JURASSIC PARK III). Dos años más han tenido que pasar hasta que por fin hemos podido disfrutar (es un decir) de esta tristísima aportación al tema licantrópico, carente de interés, con mediocres efectos especiales, un guión bobo y unos actores que parecen aburrirse mientras recitan sus líneas. No se entiende muy bien la desgana con la que Benicio del Toro se enfrenta al rol de Lawrence Talbot, cuando en teoría debería parecer entusiasmado por estar protagonizando algo con lo que (dice) siempre ha soñado. No ayudan una sosa Emily Blunt, unos previsibles Hugo Weaving y Geraldine Chaplin ni, sobre todo, un cansino y repelente (como casi siempre, aunque con esto más de uno querrá echárseme encima y arrancarme la cabeza) Anthony Hopkins soltando con pedantería un puñado de frases ampulosas e irritantes.
Hay algo positivo: a pesar de ser una producción de gran presupuesto y, por tanto, estar sujeta a la regla no escrita de toda superproducción actual (aquella que dice que deben ser digeribles para el máximo público posible, de cualquier edad, para poder amortizar la inversión en las taquillas sin que existan restricciones en la venta de entradas), sus responsables han decidido apostar por una visión gráfica de la violencia que añade el único punto lúdico al conjunto, en el que unas cuantas escenas de acción apenas logran despertar al espectador del letargo constante del resto de metraje, tan falto de fuerza como sobrado en medios desperdiciados en el desastre más importante de los últimos años en Hollywood. Para que se hagan una idea de cómo fue la sesión a la que asistí, puedo decirles que a medida que transcurría la película me iba poniendo más y más nervioso, empecé a desconectar al cuarto de hora y ni siquiera los guiños cómplices me hicieron sonreír, mientras que uno de mis compañeros de pase no tuvo reparos en levantarse para ir al servicio durante la pelea final. Imagínense. Esa es mi recomendación: imagínense la película y no malgasten su tiempo ni su dinero en ella. Dudo mucho que le saquen algo de provecho.