The Avengers. Joss Whedon. Estados Unidos. 2012. 143 minutos |
Sin entrar en discusiones fútiles en torno a opiniones fundamentalistas sobre cómo debería ser una película de superhéroes y cómo no debería ser (y que siempre conducen a lo mismo: enfrentamientos entre los fans de Marvel y DC y el ya aburrido debate sobre si Christopher Nolan es Dios o es una mierda pinchada en un palo), lo cierto es que Los Vengadores de Joss Whedon se acerca mucho a lo que uno podía soñar cuando pensaba en ella: un espectáculo grandilocuente y atronador en el que abundan los chistes, los colorines, los efectos especiales, la destrucción como una de las bellas artes y la acción como recurso para hacer evolucionar a los personajes, quienes se conocen y aprenden a colaborar por el camino de las hostias, como si estuviesen en una de Kung Fu de la Shaw Brothers. Existe en ese sentido un considerable equilibrio entre el ratio de protagonismo de todos los superhéroes que se dan cita, ya que todos tienen momentos de lucimiento y aportan algo al devenir de la historia. Obviamente, y como suele ser común en cualquier reunión de estrellas (ya sean actores famosos o, como en este caso, personajes de cómic), algunos brillan más que otros: la relación entre Iron Man y el Capitán América y la evolución personal de Bruce Banner / Hulk se llevan las mejores líneas, dejando al resto un poco en segundo plano, aunque no sea de manera tan importante como para resultar molesto.
Todo eso entra dentro de lo previsible y estamos felices por ello. Lo que no esperábamos era el grado de virtuosismo que alcanzarían algunas de sus secuencias más aparatosas, pequeñas piezas de orfebrería visual que llegan al paroxismo durante un clímax final que es todo lo que Michael Bay ha intentado hacer con tres películas de los Transformes, largas, muy largas, y no ha sido capaz de llevar a cabo. Podrían existir dudas lógicas sobre si Joss Whedon sería capaz de apañárselas bien manejando un presupuesto mucho más holgado que el que había podido utilizar previamente. Recordemos al respecto que Whedon ha desarrollado su carrera principalmente en televisión, dando origen a las series de culto Buffy, cazavampiros y Firefly, siendo la adaptación al cine de esta última su única incursión en la pantalla grande, con un presupuesto de 40 millones de dólares y el título de Serenity (2005). De eso ha pasado a contar con más de 200 millones y a sufrir la presión de ser el responsable de una cinta que viene a ser el descomunal clímax final de cinco títulos previos (Iron Man, Iron Man 2, El increíble Hulk, Capitán América y Thor), cuyas tramas confluyen aquí para encontrar la conclusión de algunos de sus conflictos y presentar otros nuevos de cara a futuras producciones (tanto de Los Vengadores en conjunto como de sus miembros por separado). Whedon logra salir airoso de tal reto e incluso es capaz de aportar, en sus mejores momentos, un grado de pericia narrativa que sobrepasa cualquier expectativa (y aquí es necesario destacar ese - falso - plano secuencia que pasa de un personaje a otro durante la batalla definitiva).
Sin embargo, no todo van a ser buenas noticias. Empecemos por lo peor: para tratarse de una cinta protagonizada por personajes que ya conocemos y que han contado (casi todos ellos) con películas propias, la primera hora de Los Vengadores emplea la mayor parte de su tiempo en presentarnos de nuevo a los protagonistas, como si no confiara del todo en que el público potencial hubiera visto las anteriores y sintiese la necesidad de explicar quién es quién, cómo se comportan, cuáles son sus características y de qué padecen. Se entiende que el propósito de Whedon también es mostrar cómo Loki va enfrentando a Los Vengadores entre sí, manipulándolos para que se destruyan entre ellos, pero a quien suscribe le pareció que no hacían falta tantos minutos para ello. En relación a esto, a medida que transcurría la película me preguntaba por qué las opiniones que había escuchado antes de ir al cine iban en dirección contraria: según me habían dicho, esto era un no parar de acción, un prodigio de ritmo que no se andaba con preliminares. Y no es así, pero entiendo lo que puede ocurrir. Resulta que la última hora y cuarto es tan trepidante, tan lustrosa e hipnótica que puede jugarnos una mala pasada y hacernos creer, en el recuerdo, que Los Vengadores es mucho más frenética de lo que en realidad es. Uno puede salir de la sala con tal subidón de adrenalina que olvida que, hasta que han empezado de verdad las tortas, ha tenido que soportar un buen rato de cháchara y minutos de relleno. Luego hay otros problemas algo menores, pero también dignos de mención: el Loki de las pelis sigue siendo un pelele (como, de hecho, confirma la secuencia extra que aparece durante los créditos finales), los Chitauri parecen diseñados a partir de una plantilla digital default y Scarlett Johanson sale todo el rato vestida hay subtramas que no quedan demasiado claras (especialmente la evolución de Hulk).
Con eso y todo, Los Vengadores tiene todo lo necesario para contentar al fan del cine de acción y de superhéroes que no busque más que sano entretenimiento, independientemente de que conozca las fuentes (vamos, que no hace falta ser coleccionista de cómics de la Marvel para entenderla), y, sobre todo, una alegría, aunque sea parcial, para todos los que preferimos la ligereza de Los 4 Fantásticos a la gratuita pedantería de El Caballero Oscuro. Mierda... lo dije.
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