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31 ene 2011

'Más allá de la vida'

(Hereafter. Clint Eastwood. Estados Unidos. 2010. 129 minutos) Con el estreno de esta película, debería quedar claro de una vez por todas que Clint Eastwood no es, independientemente de su justa condición de leyenda viva del cine, ese maestro infalible que muchos se empeñan en ver. Eastwood puede despertar nuestras simpatías por el hecho de haber reconducido su carrera hacia derroteros inesperados cuando sólo (como si eso fuera poca cosa) era considerado un actor taquillero de cintas de acción y westerns. Si esa habilidad ya es digna de elogio, resulta admirable sobre todo porque a pesar de haberse ganado los parabienes de los mismos críticos que le repudiaban como actor, nunca ha renegado de sus orígenes y ocasionalmente ha vuelto, aunque con matices, al tipo de cine que le hizo famoso (piensen en Sin Perdón o en Gran Torino). Pero no podemos dorar la píldora eternamente a un director sólo por seguir rodando en la tercera edad, por muy respetable que eso nos resulte, recibiendo cada una de sus propuestas con un fervor desproporcionado que impida ver lo irregulares que son algunos de sus trabajos detrás de las cámaras (¿alguien se acuerda ya de Ejecución inminente o El intercambio?). Se comenta que uno de los problemas de Clint Eastwood es que no revisa los guiones que le llegan, rodándolos rápidamente y sin cambiar una coma del libreto que ha caído en sus manos. Si este rumor es cierto, explicaría el desaguisado que supone Más allá de la vida

LO MEJOR: La eficacia de la secuencia inicial.
LO PEOR: El guión y la falta de credibilidad de Matt Damon.
No vamos a poner en evidencia el clasicismo de Eastwood a la hora de narrar, porque eso es algo a lo que uno ya debe sentirse predispuesto cuando se enfrenta a cualquiera de sus títulos. Aquí incluso se desenvuelve bien entre escenas aparatosas como la del tsunami, aunque la mayoría del tiempo acuse una frialdad excesiva que entra en contraste con la pochez de los conceptos que maneja (y que son recalcados por una banda sonora del propio Eastwood que resulta innecesariamente redundante e ineficaz a la hora de provocar la lágrima, que es algo que se pretende en no pocos momentos durante las dos larguísimas horas que dura la película). Pero su correcta labor tras la cámara no puede hacer demasiado por salvar un guión de Peter Morgan tirando a desastroso y que parece un primer borrador, lleno de reiteraciones (por ejemplo, la batería de escenas en las que se pretende denunciar la falsedad de los videntes, como si eso no hubiera quedado bastante claro ya a esas alturas de la película...) y personajes mal definidos y casi inútiles (los interpretados por Bryce Dallas Howard y Jay Mohr especialmente). Matt Damon parece su propia parodia en Team America y Frankie y George McLaren parecen el resultado de pedirle a Fiona Weir, directora de casting, "los gemelos con más carapena que encuentres". Se salva de la quema Cécile De France, pero su presencia no es suficiente para hacernos disfrutar de este mediocre largometraje con apenas un par de momentos realmente emocionantes y que, siendo un poco malévolos, podría entenderse como la forma en la que Clint Eastwood pretende hacer las paces con El Más Allá después de toda una vida matando gente en pantalla, antes de que... ya saben. 

24 ene 2011

'Carne de neón'

(Carne de neón. Paco Cabezas. España / Argentina / Suecia. 2010. 113 minutos) En 2005, Paco Cabezas estrenaba su segundo trabajo cinco años después del mediometraje Invasión Travesti (que pueden ver en YouTube pulsando aquí). Con el título de Carne de neón y un reparto encabezado por Óscar Jaenada y Victoria Abril, Cabezas ponía de manifiesto en quince minutos su evidente cinefagia y su habilidad para el guión ágil, humorístico y con tendencia al deus ex machina para resolver los conflictos. En el cortometraje (que pueden ver aquí) se hacían evidentes también los referentes de Cabezas: venía a ser a la tradición quinqui y picaresca española lo mismo que Guy Ritchie a la delincuencia de baja estofa inglesa, es decir, recogía la temática del cine de gangsters de Quentin Tarantino y lo llevaba al terreno que conocía, al de los matones y camellos de medio pelo de los barrios marginales sevillanos o, por extensión, de cualquier parte de nuestro país, un microuniverso de traficantes, putas, travestis y policías corruptos en el que los buenos son los malos y viceversa, donde emerge la figura del superviviente callejero como héroe de buen corazón a pesar de haber crecido en un entorno violento y peligroso. Tras debutar en el largometraje con la estimable Aparecidos, Cabezas ha convertido aquel corto en una película de casi dos horas que viene a expandir ese microcosmos de manera inteligente, añadiendo personajes, hilando subtramas y aumentando la acción para contar esencialmente lo mismo: los problemas de un joven que ha crecido en la calle para abrir un puticlub donde pueda trabajar su madre al salir de la cárcel. 

LO MEJOR: El impecable trabajo de los secundarios.
LO PEOR: Que a veces Cabezas se toma la película 
demasiado en serio. 
Óscar Jaenada ha sido reemplazado por Mario Casas (quien, para variar, esta vez resulta hasta simpático, no como en esa soberana memez que se mueve entre la carcajada involuntaria y la náusea que es Tres metros sobre el cielo) y a Victoria Abril la sustituye Ángela Molina (mejorando en todos los sentidos la artificial interpretación de Abril en el corto). Pero es con los secundarios con quienes Cabezas ha acertado de lleno, retomando algunos que ya aparecían en el corto (Vicente Romero, Macarena Gómez y Dámaso Conde, los tres impecables) y añadiendo otros que están igual de bien (Darío Grandinetti, Antonio de la Torre, Blanca Suárez, Luciano Cáceres), demostrando una habilidad sobresaliente para dirigir a sus actores y crear personajes que parten del tópico pero se acaban convirtiendo en seres enternecedores que, en ocasiones, exudan una verdad pocas veces visible en nuestro cine. Es en ellos donde reside la gran virtud de la película, por lo demás poseedora de un ritmo ajustado y una elegante puesta en escena que huye de la sordidez a pesar de moverse en ambientes tan poco recomendables. Su único problema importante, más allá de una falta de originalidad que tampoco sería justo exigirle, es que, como ya ocurría en Aparecidos, hay momentos en los que Cabezas se toma demasiado en serio a sí mismo y utiliza el marco de un género de pura evasión (allí el terror sobrenatural, aquí el thriller de acción) para introducir temas de mayor calado social. Si en Aparecidos metía con calzador una denuncia hacia la dictadura militar Argentina que se acababa adueñando del último tercio de la película, en Carne de neón desliza una evidente denuncia sobre la corrupción policial, la trata de blancas o los problemas de la inmigración desde el punto de vista de quien debe arriesgarlo todo para buscar una nueva y mejor vida. Si bien esos elementos añaden algo de fuste a la película y proporcionan una coartada a los espectadores que necesiten algo de sustancia en medio de la diversión, también suponen una pequeña traba para los que busquen esencialmente cine de evasión y no tengan el cuerpo para didactismos. Afortunadamente, Cabezas es carne de videoclub y, a pesar de esos ocasionales apuntes de vocación de trascendencia, el balance final es positivo, pesando siempre más el jolgorio que el mensaje. Para eso ya tenemos a Ferdando León de Aranoa (y sus tostones). 

17 ene 2011

'Maniac'

(Maniac. William Lustig. Estados Unidos. 1980. 83 minutos) Una anécdota personal: vi por primera vez esta película cuando tenía  once o doce años, trece a lo sumo. Cómo un niño accede a ver algo así no tiene mucho misterio y tampoco hay que culpar a mis padres: a esa edad ya me gustaba comprar mis propias películas y me encantaba pasarme las horas muertas en los videoclubes o, como en esta ocasión, rebuscando en los cajones de VHS de oferta en los grandes almacenes. Ahora parece mentira, pero hubo un tiempo en el que el Pryca podía darle a uno la oportunidad de llevarse a casa ediciones originales de Robowar, Kung Fu Kids o Maniac a precios de risa. La carátula de esta última me resultó especialmente llamativa, no sólo por el poderoso dibujo que la ilustraba (del cual se me escapaban los evidentes símbolos fálicos y sexuales), sino porque en el reverso no aparecía ni una mísera fotografía acompañando a la sinopsis escrita en blanco sobre negro, lo cual no hizo más que aumentar mi curiosidad por comprármela. Cuando vi la película no pude hacer otra cosa que horrorizarme. Estaba acostumbrado a dejarme las pestañas viendo una y otra vez las correrías de Freddy o Jason, pero nada me había preparado para la sordidez y la violencia de Maniac. Terminé el visionado con los ojos como platos, con el estómago revuelto y totalmente acojonado, como me pasaría poco después al descubrir la primera Matanza de Texas en televisión. Ese retrato de una mente enferma, ese día a día de un psicópata plasmado con absoluta frialdad, la falta de sentido lúdico y la horrible presencia de Joe Spinell me hicieron odiar Maniac hasta tal punto que cogí un trozo de celo, lo pegué en la pestaña de la cinta y grabé cualquier cosa de la tele encima. Incluso tiré la carátula a la basura, para asegurarme de que no volvería a caer en la tentación de ver de nuevo la que, salvo error de mi memoria, fue la primera película que me lo hizo pasar realmente mal. El plan no funcionó del todo: casi veinte años después de aquello, no pude reprimirme al ver una edición en DVD de dos discos y tuve que comprarla.

LO MEJOR: El escalofriante trabajo de Joe Spinell.
LO PEOR: Puede provocar pesadillas, aunque esto
también puede considerarse una virtud.
Al revisitarla, entiendo mejor de dónde proviene el horror que me provocó Maniac en su momento: el punto de vista. La característica más llamativa y la mayor virtud de la película reside en estar narrada desde la visión del psicópata, despojándonos de cualquier asidero emocional ajeno a la psique de un asesino en serie. En Maniac no hay héroes, no hay chicas fuertes enfrentándose a un asesino enmascarado (el personaje de Caroline Munro sólo es una excusa para plantear la bipolaridad de Frank Zito, el psicópata, además de para introducir una subtrama que nos conduzca hasta el pesadillesco clímax final), no hay una trama policíaca en la que unos investigadores sigan pistas que les lleven hasta el criminal, no hay humor, no hay diversión ni espectacularidad (a no ser que entendamos por espectacular ese brutal momento a cámara lenta en el que el maníaco salta encima del capó de un coche con una escopeta y le vuela la tapa de los sesos a Tom Savini), el sexo está mostrado con la misma represión que sufre el protagonista y el suspense casi brilla por su ausencia. Esto podría hacerles pensar que Maniac es un truño, pero no: la manera en la que William Lustig maneja el tono seco de la historia resulta estremecedor, con esa fotografía sucia en 16mm. y ese ritmo pausado y contemplativo para un guión en el que tienen cabida tanto los asesinatos de Frank Zito como sus diálogos internos, en los que descubrimos de dónde vienen sus traumas (es, literalmente, un hijo de puta). Pero sobre todo Maniac posee una fuerza abrumadora por la escalofriante interpretación de Joe Spinell, quien estudió la vida de varios psicópatas reales para escribir el guión. Spinell, un auténtico vividor que venía de trabajar con Sylvester Stallone, Francis Ford Coppola o William Friedkin, concretó por fin con Maniac su sueño de hacer un papel protagonista y el resultado sólo puede calificarse de sobrecogedor, convirtiéndose en el personaje y adueñándose de cada minuto de metraje de manera soberbia. Su rostro, su voz, sus formas permanecen en la memoria del espectador días después de haber visto la película, siendo capaz de provocar tanto ternura por su patetismo como pesadillas por su atemorizante presencia. Quizá alguien debería hacer un biopic sobre su vida, apasionante, sórdida y trágica, con un final absurdo y triste, como se nos cuenta en el extenso documental que aparece en los extras del dvd, junto a fragmentos de la inconclusa Maniac 2: Mr. Robbie, que Spinell rodó con Buddy Giovinazzo.

Queda saldada pues mi cuenta con Maniac, cinta que primero odié y ahora me parece absolutamente recomendable. Dos cosas sobre el trailer: la primera es que no es apto para espectadores sensibles, la segunda es que contiene spoilers de los gordos. Allá ustedes.


13 ene 2011

'The House of the Devil'

(The house of the devil. Ti West. Estados Unidos. 2009. 95 minutos) Cuando uno ve la foto de perfil que Ti West tiene puesta en su ficha de IMDb, con esa pistola, esa chaqueta de la serie de televisión V (1983-1985), esas gafas de sol, el bigotillo y la cinta del pelo de Daniel Larusso en Karate Kid (John G. Avildsen. 1984), puede pensar que el joven es otro más de esos cortometrajistas anclados en los ochenta que, de algún modo, han conseguido dinero para llevar a cabo pastiches rodados en vídeo en los que plasman sus obsesiones infantiles. Sin embargo, con su tercera película West se reveló como alguien que conoce y ama el cine de terror tanto como lo respeta, sin caer en la referencia irónica o posmoderna, sin situar su mirada por encima del género al que pretende remitirnos, y también como alguien de quien esperar trabajos interesantes en el futuro, como esa The Innkeepers que se encuentra en post-producción y que está ambientada en un hotel encantado. Se puede defender The house of the devil por su deliciosa estética, deudora del cine de terror norteamericano de los últimos setenta y primeros ochenta en los que transcurre la historia, con esa magistral recreación del estilo de la vieja escuela que queda bien patente desde la introducción y los créditos iniciales (en ese sentido, podría formar un maravilloso programa doble con La Centinela, dirigida por Michael Winner en 1977, sin que se notara demasiado que hay una diferencia de 32 años entre la producción de una y otra). También está el guiño que han realizado a los coleccionistas más veteranos al sacar la película en VHS, como pueden ver aquí. Pero hay otros motivos menos superficiales para tenerla en alta estima, como expondré a continuación.

LO MEJOR: El modo magistral con el que está manejado el
suspense.
LO PEOR: Esperar de ella un festival gore posmoderno.
La premisa resulta cautivadora, ya que si bien no es original sí que nos sitúa en ese plácido terreno conocido de agradable regreso que es el mundo de los lugares comunes en el cine de terror: una chica responde a un anuncio en el que se solicita una canguro para trabajar, durante una noche en la que se producirá un eclipse total, en una casa alejada de la ciudad y con unos habitantes ciertamente extraños que evidencian desde un primero momento que tienen mucho que ocultar. No hay lugar para la sorpresa porque Ti West, quien también se encarga del guión y del montaje, no quiere que la haya: desde un primer momento se nos anuncia, mediante un texto explicativo, que la historia gira en torno al satanismo. Esto sitúa al público en esa situación ventajosa que tanto gustaba a Alfred Hitchcock, en la que los espectadores tienen más información que los protagonistas de la película sobre lo que ocurre a su alrededor, de tal modo que se genera una tensión constante por la que siempre estamos dispuestos al sobresalto y los giros de guión. Un magnífico ejemplo es la secuencia del baile: la protagonista utiliza su walkman y danza por la casa sin ser consciente de que una amenaza se cierne sobre ella, generándose una sensación de angustia creciente en el espectador que finalmente no explota del todo debido a otro de los grandes aciertos de la cinta, como es el hecho de que West se preocupe más por la anticipación que por las soluciones tópicas. Esto nos lleva a lo que realmente impresiona de The House of the Devil, su capacidad para generar suspense y por dilatar la angustia del público hasta niveles asfixiantes, alargando escenas en las que no ocurre prácticamente nada sin caer en el aburrimiento, gracias a ese constante estado de alerta en el que nos obliga a permanecer durante todo su metraje. Finalmente, toda esta tensión acumulada explota en un final violento y alocado que sólo tiene un problema: si bien narrativamente es un clímax inevitable y hasta deseado (por lo que supone de liberación de todo el suspense retenido durante los minutos previos), formalmente pierde el norte con la utilización de la cámara en mano y el montaje atropellado durante el enfrentamiento entre los antagonistas, para retornar después al estilo clásico en un epílogo quizá innecesario, pero también simpático. Una pequeña falta en una de las mejores películas de terror de los últimos años, con dotes suficientes para ser considerada como obra de culto en un futuro no muy lejano y en la que, por último, merece la pena destacar el reparto: Jocelin Donahue carga con una entereza encomiable todo el peso de la cinta, rodeada por veteranos bregados en el terror como Tom Noonan, Mary Woronov y Dee Wallace. 

10 ene 2011

'El último exorcismo'

(The last exorcism. Daniel Stamm. Estados Unidos / Francia. 2010. 87 minutos) Proyectada en el pasado Festival de Sitges, donde fue bien recibida por el público y la crítica (incluyendo el premio al Mejor Actor para Patrick Fabian), El último exorcismo podría ser uno de los últimos ejemplos decentes de un subgénero, el del horror subjetivo o hiper-realista, que se está agotando a sí mismo pero que, paradójicamente, se ha erigido como el único método con el que el cine de terror puede resultar realmente eficaz hoy en día como generador de pesadillas. Sin embargo, sería injusto condenar la película de Daniel Stamm a la hoguera sólo por adscribirse a una moda, confiemos, pasajera y circunstancial (el abaratamiento de costes que supone rodar con estilo de falso documental no es algo que se escape ni a los creadores independientes ni a los grandes estudios, especialmente en épocas de crisis). Aunque empecemos a estar cansados del timo que supone hacer pasar una ficción fantástica por un documento real, no se le puede negar a El último exorcismo una serie de valores que la convierten en un producto algo más disfrutable que otras de su tipo.

LO MEJOR: El distanciamiento hacia los tópicos.
LO PEOR: Que finalmente se rinde a ellos.
Para empezar, es una película que parte del descreimiento y que cuestiona los mismos recursos que el cine de exorcismos utiliza para asustarnos: el reverendo Cotton Marcus es un farsante que ha dejado de creer en Dios pero que sigue utilizando la religión para sanar mentes que la necesitan, alguien que pretende filmar una película sobre la naturaleza psicológica y no sobrenatural de las posesiones diabólicas y que, para hacer más creíbles sus performances, no duda en utilizar trucos y efectos especiales que muestra al público de su película de manera explícita y con intención desmitificadora. Así, en contra de lo que parece al ver el tráiler, no estamos ante una cinta convencional sobre exorcismos, sino ante una que se permite reírse del subgénero durante la mayor parte de su metraje. Lamentablemente, y ahí está lo malo del asunto, no es capaz de llevar ese tono hasta sus últimas consecuencias y finalmente, mediante una serie de giros de guión que tiran por el suelo parte de los logros que se habían conseguido anteriormente, la película se entrega a las convenciones y se convierte simple y llanamente en otra más de terror, lo cual no es algo totalmente execrable pero sí algo decepcionante en comparación con las expectativas que genera su primera mitad. A pesar de este escollo, El último exorcismo es un film aceptable donde destaca sobre todo la buena mano de Daniel Stamm para manejar la tensión constante y de sus actores, absolutamente creíbles en sus recreaciones. 

9 ene 2011

'Miedos 3D'

(The Hole. Joe Dante. Estados Unidos. 2009. 92 minutos) En mi anterior post reflexionaba sobre el paso del tiempo y sobre la caducidad de ciertas películas que en un momento dado nos parecieron maravillas y hoy sólo podemos salvar por el factor nostalgia (y, a veces, ni por esas). Irónicamente, después de varios intentos frustrados por recuperar el espíritu jovial y distendido el cine de la década de los ochenta viendo películas de esa época, ha tenido que ser una cinta de 2009 la que haya conseguido transportarme de nuevo a ese estadio mental. Y no se trata de un remake, una secuela, un reboot o cualquiera de esas estrategias con las que nos intentan colar tan a menudo el mismo perro con distinto collar. The Hole es, simplemente, una película de los ochenta rodada en el siglo XXI, un ejercicio que mimetiza sin artificiosidad alguna el estilo de aquel cine familiar rebosante de imaginación, humor y terror para todos los públicos, con personajes carismáticos y una mirada infantil o juvenil que contagia al espectador la capacidad de sorpresa, inquietud y diversión que se le supone a toda persona de corta edad, quienes en principio serían el público ideal para esta película de no ser porque estas formas con las que está realizada la cinta, como reconocía el propio Joe Dante en su Masterclass en el pasado Festival de Sitges, han quedado lamentablemente anticuadas para los espectadores de hoy en día, especialmente por la triste devaluación de la imaginación como uno de los aspectos educativos y culturales básicos en el desarrollo vital de la chavalería actual. 

LO MEJOR: Recupera el espíritu del mejor cine familiar de
entretenimiento de los ochenta.
LO PEOR: Le sobran minutos.
En ese sentido The Hole era un fracaso anunciado desde su misma concepción, ya que es una película dirigida a unos jóvenes que no sienten ningún interés por ella. Su público ideal entonces es el que creció con el cine de Joe Dante, aquellos que se cagaban de miedo al tiempo que se morían de risa con Gremlins (1984), que quisieron construir una nave espacial con cubos de basura después de ver Exploradores (Explorers. 1985) y que jamás volvieron a mirar igual a su vecino más extraño después de ver No matarás al vecino (The 'burbs. 1989). Dante sigue demostrando su pericia para dirigir a actores infantiles sacando de ellos credibilidad y emoción, conjuga bien los momentos de humor con los de terror (algunos de ellos, ciertamente impactantes pese a la ausencia casi total de sangre, vísceras o sustos fáciles) y encierra a los personajes en un tramo final rebosante de audacia visual, lleno de ángulos imposibles y arquitectura onírica, que recuerda a su desbocado fragmento para la versión cinematográfica de En los límites de la realidad (Twilight Zone: The Movie. 1983), de la que The Hole retoma también, aunque no de manera explícita, su estructura por episodios: el agujero que encuentran los chicos en el sótano es capaz de proyectar sus miedos y hacerlos tangibles, con lo cual cada uno de los protagonistas tiene que hacer frente a una amenaza distinta de manera episódica, pero integrándose todo en un conjunto narrativo que no está dividido por capítulos. Quizá le sobren a la película algunos minutos y le falte algo más de intensidad, pero tal y como está el panorama, The Hole es un título totalmente recomendable que incluso podría despertar cierto entusiasmo entre la gente de mi generación. 

7 ene 2011

'La Lámpara'


(The Outing / The Lamp. Tom Daley. Estados Unidos. 1987. 85 minutos) Aunque cueste asumirlo y me esfuerce por seguir repitiendo esquemas vitales y culturales pasados de moda como forma de perpetuar lo imposible, debo admitir que ya es definitivo: me hago mayor. Hay días en los que me siento un viejo cascarrabias, un ente aburrido incapaz de sacar provecho a las mismas películas que hace quince años me hacían gozar. El cine envejece, yo también. Y aunque mi espíritu siga siendo joven e inconformista, buscando siempre el placer en títulos soterrados o ignotos, persiguiendo la innovación y lo extraño, también poseo un carácter romántico que me lleva a cometer frecuentemente errores que desafían la lógica: pretender hallar en una serie B de mediados de los ochenta el mismo placer estético y sensorial que sentía cuando era un niño. Lo que John Tones denominó Retrorotura autoinducida aplicándolo al mundo de los videojuegos, ese momento en el que el usuario descubre con tristeza que aquello que le hizo vibrar hace un par de décadas hoy ha quedado obsoleto, también es aplicable para algunas películas y La lámpara es una de ellas. 

LO MEJOR: El póster de Drew Struzan.
LO PEOR: Sentirse demasiado viejo para esto.
En mi memoria todo funcionaba bien: un film sobre un grupo de jóvenes que se quedan aislados en un museo de ciencias naturales y son acosados por un genio de la lámpara maligno. En mi memoria, el monstruo resultaba terrorífico, la cinta era divertida y espectacular y hasta daba miedo por momentos. El bello póster dibujado por Drew Struzan también contribuía a que, de algún modo, le añadiera algo de calidad extra en el recuerdo. Pero no hay manera: La lámpara ha quedado inservible, no puedo sacar ningún provecho de ella y descarto la posibilidad de volver a verla en el futuro de no ser por obligación. No tiene nada que ver con los personajes tópicos (los adolescentes interpretados por actores de veinticinco años) y arquetípicos (el ex-novio violento, el chico bueno y valiente, el vigilante de seguridad gordo, el padre viudo absorbido por su trabajo, etc.), ni con los efectos especiales cutres o los diálogos bobos. La culpa es de la falta de gracia de la película, la manera en la que desaprovecha la presencia de un villano tan poco utilizado como un es un Djinn (la saga Wishmaster iría mucho más lejos en ese sentido), de las muertes rutinarias y escasas, de lo mucho que tarda en arrancar (hay dos prólogos, el segundo, eso sí, con sangre y tetas, pero los protagonistas no se encierran en el museo hasta los 50 minutos de película), del clímax chapucero y de ese horrible plano final congelado con la cara de la protagonista en un gesto tan poco agraciado (lo cual parece una tontería, pero dice mucho de la dejadez y/o torpeza de Tom Daley, quien no volvió a dirigir ningún largo después de este). Ni siquiera aplicando el usual distanciamiento irónico con el que debemos ver la Serie B soy capaz de encontrar nada aquí que me satisfaga. Así que todo en La lámpara, menos el cartel, está mal. O quizá la culpa es mía, que me hago viejo.