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27 jun 2009

Hasta siempre, Michael



Expresar lo que siento ahora mismo sin caer en el dramatismo no es fácil. Quizá podrían pensar que exagero cuando les digo que he necesitado un día entero para poder enfrentarme a esto sin derrumbarme, que es imposible sentir afecto por alguien a quien realmente no conocía y que hay que restarle importancia al deceso de una estrella porque cada segundo muere alguien en el mundo. Pero si alguna vez han sentido admiración, atracción, por alguna figura pública, si alguna vez se han considerado realmente fans de alguien, se pueden hacer una idea de lo que hablo.

Michael Jackson me ha acompañado durante toda mi vida y nunca he sentido, en mis casi veintinueve años de existencia, nada parecido por ninguna otra figura del espectáculo. De igual modo, mi interés por Jackson nunca remitió. Ni siquiera en los malos momentos, aquellos en los que se dudaba de su talento y de su personalidad, de sus inclinaciones sexuales e ideológicas, de su forma de vivir la vida creándose un mundo propio, un NeverLand no sólo físico sino también, y sobre todo, mental. Porque pudo. Porque tuvo el valor, la imaginación y los medios para hacerlo. Las leyes de su mundo no siempre coincidían con las del nuestro, pero nos regalaba retazos de fantasía con cada una de sus canciones, con cada uno de sus vídeos, con cada uno de sus movimientos. Nos invitaba a una fiesta de la que ejercía de anfitrión ambicioso, poderoso, pero también tímido. Era un niño con un parque de atracciones sin amigos a los que invitar a jugar, pero que siempre mantenía las puertas abiertas para dejar entrar a quien quisiera y, de paso, dejar escapar parte de la ilusión que era capaz de crear.

Michael Jackson era una persona compleja a la que nunca llegamos a conocer y a la que muchos pretendían desacreditar por diferentes motivos. Pero muy poca gente se preocupó de entenderle, de amarle, porque la mayoría estaba demasiado preocupada en juzgarle. Se ocultaron sus hallazgos, se potenciaron sus defectos y se inventaron otros a través de la manipulación, la ignorancia, la exageración y la mentira. Porque Michael Jackson era tan grande y único que escapaba a leyes y razones por las que nos movemos el resto de humanos.

Gracias a él descubrí la música, el videoclip, los efectos especiales. Y en torno a lo que aprendí de él fui creando un universo de referentes audiovisuales particulares cuyo epicentro siempre fue su figura. El Arte siempre puede aportar mucho más a sus receptores de lo que sus creadores pretenden, y ese es mi caso con la música de Michael Jackson. Ahora, justo ahora, estaba intentando devolverle un mínimo de lo que él me ha aportado durante toda mi vida gritando su nombre en algunos de los conciertos que iba a dar en Londres y que finalmente le han costado la vida. Cuando era pequeño y estuvo en España jamás tuve la oportunidad y los medios de verle en vivo y ahora que sí podía mover los hilos suficientes para que el logro tuviera lugar es cuando resulta realmente imposible. Michael decía que esta vez era la definitiva. Que después se caería el telón. Pero no tuve tiempo a verle bajo los focos, a quedarme sordo con los gritos y la música y a flotar en directo con su gracia sobrenatural. Y esto es, poca broma, un sueño que ya nunca podré realizar.

Nos queda el legado de alguien que lo dio todo, que cambió el Pop y que se convirtió en un icono inmortal aún en vida. Porque Michael Jackson era Magia. Michael Jackson ES Magia... y siempre lo será.

Descanse en Paz.

14 jun 2009

'Terminator Salvation'


(Terminator Salvation. McG. EEUU / Alemania / Reino Unido / Italia. 2009. 115 minutos). Si hay algo que me decepcione de Terminator Salvation es descubrir que no estamos ante Los Ángeles de Skynet: la idea de ver a John Connor enfrentándose a tres terminatrix con las formas de un Heroic Trio en un escenario postapocalíptico mientras se escucha 'Smack my bitch up' era algo que me ponía y que desgraciadamente se quedará encerrado en los sueños húmedos de unos cuantos que, como yo, tenían la esperanza de que la locura visual llegara a la saga Terminator y prolongara el tono de parodia que, dubitativamente, aparecía en la tercera parte. Pero hay dos razones para que esto no sea así (tres, si contamos que el mundo no es perfecto): Salvation no es 'Terminator 4' y McG se ha puesto serio.

Empecemos con lo malo: McG tuvo un mal viaje durante el visionado de El Caballero Oscuro y no sólo reta a Michael Bay a un concurso de pollas, sino que quiere demostrar que él también puede ser Christopher Nolan. Y si para eso hay que contratar a Christian queintensosoy Bale y llamar a Jonathan Nolan para que repase el guión, se hace y punto. Será por huevos. Pero McG no cuenta con que si algo nos interesaba de él era su descaro, su voluntad de ir siempre a tope y de desafíar la credibilidad y la vergüenza ajena de los espectadores serios, esos que buscan realismo en películas de hombres adultos con caretas que se pegan hostias y hacen chistes malos. O, peor aún, cree que ese es el camino para ganarse el respeto y dejar de ser considerado ese flipado que antes hacía videoclips y ahora juega a hacer pelis chorras. Muy mal, porque ese es el lastre que hace que Terminator Salvation tire en ocasiones hacia lo convencional (esa persecución por el campo de minas que parece sacada de... Van Damme's Inferno) y que provoca ciertos altibajos que restan intensidad a lo que podría haber sido una experiencia brutal al 100% de haber mantenido durante todo el metraje el desenfreno y la energía visual de secuencias como la de la caída del helicóptero o todo el tramo que va desde el ataque a la gasolinera hasta la persecución aérea.

Pero descuiden, que mi intención no va encaminada a escribir lo mismo que opina todo el mundo: la primera mitad mola y la segunda es una mierda. No estoy de acuerdo en absoluto y a partir de ya me considero, como Sergio Colmenar o Ángel Sala, parte de una Resistencia que defiende Salvation como una apreciable película de acción crepuscular y como ejemplo de un cine bélico con robots que no supone ningún declive cualitativo en una saga a la que se le pide una coherencia que no necesita pero que, al mismo tiempo y sin que esto contradiga lo anterior, mantiene unas constantes identificables que en esta última entrega se convierten ya directamente en guiños complices (el 'You could be mine' en la absurdamente controvertida secuencia de la moto o el 'Ven conmigo si quieres sobrevivir' de un joven Kyle Reese son buenos ejemplos) o en exponentes claros del arco del personaje principal (John Connor perdonando la insubordinación de uno de sus soldados porque comprende perfectamente lo que es sentirse conmovido por una máquina y llegar a desarrollar sentimientos empáticos y hasta cariñosos por ella). Además, rompe con la estructura básica de la anterior trilogía (ya saben: dos personajes, uno bueno y otro malo, viajan al pasado con intenciones opuestas hacia un personaje de importancia capital en el futuro) introduciendo variantes interesantes (el cyborg malo ahora no sabe que lo es) y respetando algunas de sus constantes (el clímax industrial), funcionando como apéndice de una trilogía finada y como primer y estimulante episodio de una nueva a la que sólo podría pedir más desmelene. De momento, a mí me convence y quiero más.

11 jun 2009

Trastorno demoníaco compulsivo


A veces puedo ser un niño repelente y otras un superñoño. Incluso ambas al mismo tiempo. Pero aquí va una muestra de lo segundo, escrita originalmente para Crónicas de un Pueblo.

A pesar del encabezado de este artículo, no voy a hablarles de los muchos y variados títulos que nos hemos encontrado sobre posesiones diabólicas y niñas malhabladas y elásticas, sino de algo que sólo puede calificarse de desorden psicológico, de obsesión maníaca, de incombustible manía, que me viene afectando desde hace casi dos décadas y no me apetece curar. Permítanme que esta vez me ponga nostálgico y les haga un poco de historia. De mi historia.
Según dice la Wikipedia (esa herramienta de información colectiva de la que nos fiamos más de lo que deberíamos), el calendario marcaba el 19 de Julio de 1992, cuando hacía dieciséis días que yo había cumplido los doce añitos, y en el reloj avanzaban las primeras horas de ese domingo que para mí aún era sábado por la noche. Llegaba a casa de una de mis tímidas salidas nocturnas, cuando empezaba mi efímero paso por el mundo del noctambulismo adolescente y en los bares se mezclaban las partidas al ‘Shinobi’ o el ‘Dragonninja’ con el olor a calamares fritos y, mes arriba, mes abajo, la voz del cantante de La Frontera gritando aquello de “Judas el miserable era un auténtico cabrón”. Delante del televisor me encontré a mi madre, con la que cada sábado disfrutaba de la película que pusieran en ‘Noche de Lobos’, el mítico programa presentado por Joan Lluís Goas con el que tanto aprendí. Ver la peli de miedo de cada sábado acompañado de mi madre y enfrentándome con gusto a un buen vaso de leche fría con azúcar era algo que no podía dejar pasar. Pero aquella vez llegué tarde y me perdí la primera mitad. No importaba. Lo que estaba pasando en aquella película era suficiente para mantenerme pegado al sillón: un montón de personajes estaban encerrados en un cine y eran acosados por lo que parecía gente poseída, zombis, infectados o lo que fueran. Molaba. De repente el chico tranquilo protagonista se transformaba: aparecían músculos debajo de su camisa desgarrada, agarraba una katana, se subía a una moto y comenzaba a desmembrar a aquellos monstruos mientras sonaba heavy metal a todo trapo. Todo sin salir del cine. Entonces, cuando todavía no había recuperado el aliento y los ojos se me enrojecían de no pestañear, vi cómo un helicóptero atravesaba el techo de la sala y se estrellaba contra las butacas. Los viscosos enemigos de los dos personajes supervivientes aún no habían sido vencidos del todo. El héroe aprovechaba la poca fuerza que le quedaban a las hélices del helicóptero para hacerles pedazos y luego conseguir escalar hacia el accidental tragaluz y… ¿escapar felices? Ni hablar. Todavía se las tenían que ver con un tipo misterioso con media cara metálica que no sabía muy bien qué hacía allí, pero al que me gustó ver cómo le atravesaban la cabeza con un hierro. Final feliz, entonces. Pero no. Después de todo eso llegaba lo mejor: con la huida del cine los protagonistas no habían encontrado la salvación, sino que descubrían que toda la ciudad estaba siendo tomada por los endemoniados y el caos reinaba por todas partes. En un momento crítico, eran salvados por otros supervivientes que se dirigían, bien provistos de armas de fuego, hacia otro lugar con la esperanza de encontrarse un sitio que todavía no estuviera infectado. Los títulos de crédito empezaron a rodar y, cuando ya parecía que tenía motivos para relajarme e irme a la cama contento, se producía en la película otro hecho más que me dejó trastocado: la chica superviviente con la que habíamos compartido toda la trama también había sido infectada y era disparada a bocajarro por un niño. No había esperanza. Fin.
Al día siguiente busqué la programación de la noche anterior en la por entonces novísima revista Supertele, cuando aún podía uno consultar de manera más o menos fiable lo que iban a pasar por televisión, intentando dar con el título de la película. ‘Demons’, de Lamberto Bava, producida en 1985 en Italia. Desde ese instante he sentido la necesidad absurda de revisarla al menos cada dos años junto a su secuela, a ser posible ambas en programa doble. Posiblemente esté intentando recuperar esa sensación de impacto y desasosiego inicial o simplemente la inocencia del que tenía un mundo de emociones por descubrir. O quizá sólo sea un trastorno demoníaco compulsivo…

4 jun 2009

'X-Men Orígenes: Lobezno'


(X-Men Origins: Wolverine. Gavin Hood. EEUU. 2009. 107 minutos). Pasa en muy pocas ocasiones y es algo que todavía me desconcierta, pero ha vuelto a ocurrir: a la hora de leer opiones sobre Lobezno (abreviando) no estoy de acuerdo ni con focoforers ni con blogdeciners. Lo habitual, aquello con lo que me siento cómodo, es estar de acuerdo con los primeros y disconforme con los segundos, pero esta vez no entiendo a ninguno de los dos bandos. Seguramente porque, en comparación con lo que anda por ahí suelto, yo no tengo ni puta idea de cómics y para mí Lobezno es un personaje molón con garras y ya está, no un ser mitológico cuya Historia, así en mayúsculas, no debería ser manchada con blasfemias e interpretaciones libres. Basta de tonterías. Los que esperaran esa voluntad de seriedad que quiso implantar Brian Synger en sus dos películas y, en menor medida, Brett Ratner en la menospreciada tercera parte de la saga, que se jodan. Pedirle trascendencia a algo así es, grosso modo, síntoma de gilipollez y del daño que ha hecho el pesado de Christopher Nolan al género con su visión del superhéroe y el supervillano, generando un estúpido rasero con el cual todos se quieren medir ahora (incluyendo a alguien que hasta hace poco tenía las ideas tan claras como McG) y obligando al público medio a buscar atributos como seriedad, oscuridad y trascendencia donde antes sólo buscaba humor, colorido y evasión. Jódanse también los que se arañan la cara y se tiran de los párpados cuando se sienten violados ante las adaptaciones de sus deidades de papel. Su necesidad de ver LO MISMO en otro medio es una limitación que se autoimponen de manera fútil, pero allá ustedes. Soy un hombre tranquilo y los que me conocen lo saben. Pero a veces , dicho desde el respeto y el cariño que profeso hacia algunos de ustedes, entran ganas de darles una buena hostia: "¡Qué cantazo dan las garras a digitales!", "¡Qué inverosímil resulta que Lobezno atraviese una pared!", "¡Qué incongruente es la actitud de Gambito!", "¡Qué guión más pobre!", "¡Le han cambiado el peinado a Logan!", "¡Qué peste a Serie-Z!"... Que se joda también Hugh Jackman, que ha intentado vendernos la moto proclamando a diestro y siniestro que su película contenía grandes dosis de drama y profundidad psicológica cuando en realidad no es más que un tebeo imparable y rijoso con momentos que llevan a la risa (a veces sin querer hacerlo) y conflictos dramáticos de telenovela, aunque uno no sabe ciertamente, y tampoco me apetece averiguarlo, hasta qué punto esto es una treta comercial o si realmente Jackman piensa que ha hecho eso, incapaz de asimilar la verdadera identidad del resultado final más allá de lo que Gavin Hood le prometió que iba a llevar a cabo.

Jódanse todos, en definitiva, menos yo... que he ido dos veces gustosamente al cine a ver esta intrascendente, a ratos grotesca y moderadamente espectacular película, suerte de blockbuster a medio gas que se puede entender como un producto fallido por la distancia existente entre intenciones, expectativas y resultados pero que, para quienes de verdad se criaron en los videoclubes, contiene toda la acción, jolgorio, chulería y vacuidad que le exigíamos a cosas como Destroyer: Brazo de acero, La venganza del acorralado o Cy Warrior, pero hecho con más medios. Ni más ni menos.