(REC 2. Jaume Balagueró, Paco Plaza. España. 2009. 85 minutos)
Quince minutos después de que Ángela Vidal desaparezca entre las sombras del ático, arrastrada por las manos huesudas de la niña Medeiros, un oficial médico y un grupo de GEOS irrumpen en el edificio para evaluar la situación y acabar con la amenaza. Armados con escopetas, fusiles automáticos y cámaras alojadas en sus cascos, los GEOS no tardarán en encontrarse con los infectados... o con algo peor.
Como sus propios autores reconocen y como ya he señalado en anteriores capítulos de este especial, REC surgió como un divertimento que afrontaron como un proyecto fácil y económico, una manera de pasarlo bien antes de embarcarse en empresas más complejas desde perspectivas logísticas y argumentales. Sin embargo, el estruendoso éxito que cosechó (el equivalente a unos 30 millones de euros sumando la taquilla mundial, frente a 1.5 de presupuesto), las favorables reacciones de parte de la crítica y, sobre todo, la insistencia de un público que pedía más, motivaron que Jaume Balagueró y Paco Plaza se vieran obligados a plantearse cómo podrían continuar la historia y cómo volver a sorprender a una audiencia que ya no acudiría virgen a las salas. Envalentonados por el triunfo, Plaza y Balagueró tuvieron la alocada idea de rodar cada uno una película distinta, en el mismo escenario pero dirigiendo cada uno a un equipo diferente, para luego proyectar cada cinta en salas de cine contiguas. Evidentemente, Julio Fernández, desde Filmax, les tuvo que parar los pies, ya que lo consideraba un proyecto inviable. Los directores querían seguir adelante con la serie, pero no sabían cómo. La respuesta la hallaron en una célebre secuela que tomaron como ejemplo: Aliens, el regreso (Aliens. James Cameron, 1986). Si la versión de Ridley Scott era REC, esta segunda parte iba a poder compararse con el ejercicio que realizó Cameron con Aliens. Es decir, si antes nos entregaron una angustiante obra de terror puro y minimalista, ahora tocaba el turno de hacer algo más espectacular, donde primara la acción por encima del suspense y que, además, contribuyese a crear toda una mitología en torno a la serie. También, como gran novedad, cabe destacar la introducción de un sentido del humor que, sin llegar a la parodia, dotaba a la cinta de un tono menos asfixiante y más ligero que la anterior, algo que no fue muy bien recibido por algunos espectadores, a los que quizá cogió demasiado desprevenidos dicho cambio. Retomando la historia justo donde acababa la anterior película, los cineastas apostaron fuerte y, a pesar de seguir utilizando recursos del mockumentary o el found-footage como rasgo distintivo, optaron por dejar de disimular: si en REC prescindían de los títulos de crédito hasta el final, para potenciar la sensación de que estábamos ante un reportaje sin editar, aquí no dudan a la hora de presentar el invento como una película, con sus créditos iniciales y hasta con la utilización de música extradiegética. Esto, que de entrada podría parecer una traición al espíritu de la primera parte, no hace más que acrecentar el carácter festivo y desprejuiciado del conjunto, concebido como si fuera un circo de tres pistas en el que impera el más difícil todavía.
Balagueró y Plaza, conscientes de que no iban a poder inocular el miedo entre el público de la misma manera en la que lo habían hecho previamente, buscaron el triunfo de REC 2 por otros caminos: una generosa dosis de acción balística (con planos que recrean el lenguaje visual de los shooters en primera persona), mayores dosis de sustos y gore (los monstruos no tardan en aparecer y, por si fuera poco, ahora sabemos que no hay ningún virus detrás de la catástrofe, sino algo mucho peor y de origen diabólico), la inclusión de humor negro y la conversión definitiva de Manuela Velasco en icono del cine de terror español, en una Ripley con sorpresa y con una cámara de vídeo como arma. El resultado final de REC 2 es muy distinto y, al mismo tiempo, tan positivo como el de la primera parte, ya que se aleja de lo previsible y, aunque se repita forzosamente en algunos aspectos (las limitaciones de espacio y de la técnica narrativa empleada, que constituyen su mayor defecto y dejan en evidencia que la saga necesitaba un cambio de aires y, sobre todo, abandonar la narrativa del metraje encontrado), consigue erigirse como una secuela inteligente, furiosa y con personalidad propia. Motivos suficientes para seguir pidiendo más, aunque esta vez el éxito fuera menor, seguramente porque a muchos espectadores les costó entrar en el juego propuesto: el de aniquilar sus expectativas para ofrecerles algo diferente y, hasta cierto punto, rupturista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario