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18 ene 2009

Resumen dominguero

Casi me da apuro decirlo, pero las cosas me van más o menos bien, amigos. Y como estoy ocupado mental y temporalmente en otros menesteres de mayor proyección, utilidad y placer, estoy dejando de lado este triste blog que un día pretendió ser importante y hoy se ha convertido en escaparate. Blame it on the boogie.

Por eso, meto moneda antes de que la cuenta atrás del "Continue" llegue a cero e insuflo algo de vida al espacio con situaciones que este fin de semana me han hecho feliz o me han tocado los huevos. Para desespero de mis haters, abunda lo primero.

¿CRISIS? A mi alrededor veo el germen del caos, familiares y amigos se quedan sin trabajo y yo aquí, a lo loco. Comprar es un placer y más cuando puedes hacerlo sin demasiados remordimientos. Quizá inconscientemente esté intentando limpiar mi conciencia desde que me hice con sendas cuentas premium en Megaupload y Rapidshare y ando quemando tarrinas de dvds llenos de costrosos ripeos que circulan por generosos foros de todo tipo, pero del viernes a hoy han sido cinco las películas que he comprado. Podrían haber sido más, porque algunos títulos no estaban disponibles cuando intenté echarles el guante (la edición especial de Los Cronocrímenes, de la que no pienso comprar la versión de un único disco; El Patrullero, que tengo que comprar porque es de Van Damme y porque tiene algunas escenas de hostias que molan lo suyo; Poseída para matar/Scorpion Thunderbolt, que también es una obligación como todas las de Asian Trash Cinema), pero lo que he adquirido no está nada mal. Para empezar, Wall-E. En edición de dos discos, con una aparatosa caja en la que vienen hasta semillas para plantar un pino (y sí, lo he hecho). Viendo una vez más la película me queda todavía más claro que se trata de una de las obras más rotundamente bellas de lo que llevamos de siglo y que está por encima de cualquier otra cosa que haya salido de Pixar. También ha caído Hancock, que incluye un montaje alternativo con diez minutos más de lo que vimos en el cine. ¿Alguien lo ha visto? ¿Merece la pena o empiezo por el segundo disco directamente y me pongo con los extras? Por cierto, una chapuza lo de la contraportada: en lugar de estar impresa en el estuche metálico lo está en papel pegado sobre la caja y de mala manera. Ya está casi suelta y apenas he movido la caja de sitio. Muy mal, muy feo. Aunque más cutre es la edición que Universal ha sacado de Rebobine, por favor, con apenas media horita de extras y una funda totalmente estándar acompañada de una sosa carátula y nada más que el disco en su interior. Espero, confío en que la película merezca la pena, ya que aún no la he visto. Igual que no he visto otra adquisición, Soy un cyborg, que, ésta sí, ha sido editada de manera generosa por Versus y Cameo, haciendo honor a su buena reputación y a sus buenas maneras. Por último, una que sí he visionado al menos cinco veces y que empezaré a devorar por el contenido adicional del bonus disc: Reservoir Dogs. De dónde sacaré tiempo para ver todo esto es LA PREGUNTA.


HIJO DE PAPÁ. El regalo de mi hermano para estos últimos Reyes no podía haber sido más acertado: El traje del muerto de Joe Hill. El hijo de Stephen King ha escrito una novela de consumo rápido pero de permanencia prolongada en el lector. Y no es sólo una frase publicitaria. Hill escupe una historia de rock, terror y amor, tanto amor que me ha hecho sentir mustio y me ha recordado mis tiempos de estar enganchado sentimentalmente a una gótica de manera unidireccional. Y lo hace desde la intimidad, amparándose en la escasez de personajes y de espacios para hacernos sentir cómplices de una historia a veces algo naïf pero cargada de horror, culpa y emoción, con un excelente personaje principal, Judas Coyne, que debería ser interpretado por Rob Zombie en la adaptación que prepara Neil Jordan para finales de este año o comienzos de 2010. De cualquier manera, lo que peor llevaré será la encarnación cinematográfica de Georgia/MaryBeth, porque para mí ella ya ha tenido cara, timbre de voz y olor y se llamaba Ester...

WILL SMITH CASI ES DIOS. O como mínimo su hijo. Eso parece en Siete Almas, un Jesucristo de nuestros días dispuesto a (SPOILERACO) dar su vida por los demás (FIN DEL SPOILERACO) para redimirse de sus pecados y hacer justicia entre las personas de buen corazón (y con esto podría hacer un chiste a costa del personaje de Rosario Dawson, pero no lo haré porque es Rosario Dawson y lo mío con ella es más platónico que aristofánico). No entiendo muy bien el modo en el que algunos se están cebando con la película: no sólo no me parece tan caprichosa como se dice por ahí, sino que su guión me parece acertado a la hora de crear desconcierto y de jugar con incógnitas sentimentales de un modo parecido al que lo haría un thriller de suspense. ¿Les digo lo que pienso? Creo que algunos de estos que se mosquean lo hacen porque les jode que la historia que les cuentan vaya por delante de ellos, aunque al estar planteada in extremis res tampoco hay mucho lugar para la sorpresa indignada. Smith acierta otra vez y enamora por donde pasa: su paso promocional por El Hormiguero le acredita como El Invitado Perfecto.

JASON STATHAM ES DIOS. No hace falta justificarlo. Basta con ver el tráiler de Crank 2. Además, adoro la falta de prejuicio que tiene Statham para encarar secuelas cada vez más locas. Lástima que los de siempre sigan sin enterarse de nada... Me gustaría decir que no me cabreo cuando leo cosas así, pero estaría mintiendo y eso nunca se me ha dado bien.

ALMOST A GHOST. Así se titula la última canción compuesta (aunque a saber, porque este muchacho no para de hacer cosas) por mi hermano astral Mario Vírico, escondido tras su dramático alter ego Marlon Dean Clift. Si viviéramos en un mundo justo y la capacidad artística de una persona le bastara para comer, Mario estaría viviendo de su música y sus palabras y no sobreviendo como lo hace. Ténganle en cuenta.

4 ene 2009

La gente quiere destrucción


Ya saben que a falta de pan... Así que les cuelgo el último artículo que he publicado en el periódico mensual Crónicas de un Pueblo. Sé que a algunos de ustedes les hace gracia el nombre de la publicación y tal... y que cuando escribo para ese medio tengo que explicar situaciones, contextos o teorías que ustedes se saben de memoria, pero es lo que tiene escribir una sección sobre cine rodeada de noticias y opiniones relativas a asuntos de la comarca. A veces ni siquiera sé qué pinta mi sección entre el resto de páginas, pero entiendan que uno no puede desaprovechar la oportunidad de verse luego en papel impreso. Cosas del ego.

El espectador tiene mucho de masoca, eso está claro. Por eso, ante cualquier propuesta que se nos anuncie como La Película Definitiva de Destrucción Masiva corremos raudos y veloces al cine o al emule y derivados para saciar nuestro apetito de destrozos, muertes, explosiones y cataclismos varios. Si bien es cierto que podemos encontrar belleza plástica en ver cómo la Casa Blanca revienta en tres mil pedazos en INDEPENDENCE DAY (aunque algunos lo que encuentran ahí es otro tipo de satisfacción que tiene más que ver con la venganza de no se sabe qué y la tontuna) o en aquella presa rota de TERREMOTO, existe también ese factor de relativa seguridad que nos hace pensar en la butaca “vaya, esto podría pasarme a mí, qué bien que sólo sea una peli”. Pero, ¿qué ocurre si las expectativas de destrucción no son satisfechas? Que la película es una mierda. O eso dicen.

La última víctima de esta simplista percepción ha sido la recién estrenada ULTIMATUM A LA TIERRA, remake de la cinta homónima dirigida en 1951 por Robert Wise que ya se apartaba certeramente del estándar de sus coetáneas, al presentar una historia que se centraba más en los elementos humanos que en los fantacientíficos. En aquella película, un extraterrestre llamado Klaatu visitaba la Tierra para advertirnos del peligro que suponía el auge de la energía nuclear utilizada como arma, pretendiendo reunir a los gobernantes de cada país del globo para obligarles a paralizar la carrera armamentística en aras de una paz mundial harto complicada. Pero como somos violentos por naturaleza, lo primero que hacen los militares es disparar a Klaatu, consiguiendo que el robot Gort salga a su defensa y neutralice varios tanques y las armas de sus enemigos. Klaatu sobrevive y detiene a su robot con la mítica frase “Klaatu barada nikto”, para luego mezclarse entre los humanos y aprender que quizá no somos una raza tan primitiva y execrable después de todo. En la versión de 2008, dirigida por el irregular Scott Derrickson y protagonizada por Keanu Reeves y Jennifer Connelly, los cambios no son demasiados y el mensaje es prácticamente idéntico, aunque ahora Klaatu no viene a intentar convencernos de nada, sino directamente a destruirnos, ya que su raza (superior) nos considera una amenaza para la supervivencia del planeta Tierra. La paranoia nuclear da paso ahora al terror ecológico del que ya les hablara cuando citaba EL INCIDENTE de M. Night Shyamalan hace unos meses, pero finalmente (salten al párrafo siguiente si no quieren conocer el final de la peli, por previsible que sea, sobre todo si han visto la original) Klaatu aprende gracias a una mujer y a su hijastro que las personas pueden cambiar cuando se ven en el precipicio y que quizá todavía estemos a tiempo de salvar el lugar donde vivimos. Mensaje optimista, sin duda, pero necesario para cerrar una superproducción ideada para contentar al mayor número posible de espectadores.

La cuestión es que a la mayoría no le ha hecho gracia que la historia, el guión, la reflexión (poco profunda, pero presente al fin y al cabo) y los personajes estén por encima del despliegue de efectos especiales y le ha sabido a poco el número de escenas espectaculares. Una vez más, estoy en desacuerdo con la mayoría. Y no voy en plan endiosado ni pretendo parecer más inteligente que el resto, pero es que a veces, de verdad, no hay quien les entienda.