(Moonwalker. Jerry Kramer, Colin Chilvers, Jim Blashfield. EEUU. 1988. 93 minutos)
Para Mario, que lleva años pidiéndome esto.
"De la imaginación de Michael Jackson llega una película como ninguna otra" decía la publicidad de Moonwalker, título con el que Jacko pretendía ir más allá de lo que fue la experiencia Thriller: en lugar de limitarse a promocionar su flamante álbum Bad con un cortometraje destinado a la televisión y al vídeo (dirigido en esa ocasión por Martin Scorsese), la intención era construir un largometraje completo con posibilidades de ser estrenado en salas comerciales (no limitado a target tan específico que tenía Captain Eo) que sirviera, además, como colofón a lo grande de un Bad Tour que transcurrió simultáneo a la filmación del mismo. Se trataba del siguiente paso en una carrera que, a esas alturas, ya estaba en un nivel distinto al de cualquiera de sus coetáneos y que otorgaba a su protagonista la posibilidad de reinventar su entorno y su persona para construir un universo propio que gravitara en torno a su efigie mutante y progresivamente mesiánica. Michael Jackson, con expresión inocente pero con ambición revolucionaria, quería llegar donde ningún cantante había llegado antes y convertirse en el Entertainer Total, consiguiendo que lo que en otros era un simple trabajo discográfico se transformara en su caso en un todavía tosco aparato multimedia que incluyera un disco, una gira, una película, un videojuego y un libro, manteniendo así a los fans ocupados hasta el siguiente trabajo, que llegaría en 1991 bajo el nombre de Dangerous. Lamentablemente para Michael Jackson, ni siquiera con toda esta mercadotecnia pudo superar las expectativas que se habían generado después del arrollador Thriller y su lluvia de premios y ventas, hasta tal punto que Moonwalker no pasó por los cines estadounidenses y se lanzó directamente en vídeo en 1989, habiendo sido ya estrenada en salas en otros países como España, donde se pudo ver en diciembre de 1988.
En cierto modo, lo que enunciaba el slogan era verdad: Moonwalker es todo menos una película convencional. Su estructura rompe con todas las reglas narrativas al presentar unos primeros cuarenta minutos que comienzan con una versión en directo de Man in the mirror (en la que se utilizan extractos de diferentes conciertos del Bad World Tour) para continuar con un montaje que repasa la trayectoria profesional de Michael desde sus inicios en los Jackson Five hasta ese instante, una presentación innecesaria (¿habría alguien en 1988 que pagara por ver la película y no supiera quién era Michael Jackson y qué había hecho antes?) y que se entiende como recopilación audiovisual para fans y como hagiografía pop, en la que incluso se retocan imágenes para reforzar la sensación de que Michael estaba cerca de la divinidad (las alas de ángel dibujadas sobre su figura en el extracto de Rock with you) y de la magia (un halo de estrellas se desprendía ahora de sus calcetines, su guante y su sombrero a cada movimiento en la recuperación de la mítica interpretación de Billie Jean en el 25 aniversario de la Motown). Tras el greatest hits llega un cortometraje que comienza como una versión infantil de Bad titulada Badder (protagonizada por Brandon Adams, a quien más tarde veremos en el verdadero corpus de la película) y finaliza con un desenfrenado clip de Speed Demon lleno de claymation y cameos entre los que se advierten versiones caricaturizadas de Spielberg, Stallone, Tina Turner o Pee-Wee Herman. Varios detalles interesantes aquí: primero, que una vez finaliza su interpretación de Bad, Brandon Adams se transforma en un Michael Jackson adulto tras cruzar una pantalla de humo. El mensaje es así de evidente y ni siquiera merece la pena detenerse en él. Sí hay que destacar el guiño de Michael hacia quien la prensa pretendía convertir en su rival y quien rechazó cantar a dúo el tema que daba título al disco de 1987. El equipo de seguridad de Michael le comenta que le han puesto a Bubbles (su mono) una camiseta de Prince, algo que no hace mucha gracia al primero en la ficción y menos (supongo) al segundo en la realidad, cuyo sentido del humor siempre he puesto en duda. Citada la palabra realidad, conviene destacar también el hecho de que en este corto Michael y su equipo son casi los únicos con aspecto humano (entran en la excepción también algunos extras), mientras que el resto de personajes están hechos por animación. Así, los seres grotescos son aquí el resto de humanos y no Michael, aunque finalmente se acaba convirtiendo también en un personaje animado por stop-motion que juega al transformismo para despistar a los que le acosan y que acaba por adquirir vida propia, produciéndose un duelo entre el Jackson que es en realidad y el que los demás ven y no saben interpretar. Se muestra entonces un Michael Jackson por primera vez en su carrera plenamente combativo y crítico contra el acoso de los medios de comunicación, potenciándose hasta el extremo con el siguiente fragmento de la película: Leave me alone. Como ya se ha dicho en varias ocasiones, se trata del primer tema en el que Michael Jackson habla sobre sí mismo y de su relación con los media. Irónicamente, a pesar de tratarse de una pieza tan personal (o quizá debido a eso), sólo se editó como bonustrack de la edición en cd de Bad, quedando excluído de las versiones en vinilo y cassette, por lo que durante un tiempo fue una canción que algunos fans sólo podíamos disfrutar viendo Moonwalker. El videoclip es sencillamente genial, con un Michael Jackson que se adentra en un parque de atracciones lleno de sus obsesiones en el que juega con los rumores que giraban en torno a su persona y que finaliza con el descubrimiento de que, en realidad, el parque temático es el propio Michael. Con esta imagen, que tiene tanto de denuncia como de declaración de intenciones, finaliza la primera mitad de Moonwalker y comienza, por fin, lo que el póster y el tráiler vendían.
Como decía, se puede pensar que aquí es donde empieza realmente Moonwalker - La película, asumiendo que el resto no es más que una larga introducción destinada a rellenar metraje para llegar a los casi noventa minutos de rigor. También que esta segunda parte no es más que una versión extendida hasta el paroxismo del videoclip Smooth Criminal con el que encaja a todos los niveles y en torno al cual se desarrolla una historia, entrando así a formar parte de la estructura del resto de Moonwalker concebida como una colección de videoclips. Sea como fuere, sí que se propone aquí, aunque de manera turbia, un planteamiento, nudo y desenlace ausentes en el resto del producto, unos diálogos y una correlación de escenas interdependientes que conforman un mediometraje de estética retrofuturista que viene a ser algo así como una película de acción y fantasía protagonizada por Michael Jackson, es decir, como Captain Eo pero con un tono menos infantil (lo que no quiere decir que tenga un tratamiento adulto, ni mucho menos). Básicamente, la historia se resume en el enfrentamiento entre un extraño personaje con poderes sobrenaturales y procedencia incierta (Michael haciendo de... Michael) y un tal Frankie Lideo que se hace llamar Mr. Big (Joe Pesci desbocado) que pretender dominar el mundo drogando a los niños y llenando todo de arañas. En medio del tinglado hallamos a tres amigos pequeños del protagonista (Kellie Parker, Brandon Adams y Sean Lennon... sí, el hijo de...) que en unas secuencias aparecen ataviados como vagabundos y en otras no, sin explicación aparente, y que junto al protagonista descubren las intenciones de Lideo. Cuando la niña del grupo es secuestrada, Michael desata toda su ira demostrando (una vez más) una capacidad inaudita para transmutar en lo que desee, ya sea un coche, un robot o una nave espacial (eso sí, siempre y cuando vea una estrella fugaz) y para dar vida a lo inerte (otra vez las connotaciones divinas), como en la escena en la que entra en un club abandonado de los años 30 y acaba convirtiéndose en un número musical con una de las coreografías grupales más famosas de todos los tiempos.
Si el argumento parece una locura sin mucho sentido es porque lo es. Apenas sabemos nada sobre los personajes y la narración es confusa, jugando con algunas alteraciones temporales de dudosa coherencia y generando la sensación de que los espectadores han llegado tarde y están viendo el clímax final de una historia cuya primera mitad no han presenciado. Pero eso hace también que la experiencia sea intensa y vibrante: no hay paja, todo es una persecución constante a través de escenarios que no ocultan jamás su condición de decorados y por los que jamás pasa nadie, llegando a una conclusión repleta de efectos visuales y explosiones que parece filmada por el Roland Emmerich de la época, con su obsesión por capturar el sense of wonder spielbergiano. En su condición de cuento para niños, con niños y protagonizada por un adulto que seguía sintiéndose niño, hay cabida también para algunas imágenes de leve violencia que sorprenden viniendo de Michael Jackson: los golpes de Mr. Big a la niña y su amenaza con la jeringuilla llena de droga resultan tan perturbadores como esos planos en los que los cascos de los secuaces del villano revientan y dejan ver que no existían cabezas dentro de ellos, así como impactante resulta el hecho de que Michael llegue a matar a alguien disparándole a bocajarro durante la pieza musical de Smooth Criminal (en la que hay un interludio francamente raro e incómodo en el que el cantante y el resto del cast parece contorsionarse y gemir entre convulsiones orgásmicas, precedente directo de la parte del clip Black or White que sería censurada años más tarde por varias televisiones). Al final todo se convierte en un monumento hacia un Michael Jackson que incluso se sacrifica por sus amigos y acaba resucitando para invitarles a un concierto de... ¿lo adivinan? Con esa escenificación final del Come together de los Beatles se rompe otra barrera y se difumina del todo la pared entre el Michael personaje y el real, dejando claro que Jacko no es alguien como los demás y que, aparte de ser responsable de los momentos musicales más emocionantes de las últimas décadas, también era capaz de hacer otros milagros. Es un mensaje que puede poner nerviosos a los detractores del artista, desde luego, quienes harían bien en no acercarse jamás a Moonwalker ni siquiera con desdén antropológico. Pero para los fans, los de Jackson y los de los años ochenta, se trata de una pieza que se sobrepone a todas sus faltas por su capacidad para capturar tanto el espíritu de una época como la idiosincrasia de un genio en pleno subidón de ego plenamente justificado. La publicidad no engañaba, entonces: Moonwalker es magia y es espectáculo. Es Michael Jackson y es la posibilidad de urgar en su cabeza, en sus obsesiones, sueños, miedos y fantasías. Y, por lo tanto, es imprescindible.