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28 dic 2009

'Ninja Assassin' / 'Ninja'


(Ninja Assassin. James McTeigue. EEUU/Alemania. 99 min. / Ninja. Isaac Florentine. EEUU. 82 min.)


Que Joel Silver no introdujera el factor asiático en sus películas hasta su alianza con Jet Li en 1998 (Arma Letal IV) es sintomático de lo poco que el productor confiaba en la viabilidad económica de una superproducción protagonizada por un oriental: ahí están los discretos resultados económicos de las posteriores Romeo debe morir (2000) y Nacer para morir (2003) para corroborar que una película de presupuesto holgado no puede aspirar a convertirse en un blockbuster si su cabeza de cartel tiene los ojos rasgados (y esto no sólo va por Jet Li: Jackie Chan necesitó la compañía de Chris Tucker para barrer en taquilla con la trilogía de Hora Punta, mientras que la reunión de ambos astros de la cinematografía de Hong Kong, El Reino Prohibido, recaudó menos de la mitad que cualquiera de los tres títulos de dicha saga). Por eso sorprende en parte su apuesta por convertir a esto en una estrella de acción, arriesgando junto los Wachowski alrededor de 40 millones de dólares en una película de ninjas, lo que no deja de ser un presupuesto medio pero que, significativamente, no ha conseguido recuperar en su paso por las salas norteamericanas. Números aparte, lo que debería importarnos es si la película funciona o no. Y en ese aspecto tampoco podemos hablar de éxito absoluto: si bien siempre es un placer ver ninjas en pantalla grande (algo que sucedía de manera tangencial en War - El Asesino, dos años atrás), poco tiene que ver Ninja Assassin con las cintas que popularizaron al personaje, las de la Cannon, la Filmark y la IFD que convirtieron al mito en un icono subcultural de los 80. Era previsible, siendo este un producto mainstream, que se intentara revestir el tema de los luchadores disfrazados y casi invencibles con un guión que hiciera digerible la historia para el público actual de multisalas, ese al que los nombres de Richard Harrison, Bruce Stallion o incluso Michael Dudikoff le suenan a chino y que no otorgará ningún valor sentimental (o siquiera referencial) a la aparición de Sho Kosugi. Y aún así resulta algo molesto el modo en el que lo han hecho: esos ramalazos poéticos, la pseudofilosofía oriental de chichinabo o el abuso del flashback son escollos que entorpecen la fluidez de la historia de venganza que vertebra la película, la que resulta realmente interesante y que, de no ser porque la masa necesita coartadas para atreverse a disfrutar de lo básico, debería bastar para conducirla por un sinfín de barbaridades y desafíos a la credibilidad. Otro problema de Ninja Assassin es que, aparte del festival gore que propone (lo cual me pilló desprevenido, para bien), sus secuencias de acción muestran lo peor del cine actual proveniente de Hollywood: un montón de medios desaprovechados por un montaje nefasto que arruina la espectacularidad de los momentos álgidos, agravado por una fotografía oscura que impide el seguimiento total de lo que ocurre en la ráfaga de planos que McTeigue dispara cuando pretende impactar al espectador y que sólo consiguen dejarnos turulatos. A pesar de todo esto, el balance final es positivo: Rain consigue hacernos olvidar su momentos ñoños como cantante y como protagonista de la bella Soy un cyborg, incluso riéndose de su imagen de ídolo teen, el ritmo no decae (casi) nunca y la cinta ofrece set-pieces que ni siquiera el montaje atropellado consigue arruinar (como ese enfrentamiento final entre Rain y Sho Kosugi que parece una fase del Last Blade de SNK).


Pero hay una alternativa a Ninja Assassin que resulta mucho más cercana, en cuanto a parámetros estéticos y narrativos, a los productos de la Cannon culpables de muchas de sus visitas al videoclub y que, haciendo involuntario honor a dicha casa, está condenada a la distribución doméstica (y eso entiéndanlo como quieran): Ninja, de Isaac Florentine (posiblemente el mejor director de cine de acción que existe en el mercado del DTV ahora mismo) y producida por la cada vez más interesante Nu Image (propiedad de la ascendente Millenium Films), se presenta como una versión low-fi de la película de McTeigue, con mucho menos presupuesto pero una concepción mucho más acertada de sus secuencias de acción y de la estampa trash inherente a todo lo ninja. Para empezar, el protagonista es un auténtico artista marcial, ese Scott Adkins tan impresionante a nivel de lucha como carente de expresividad y carisma, lo que le condenará a ser el David Bradley de nuestro tiempo si nada lo remedia. Eso ayuda a que no haya que recurrir a ningún truco de cámara ni a efectos especiales para que las escenas de hostias resulten espectaculares, ya que Adkins es un espectáculo en sí mismo. La falta de presupuesto redunda también en la magnitud de la propuesta: si en Ninja Assassin los ninjas se cuentan por decenas, en Ninja sólo aparece uno hasta el clímax final, pero resulta una figura más interesante e inquietante que cualquiera de los que deambulan por la versión cara: el de Florentine es un ninja high-tech, con visión nocturna y armadura, con un compartimento secreto donde guarda sus armas y gadgets y que, como Batman, puede desplegar sus brazos y planear sobre unas calles tan artificiales como las del Gotham City de Tim Burton. Otra ventaja de la película de Florentine sobre la de McTeigue es que va mucho más directa al grano. Los protagonistas de ambas, Raizo y Casey, comparten idéntico pasado (son huérfanos adoptados por un maestro ninja que les enseña con mano dura a convertirse en máquinas de matar), pero mientras que en el primer caso todo nos es mostrado mediante flashbacks, en Ninja se resuelve el pasado del protagonista de un modo mucho más simple: Casey se lo cuenta a otro personaje en una cena. Esa economía narrativa (no sólo provocada por la falta de medios, sino también por una visión del cine de acción mucho más pura) es otra de las ventajas de Ninja sobre Ninja Assassin, aunque en lugar de enfrentarlas, deberíamos celebrar ambos títulos y convertirlos en un programa doble de rápida y placentera degustación.


21 dic 2009

'Donde viven los monstruos'

(Where the wild things are. Spike Jonze. EEUU. 2009. 101 minutos). 2009 será recordado por dos motivos bien distintos: por ser el año en el que se concentra la mayor pérdida de celebridades amadas que recuerdo (Michael Jackson, Patrick Swayze, John Hughes, Dan O'Bannon, Paul Naschy, Brittany Murphy...) y por haberse convertido en el recipiente de un cine teóricamente infantil (o simplemente protagonizado por niños) que se salta las reglas de cortesía hacia su público objetivo y sus protagonistas y les sumerge en historias que poco tienen de amables y ligeras. Si Déjame entrar (de 2008, pero estrenada aquí en 2009) planteaba una historia de amor entre un niño y una niña vampiro que no siempre fue niña, Up lanzaba a la cara de los infantes una contundente reflexión sobre la muerte y (la aún por estrenar en España) 9 se mostraba como una ejemplar cinta de acción y aventuras en la que apenas había alivio cómico para la chavalería, Donde viven los monstruos nos presenta un concepto de la infancia poco amable que toma las ideas del bello cuento de Maurice Sendak y las lleva un paso más allá, radicalizando la idea base y ahondando también en la moraleja de la historia: los niños son seres complejos capaces de pasar de la ternura más desarmante al salvajismo inconsciente en cuestión de segundos, fuerzas a las que si se deja fuera de control pueden resultar dañinas para sí mismas, pero también portadores de la imaginación pura, aquella que es condicionada positivamente por los estímulos que reciben del mundo exterior pero todavía no corrompida ni coartada por estos.


Y en esas coordenadas se mueve Spike Jonze en este trabajo, capaz de provocar entusiasmo, risas, desconcierto y lágrimas en una misma secuencia y con la misma contundencia con la que un niño pasa de la carcajada al llanto de un momento a otro. Así, como reflejo de la inestabilidad emocional inherente a esa temprana etapa vital en la que todavía está todo por descubrir, Donde viven los monstruos se convierte en una joya sin pulir, con sus aristas y sus imperfecciones pero también con su brillantez. Como en aquella otra maravilla que fue El verano de Kikujiro, en la mayoría de metraje de Donde viven los monstruos no ocurre nada, pero lejos de ser un demérito esto se convierte en uno de los aspectos más arrebatadores de la película: todo está supeditado a la imaginación y a la voluntad del niño protagonista y, como tal, la mayor parte del tiempo asistimos a una concatenación de juegos que acaban por convertirse en el argumento, al ser estos los que trazan el aprendizaje del protagonista y los que le guían a desechar su mundo imaginario para volver a la calidez (estricta, pero confortable al fin y al cabo) de su madre. En ese sentido, los monstruos de esa isla imaginaria están totalmente subordinados a este proceso didáctico que experimenta el niño Max, y sus problemas internos como microsociedad no son otros que los que este debe afrontar con sus mayores, por lo tanto no es de extrañar que al final (sin desvelar nada) dé la sensación de que no se ha resuelto ninguno de los conflictos que el protagonista ha generado entre los monstruos, ya que estos no son más que reflejos del que Max acaba superando en el tercer acto.

En un plano más técnico, es encomiable el modo en el que Jonze consigue que una producción de 80 millones de dólares parezca una película pequeña e intimista, que huye de la espectacularidad artificial de otras aventuras con niños y monstruos para fijar su ojo en lo humano y conseguir una sensación de placidez en el espectador que, por contraste, refuerza el impacto de aquellos momentos oscuros y casi terroríficos que nacen de las reacciones imprevisibles de las cosas salvajes del título original. Podía existir antes la duda de si Spike Jonze seguiría siendo igual de interesante sin la ayuda de Charlie Kaufman en el guión. Después de Donde viven los monstruos, cualquier suspicacia al respecto debería quedar obsoleta.

6 dic 2009

¿Esta no es una historia de amor?


Alguno de ustedes se preguntará qué necesidad tengo de hablar sobre mi vida privada en un periódico. Y no obtendrá de mí ninguna respuesta.
"Esta no es una historia de amor". Esa es la advertencia que una voz en off nos hace al comienzo de (500) DAYS OF SUMMER (traducida aquí como 500 DÍAS JUNTOS), de Marc Webb, lo que nos sitúa de inmediato en una posición cómoda a los que no sentimos especial predilección por las comedias románticas convencionales, así como en una situación de escepticismo a los fieles a dicha corriente, confiados en que una historia de chico-conoce-a-chica producida en Hollywood y distribuida por la Fox no puede resultar algo demasiado atípico. ¿Es una falsa sentencia? ¿Realmente no es ésta una historia de amor? Supongo que depende de a quién se pregunte, de lo que cada uno haya vivido y de cómo sea la vida sentimental de cada espectador. Desde luego, si lo que esperan es una historia de amor en la que al final los protagonistas, Tom y Summer (gigantescos Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel), acaben juntos, ésta no es su película. De hecho, aquí está la gracia del asunto: 500 DÍAS JUNTOS narra el periodo que transcurre desde que los protagonistas se conocen hasta que Tom aprende a pasar página y olvidar su relación con Summer. Pero no lo hace cronológicamente, sino que salta de un día cuatrocientos al uno, luego al veintitantos, después al ciento y pico, y así sucesivamente, creando un interesante juego de espejos en el que vemos cómo un chiste hacía gracia al comienzo de la relación y cómo causa el hastío una vez superada la chispa inicial, del mismo modo que una idéntica frase puede resultar un alivio o un drama cuando se pronuncia en contextos separados por el tiempo y el desgaste.

Visto así igual les puede parecer complicado, pero no he estado recomendando la película a todo el que ha querido escucharme durante las últimas semanas por casualidad: 500 DÍAS JUNTOS tiene la virtud de generar entusiasmo, tiene la rabia y los altibajos de una canción de desamor, posee recursos visuales arrebatadores (dividir la pantalla mostrando en una parte las expectativas de Tom y en otra la realidad es simplemente genial, y por otra parte me resulta angustiosamente familiar), una banda sonora perfecta (que va de The Smiths a… Patrick Swayze, q.e.p.d.), un reparto brillante y un guión sagaz y ágil. Parecen muchos superlativos para una sola película, pero ninguno sobra. 500 DÍAS JUNTOS es un himno pop hecho película, emocionante, accesible y pegadizo. Y no sé qué les parecerá a ustedes cuando la vean, porque quizá mi impresión se deba a que comparto con el protagonista una visión sobre las relaciones tan idealista que sólo nos conduce al fracaso, la soledad y la infelicidad, pero a mí, sobre todo debido a mi nefasto y casi secreto historial sentimental, 500 DÍAS JUNTOS sí me parece una historia de amor ajustada a la realidad. Y ahora me voy a escuchar ‘There’s a light that never goes out’ de los Smiths, por enésima vez en lo que va de semana…

Publicado originalmente en la edición impresa de Crónicas de un Pueblo.