(The Road. John Hillcoat. EEUU. 2009. 111 minutos). La Carretera, la novela de Cormac McCarthy en la que se basa esta película, poseía una estructura singular que arrebataba al lector la posibilidad de ejercer una lectura por tiempos: la ausencia de capítulos remarcados como tales generaba una ansiedad y una necesidad constante de seguir adelante con las páginas, consiguiendo de manera inteligente una sensación de asfixia que potenciaba aún más la radicalidad de sus palabras, al tiempo que colocaba al lector en una situación carente de cualquier comodidad tanto por lo que se contaba en la novela como por el modo en el que se planteaba formalmente. Existía, entonces, una secuencialidad que la emparejaba con el cine en tanto parecía concebida para ser digerida de una vez, sin pausas, como una única unidad narrativa dividida en actos pero no en episodios distinguibles a simple vista con una fugaz hojeada. El auténtico problema a la hora de adaptar la novela al medio audiovisual era cómo capturar lo que aquella narraba: el viaje de un padre y su hijo por un entorno muerto y con un destino incierto, basado en la esperanza de encontrar un rayo de luz en mitad de un paisaje lleno de nieve y ceniza, y en la que las reflexiones apocalípticas y morales tenían un peso mucho mayor que el contexto de la supervivencia y la lucha contra los caníbales.
La Carretera, película, nace pues con todas las desventajas que se le pueden suponer a cualquier adaptación de una obra literaria fundamental y que se pueden resumir en una: la imposibilidad de recrear el impacto del original. Partiendo de esa base, y siendo consciente de la injusticia e inevitabilidad que supone la comparativa, John Hillcoat supera las adversidades y entrega un largometraje notable y eficaz, con un guión de Joe Penhall que atrapa la esencia de la novela de McCarthy y una fotografía de Javier Aguirresarobe que recrea con acierto el escenario yermo por el que deambulan los protagonistas, todos interpretados de manera correcta por un reparto ajustado. Sus problemas, no siempre relativos al enfrentamiento con el original, tienen que ver con el medio: se ve obligada a pagar el peaje que supone dirigirse al gran público, mediante herramientas que pueden resultar incómodas. Hablo por ejemplo del exceso de flashbacks que sólo parecen tener sentido desde un punto de vista comercial, con la finalidad de otorgarle a Charlize Theron más minutos en pantalla. Pero sobre todo pienso en un irritante uso de la música como instrumento de acentuación dramática que anula, irónicamente, el efecto devastador que poseían los diálogos secos y cortantes de la novela, así como sus momentos más desoladores. Son males menores, de cualquier modo, en una película a veces positivamente incómoda y siempre interesante.