(Stake Land. Jim Mickle. Estados Unidos. 2010. 98 minutos) En una conferencia conjunta con James Wan y Brad Anderson a la que tuve el placer de asistir en el pasado Festival de Sitges, el director Jim Mickle hablaba sobre cómo en los últimos años la figura del vampiro se había devaluado y cómo había perdido su carácter terrorífico, pasando a ser el sueño amoroso (e incluso erótico...) de millones de quinceañeras y no tan quinceañeras por culpa de un tal Edward Cullen. El factor miedo había quedado excluido de la ecuación y eso era algo que disgustaba a los fans del terror. En lugar de limitarse a soltar exabruptos, Mickle decidió pasar a la acción y realizar una película que devolviera a los chupasangres el honor perdido. Ambientada en unos Estados Unidos desolados por la epidemia vampírica, la cinta narra la historia de un joven huérfano y un veterano cazador de no-muertos que atraviesan el país en busca de un lugar que no esté infectado para, quizá, poder vivir en paz. Pero en su camino se darán cuenta de que los monstruos no son sólo aquellos que lucen colmillos, sino también algunos que portan crucifijos y que, en nombre de la supuesta justicia divina, resultan tan peligrosos, o quizás más, que los primos lejanos de Drácula.
LO MEJOR: Los vampiros utilizados como arma arrojadiza. LO PEOR: La manida estructura de road-movie. |
No se puede discutir a Mickle su buena voluntad y su buen hacer detrás de las cámaras: secuencias como el prólogo o el asalto al pueblo de refugiados sirven para demostrar su pericia técnica y narrativa, construyendo set-pieces de notabilísima solvencia que lucen tan bien como lo podrían hacer las de algunas producciones mucho más caras. Se agradece también que no trufe la historia con guiños posmodernos y que no abuse de los monstruos para generar tensión, haciendo hincapié en la peligrosidad de los fanatismos especialmente en tiempos de crisis. Y resulta agradable volver a ver una película de vampiros tan sucia y violenta como (las superiores) Los viajeros de la noche (Near Dark. Kathryn Bigelow, 1987) y Vampiros (Vampires. John Carpenter, 1998). Sin embargo, hay algo que aleja a Stake Land de lo memorable para situarla en el terreno de lo correcto, sin más. Y es que todo resulta demasiado familiar, no hay ningún elemento que destaque por su originalidad ni que se aparte demasiado de lo trillado, siendo bastante tópico el recurso del viaje hacia el norte en busca de un lugar mejor, especialmente cuando tenemos tan recientes todavía películas como La carretera (The road. John Hillcoat, 2009) o Soy leyenda (I am legend. Francis Lawrence, 2007). Pero no me malinterpreten: Stake Land merece su atención, es una buena película de vampiros, por muy familiar que resulte.