(The Mist. Frank Darabont. EEUU. 2007. 126 min.) Director clasicote sin que ello le convierta en repelente o aborrecible, Frank Darabont ha conseguido algo casi inaudito en el cine de terror: una película que te hace pensar, ya en un primer visionado, que lo que estás contemplando es desde ese mismo instante un clásico, una obra maestra de la que se hablará en años postreros como punto de referencia o cima a superar. Pero lo mejor es que la segunda vez la experiencia no hace más que mejorar. Para empezar es encomiable que apueste por lo fantástico con todas sus consecuencias, sin más explicaciones que las justas y con un sentido de la maravilla realmente acojonante por momentos, especialmente en un tramo final durante el cual llega un punto en el que la boca se queda abierta hasta que, todavía en estado de shock por una conclusión B-R-U-T-A-L, terminan los títulos de crédito y nos tienen que recoger con una pala o trasladarnos, inmóviles, en estado de catarsis a la cama o sofá más cercanos. Más motivos para amarla: unos personajes bien trazados que se pasean cómodamente por un guión excelente en el que tiene tanta cabida el terror puro y duro, con sus momentos de gore y todo, como la reflexión más pesimista. Porque, además de por lo bien que funcionan sus momentos más puramente estándar (el ataque de las langostas o la excursión a la farmacia, por ejemplo, que parece sacada de Arac Attack), por su opresiva atmósfera (que curiosamente no juega a las asfixia de los espacios cerrados) o por la generosa galería de secundarios, La Niebla destaca por la radicalidad de su mensaje: el ser humano está condenado al fin... y no por culpa de monstruos o catástrofes naturales, sino por su propia idiosincrasia. Un terror nihilista que supone una de las palizas más bellas y crueles que recuerdo como espectador y consumidor de miedos varios, una película a al que la etiqueta de imprescindible de la que tanto se abusa se le ajusta como un condón. Un apunte más: si la pueden ver en versión original, mucho mejor... porque el doblaje en castellano es regulero tirando a apestoso.
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22 jun 2008
'La Niebla'
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17 jun 2008
15 jun 2008
'Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal'
(Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull. Steven Spielberg. EEUU, 2008. 124 min.) Acomodado en las plácidas y molestas parcelas del crowd pleaser, el regreso de Indiana Jones de kilométrico título y sanas intenciones (hacer dinero a costa de una nostalgia ochentera que a la vez apela a tiempos más lejanos en el calendario y a otra forma más naïf de entender el cine espectáculo) cumple a la perfección su cometido de hacer pasar por caja a los eventuales, esos espectadores que sólo van al cine una o dos veces al año y siempre para ver algo poco arriesgado, con mucha publicidad y que se recomienda con facilidad porque no molesta a nadie. Al que esto escribe, que no tiene ninguna de las entregas previas de Indy entre su colección de dos mil y pico de títulos, la cosa sigue sin hacerle demasiada gracia, y ni siquiera las carcajadas y la cara de disfrute total de su casual vecina de butaca lograron evitar que sintiera el aguijonazo del sueño y la desgana durante no pocos momentos de la sesión.
Nunca puse en duda que un Harrison Ford sexagenario pudiera seguir correteando con el látigo, porque me parece una gilipollez existiendo tan buenos especialistas y todos esos fx que Spielberg jura que no ha usado y que cantan como los que más. Pero tenía serias dudas de la capacidad de esta aventura para fascinarme y hacerme caer en las redes del fanatismo más entregado y acomodaticio. Y no: Indiana Jones sigue sin ponerme enhiesto, lo mismo que la otra saga protagonizada por Harrison Ford y ambientada en una galaxia muy, muy lejana llena de personajes cansinos y ruidosos que gusta mucho a mucha gente pero a mí sólo un poco. Mi recuerdo más emocionante relativo al universo de Indiana Jones es aquel que describe mi agobio al rascar con la uña la etiqueta plateada del vhs de El templo maldito (mi favorita de la serie, lo cual dice mucho sobre lo que difiero de los que sí son fans de Indy), sólo por curiosidad, y pensar que en el videoclub me iban a obligar a comprar otra cinta porque el título había quedado casi ininteligible en la pegatina. Así que entenderán que planos diseñados explícitamente para provocar el éxtasis de los fans, como aquel en que la sombra de Indiana recoge del suelo su viejo sombrero, a mí no me inducen a otra cosa que a pensar "mira, un chiste para la galería". Y entenderán también, porque les considero inteligentes, que no voy a destrozar despiadadamente algo con lo que no caso porque, sencillamente, me da igual y supondría un esfuerzo al que no me quiero entregar a estas horas de la noche y cuando aún tengo el cuerpo mustio después de haberme quedado atontado con La Niebla de Frank Darabont.
El haber dejado pasar unas semanas después del estreno para ver Indy 4 ya dice mucho de mi desgana y, aunque no es que lo pasara mal durante la experiencia, lo cierto es que lo que más disfruté de la película fue lo que menos tiene que ver con la mitología del señor del látigo: el personaje de Mutt Williams, la ambientación de la década de los 50, el rock'n roll, la paranoia comunista y radiactiva (¡esa forma de escaparse de una explosión nuclear! ¡para que luego se quejen de Double Team!) y esos extraterrestres que al parecer tanto están molestando y que a mí me saben a poco y a fallido intento final por sorprender al espectador (que debe tener muy poca capacidad de deducción para no darse cuenta de a qué se enfrenta Indiana desde el principio). Por lo demás, se puede decir que las escenas de acción funcionan bien, a pesar de ser totalmente mecánicas y tener menos alma que una canción de David Civera. Y que Karen Allen en plan borderline da cosica. Lo mejor, además de pasar un buen rato al fin y al cabo, es el bello espectáculo de la destrucción que propone con la citada seta radiactiva y con la orgía catastrófica del final (la boda no, lo que viene antes).
El haber dejado pasar unas semanas después del estreno para ver Indy 4 ya dice mucho de mi desgana y, aunque no es que lo pasara mal durante la experiencia, lo cierto es que lo que más disfruté de la película fue lo que menos tiene que ver con la mitología del señor del látigo: el personaje de Mutt Williams, la ambientación de la década de los 50, el rock'n roll, la paranoia comunista y radiactiva (¡esa forma de escaparse de una explosión nuclear! ¡para que luego se quejen de Double Team!) y esos extraterrestres que al parecer tanto están molestando y que a mí me saben a poco y a fallido intento final por sorprender al espectador (que debe tener muy poca capacidad de deducción para no darse cuenta de a qué se enfrenta Indiana desde el principio). Por lo demás, se puede decir que las escenas de acción funcionan bien, a pesar de ser totalmente mecánicas y tener menos alma que una canción de David Civera. Y que Karen Allen en plan borderline da cosica. Lo mejor, además de pasar un buen rato al fin y al cabo, es el bello espectáculo de la destrucción que propone con la citada seta radiactiva y con la orgía catastrófica del final (la boda no, lo que viene antes).
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14 jun 2008
'El ex-preso de Corea'
(Rolling Thunder. John Flynn. EEUU, 1977. 96 min.) El ex-preso de Corea se queda muy lejos de lo que podría haber sido o, como mínimo, de lo que servidor esperaba ver: supongo que basta con decir que es más seria de lo que aparentaba esa premisa de cine de venganzas con un garfio de acompañante para el brazo ejecutor del protagonista. A medio camino entre la crónica social desganada de los veteranos de guerra difícilmente reinsertables y el telefilm de acción más chusquero, poco puede hacer un clímax vibrante por arreglar la falta de garra (ejem) de los minutos precedentes, largos y desesperantes por momentos debido a un estado de ansiedad que causa en el espectador por culpa de una acción y violencia que parecen no llegar nunca. Apuntes interesantes, como el sadismo desarrollado por el protagonista durante su tortura en Corea o la incómoda relación de amor (o así) que desarrolla con una joven aficionada a las armas y a que le den caña, adornan afortunadamente un largometraje que de haber potenciado varios elementos (más acción, más violencia, más sexo, más TODO) podría habernos vuelto locos. Ni siquiera en la utilización del garfio como prolongación del cuerpo del vengador acierta la cinta, ya que Flynn no parece muy interesado en darle mayor entidad que la de complemento, en lugar de otorgarle un mayor protagonismo que hubiera hecho de El ex-preso de Corea ese espectáculo trash, sangriento y verbenero que soñaba con ver. Visto lo visto, la idea brilla más sobre el papel que lo que lo hizo sobre el celuloide, así que crucemos los dedos para que (de esta sí) se saquen de la manga un remake dirigido por Alexandre Aja o hasta, por qué no, Eli Roth. Seguro que Paul Schrader se tiraría de los pelos...
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