(The Unborn. David S. Goyer. EEUU. 2009. 88 minutos). Aún a riesgo de ser considerado sexista o poco riguroso, confirmo que lo que ven al lado es lo mejor de La semilla del mal: las braguitas de Odette Yustman y lo bien que las luce durante varias escenas. El resto viene a confirmar lo que ya intuíamos sobre David S. Goyer, que es un guionista a veces interesante pero un director pésimo, capaz de escribir batiburrillos afortunados (Dark City), ladrillos insoportables (Dark Knight) y de cargarse él solito una mitología que él mismo había creado (Blade Trinity). Esta vez reune una colección de tópicos temáticos llevados a la pantalla con una torpeza galopante rayana el ridículo. Porque ya lo dijo Alvy Singer: esto es la comedia del año y no hay nada ni nadie que lo supere. Pero aquí lo rijoso entra en conflicto con lo lúdico y se convierte en vergüenza ajena y en una prueba de resistencia para el espectador curtido, que se remueve incómodo en el asiento mientras contempla otro travelling horizontal mientras la protagonista se detiene ante el primer escalón de unas escaleras y que, irritado e impotente, se pregunta cómo es posible que alguien que lleva veinte años escribiendo guiones (desde Libertad para morir, poca broma) todavía puede pensar que jugar a meter miedo con el espejo del cuarto de baño puede ser inquietante.
La semilla del mal sólo puede resultar provechosa para alguien que ha visto a lo sumo tres películas de terror en toda su vida. El resto se encontrará con algo menos de noventa minutos totalmente prescindibles en los todo se mueve entre lo absurdo (esos diálogos y explicaciones pronunciados con plena falta de credibilidad y convicción por un reparto aburrido, incluyendo a Gary Oldman) y lo mínimamente pasable (algún efecto de maquillaje decente). Por mi parte sólo puedo decir que no la volveré a ver en la vida a no ser que me obliguen. Ni siquiera por las braguitas de Odette Yustman.