Expresar lo que siento ahora mismo sin caer en el dramatismo no es fácil. Quizá podrían pensar que exagero cuando les digo que he necesitado un día entero para poder enfrentarme a esto sin derrumbarme, que es imposible sentir afecto por alguien a quien realmente no conocía y que hay que restarle importancia al deceso de una estrella porque cada segundo muere alguien en el mundo. Pero si alguna vez han sentido admiración, atracción, por alguna figura pública, si alguna vez se han considerado realmente fans de alguien, se pueden hacer una idea de lo que hablo.
Michael Jackson me ha acompañado durante toda mi vida y nunca he sentido, en mis casi veintinueve años de existencia, nada parecido por ninguna otra figura del espectáculo. De igual modo, mi interés por Jackson nunca remitió. Ni siquiera en los malos momentos, aquellos en los que se dudaba de su talento y de su personalidad, de sus inclinaciones sexuales e ideológicas, de su forma de vivir la vida creándose un mundo propio, un NeverLand no sólo físico sino también, y sobre todo, mental. Porque pudo. Porque tuvo el valor, la imaginación y los medios para hacerlo. Las leyes de su mundo no siempre coincidían con las del nuestro, pero nos regalaba retazos de fantasía con cada una de sus canciones, con cada uno de sus vídeos, con cada uno de sus movimientos. Nos invitaba a una fiesta de la que ejercía de anfitrión ambicioso, poderoso, pero también tímido. Era un niño con un parque de atracciones sin amigos a los que invitar a jugar, pero que siempre mantenía las puertas abiertas para dejar entrar a quien quisiera y, de paso, dejar escapar parte de la ilusión que era capaz de crear.
Michael Jackson era una persona compleja a la que nunca llegamos a conocer y a la que muchos pretendían desacreditar por diferentes motivos. Pero muy poca gente se preocupó de entenderle, de amarle, porque la mayoría estaba demasiado preocupada en juzgarle. Se ocultaron sus hallazgos, se potenciaron sus defectos y se inventaron otros a través de la manipulación, la ignorancia, la exageración y la mentira. Porque Michael Jackson era tan grande y único que escapaba a leyes y razones por las que nos movemos el resto de humanos.
Gracias a él descubrí la música, el videoclip, los efectos especiales. Y en torno a lo que aprendí de él fui creando un universo de referentes audiovisuales particulares cuyo epicentro siempre fue su figura. El Arte siempre puede aportar mucho más a sus receptores de lo que sus creadores pretenden, y ese es mi caso con la música de Michael Jackson. Ahora, justo ahora, estaba intentando devolverle un mínimo de lo que él me ha aportado durante toda mi vida gritando su nombre en algunos de los conciertos que iba a dar en Londres y que finalmente le han costado la vida. Cuando era pequeño y estuvo en España jamás tuve la oportunidad y los medios de verle en vivo y ahora que sí podía mover los hilos suficientes para que el logro tuviera lugar es cuando resulta realmente imposible. Michael decía que esta vez era la definitiva. Que después se caería el telón. Pero no tuve tiempo a verle bajo los focos, a quedarme sordo con los gritos y la música y a flotar en directo con su gracia sobrenatural. Y esto es, poca broma, un sueño que ya nunca podré realizar.
Nos queda el legado de alguien que lo dio todo, que cambió el Pop y que se convirtió en un icono inmortal aún en vida. Porque Michael Jackson era Magia. Michael Jackson ES Magia... y siempre lo será.
Descanse en Paz.
Michael Jackson me ha acompañado durante toda mi vida y nunca he sentido, en mis casi veintinueve años de existencia, nada parecido por ninguna otra figura del espectáculo. De igual modo, mi interés por Jackson nunca remitió. Ni siquiera en los malos momentos, aquellos en los que se dudaba de su talento y de su personalidad, de sus inclinaciones sexuales e ideológicas, de su forma de vivir la vida creándose un mundo propio, un NeverLand no sólo físico sino también, y sobre todo, mental. Porque pudo. Porque tuvo el valor, la imaginación y los medios para hacerlo. Las leyes de su mundo no siempre coincidían con las del nuestro, pero nos regalaba retazos de fantasía con cada una de sus canciones, con cada uno de sus vídeos, con cada uno de sus movimientos. Nos invitaba a una fiesta de la que ejercía de anfitrión ambicioso, poderoso, pero también tímido. Era un niño con un parque de atracciones sin amigos a los que invitar a jugar, pero que siempre mantenía las puertas abiertas para dejar entrar a quien quisiera y, de paso, dejar escapar parte de la ilusión que era capaz de crear.
Michael Jackson era una persona compleja a la que nunca llegamos a conocer y a la que muchos pretendían desacreditar por diferentes motivos. Pero muy poca gente se preocupó de entenderle, de amarle, porque la mayoría estaba demasiado preocupada en juzgarle. Se ocultaron sus hallazgos, se potenciaron sus defectos y se inventaron otros a través de la manipulación, la ignorancia, la exageración y la mentira. Porque Michael Jackson era tan grande y único que escapaba a leyes y razones por las que nos movemos el resto de humanos.
Gracias a él descubrí la música, el videoclip, los efectos especiales. Y en torno a lo que aprendí de él fui creando un universo de referentes audiovisuales particulares cuyo epicentro siempre fue su figura. El Arte siempre puede aportar mucho más a sus receptores de lo que sus creadores pretenden, y ese es mi caso con la música de Michael Jackson. Ahora, justo ahora, estaba intentando devolverle un mínimo de lo que él me ha aportado durante toda mi vida gritando su nombre en algunos de los conciertos que iba a dar en Londres y que finalmente le han costado la vida. Cuando era pequeño y estuvo en España jamás tuve la oportunidad y los medios de verle en vivo y ahora que sí podía mover los hilos suficientes para que el logro tuviera lugar es cuando resulta realmente imposible. Michael decía que esta vez era la definitiva. Que después se caería el telón. Pero no tuve tiempo a verle bajo los focos, a quedarme sordo con los gritos y la música y a flotar en directo con su gracia sobrenatural. Y esto es, poca broma, un sueño que ya nunca podré realizar.
Nos queda el legado de alguien que lo dio todo, que cambió el Pop y que se convirtió en un icono inmortal aún en vida. Porque Michael Jackson era Magia. Michael Jackson ES Magia... y siempre lo será.
Descanse en Paz.