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25 ene 2010

'La Herencia Valdemar'

(La Herencia Valdemar. José Luis Alemán. España. 2009. 100 minutos). Plantear una producción independiente de terror de 13 millones de euros dividida en dos partes es una osadía, sobre todo en una industria que vive de las subvenciones y de los derechos televisivos más que de la taquilla. Pero en ese acto de tenacidad se encuentra casi todo el valor real de la primera película de José Luis Alemán, al menos hasta la mitad que hemos podido ver hasta ahora. Conociendo las intenciones de Alemán, consistentes según cree él en devolverle al cine de terror una dignidad y seriedad que maldita falta le hacen, y viendo el resultado de la primera parte de este díptico, poco podemos esperar de su continuación más allá de una factura técnica correcta y unos efectos especiales (tanto prácticos como digitales) más que apañados, por mucho Cthulhu que nos venda ese avance que aparece durante los créditos finales y que, a duras penas, sirve para generar confusión en unos espectadores que no tienen por qué saber que han pagado para quedarse a medias.

Alemán ha olvidado que si ¡Suspense! funcionaba era por algo más que por su diseño de producción, y que una fotografía cuidada, un reparto de caras conocidas y un icono del terror como referencia no bastan para construir el clásico instantáneo que pensaba que tenía entre manos. Pero no se puede esperar mucho más de alguien cuyo modelo a seguir es, como ha proclamado en varias entrevistas, Alejandro Amenábar. Más bien al contrario, el director novel ha sentado las bases para una futura secuela de Spanish Movie, con su festival de acentos inverosímiles (que es algo que normalmente me da igual, pero que aquí alcanza cimas de hilaridad inconmensurables), su tono de folletín decimonónico pasado de roscas (esa secuencia de la gallinita ciega que acaba provocando ternura... hacia el director), sus reuniones poco probables de personajes famosos (Lizzie Borden, Aleister Crowley y Bram Stoker jugando a la ouija en la costa gallega), recursos que parecen gritar "¡parodia!" (esa frase dramática culminada con el sonido del trueno, Eusebio Poncela con peluca, un zeppelin que aparece sin que sepamos por qué) y un reparto que no tiene ni idea de dónde se ha metido (sorprendentemente aquí es Silvia Abascal la que está correcta y Laia Marull la que acaba haciendo el ridículo, cuando suele ser al revés). Para colmo, la estructura es errática a más no poder: tras unos primeros minutos aceptables, la película entra en un flashback eterno que poco o nada tiene que ver con el terror y que delata las intenciones del director con su querencia hacia lo rancio, aflorando una batalla entre lo comedido y lo pomposo en la que el único vencedor es el aburrimiento. Hacía años que no abandonaba una sala de cine con tal desazón y que no veía reacciones tan negativas entre los espectadores, pero no es de extrañar: La Herencia Valdemar es una tomadura de pelo que nace sin la intención de serlo, un producto involuntariamente ridículo al que da pena atacar puesto que se aprecian en él buenas intenciones y ganas de hacer algo diferente, pero que está condenado a ser destrozado por el público. Y con razón.

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