Durante los títulos iniciales se escucha ruido de agua, un gato maullando, pasos, pero nada de música. Eso me extrañó, pero consiguió crear la sensación de espacio únicamente con los efectos sonoros. De repente, aparece en imagen un gato caminando por una calle sucia. Es de noche y una prostituta espera en una esquina. Súbitamente, unas manos salen de la oscuridad y cogen por el cuello a la chica, llevándosela hacia la penumbra. Entonces, un tipo vestido de negro y con una enorme máscara de búho sale hacia la luz saltando, bailando y dando volteretas, al mismo tiempo que aparece una horrible música electrónica con solo de saxofón incluido. Durante un par de segundos pensé “
esta es la peor puta mierda que haya visto en mi vida”. Pero justo ahí la cámara retrocede y descubrimos que lo que estamos viendo forma parte de una ficción dentro de la ficción, la que representa una compañía de teatro algo cutre en un cochambroso escenario.
Ya tenemos localizado el lugar de la acción y a los protagonistas, así de golpe. Ahora sólo falta presentar a la amenaza: un perturbado actor llamado
Irving Wallace (sí, como el autor de ese divertido best-seller titulado
El séptimo secreto) que se volvió loco y asesinó a 16 personas antes de ser capturado y encerrado en un hospital psiquiátrico. En un descuido de la protagonista, el psicópata se introduce en su coche después de darse a la fuga, llegando con ella hasta el teatro y quedando todos encerrados dentro del edificio, como peces dentro de un acuario (ejem). Antes de quedar enclaustrados, el psicópata hace de las suyas en el exterior del teatro, y el director decide aprovechar la publicidad gratuita que este hecho le ofrece para estrenar la función antes de lo previsto, obligando a los actores a quedarse en el edificio para ensayar de manera intensiva. Le pide a una de las actrices que esconda la llave para salir del edificio, y ésta es una de las primeras en morir a manos de Wallace, por lo que cualquier posibilidad de fuga queda abortada y la sensación de angustia y pánico crece por momentos. Nada pueden hacer los dos policías que vigilan en el exterior: están demasiado ocupados en sus banales asuntos como para enterarse de lo que ocurre dentro (un pequeño apunte crítico que sería ampliamente explotado en la posterior filmografía de Soavi).
A partir de aquí comienza la diversión: la protagonista, no casualmente llamada Alicia, cruza el espejo de la ficción y lo que representaban en la obra se convierte en “realidad”. Ahora debajo de la máscara del búho no hay un actor interpretando a un asesino, sino un asesino haciéndose pasar por actor. La sangre artificial se mezcla con la “real”. Los asesinatos ficticios se convierten en un
bodycount imparable. Y la sonrisa cómplice de satisfacción se va haciendo cada vez más pronunciada en el rostro del espectador, que ve cómo una película que empezaba de manera horrible se va enderezando hasta convertirse en una mezcla perfecta de los
slashers estadounidenses y el
giallo italiano. El aire surrealista y pictórico de Mario Bava o Dario Argento encuentra en las manos de Soavi un poder renovado y llevado al paroxismo, con planos que parecen cuadros (los más cultos siempre hablan de
tableaux vivants y citan a
Max Ernst...), escenas casi oníricas en las que la protagonista recuerda algo de vital importancia y que ha pasado desapercibido hasta entonces (en este caso, el número de cadáveres que encuentra la policía...), los planos subjetivos del asesino que te hacen casi compartir fechorías con él... Pero también tenemos al típico killer enmascarado de la serie B yanqui (aquí, de un modo deliberadamente exagerado), protagonistas jóvenes que son cadáveres en potencia, el enfrentamiento final entre la heroína y su némesis... Además de un final sorpresa que no hace sino potenciar la sensación de juego macabro pero altamente divertido que sobrevuela todo el metraje de
Aquarius.
Asesinatos ocurrentes, escenas de suspense y mucho jolgorio recreativo, aderezados con esos elementos más artísticos en cuanto a la elaboración de algunos planos y encuadres, hicieron de
Aquarius (que es como se estrenó en España la película, aunque originalmente se llame
Deliria y se le hayan “impuesto” otros nombres como
Bloody Bird o el ya citado
Stage Fright) toda una celebración para los fans del euro-terror cuando se estrenó en 1987, y convirtió al hasta entonces prometedor ayudante de dirección y ocasional actor Michele Soavi en todo un autor de culto. Luego vendrían
El engendro del diablo (La Chiesa, 1989),
La Secta (La Setta, 1991) y la extraordinaria
Dellamorte Dellamore (1994), cuyo título en español,
Mi novia es un zombie, hizo historia… Y después de ésta, incomprensiblemente, pasó a trabajar en la televisión como un artesano cualquiera, como si no fuera el último gran nombre que nos ha dado el terror italiano después de Bava, Argento o Fulci. Doce años después volvió al cine con el thriller
Arrivederci amore, ciao (2006), que aún seguimos sin ver por estos lares…
Pero, de momento, podéis repescar (o incluso mejor: descubrir) aquella pequeña joyita que fue
Aquarius, una película con defectos evidentes (actores tirando a pésimos, ritmo desigual, etc.), pero que tiene ya un lugar en la historia del cine de terror contemporáneo como uno de los últimos coletazos de genialidad que dio el horror italiano, antes de extinguirse lentamente y convertirse en rara avis en el actual panorama cinematográfico del país.