(Ricochet. Russel Mulcahy. Estados Unidos. 1991. 98 minutos). Ricochet es de la época en la que la tiranía y censura del PG-13 no eran tan pronunciadas y los estudios apostaban millones en títulos que sólo los mayores de 18 años podían ver. Este no fue un gran taquillazo ni suele ser un título especialmente recordado, pero es un ejemplo cojonudo del maremagno de ideas y subgéneros que proliferaron en el cine de acción de los 90, filmado además por un dream team incuestionable: Joel Silver produciendo, Russel Mulcahy moviendo la cámara y Steven E. de Souza desarrollando una historia ideada por Fred Dekker a la que Alan Silvestri pone música. Luego tenemos a Denzel Washington en su segunda cinta de acción tras The Mighty Quinn (A espaldas de la ley, 1989) y a John Lithgow ensayando para la descomunal Raising Cain (En nombre de Caín, 1992), secundados por rostros de la época como Kevin Pollak, Ice-T en su efímero paso por las majors y, atención, detalle importante y pregunta de examen, listillo: Mary Ellen Trainor haciendo de la periodista Gail Wallens. Ni puta idea, ¿verdad? Pues se trata de la misma actriz y el mismo personaje que conocimos tres años antes en Die Hard (La Jungla de Cristal, 1988), escrita también por de Souza y producida por Silver, lo cual nos sitúa en un universo cerrado y reconocible: una realidad virtual llena de one-liners, héroes con problemas y malos como cabras en la que gusta la violencia espectacular y el humor cáustico, y en la que los problemas se solucionan mediante hostias y tiros, a ser posible vestidos con camiseta imperio y el cuerpo lleno de sangre proveniente de unas heridas que sólo duelen cuando se abren.
Mulcahy se atreve incluso a hacerse un homenaje: plantea una lucha de espadas entre John Lithgow y Jesse Ventura (sí, ese Jesse Ventura) en plena cárcel, con armaduras confeccionadas con libros tochos y cinta aislante, que calca algunos planos de la que enfrentaba a Christopher Lambert y Clancy Brown al final de Highlander (Los Inmortales, 1986). Sin olvidar ese guiño desquiciado al White Heat (Al rojo vivo, 1949) de Raoul Walsh, con Denzel Washington emulando a James Cagney sobre un edificio a punto de explotar. Y así, con todas esas referencias y esos lugares comunes (añadan también el entonces inminente Cape Fear según Scorsese, estrenado en EEUU sólo un mes después de Ricochet), se llenan poco más de noventa minutos plagados de elipsis temporales mediante encadenados y personajes iluminados a contraluz que no dan respiro y arrojan algunas cuestiones interesantes que deberían captar su atención, más allá de que a Denzel se le vea fugazmente el babymaker. Citaba hace unas líneas al remake de El Cabo del Miedo de 1991 y vuelvo a hacerlo: El Earl Talbot Blake de Lithgow es un trasunto del Max Caddy de De Niro, mientras que Nick Styles de Washington podría ser el Sam Bowden de Nolte. En ambos casos, héroe y villano se complementan y se necesitan: Nick Styles pasa de ser un simple policía de calle a ayudante del fiscal, forma una familia feliz con dos niñas y la mujer deseada y todo el mundo le ve maneras y futuro de alcalde (como él mismo dice en una de las primeras secuencias, "sería capaz de convencer al diablo de poner aire acondicionado en el infierno"), nada de lo cual hubiera sido posible de no ser por la detención del psicopático Blake en mitad de una feria y que es emitida por televisión gracias a la grabación de un videoaficionado (hoy hubiera pasado directamente al YouTube). Mientras que Styles medra, Blake pasa siete años en la cárcel preparando una venganza que no busca la muerte de su enemigo, sino su desacreditación pública, tratándose entonces de arrebatarle lo que él mismo le dio al convertirle en héroe mediático. Con esto, Blake encuentra un sentido real a una vida de la que no sabemos nada porque probablemente antes de ese momento estuviera sumida en el más puro caos. Esto acerca por momentos la película al thriller psicológico, bordeando el terror en ocasiones, a una partida de ajedrez entre el rey negro (vestido de blanco) y el rey blanco (ataviado de negro), dejando caer también cierto mensaje de raigambre social (la relación entre Styles y Odessa - Ice-T - sirve para recordar al protagonista cuáles son las raíces y, de paso, para dejar claro que a veces uno está más seguro entre la leal protección de unos delincuentes que entre la burocracia de la policía; Blake encuentra en la cárcel apoyo en un grupo neo-nazi), aunque sin dejar de lado las escenas aparatosas que tienen su culminación en una pelea de uno contra uno en lo alto de una torre, como Dios manda. Arrebato nostálgico y gratuito para finalizar: ¡qué bello era el cine de acción de los noventa!