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15 sept 2009

Patrick


Hace seis meses, cuando les enlazaba el homenaje que Sergio Colmenar, Noel Ceballos, Mario Vírico y yo habíamos realizado a Patrick Swayze, decía que no tenían que esperar a llorarle y que debían celebrarle en vida. El mensaje sigue vigente, a pesar de que Patrick haya abandonado el plano físico y pase a engrosar la lista de fatídicos obituarios de este apocalíptico 2009.

Inevitablemente, algo se ha roto dentro de mí cuando esta mañana mi madre me llamaba por teléfono y, entre lágrimas, me comunicaba la noticia. El sueño de su vida, conocerle y expresarle toda su admiración, su amor inquebrantable, su seguimiento incondicional, se esfumaba definitivamente tras un proceso agónico en el que veía cómo se desvanecía de manera irreversible. Y eso me entristece y me enfurece, aún a sabiendas de que es algo irracional, porque nadie ha podido hacer nada por evitarlo. Pero también me da fuerzas para revisitar la colección de mi madre, sus películas, sus revistas, sus posters, sus recortes... todo el material que ha ido recopilando sobre Patrick Swayze desde que tengo uso de memoria, convirtiéndose en un ritual que no ha remitido con los años y que acabé compartiendo plenamente con ella, convirtiéndose en un nexo materno-filial indeleble y bello que hoy se refuerza y cobra más sentido que nunca. Patrick seguirá siempre vivo en mi casa, bailando sucio, segando gargantas, buscando la gran ola... despidiéndose entre una bruma fantasmal para volver una y otra vez, y otra, siempre que queramos. 

13 sept 2009

'La gran revancha'

(The New Kids. Sean S. Cunningham. EEUU. 1985. 89 minutos). La gran revancha se lo pone fácil a los que rechazan cualquier manifestación cultural por presentar un posicionamiento político evidentemente derechista y se sienten orgullosos de ello: en sus primeros minutos, el Oficial de las Fuerzas Armadas McWilliams (Tom Atkins, siempre grande) suelta algo así como "ya era hora de que esos malditos demócratas contaran conmigo" cuando es convocado por el presidente para recibir una medalla honorífica, conseguida gracias a la detención de un grupo terrorista en un avión. Antes, durante los títulos de crédito, hemos visto cómo McWilliams entrena a sus hijos, Loren (Shannon Presby) y Abby (Lori Loughlin), con condescendiente pero también férrea disciplina militar, con arengas pro-esfuerzo físico en pos de la realización personal y el crecimiento espiritual a través de unas buenas hostias y carreras al aire libre antes del desayuno. Todo ello les resultará muy útil a los chicos cuando sus padres fallezcan en un accidente y tengan que mudarse con su tío a un pueblo lleno de paletos en el que, además de ayudar a éste a construir con sus manos un parque de atracciones, se las tendrán que ver con la peor calaña local: Eddie Dutra (terrorífico James Spader) y su banda de nerds con armas y las hormonas revueltas por culpa la chica nueva.

El nombre de Sean S. Cunningham en la dirección o la ambientación en un parque de atracciones, con sus espejos deformantes y sus peligrosas montañas rusas (estupendas para aplastar cabezas en sus raíles), les pueden despistar y hacer pensar que La gran revancha es una película de terror. Pero lo cierto es que estamos ante una poco recordada pero apreciable muestra de ese Fascismo Pop que tanto nos gusta y que, por si alguien aún no se ha enterado, no tiene nada que ver con las posturas ideológicas o políticas de quienes lo degustamos. Casi una Perros de paja adolescente, la película propone una escalada de tensión basada en lo que en un principio no es más que una apuesta de Dutra y sus chicos: ver quién se lleva antes a Abby a la furgoneta para mostrarle algo de hospitalidad y pegarle el polvo de bienvenida. Las cosas se complican cuando entienden que estos chicos nuevos no son presas fáciles y tienen que ponerse serios ("You want crazy? I'll show you crazy!"). Así, lo que empieza por una pulsión testicular acaba convirtiéndose en una guerra entre paletos drogados con escopetas y chicos sanos con entrenamiento paramilitar, algo inevitable porque ninguno de los dos bandos cede, y que sólo puede terminar con la muerte al completo de los malos. ¿Al completo? Casi, porque Cunningham vuelve a acercar la película al cine de terror con un plano final que, si bien no se puede comparar ni de lejos con el que cerraba Viernes 13, sí que deja la puerta abierta de manera inquietante a una teórica secuela que nunca se produciría. La culpa de ello la puede tener su raquítica recaudación en Estados Unidos, menos de 200.000$ de la época, algo injusto pero comprensible si tenemos en cuenta que la película tarda en arrancar y ofrece menos emociones fuertes de lo que promete su argumento, quedándose en el terreno de lo simpático por su evidente adscripción a una época determinada y a su planteamiento del ojo por ojo en el instituto, creando una historia de acción y venganza en escenarios más propios del horror teenager que del subgénero de justicieros urbanos. No es un must, desde luego, pero merece la pena acercarse a ella aunque sólo sea por esa mezcla de elementos y por ver cómo se desenvuelve Cunningham fuera (o casi) del género que le dio la fama.


4 sept 2009

'Coming soon'

(Bproh Graem Naa Win Yaan Aa Kaa. Sopon Sukdapisit. Tailandia. 2008. 85 minutos). Coming soon plantea una interesante premisa: la del cine como instrumento fagocitador y arma sobrenatural mediante el cual un espíritu puede apropiarse de sus espectadores y arrastrarles hacia una aparente ficción en la que el terror termina siendo real. Pero Sopon Sukdapisit tiene más de Lamberto Bava que de Iván Zulueta, así que no esperen reflexiones sobre la capacidad vampírica del celuloide, sino más bien una colección de sustos y truculencias servidos con acierto entre una colección de tópicos y algunos detalles interesantes que, lamentablemente, son tratados de manera arbitraria. La película abre varios caminos para concluir en lo manido, como es la cansina investigación de los protagonistas para dar una explicación a lo que no debería tenerla e intentar (infructuosamente) detener la maldición, dejando así de lado lo que podría ser una original digresión sobre dos asuntos poco tratados en el cine y por los que aquí se pasa de puntillas: a) los protagonistas trabajan en unas multisalas y se ganan un sobresueldo pirateando películas antes de su estreno, siendo la primera vez (que uno sepa) que asistimos a la creación de uno de esos ts-screeners que sus primos más borricos compran a los chinos en la terraza del bar un domingo a mediodía, y dejando pasar la oportunidad de plantear una bromaza a costa del efecto dañino de la piratería (un personaje que mata al que está grabando una copia ilegal de su película); y b) debido a un twist que no conviene desvelar, el film pierde también la oportunidad de convertirse en un juego metalingüístico en el que los personajes de ficción tomaran conciencia de ser unas herramientas de placer para el público ávido de muertes virtuales, siendo obligados a morir sesión tras sesión para regocijo de la platea y sin posibilidad de escape, como si la primera víctima de Jason Voorhees detuviera la secuencia, indignado, y decidiera, en venganza, que el próximo en ser asesinado no va a ser él, sino alguno de los espectadores (o todos).

De este modo, Coming soon es una película que resulta más estimulante por lo que sugiere y no explota que por lo que muestra, debatiéndose constantemente entre el tedio, el susto prefabricado, el bostezo y el terror logrado en determinados instantes, que son los que consiguen salvar la cinta de la quema y que, junto a lo expuesto en el anterior párrafo, consiguen finalmente que su visionado resulte medianamente satisfactorio.

3 sept 2009

'Furia ciega'

(Blind fury. Philip Noyce. Estados Unidos. 1989. 83 minutos). Que el nombre del personaje apareciera escrito en los posters de Furia ciega en un tamaño tan grande como el del actor que lo interpretaba, un entonces ya decadente Rutger Hauer, evidenciaba las posibles intenciones de sus responsables: crear un héroe lo suficientemente carismático como para protagonizar una saga propia. Pero, al igual que ocurrió con Remo, algo falló, apenas recaudó dos millones y medio de dólares, y esta aventura de Nick Parker fue la primera y la última que vimos. No es de extrañar que fuera así, teniendo en cuenta que ninguno de los proyectos en los que Hauer encabezó el cartel como action hero fue un éxito rutilante: ni dirigido por Sam Peckinpah, ni cazando terroristas islámicos, practicando deportes postapocalípticos, jugando a Perseguido junto a Mimi Rogers o a Depredador 2 en Londres, consiguió llevar al cine más que a los pocos incondicionales que le quedaban de la época de Blade Runner (los de la etapa holandesa sólo fueron a verle cuando se reunió con Verhoeven, seguro), a los maravillados por Lady Halcón o a los que se acojonaron con Carretera al infierno. Bueno, y a Juan Manuel de Prada, que seguro que en 1989 ya era superfán y entraba en todas las categorías.

Pero a casi nadie agradó un Hauer que se pasaba de gracioso y simpático, practicaba la violencia sin gusto ni ensañamiento (su actitud es más o menos esta: "te voy a cortar por la mitad, sí, pero porque eres un hijoputa y me quieres matar, no porque disfrute con ello") y hacía de niñero del hijo de Mitch Buchannon. Tampoco ayudó que la máxima referencia que el público occidental tenía de un héroe invidente fuera Daredevil, con quien además de la ceguera y el don para las hostias no tenía mucho que ver Nick Parker. Años después, con mayor bagaje y más horas perdidas frente a la tele e internet, comprendemos mejor el chiste y vemos lo que Furia ciega es realmente: una traslación al Hollywood menor del personaje de Zatoichi con la estructura de una peripecia de Kozure Okami, en la que no hay carrito, pero sí ciego con katana y niño a cuestas perseguidos por un puñado de esbirros de mal carácter y peores intenciones. Aquí lo que falla es precisamente el malo, Noble Willingham haciendo de típico viejo que se paga la jubilación trafincando con drogas a gran escala, pero no sus secuaces, estos sí divertidos y carismáticos: Nick Cassavetes, Rick Overton y Randall 'Tex' Cobb son tres villanos over the top peligrosos pero torpes que potencian el tono hilarante de la película, hasta que llega Sho Kosugi y las cosas se ponen serias en los últimos minutos. Oh, cierto, no he hablado del argumento. Es irrelevante. Es Rutger Hauer ciego y con katana matando a un montón de malos. ¿No les basta con eso?

1 sept 2009

'Al filo del abismo'

(Gleaming the cube. Graeme Clifford. Estados Unidos. 1989. 105 minutos). Durante una etapa breve e intensa de mi adolescencia, antes de que empezara a engordar y a convertirme en un sociópata, fui algo así como el cabecilla de una revolución en la que los niños de mi escuela, de repente, dejaron de andar para comenzar a desplazarse sobre una tabla y cuatro ruedas. La culpa, como siempre, fue del cine: la visión seguida de Thrashin' (de la que algún día hablaré) y Al filo del abismo hizo que sintiera unas ganas irrefrenables de robarle el monopatín a mi hermano y aprender a mantener el equilibrio con el cuerpo erguido y la cabeza bien alta (los que lo utilizaban colocando sobre la tabla una rodilla, quedando el culo en pompa, eran unas nenazas). De ahí a comprarme mi propio skate y empezar a saltar los bancos de la plaza no pasó mucho tiempo, hasta que una hostia considerable me rompió los ejes, un chándal nuevo y las ganas de seguir haciendo la cabra on wheels.

Pero, igual que me pasó cuando empecé a hacer karate, mi intención no era tanto convertirme en un experto en la materia como recrear en la vida real lo que veía en pantalla, emular a Josh Brolin y Christian Slater, por mucho que yo fuera un niño moreno regordete de un pueblo de Badajoz, en lugar de un joven rubio y atlético californiano. Cuando lo intenté con el karate mi intención no era ganar campeonatos, sino ser como Bruce Lee o Van Damme. Y cuando jugaba al baloncesto no era, en mi imaginación, Michael Jordan o Magic Johnson, sino Scott Howard. El cine como motor de mis sueños e ilusiones, la historia de mi vida.

Nostalgias aparte (aunque lo de "aparte" habría que matizarlo mucho, ya que es el impulso nostálgico y no otro el que me ha hecho mirar una vez más esta película, después de muchos años), no se puede decir demasiado sobre Al filo del abismo: se trata de un drama de aspecto televisivo en el que un joven rebelde intenta esclarecer la misteriosa muerte de su hermano, camuflada de suicidio pero en realidad un asesinato provocado por su descubrimiento de una operación de tráfico de armas. La alegría está en la salsa, en la manera en la que el protagonista encara a los villanos (poco peligrosos en realidad, matan sin querer...) con su astucia y su habilidad sobre el skateboard, algo sin lo que la historia podría avanzar perfectamente pero que al final la convierte en algo diferente. Hay también conflictos raciales y familiares en los pasajes que más recuerdan a un telefilm de sobremesa, a Christian Slater se le notan los dobles con peluca una barbaridad y su monopatín varía de forma y características dependiendo de las circunstancias requeridas (y no me refiero a cuando su mejor amigo y suerte de Q del patinete le crea esa preciosidad negra y plateada, sino a antes), pero su mezcla de thriller de andar por casa, exhibición deportivo-acrobática y pataleta adolescente antisistema ("los adultos son previsibles, vamos a morir todos de un ataque nuclear, no hay futuro...") acaba funcionando moderadamente bien incluso despojándola de toda la carga sentimental que yo le echo encima.

Una curiosidad para terminar: uno de los amigos de Slater en el film es el mismísimo Tony Hawk, quien ya era una celebridad a pesar de su pinta de adolescente pringado y con aparato dental (¡hace de repartidor de un Pizza Hut!).