(The Expendables. Sylvester Stallone. Estados Unidos. 2010. 103 minutos) Desde el mismo momento en el que supimos de su futura existencia,
The Expendables se convirtió en La Película, el evento cinematográfico con el que hace veinte años sólo podíamos soñar y que venía a concretar el sueño húmedo de los fans del
actioner: la élite de las
macho-movies reunida en una sola cinta con protagonismo repartido y que nos hiciera babear ya desde el mismo cartel. Aunque nos falten Van Damme, Seagal, Snipes o Norris,
The Expendables cumple con ese propósito de manera bastante cercana a lo que deseábamos, si bien hay que admitir que el anhelo de ver a Stallone, Schwarzenegger y Willis compartiendo una escena de acción debe ser contentado con una secuencia de diálogo (cómico, autorreferencial) en la que los tres nunca comparten plano al mismo tiempo. De aquella época se rescatan también a otros actores cuyas carreras no podían ser más distintas: Mickey Rourke encarna aquí a un mercenario retirado que arrastra demasiados demonios y sobre el que se reflejan las inquietudes autorales de Stallone, incluso más que en el papel que interpreta él mismo, representando los momentos más reflexivos de la película y el argumento que subyace bajo la aparatosidad del conjunto (el héroe que mira al pasado y sólo encuentra muerte y destrucción, atormentándose porque sólo a través de ello puede considerarse útil); Dolph Lundgren, como ya hiciera en la excelente (y todavía inédita en España)
Universal Soldier: Regeneration, aprovecha cada uno de sus minutos en pantalla y se apropia de algunos de los mejores
one-liners de la cinta; aunque al cine occidental llegó a finales de los noventa, Jet Li también es un clásico del cine de acción que lo dio todo en Hong Kong mientras en Hollywood Sly y Schwarzie se repartían el pescado en su época de esplendor; olvidados en la promoción, Eric Roberts y Gary Daniels también hicieron carrera en el género, el primero protagonizando las dos primeras entregas de
Campeón de campeones, la magnífica
El tren del infierno o títulos menos conocidos como
Blood Red o
Caída libre, además de enfrentarse a Stallone en
El Especialista, mientras que Daniels es todo un veterano del cine de artes marciales de serie b, con una
extensa filmografía a sus espaldas que le hacía merecedor de un puesto destacado en el cartel publicitario de
The Expendables. Para enlazar la época dorada del
actioner con la savia más reciente, Stallone ha tirado de luchadores profesionales (Randy Couture, Steve Austin), un ex-deportista con admirables dotes cómicas (Terry Crews) y el mayor héroe que ha dado el género en los últimos diez años, esa deidad que responde al nombre de Jason Statham y que por ahora supone el único relevo real de las viejas glorias del cine de acción.
A pesar de las omisiones, podemos decir entonces que el grupo elegido para conformar los Expendables es más que satisfactorio y que todos ellos reúnen las condiciones suficientes, por carisma, experiencia, aptitud física y actitud chulesca, para regalar momentos de fulgor a los espectadores. Precisamente por eso resulta hiriente que casi todas las escenas de lucha de la película sean, digámoslo claramente, una birria. En su intento de homenajear las formas del cine de acción de los ochenta y primeros noventa, Stallone ha olvidado que en esos tiempos las peleas se entendían: uno podía distinguir quién daba el golpe, quién lo recibía, a qué distancia estaban los oponentes y cuántas heridas nuevas iban surgiendo en sus cuerpos a medida que se zurraban. En
The Expendables resulta casi imposible obtener esa información debido a la confusión con la que están filmadas las peleas, intuimos que bien coreografiadas (por ahí anda
Corey Yuen, nada menos, aunque no lo indiquen en IMDb) pero rodadas con encuadres cerrados y montadas en planos cortos y tambaleantes. Tampoco las escenas de persecución están planteadas con claridad, a pesar de contar con un experto en estas lides como
Spiro Razatos ejerciendo de director de la segunda unidad. El problema está en que Stallone ha elegido la opción incorrecta. En
John Rambo las escenas de acción eran igual de descarnadas que en
The Expendables, incluso más, pero se seguían mejor y, en cualquier caso, en los momentos en los que se desmadraban formalmente contribuían a potenciar la sensación de caos que rodeaba a los protagonistas en medio de la guerra; sin embargo, usar esa misma técnica en
Los Mercenarios es poco menos que un crimen contra los miembros del reparto, contra la espectacularidad que se le suponía a la que debería ser la mayor cinta del género de todos los tiempos y contra la capacidad receptiva del público, furioso porque debe asumir que, salvo momentos ocasionales (como la excelente secuencia del avión o la explosiva aparición de Terry Crews con su
novia en el clímax final, junto a planos aislados en medio de las peleas), está contemplando una obra contradictoria: una celebración del cine de acción donde la acción no se ve bien.
Es lamentable que lo que debería ser la mayor fiesta de todos los tiempos para el fan del cine de acción se vea manchada por este hecho irrefutable. Y que nadie me venga con eso de que las expectativas eran demasiado altas y que es normal que decepcione en algo, porque si las expectativas no debían ser altas con algo así, díganme con qué podrían serlo. De cualquier modo, y aunque parezca paradójico a tenor de todo lo que acabo de decir,
The Expendables tiene motivos para contentar al aficionado, siempre y cuando sepa perdonar esa confusión en los momentos citados (lo cual supone un escollo realmente importante y para nada fácil de saltar). Ya la grafía utilizada en los títulos de crédito iniciales nos hace pensar en el pasado, en el cine de acción de verdad diseñado sobre el set y no en la sala de montaje. La banda sonora también nos lleva a esa época, con Thin Lizzy o Creedence Clearwater Revival acompañando las imágenes. Y las escenas en las que los personajes interactúan resultan creíbles y simpáticas, realmente da la sensación de que se conocen y que hay buena química entre ellos, especialmente en un epílogo lúdico y prometedor de cara a una posible franquicia. Pero, sobre todo,
The Expendables funciona por acumulación: de estrellas en el reparto, de frases lapidarias en el guión (endeble, por otro lado, como era de prever), de autoconsciencia y, finalmente, de acción desaforada que se mantiene en estado casi latente durante buena parte del metraje, pero que estalla de manera implacable en un clímax final donde reina la destrucción y el (en esta ocasión, voluntario) caos. Esa acumulación puede provocar un aparente entusiasmo que se disipa a poco que reflexionemos sobre lo innegable, que es el hecho de que
The Expendables no está todo lo bien que debería estar... y que sabemos por qué y Stallone (o ALGUIEN) debería haberse dado cuenta. Recemos para que corrijan los defectos en la secuela. No hace falta más dinero, ni más tiempo de rodaje, ni más estrellas, hace falta alguien que sepa filmar las escenas de acción de tal modo que resulten ciertamente espectaculares. Y no hace falta tirar de John Woo o John McTiernan, existiendo directores que han demostrado que con muy pocos medios se pueden hacer derroches de estilo y elegancia (
Isaac Florentine) o de brutalidad y contundencia (
John Hyams), perfectamente visibles y con la misma fuerza que Stallone ha intentado imprimir a sus imágenes. Termino con una petición: no se dejen cegar por el entusiasmo producido por el fanatismo,
The Expendables podría haberles dado mucho más y ustedes lo saben.