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12 ago 2010

'El Equipo-A'

(The A-Team. Joe Carnahan. Estados Unidos. 2010. 113 minutos) 1997; el productor Moshe Diamant y el director Tsui Hark anuncian una película que, según ellos, tiene todo lo necesario para volver locos a los fans del cine de acción: Jean-Claude Van Damme, acompañado por Dennis Rodman, se enfrenta a Mickey Rourke en una trama de espionaje internacional y venganzas en la que hay persecuciones locas, paracaídas con forma de pelotas de baloncesto, anillos-bomba, una pelea contra un tigre y un final explosivo en pleno Coliseo Romano. Double Team, título del invento, es un rotundo fracaso económico a pesar de contener todo lo que sus responsables prometen. O precisamente por eso. 2010; Joe Carnahan, después del moderado triunfo de Ases calientes, se hace con los mandos de una película heredada de John Singleton y que en teoría supone un éxito cantado: la versión cinematográfica de la serie de televisión El Equipo-A. El tráiler presenta una escena de acción en la que un tanque cae en paracaídas mientras dispara contra los aviones que pretenden derribarlo. Unos cuantos babeamos. Otros muchos se ponen nerviosos o se muestran indiferentes. Se estrena la película y pincha en taquilla. 

La comparación no es arbitraria: tanto Double Team como El Equipo-A son películas que toman los estilemas de un género para dinamitarlos mediante la hipérbole y la pirueta imposible, poniendo a prueba la capacidad (y voluntad) de suspensión de credibilidad de los espectadores. Y ambas se topan con la incomprensión y el rechazo del público medio, ese que tiene atrofiado el sentido de la imaginación y que parece haber olvidado de qué va todo esto: tiros, cabriolas y chistes. La cinta de Carnahan recupera todo eso de la serie y mantiene además lo que de verdad la hacía funcionar: un cuarteto de personajes de química infalible y características intransferibles que funcionaba con la eficacia de un reloj suizo y lo sigue haciendo casi treinta años después, interpretados además por un grupo de actores perfectamente conscientes de cuál es el juego y que transmiten la sensación de estar pasándoselo en grande, contagiando su entusiasmo a todo aquel que no esté demasiado ocupado echando de menos las cadenas de Mr. T o las canas auténticas de George Peppard. Por mi parte, no tengo nada que objetar a este espectáculo que funciona como gigantesco episodio piloto de lo que podría ser una (abortada) nueva serie cinematográfica, ya que no sólo mantiene las virtudes del original sino que las amplifica añadiéndole mayores medios, una mayor dosis de violencia (que sigue siendo igual de inocente aunque aquí sí mueran los villanos) y una sorprendente capacidad para ir a más que arranca con los títulos de crédito más largos y divertidos del año y finaliza con una set-piece descomunal en la que contenedores industriales son manejados como cubiletes. Les pido un favor: si algún día dejo de disfrutar de cosas así... asesínenme, por favor. 

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