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2 abr 2012

Especial 'REC' Cap. 1: Una introducción al cine de terror español.


Quizá pueda parecer precipitado dedicar una serie entera de entradas a una saga cinematográfica de la que todavía queda, al menos, una entrega más por estrenar. El tiempo dirá si el impacto causado por las películas dirigidas por Jaume Balagueró y Paco Plaza es flor de un día o si perdurará en la memoria, alojándose indeleblemente en el recuerdo de los aficionados de la misma manera en la lo consiguieron las andanzas de los templarios de Ossorio o del Waldemar Daninsky de Paul Naschy. Pero REC es, hoy por hoy, la única saga de terror producida dentro de nuestras fronteras que ha logrado una continuidad consciente y alentada por el público, la primera que ha utilizado números detrás del título y también una de las pocas producciones españolas que ha conseguido estrenarse con buenos resultados fuera de nuestro país y hasta ser objeto de remakes de Hollywood. Por todo ello, y porque ahora mismo REC 3: Génesis se encuentra en las salas de cine, es un buen momento para dedicarle una semana entera a este fenómeno del que tendríamos que sentirnos orgullosos, no sólo por que apele a nuestro orgullo patrio (a quien lo tenga, claro), sino porque supone un regalo irreprochable para todos los que nos hemos criado devorando cine fantástico y de terror y añorábamos pasar miedo, sorprendernos y disfrutar en una sala de cine con esta mezcla de horror, fantasía, acción y humor. 


Un poco de historia: de Segundo de Chomón y el esplendor del Fantaterror al ostracismo provocado por la Ley Miró.

Hubo una época en la que los espectadores jóvenes nos acostumbramos a odiar el cine español o, como mínimo, a mirarlo por encima del hombro, con algo de desprecio y la sensación inapelable de que no estaba hecho para nosotros. Durante los años ochenta, con la implacable Ley Miró dominando el panorama (recordemos que, con este decreto, se potenció y subvencionó un cine de supuesto contenido social y artístico en detrimento del cine comercial y de género), se implantó entre todos nosotros la idea de que el cine español trataba siempre sobre "putas y maricones". Puede que este sea un axioma cafre y no del todo cierto, pero también es verdad que no le faltaba parte de razón. Aunque lo más grave es que cercenó lo que, hasta ese momento, y gracias a una política que facilitaba las co-producciones con otros países, estaba cerca de ser algo así como una industria cinematográfica. La gente pagaba por ver cine español porque le ofrecía entretenimiento, diversión, espectacularidad (toda la que era posible con los presupuestos exiguos que muy a menudo se manejaban, claro) y remedos "españolizados" de géneros en principio ajenos a nuestra tradición como el Western o el terror. 

Fotograma de La casa hechizada (1906).
Como suele ocurrir con todo en este país, el género fantástico llegó algo más tarde a nuestro cine que en otros lugares del globo. Y esto fue así por esa falta de tradición de la que hablaba antes, ya que, a pesar de que podamos encontrar casos aislados en nuestra literatura colindantes con el género (algunos relatos, las leyendas autóctonas, la obra de Bécquer e incluso  la influencia de nuestra propia educación cristiana), no se puede decir que poseamos un equivalente castizo al Frankenstein de Mary Shelley o al Drácula de Bram Stoker. Es por esto que, mientras que en Estados Unidos, Francia o Alemania los orígenes del cine están ligados íntimamente al mundo imaginario y al terror, en España nos tuvimos que conformar, por así decirlo, con un caso aislado como el de Segundo de Chomón, responsable de las primeras películas fantásticas de nuestra filmografía, aunque contaran con producción francesa, como La casa hechizada (1906) o El hotel eléctrico (1908).  No hubo un afán continuista en otros directores españoles, aportando durante el periodo de la República y durante la Guerra Civil y la Posguerra apenas un puñado de títulos apartados en el tiempo. Así, tendríamos que irnos hasta 1944 para encontrarnos con la que se suele considerar la primera película de terror netamente española, La torre de los jorobados de Edgar Neville. Pero tampoco logró ninguna continuidad.

Fotograma de Gritos en la noche (1962).

Es a partir de los años 60 cuando comienza a producirse un cambio en los profesionales del cine español, así como en los hábitos de consumo del público. Gracias a las colaboración con otros países, muchos técnicos y artistas autóctonos tuvieron la oportunidad de aprender bastante sobre el arte de hacer películas debido a su participación en grandes producciones foráneas que se rodaban en suelo nacional. Surge así la figura de Jesús Franco, cineasta venerado y odiado a partes iguales. Aunque hoy le reconozcamos sobre todo por su apabullante producción (resulta difícil saber exactamente cuántas cintas componen su filmografía) y por la dejadez formal de muchos de sus trabajos, su Gritos en la noche (1962) supuso un hito dentro del panorama del cine español, demostrando que había hueco para un cine de terror que recogía la influencia europea para llevarlo a nuestra idiosincrasia y que podía resultar disfrutable y creíble para un público ávido de emociones fuertes. Además, y aunque no fuera de manera premeditada ni inmediata, sino más bien muy dilatada a lo largo de los años y sin demasiada relación argumental, podríamos decir que fue la generadora de la primera saga terrorífica de nuestro país, ya que volveríamos a ver al Dr. Orloff (no siempre interpretado por Howard Vernon) en otros títulos posteriores: El enigma del ataúd (Santos Alcocer, 1969),  Orloff y el hombre invisible (La vie amoureuse de l'homme invisible. Pierre Chevalier, 1970), La venganza del doctor Mabuse (Jesús Franco, 1972), Los ojos siniestros del doctor Orloff (Jesús Franco, 1973), El siniestro doctor Orloff (Jesús Franco, 1984), Sola ante el terror (Jesús Franco, 1986) y Los depredadores de la noche (Les prédateurs de la nuit. Jesús Franco, 1987). Gracias al éxito del Tío Jess, provocado más por su insistencia que por la calidad intrínseca de sus películas, surgen otros nombres entregados al fantástico como  León Klimovsky, José Luis Madrid, Carlos Aured, Jorge Grau, Narciso Ibáñez Serrador o Eugenio Martín. Fue la etapa dorada de lo que se dio en llamar Fantaterror (Fantástico + Terror). 

Armando de Ossorio posa junto a uno de sus templarios.
Pero detengámonos en el otro gran nombre a tener en cuenta: Armando de Ossorio. Persona de la que todo el mundo hablaba maravillas, fue sin embargo un director que a menudo tenía que lidiar con cierta torpeza narrativa y con una carencia de medios económicos que no sabía muy bien cómo disimular. Aun así, de lo que no se puede dudar es de su acierto a la hora de utilizar la imaginería hispana para construir una saga terrorífica con identidad propia y que, sin ninguna duda, podemos calificar como el precedente más claro de lo que ha sucedido con la serie REC, en tanto que también estaba compuesta por cuatro títulos con personalidad propia. Ossorio, basándose en El monte de las ánimas y El miserere de Gustavo Adolfo Bécquer y un poco a rebufo del éxito de La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead. George A. Romero, 1968), estrenó en 1972 La noche del terror ciego, una película que seguía algunos de los hallazgos visuales y argumentales de la cinta de Romero pero que utilizaba unos caballeros templarios como amenaza. Aunque no fuera precisamente un prodigio de ritmo, La noche del terror ciego deslumbró visualmente gracias a la figura de esos esqueléticos templarios cabalgando en mitad de las brumas portuguesas y a la escalofriante partitura de Antón García Abril, elementos que dotaban de una personalidad inédita a esta primera entrega de lo que luego sería una saga continuada con El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1974) y La noche de las gaviotas (1975), todas ellas con características bien definitorias y diferenciadoras entre sí. 

Fotograma de La marca del hombre lobo (1968)

Otra parada obligatoria es la de Jacinto Molina, alias Paul Naschy, campeón de halterofilia reciclado en actor y cineasta que fue el creador, actor principal y, en ocasiones, director de la saga protagonizada por el licántropo Waldemar Daninsky. Si bien Molina participó en muchos otros títulos imprescindibles para el Fantaterror, fueron sus encarnaciones de Daninsky las que servirían para que se ganara el cariño y el respeto de los aficionados al cine fantástico de todo el planeta. El hombre lobo de Paul Naschy haría acto de presencia en La marca del hombre lobo (Enrique López Eguiluz, 1968), la misteriosa y desaparecida Las noches del hombre lobo (René Govar, 1968), Los monstruos del terror (Tulio Demicheli, 1970), La noche de Walpurgis (León Klimovsky, 1971), La furia del hombre lobo (José María Zabalza, 1972), Dr. Jekyll y el hombre lobo (León Klimovsky, 1972), El retorno de Walpurgis (Carlos Aured, 1973), La maldición de la bestia (Miguel Iglesias, 1975), El retorno del hombre lobo (Jacinto Molina, 1981), La bestia y la espada mágica (Jacinto Molina, 1983), El aullido del diablo (Jacinto Molina, 1987), Licántropo: El asesino de la luna llena (Francisco Rodríguez Gordillo, 1996) y Tomb of the werewolf (Fred Olen Ray, 2004), además de aparecer sin el nombre de Daninsky en las comedias Buenas noches, señor monstruo (Antonio Mercero, 1982) y Aquí huele a muerto... (¡Pues yo no he sido!) (Álvaro Sáenz de Heredia, 1989). Sin embargo, no se puede hablar de una saga con una continuidad interna propiamente dicha, sino más bien de una serie de películas independientes protagonizadas por el mismo personaje. 

Volviendo a los años ochenta, con el Decreto Miró en activo, el aficionado al horror con ñ tenía que conformarse con cintas aisladas que oscilaban entre lo sorprendente, como es el caso de Angustia (Bigas Luna, 1987), y lo bochornoso, como es Descanse en piezas (José Ramón Larraz, 1987). Prácticamente sólo un director se mantuvo inquebrantable, a excepción del infatigable Jesús Franco, a su pasión por el cine de género: Juan Piquer Simón. A menudo saqueando ideas que explotaban los últimos éxitos norteamericanos (algo que él siempre se negó a reconocer), Piquer Simón fue el responsable de títulos entrañables e imposibles como Supersonic Man (1980), Mil gritos tiene la noche (1982), Slugs, muerte viscosa (1988), La grieta (1990) o La mansión de Cthuthu (1992), además de algunos filmes familiares que adaptaban novelas de Julio Verne. 


La eclosión de los años noventa y la confirmación en el nuevo siglo.


Fotograma de El día de la bestia (1995).

A pesar de que el panorama oficial del cine español estaba anquilosado en fórmulas rancias de comedia y drama social, algo estaba sucediendo en la escena independiente: una nueva generación de cinestastas jóvenes, educados con el cine comercial norteamericano y rastreadores de rarezas del cine de género de cualquier nacionalidad (y que, en ocasiones, eran redactores de fanzines que rememoraban tiempos pretéritos en los que aquí se hacía terror de calidad), comenzó a llamar la atención de los productores gracias a una serie de cortometrajes que daban buena muestra de que algo estaba destinado a cambiar muy pronto dentro de los márgenes del cine español. Surgen por esta época piezas como Mirindas asesinas (Álex de la Iglesia, 1991), Evilio (Santiago Segura, 1992), Aftermath (Nacho Cerdá, 1994), Luna (Alejandro Amenábar, 1994), Alicia (Jaume Balagueró, 1994) o el más tardío Abuelitos (Paco Plaza, 1999), además de un largometraje totalmente independiente, brutal e irrepetible como fue La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos (Antonio Blanco y Ricardo Llovo, 1993). Sobre la obra de Paco Plaza y Jaume Balagueró me ocuparé en siguientes capítulos de este monográfico, de ahí que deje sus aportaciones en un segundo plano durante esta introducción.

Fotograma de Tesis (1996).
Los que más rápido y de manera más estruendosa calaron en el público español fueron Álex de la Iglesia y Alejandro Amenábar. Con ellos se produjo un fenómeno inaudito: por primera vez en muchos años, el público joven estaba dispuesto a pagar para ver una película española. El primero consiguió llamar la atención tímidamente con Acción Mutante (1992), pero fue con El día de la bestia (1995) cuando consiguió convertirse en una figura indispensable de nuestro cine, en un ídolo para una nueva generación de espectadores y en la gran esperanza para los que soñaban con un cine de género hablado en castellano. Su filmografía posterior ha ido por otros derroteros, dando mayor relevancia al componente cómico y satírico que al terrorífico, pero sirvió de revulsivo para que los productores comenzaran a confiar en que un nuevo tipo de cine era posible. Así surge también la figura de un por entonces prometedor Alejandro Amenábar, firmante de la triunfal Tesis (1996) y después director de Abre los ojos (1997) y de una de las cintas más taquilleras de la historia de nuestro país, Los otros (The others. 2001), antes de embarcarse en proyectos que no nos incumben. Aunque a muchos no nos guste el rumbo que ha tomado su carrera y ahora parezca que reniega de sus orígenes, es justo reconocer la importancia de Amenábar en nuestro cine de género. Gracias a la buena acogida popular de sus dos primeros títulos y, sobre todo, al inconmensurable taquillazo que le reportó el tercero, comenzaron a surgir otras propuestas interesantes, fuera de los grandes largometrajes conocidos por todos, que contribuyeron a fundar una nueva etapa dorada para el terror hispano, como 99.9 (Agustí Villaronga, 1997), Memorias del Ángel Caído (David Alonso, Fernando Cámara, 1998), La Biblia Negra (David Pujol, 2001), Nos miran (Norberto López Amado, 2002), Ouija (Juan Pedro Ortega, 2003) o Eskalofrío (2008), junto con otros menos logrados como Hipnos (David Carreras, 2004), Los abandonados (The abandoned. Nacho Cerdà, 2006), Imago Mortis (Stefano Bessoni, 2009) o el díptico compuesto por La herencia Valdemar (José Luis Alemán, 2010) y La herencia Valdemar II: La sombra prohibida (José Luis Alemán, 2011). Incluso, gracias a la influencia del renacimiento del terror adolescente en Estados Unidos y a los buenos resultados de las series juveniles españolas como Al salir de clase, Nada es para siempre o Compañeros, tuvimos aquí nuestra ración de acné en peligro de muerte gracias a (o por culpa de) las poco memorables El arte de morir (Álvaro Fernández Armero, 2000), School Killer (Carlos Gil, 2001) o Tuno negro (Pedro L. Barbero, Vicente J. Martín).

Logo de la extinta Fantastic Factory.
Junto a estos trabajos menos exitosos, se alzaron triunfantes (dejando de momento a un lado los títulos firmados por Plaza y Balagueró, como ya indiqué antes) dos obras de desigual interés protagonizadas por la más bien incómoda Belén Rueda, primero la funcional y poco sorprendente El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007) y después la estimulante Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010). Ambas fueron producciones del mexicano Guillermo del Toro, quien además dirigió otros dos de los largometrajes más rentables y recordados del terror español, la escalofriante El espinazo del Diablo (2001) y la bella y telúrica El laberinto del fauno (2006). Pero del Toro no fue el único cineasta extranjero que puso los ojos aquí: el mismísimo Roman Polanski, adaptando una novela de Arturo Pérez-Reverte, filmó en Toledo parte de la co-producción La novena puerta (The ninth gate, 1999), aunque más importante es el hecho de que todo un pope de la Serie B internacional como Brian Yuzna pusiera sus ojos sobre España para fundar aquí una productora en alianza con la Filmax de Julio Fernández (quien acogería en su seno los talentos de Jaume Balagueró y Paco Plaza). Surge así la Fantastic Factory, de la cual salieron nueve títulos antes de desaparecer en 2007. Fueron los siguientes: Faust, la venganza está en la sangre (Brian Yuzna, 2000), Arachnid (Jack Sholder, 2001), Dagon. La secta del mar (Stuart Gordon, 2001), Darkness (Jaume Balagueró, 2002), Romasanta. La caza de la bestia (Paco Plaza, 2003), Beyond Re-Animator (Brian Yuzna, 2003), Rottweiler (Brian Yuzna, 2004), La monja (Luis de la Madrid, 2005) y Bajo aguas tranquilas (Brian Yuzna, 2006). Los pobres resultados económicos de casi todos ellos (exceptuando el de Balagueró) y las malas críticas hicieron que Brian Yuzna diera por concluida su aventura española.

Fotograma que presentaba cada una de las
 Películas para no dormir
Pero Julio Fernández quería seguir apostando por el fantástico y decidió esta vez resucitar un formato de prestigio y que había calado muy hondo en la imaginería popular española. Así, en 2006, surgiría Películas para no dormir, una serie de telefilmes que homenajeaban al añorado programa de televisión Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador. Este mito de los medios fue convocado para dirigir uno de los episodios, La culpa, dando como resultado uno de los más flojos junto con los de Mateo Gil (Regreso a Moira) y Enrique Urbizu (Adivina quién soy). Mucho más disfrutables fueron el episodio de Álex de la Iglesia (La habitación del niño) y, sobre todo, los de Paco Plaza (Cuento de Navidad) y Jaume Balagueró (Para entrar a vivir). Lamentablemente, Tele 5, cadena televisiva que supuestamente tenía que emitir la serie, maltrató el proyecto sin emitirlo por completo, provocando que estos telefilmes tuvieran que ser disfrutados exclusivamente gracias a un bello pack editado por Filmax en DVD. No obstante, Películas para no dormir es importante también porque supone el germen de lo que luego sería la saga REC: mientras que Cuento de Navidad mostraba por primera vez la pasión reencontrada de Paco Plaza con sus orígenes como espectador de cine de derribo (que es una de las bases sobre las que se sustenta REC 3: Génesis, incluyendo esa peculiar utilización de clásicos de la música reciente española, en este caso Baccara), Para entrar a vivir demostraba que se podía filmar una película de terror, tensa, furiosa, enérgica y electrizante sin apenas salir de un bloque de pisos (lo que constituía un buen ensayo para la inmediata REC, aunque no estuviera filmada con la técnica documental). Lejos quedaban ahora los días en los que Julio Fernández les traspasaba a Plaza y Balagueró el marrón de dirigir OT: La película (2002). Ahora confiaba en estos jóvenes talentos para llevar a cabo empresas más interesantes, habida cuenta de que sus aportes tanto para la Fantastic Factory como para Películas para no dormir fueron de los más celebrados. Así que no puso demasiadas pegas cuando ambos le propusieron una idea en principio bastante loca: un largometraje de terror con forma de falso documental, ambientado en una única localización, con actores semidesconocidos y con un planteamiento de rodaje casi de guerrilla. Así nació REC (2007) y así  fue como marcaron un hito en el cine de nuestro país, del que nos seguiremos ocupando en los siguientes capítulos de este especial.



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ESPECIAL REC. ÍNDICE:
4) Próximamente.
5) Próximamente.
6) Próximamente.
7) Próximamente

2 comentarios:

BORJA dijo...

Joder! Se me borró un comentario casi tan largo como el artículo!
Básicamente, que todo genial y que fantástico comienzo.
Que gracias por comenzar con Segundo Chomón, y que Balagueró me mola.

Pedro José Tena dijo...

Muchas gracias, Borja. ¿Qué sería de este blog sin tus comentarios? Pues un aburrido soliloquio. Gracias por tu apoyo.

Me alegra que te guste el post. ¡Y siento lo de tu comentario! La próxima vez haz una copia antes. :)