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28 dic 2009

'Ninja Assassin' / 'Ninja'


(Ninja Assassin. James McTeigue. EEUU/Alemania. 99 min. / Ninja. Isaac Florentine. EEUU. 82 min.)


Que Joel Silver no introdujera el factor asiático en sus películas hasta su alianza con Jet Li en 1998 (Arma Letal IV) es sintomático de lo poco que el productor confiaba en la viabilidad económica de una superproducción protagonizada por un oriental: ahí están los discretos resultados económicos de las posteriores Romeo debe morir (2000) y Nacer para morir (2003) para corroborar que una película de presupuesto holgado no puede aspirar a convertirse en un blockbuster si su cabeza de cartel tiene los ojos rasgados (y esto no sólo va por Jet Li: Jackie Chan necesitó la compañía de Chris Tucker para barrer en taquilla con la trilogía de Hora Punta, mientras que la reunión de ambos astros de la cinematografía de Hong Kong, El Reino Prohibido, recaudó menos de la mitad que cualquiera de los tres títulos de dicha saga). Por eso sorprende en parte su apuesta por convertir a esto en una estrella de acción, arriesgando junto los Wachowski alrededor de 40 millones de dólares en una película de ninjas, lo que no deja de ser un presupuesto medio pero que, significativamente, no ha conseguido recuperar en su paso por las salas norteamericanas. Números aparte, lo que debería importarnos es si la película funciona o no. Y en ese aspecto tampoco podemos hablar de éxito absoluto: si bien siempre es un placer ver ninjas en pantalla grande (algo que sucedía de manera tangencial en War - El Asesino, dos años atrás), poco tiene que ver Ninja Assassin con las cintas que popularizaron al personaje, las de la Cannon, la Filmark y la IFD que convirtieron al mito en un icono subcultural de los 80. Era previsible, siendo este un producto mainstream, que se intentara revestir el tema de los luchadores disfrazados y casi invencibles con un guión que hiciera digerible la historia para el público actual de multisalas, ese al que los nombres de Richard Harrison, Bruce Stallion o incluso Michael Dudikoff le suenan a chino y que no otorgará ningún valor sentimental (o siquiera referencial) a la aparición de Sho Kosugi. Y aún así resulta algo molesto el modo en el que lo han hecho: esos ramalazos poéticos, la pseudofilosofía oriental de chichinabo o el abuso del flashback son escollos que entorpecen la fluidez de la historia de venganza que vertebra la película, la que resulta realmente interesante y que, de no ser porque la masa necesita coartadas para atreverse a disfrutar de lo básico, debería bastar para conducirla por un sinfín de barbaridades y desafíos a la credibilidad. Otro problema de Ninja Assassin es que, aparte del festival gore que propone (lo cual me pilló desprevenido, para bien), sus secuencias de acción muestran lo peor del cine actual proveniente de Hollywood: un montón de medios desaprovechados por un montaje nefasto que arruina la espectacularidad de los momentos álgidos, agravado por una fotografía oscura que impide el seguimiento total de lo que ocurre en la ráfaga de planos que McTeigue dispara cuando pretende impactar al espectador y que sólo consiguen dejarnos turulatos. A pesar de todo esto, el balance final es positivo: Rain consigue hacernos olvidar su momentos ñoños como cantante y como protagonista de la bella Soy un cyborg, incluso riéndose de su imagen de ídolo teen, el ritmo no decae (casi) nunca y la cinta ofrece set-pieces que ni siquiera el montaje atropellado consigue arruinar (como ese enfrentamiento final entre Rain y Sho Kosugi que parece una fase del Last Blade de SNK).


Pero hay una alternativa a Ninja Assassin que resulta mucho más cercana, en cuanto a parámetros estéticos y narrativos, a los productos de la Cannon culpables de muchas de sus visitas al videoclub y que, haciendo involuntario honor a dicha casa, está condenada a la distribución doméstica (y eso entiéndanlo como quieran): Ninja, de Isaac Florentine (posiblemente el mejor director de cine de acción que existe en el mercado del DTV ahora mismo) y producida por la cada vez más interesante Nu Image (propiedad de la ascendente Millenium Films), se presenta como una versión low-fi de la película de McTeigue, con mucho menos presupuesto pero una concepción mucho más acertada de sus secuencias de acción y de la estampa trash inherente a todo lo ninja. Para empezar, el protagonista es un auténtico artista marcial, ese Scott Adkins tan impresionante a nivel de lucha como carente de expresividad y carisma, lo que le condenará a ser el David Bradley de nuestro tiempo si nada lo remedia. Eso ayuda a que no haya que recurrir a ningún truco de cámara ni a efectos especiales para que las escenas de hostias resulten espectaculares, ya que Adkins es un espectáculo en sí mismo. La falta de presupuesto redunda también en la magnitud de la propuesta: si en Ninja Assassin los ninjas se cuentan por decenas, en Ninja sólo aparece uno hasta el clímax final, pero resulta una figura más interesante e inquietante que cualquiera de los que deambulan por la versión cara: el de Florentine es un ninja high-tech, con visión nocturna y armadura, con un compartimento secreto donde guarda sus armas y gadgets y que, como Batman, puede desplegar sus brazos y planear sobre unas calles tan artificiales como las del Gotham City de Tim Burton. Otra ventaja de la película de Florentine sobre la de McTeigue es que va mucho más directa al grano. Los protagonistas de ambas, Raizo y Casey, comparten idéntico pasado (son huérfanos adoptados por un maestro ninja que les enseña con mano dura a convertirse en máquinas de matar), pero mientras que en el primer caso todo nos es mostrado mediante flashbacks, en Ninja se resuelve el pasado del protagonista de un modo mucho más simple: Casey se lo cuenta a otro personaje en una cena. Esa economía narrativa (no sólo provocada por la falta de medios, sino también por una visión del cine de acción mucho más pura) es otra de las ventajas de Ninja sobre Ninja Assassin, aunque en lugar de enfrentarlas, deberíamos celebrar ambos títulos y convertirlos en un programa doble de rápida y placentera degustación.


21 dic 2009

'Donde viven los monstruos'

(Where the wild things are. Spike Jonze. EEUU. 2009. 101 minutos). 2009 será recordado por dos motivos bien distintos: por ser el año en el que se concentra la mayor pérdida de celebridades amadas que recuerdo (Michael Jackson, Patrick Swayze, John Hughes, Dan O'Bannon, Paul Naschy, Brittany Murphy...) y por haberse convertido en el recipiente de un cine teóricamente infantil (o simplemente protagonizado por niños) que se salta las reglas de cortesía hacia su público objetivo y sus protagonistas y les sumerge en historias que poco tienen de amables y ligeras. Si Déjame entrar (de 2008, pero estrenada aquí en 2009) planteaba una historia de amor entre un niño y una niña vampiro que no siempre fue niña, Up lanzaba a la cara de los infantes una contundente reflexión sobre la muerte y (la aún por estrenar en España) 9 se mostraba como una ejemplar cinta de acción y aventuras en la que apenas había alivio cómico para la chavalería, Donde viven los monstruos nos presenta un concepto de la infancia poco amable que toma las ideas del bello cuento de Maurice Sendak y las lleva un paso más allá, radicalizando la idea base y ahondando también en la moraleja de la historia: los niños son seres complejos capaces de pasar de la ternura más desarmante al salvajismo inconsciente en cuestión de segundos, fuerzas a las que si se deja fuera de control pueden resultar dañinas para sí mismas, pero también portadores de la imaginación pura, aquella que es condicionada positivamente por los estímulos que reciben del mundo exterior pero todavía no corrompida ni coartada por estos.


Y en esas coordenadas se mueve Spike Jonze en este trabajo, capaz de provocar entusiasmo, risas, desconcierto y lágrimas en una misma secuencia y con la misma contundencia con la que un niño pasa de la carcajada al llanto de un momento a otro. Así, como reflejo de la inestabilidad emocional inherente a esa temprana etapa vital en la que todavía está todo por descubrir, Donde viven los monstruos se convierte en una joya sin pulir, con sus aristas y sus imperfecciones pero también con su brillantez. Como en aquella otra maravilla que fue El verano de Kikujiro, en la mayoría de metraje de Donde viven los monstruos no ocurre nada, pero lejos de ser un demérito esto se convierte en uno de los aspectos más arrebatadores de la película: todo está supeditado a la imaginación y a la voluntad del niño protagonista y, como tal, la mayor parte del tiempo asistimos a una concatenación de juegos que acaban por convertirse en el argumento, al ser estos los que trazan el aprendizaje del protagonista y los que le guían a desechar su mundo imaginario para volver a la calidez (estricta, pero confortable al fin y al cabo) de su madre. En ese sentido, los monstruos de esa isla imaginaria están totalmente subordinados a este proceso didáctico que experimenta el niño Max, y sus problemas internos como microsociedad no son otros que los que este debe afrontar con sus mayores, por lo tanto no es de extrañar que al final (sin desvelar nada) dé la sensación de que no se ha resuelto ninguno de los conflictos que el protagonista ha generado entre los monstruos, ya que estos no son más que reflejos del que Max acaba superando en el tercer acto.

En un plano más técnico, es encomiable el modo en el que Jonze consigue que una producción de 80 millones de dólares parezca una película pequeña e intimista, que huye de la espectacularidad artificial de otras aventuras con niños y monstruos para fijar su ojo en lo humano y conseguir una sensación de placidez en el espectador que, por contraste, refuerza el impacto de aquellos momentos oscuros y casi terroríficos que nacen de las reacciones imprevisibles de las cosas salvajes del título original. Podía existir antes la duda de si Spike Jonze seguiría siendo igual de interesante sin la ayuda de Charlie Kaufman en el guión. Después de Donde viven los monstruos, cualquier suspicacia al respecto debería quedar obsoleta.

6 dic 2009

¿Esta no es una historia de amor?


Alguno de ustedes se preguntará qué necesidad tengo de hablar sobre mi vida privada en un periódico. Y no obtendrá de mí ninguna respuesta.
"Esta no es una historia de amor". Esa es la advertencia que una voz en off nos hace al comienzo de (500) DAYS OF SUMMER (traducida aquí como 500 DÍAS JUNTOS), de Marc Webb, lo que nos sitúa de inmediato en una posición cómoda a los que no sentimos especial predilección por las comedias románticas convencionales, así como en una situación de escepticismo a los fieles a dicha corriente, confiados en que una historia de chico-conoce-a-chica producida en Hollywood y distribuida por la Fox no puede resultar algo demasiado atípico. ¿Es una falsa sentencia? ¿Realmente no es ésta una historia de amor? Supongo que depende de a quién se pregunte, de lo que cada uno haya vivido y de cómo sea la vida sentimental de cada espectador. Desde luego, si lo que esperan es una historia de amor en la que al final los protagonistas, Tom y Summer (gigantescos Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel), acaben juntos, ésta no es su película. De hecho, aquí está la gracia del asunto: 500 DÍAS JUNTOS narra el periodo que transcurre desde que los protagonistas se conocen hasta que Tom aprende a pasar página y olvidar su relación con Summer. Pero no lo hace cronológicamente, sino que salta de un día cuatrocientos al uno, luego al veintitantos, después al ciento y pico, y así sucesivamente, creando un interesante juego de espejos en el que vemos cómo un chiste hacía gracia al comienzo de la relación y cómo causa el hastío una vez superada la chispa inicial, del mismo modo que una idéntica frase puede resultar un alivio o un drama cuando se pronuncia en contextos separados por el tiempo y el desgaste.

Visto así igual les puede parecer complicado, pero no he estado recomendando la película a todo el que ha querido escucharme durante las últimas semanas por casualidad: 500 DÍAS JUNTOS tiene la virtud de generar entusiasmo, tiene la rabia y los altibajos de una canción de desamor, posee recursos visuales arrebatadores (dividir la pantalla mostrando en una parte las expectativas de Tom y en otra la realidad es simplemente genial, y por otra parte me resulta angustiosamente familiar), una banda sonora perfecta (que va de The Smiths a… Patrick Swayze, q.e.p.d.), un reparto brillante y un guión sagaz y ágil. Parecen muchos superlativos para una sola película, pero ninguno sobra. 500 DÍAS JUNTOS es un himno pop hecho película, emocionante, accesible y pegadizo. Y no sé qué les parecerá a ustedes cuando la vean, porque quizá mi impresión se deba a que comparto con el protagonista una visión sobre las relaciones tan idealista que sólo nos conduce al fracaso, la soledad y la infelicidad, pero a mí, sobre todo debido a mi nefasto y casi secreto historial sentimental, 500 DÍAS JUNTOS sí me parece una historia de amor ajustada a la realidad. Y ahora me voy a escuchar ‘There’s a light that never goes out’ de los Smiths, por enésima vez en lo que va de semana…

Publicado originalmente en la edición impresa de Crónicas de un Pueblo.

29 nov 2009

'Paranormal Activity' / 'The Poughkeepsie Tapes'


(Paranormal Activity. Oren Peli. EEUU. 2007. 97 minutos / The Poughkeepsie Tapes. John Erick Dowdle. EEUU. 2007. 84 minutos)


La manera más rápida de despachar Paranormal Activity es decir que no es para tanto, que no da tanto miedo como dicen y que casi se puede considerar una estafa si la comparamos con el modo en el que se está vendiendo. Realmente es una película hinchada en la que no sucede absolutamente nada durante el ochenta por ciento de metraje, cuyas intenciones de realismo se ven seriamente truncadas por unos actores poco creíbles y unas reacciones ilógicas de los personajes que torpemente interpretan. Planteada como un montaje de las grabaciones caseras de una pareja que cree estar sufriendo un poltergeist en su casa, se le puede achacar una duración excesiva, inflada con escenas que no aportan nada a lo que se pretende contar y que no hacen sino aumentar la desesperación del espectador que ha pagado para pasar miedo. Pero si somos capaces de ver más allá de nuestras expectativas y del modo en el que éstas han sido generadas por un mecanismo publicitario desaforado de doble filo (consigue arrastrar a masas al cine para que éstas se enfurezcan y se sientan engañadas... después de haber pagado), podemos empezar a apreciar las virtudes que indudablemente posee la cinta más allá de si da miedo o no. Y no me refiero únicamente a que los (pocos) momentos de terror consigan su objetivo de manera holgada y sobrepasen la barrera temporal del film, ya que cuando de verdad funciona es al repasarlo mentalmente en la intimidad, horas después de terminar la sesión. Paranormal Activity es sobre todo apreciable porque supone el triunfo de un concepto: llevar el cine clásico de fantasmas a la generación YouTube. Así, no hay realmente nada original en la película (ruidos, objetos que se mueven aparentemente solos, una ouija, posesiones) más que el modo en el que está narrada, aunque sea de manera tan torpe y repetitiva, creando una historia alrededor de esos fragmentos de horror que poseen la misma capacidad hipnótica e inquietante de los vídeos streaming sobre apariciones y otros fenómenos paranormales, siendo esto un elogio y el verdadero motivo por el que, a fin de cuentas, uno no considera haber perdido el tiempo (no del todo, al menos) cuando aparecen los créditos finales.

Pero si de verdad lo quieren pasar mal con un terror más apegado a la realidad, deberían rescatar otra película que también se hace pasar por verídica y que, además, adapta el formato televisivo de los Crímenes imperfectos y otros programas similares, con dramatizaciones, testimonios y un detalle extra que convierte la experiencia en algo perturbador: The Poughkeepsie Tapes es un falso documental en el que se analiza el caso de un asesino en serie cuyo modus operandi muta a cada asesinando, manteniendo únicamente la constante de ser grabados en vídeo. Al contrario que Paranormal Activity (donde lo que vemos es únicamente, y siempre siendo conscientes de su condición de artificio, lo que los protagonistas filmaron), The Poughkeepsie Tapes posee un esquema bien definido en el que sí hay una progresión dramática y una estructura que va arrojando mayor información sobre el caso a medida que se acerca su conclusión, lo que nos conduce a un tramo final escalofriante en el que asistimos a la entrevista realizada a la que se supone es la única superviviente del psicópata protagonista (en la que queda claro hasta qué punto alguien que ha sufrido traumas similares puede quedar marcado de manera irreversible). Algo interesante de la película es que a pesar de su vocación verista no renuncia al Grand Guignol, con ese serial killer que para cometer sus crímenes se disfraza de manera bizarra y escenifica momentos de sometimiento físico y mental frente a la cámara, con sesiones de bondage extremo, además de ser aficionado a crear esculturas humanas (la cabeza de un hombre hallada sobre el vientre vaciado de una mujer). Pero no hay en ella nada fantástico, nada que, como sí sucede en Paranormal Activity, nos obligue a hacer un esfuerzo extra por asimilar como auténticas las imágenes que nos invita a contemplar, lo cual hace de The Poughkeepsie Tapes una experiencia seca, incómoda y poco apropiada para las multisalas en las que triunfa la primera.





22 nov 2009

'Doomsday - El día del juicio'

(Doomsday. Neil Marshall. Reino Unido / EEUU / Sudáfrica / Alemania. 2008. 108 minutos). Anacrónica, espectacular, violenta y desconcertante son cuatro adjetivos que definen bien la tercera película de Neil Marshall. En el plano visual, sus fondos postapocalípticos pintados (digitalmente) en glorioso scope y el diseño de los títulos de crédito, además del hecho de que la protagonista sea una versión femenina y tecnificada de Snake Plissken, nos llevan al John Carpenter de 1997... Rescate en Nueva York y también al controlado (y reivindicable) caos de Fantasmas de Marte (mucho más cercana en espíritu y resultados a Doomsday que 28 días después o Resident Evil, con las que, por distintos y evidentes motivos, además de erróneos, es fácil comparar la cinta de Marshall), con esa sobreabundancia de efectos pirotécnicos y físicos que huyen de lo infográfico cuando pueden hacerlo y donde siempre va a prevalecer la eficacia del stuntman por encima del doble virtual. Sus secuencias de destrucción urbana y vandalismo post-punk nos llevan a Enzo G. Castellari y Mark L. Lester. Y es absolutamente inevitable pensar en George Miller cuando la película se lanza a la carretera y se produce una batalla sobre el asfalto entre un Bentley y un coche forrado con piel humana. Doomsday se convierte así en un catálogo de referencias pop de carácter anacrónico que anulan cualquier intento por parte del espectador de hallar en ella originalidad o, incluso, contemporaneidad, pero lejos está esa peculiaridad de convertirse en un estorbo para los que de verdad amen aquello a lo que se homenajea aquí.

Sí existe un serio problema a veces con el modo en el que Marshal plantea el montaje de las escenas de acción, anulando en ocasiones la fuerza de una espectacularidad que siempre está presente pero que por momentos tenemos que recrear mentalmente, componiendo con celeridad los fragmentos que la película escupe y que no siempre están bien ensamblados. Es una pena que tengamos que seguir diciendo esto de un buen porcentaje del cine de acción que se estrena de un tiempo a esta parte, pero Doomsday, lamentablemente, no es ninguna excepción en este sentido. No existe ningún problema, en cambio, para regocijarnos en una violencia plasmada frontalmente con la que Marshall, que es un tipo inteligente, se divierte: ver cómo una cabeza rebanada se acerca a toda leche hacia la pantalla que nos separa de la ficción y la golpea... cómo decirlo... mola. Y punto. El director se toma el producto tan a broma que plantea una performance de unos caníbales que escuchan a los Fine Young Cannibals antes de asar a una de sus presas en una pista de circo y repartirla en filetes entre la multitud. Lógicamente, después de esto cualquier intento de introducir algo de crítica social (los poderes políticos apartando a los infectados antes de caer víctimas de su arrogancia y esas cosas) resulta inútil.


Eso nos lleva a lo desconcertante: tenemos claro que la función de la película es rendir tributo a unos cuantos subgéneros que van de la infiltración militar estilo Aliens en la que los bichos son desaforados jóvenes caníbales a un clímax deficitario de Mad Max. Pero en medio de todo ello nos topamos con una parada en la Edad Media sin necesidad de máquina del tiempo que puede resultar incómoda y anticlimática, a pesar de contener en ella la secuencia en la que Rhona Mitra (pausa para el suspiro) se luce repartiendo tollinas y luciendo cuerpazo. No obstante, es encomiable que a Marshall se le ocurriera este episodio y finalmente tuviera las pelotas para filmarlo. Además en el segundo visionado de la película resulta menos incómodo una vez superada la sorpresa inicial. Ya veré qué me encuentro cuando la vea una tercera, una cuarta vez. Mientras tanto, seguiré rezando para que Rhona Mitra protagonice una secuela.



9 nov 2009

Ministerio de Vergüenza

Lo que más me molesta de publicar este artículo tantos días después de haberlo escrito es que, lamentablemente, el tema que trata no ha tenido la repercusión que debería haber adquirido. Da la sensación de que sólo ha sido una pataleta de cuatro flipados. Y eso acojona.

Es 21 de Octubre de 2009. Enciendo el ordenador, miro el correo, abro el Word para escribir la crónica de este mes, pensando en cuál de los temas de los que quiero hablar me centro. Mientras me decido, abro el Facebook. Un amigo se hace eco de una noticia: “SAW VI PROHIBIDA”. ¿Pero qué…? Decido investigar. Los periódicos no dicen nada. Empiezo a indagar en foros y blogs. Todos dicen lo mismo y parece que va en serio: el Ministerio de Cultura ha calificado la sexta parte de la saga de terror de más éxito de los últimos años como Película X. Como no termino de fiarme, entro en la web del Ministerio de cultura y me encuentro con esto:

Quien ya ha visto la película en pase de prensa dice que no hay mucha diferencia entre ésta y las cinco, CINCO, anteriores, las cuales se estrenaron sin mayor problema con una calificación para mayores de 18 años. Siendo optimista, empiezo a pensar que posiblemente sea una errata de la web del Ministerio, y que no puede ser que una producción comercial, de la que Buena Vista (propiedad de Disney) tiene 300 copias listas para estrenar en otros tantos cines, tenga la misma etiqueta que otras que aparecen debajo en el listado como ‘Las vecinas de mi barrio echan uno a diario’ o ‘Mami, mi novio es negro ¿Quieres conocerlo?’. Entro en la web ‘entradas.com’ a ver si consigo ver la película en la cartelera de alguna sala de España. Nada. Ha desaparecido. Envío a un sms a una amiga que conoce a alguien que trabaja en el cine Conquistadores de Badajoz (la información casi nunca llega de primera mano, oigan) y me confirma el desastre: no podrán proyectar la película, cuyo estreno estaba previsto para el 23 de Octubre, y toda sala que exhiba un mísero póster de la misma será multada con 60.000 euros. Bueno, todas las salas no. Aquí llega lo divertido: con esa calificación ‘Saw VI’ puede ser estrenada únicamente en las menos de diez salas de cine porno que quedan abiertas en España, lo cual resulta bastante difícil porque, según leo (no piensen que…), estos locales no tienen ya proyector de 35 mm y no pueden pasar ninguna película que no esté en formato DVD.

Según lo estipulado en la Ley de Cine de 1982, puede ser considerada X toda aquella película que muestre contenido pornográfico o haga apología de la violencia. Algún iluminado ha decidido que esta sexta parte es aún más extrema que las anteriores y le ha colocado una X que será, posiblemente lo esté siendo ya en el momento en el que escribo estas líneas, objeto de debate. O debería serlo, ya que esto puede sentar un peligroso precedente que nos haría retroceder a tiempos pasados en los que todavía existía una censura férrea que velaba, o eso querían hacer creer, por la salud mental y moral de personas que, y esto es lo que me mata, tienen capacidad de decisión y capacidad intelectual para interpretar lo que están viendo, diferenciando perfectamente la realidad de la ficción. Por otro lado, los conspiranoicos apuntan la posibilidad de que esto sea una estrategia del Ministerio para comenzar a atacar al cine norteamericano y potenciar el europeo (en la reciente ‘Anticristo’, europea, de Lars Von Trier, aparecían eyaculaciones sangrientas y amputaciones de órganos sexuales en primer plano, sin que por ello dejara de estrenarse en salas comerciales). En Buena Vista están dispuestos a apelar a la justicia, así que cuando tengan este artículo en sus manos posiblemente ya se sabrá qué ha pasado con todo este bochornoso asunto. De momento sólo puedo terminar con una palabra: vergüenza.


Publicado originalmente en la edición en papel de Crónicas de un Pueblo.

3 nov 2009

'¿Estamos muertos o... qué?'

(Dead Heat. Mark Goldblatt. EEUU. 1988. 83 minutos). En 1950 Rudolph Maté dirigía una trepidante y tardía film-noir titulada D.O.A. (Death on arrival). En ella, Frank Bigelow (Edmond O'Brien) acude a la comisaría de policía para informar sobre un asesinato: el suyo. Después de ese impactante comienzo, la historia retrocede hasta 24 horas antes, cuando Bigelow conoce que ha sido envenenado con una sustancia sin antídoto y decide emplear las horas que le quedan de vida para averiguar quién está detrás de su muerte. Si no la han visto y les suena el argumento no será tanto por el remake que en 1988 protagonizaron Dennis Quaid y Meg Ryan, que está más que olvidado, como por el hecho de que esa base argumental es muy similar a la utilizada en Crank. No obstante, en ese 1988 se estrenaba también una película que, sin ser una nueva versión de la cinta de Maté, utilizaba al clásico de los cincuenta como un claro referente: ¿Estamos muertos o... qué? (traducción libre del original Dead Heat que, para variar, se adecua más al espíritu de la película que el más serio título original), con la que debutaba como director de cine el justamente reputado montador Mark Goldblatt, curtido en la factoría Corman y responsable de la edición de, entre muchas otras, Terminator, El último boy-scout, Mentiras arriesgadas o la reciente G-Force. Una lástima que la filmografía como director de Goldblatt se ciña a tan sólo dos títulos, el que nos ocupa y aquella disfrutable versión de The Punisher que protagonizó Dolph Lundgren en 1989, ya que en ambas demostró cierta pericia para conjugar las set-pieces de acción con momentos tragicómicos, un acercamiento frontal y desprejuiciado a una violencia gráfica pero totalmente inofensiva, así como un estilo (o falta del mismo) menos contaminado por el videoclip de lo que era habitual en esa época y que nos hace pensar que podría haber sido un Jan De Bont más hábil o un Craig R. Baxley no confinado al circuito televisivo, pero con un ojo puesto sobre el cine negro del Hollywood clásico.

En Dead Heat tenemos estas características bien reflejadas: por un lado una adscripción a las buddy-movies ochenteras, con dos policías de distinto carácter (aunque aquí Treat Williams y Joe Piscopo son amigos desde antes que comience la historia) intentando resolver una trama de atracos y asesinatos a golpe de tiroteos imparables, persecuciones y chistes malos; por otro, una querencia por fórmulas más antiguas que van desde el nombre de uno de los protagonistas, Doug Bigelow, que hace referencia explícita al Frank Bigelow de D.O.A. (de la que, no en vano, muestra un fragmento en determinada secuencia), hasta la elección de Vincent Price como secundario de lujo o el guiño final a Casablanca. Pero es el nombre del otro protagonista, Roger Mortis, el que nos pone en la pista sobre las intenciones del guión de Terry Black (hermano de Shane Black, quien hace un cameo como policía): un sentido del humor negro con chascarrillos alrededor de la muerte, el más allá, la resurrección y la inmortalidad. Dead Heat es una película de acción protagonizada por un muerto viviente y un compañero a punto de serlo, enfrentados a una sociedad de viejos millonarios que utilizan a su vez a otros revividos para hacerles el trabajo sucio (hasta patos y cerdos agridulces si hace falta) y que, dentro de la hilaridad, propone una idea interesante y no falta de mala baba: cuando Mortis ha fenecido, ha resucitado y sabe que apenas le quedan unas horas extra como zombi hasta descomponerse por completo, es cuando más vivo se siente, cuando puede romper las reglas de su hasta entonces cuadriculada vida, saltarse la ley de la que era representante y entregarse a una excitante aventura con los minutos contados en la que puede permitirse imitar a Terminator. Vista de nuevo la película veinte años después de su estreno, sigue siendo una comedia de acción divertida, rápida y agradable, además de un festín para los fans del látex como efecto especial favorito. Valga esta reseña, sobre todo, para descubrir la película a esos cuantos jóvenes que me leen y que no tuvieron el placer de poder conocerla en su momento.



2 nov 2009

'Infestation'

(Infestation. Kyle Rankin. EEUU. 2009. 87 minutos). No se puede acusar a Kyle Rankin de perder el tiempo en esta película: tras unos créditos iniciales que apuestan claramente por lo rimbombante, tenemos a bichos kingsize correteando por la pantalla desde el minuto uno, dejando bien claro que la suya es una apuesta sinvergüenza que no se preocupa al exponer, en primer plano y a plena luz diurna, unas criaturas que en ningún momento pueden ocultar una prodecencia infográfica de todo menos sofisticada. No pierde el tiempo en presentar unos personajes que tampoco van a llegar muy lejos (el héroe descreído, la chica valiente, el forzudo de buen corazón - y sordo -, el putón rubio, el militar paranoico y pocos más) y de los que vamos conociendo datos a golpetones entre ataque y ataque de los insectos. Tampoco se ha esforzado Rankin por buscar una excusa argumental: los bichos gigantes aparecen sin que sepamos nunca por qué, algo que le hace restar puntos a la película puesto que, ya entregados al cachondeo, siempre es preferible una explicación descabellada o arbitraria que ninguna (aunque esto es algo que me pueden discutir ustedes). Hay dejadez también en la puesta en escena, tan sobria y aburrida como la de cualquier episodio piloto de la televisión de hace diez años, sin ningún tipo de inventiva o espectacularidad, a pesar de las constantes escenas de acción y de los varios tipos de insectos que aparecen progresivamente (pocos, tampoco se crean...). ¿Y las buenas notas de IMDb? Seguramente gente relacionada con la película haciéndose publicidad gratis, lo que me parece cojonudo pero puede despistar a los que busquen en esta Infestation esa cult-movie de la que se habla en esa página, cuando en realidad no hay ningún aspecto en ella que no esté por debajo de Arac Attack.

Hay sin embargo algo agradable en la película y tiene que ver con su remota eficacia a la hora de evocar la ciencia-ficción con monstruos más clásica y básica, además de un sentido del humor no demasiado fino que va desde unas situaciones afortunadamente simpáticas (los supervivientes recorriendo las calles en bicicleta para no atraer a los insectos, ya que es el único vehículo que no emite ruido) hasta unos actores que no parecen jamás creerse lo que se supone que tienen que estar recreando.

Si la pillan cualquier tarde de domingo en Cuatro o en SyFi Channel sin nada mejor que hacer, igual le sacan algún provecho. Pero no hagan ningún otro tipo de esfuerzo por verla. Aunque no aburra, no merece tanto la pena, ni siquiera por Ray Wise o el perro-araña.


31 oct 2009

'Truco o trato'

(Trick 'r Treat. Michael Dougherty. EEUU. 2007. 79 minutos). ¿Cuánto tiempo hace que una película de terror no les sorprende de verdad? Truco o trato parte de varios clichés en principio poco atractivos para el espectador curtido: situada en una fecha concreta del calendario tan propicia para el horror como Halloween, plantea cuatro historias independientes que no ocultan su procedencia de cortometrajes aglutinados para la ocasión y que, como es de rigor, están enlazadas por una figura que no es pieza activa en estos segmentos pero que puede (y aquí lo hace) adquirir protagonismo en la última parte del conjunto para darle cohesión o para, simplemente, acabar la fiesta con un chiste. Piensen en las películas de capítulos de la Amicus, en Creepshow (George A. Romero, 1982), El gato infernal (Tales from the Darkside: The Movie. John Harrison, 1990) o sus abuelos en papel de la EC. Pero recuerden también Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), Crash (Paul Haggis, 2004) o cualquiera de Alejandro González Iñárritu, porque son también referentes que Michael Dougherty maneja para estructurar su opera prima. Esto, viniendo de un tipo cuyo último trabajo fue participar en el guión de Superman Returns (Bryan Singer, 2006), puede acojonar bastante. Pero este detalle no hace más que acrecentar la sensación de sorpresa que provoca la película, sin duda llena de tópicos y aparentemente sin rumbo durante su primera media hora, pero que consigue remontar al dar la oportunidad al espectador de entender que se enfrenta a un puzzle de lugares transitados pero no siempre tan bien mezclados como aquí.

LO MEJOR: No pierde el tiempo y sabe conjugar con acierto
muchos elementos terroríficos.
LO PEOR: Que todavía no haya secuela.
Posiblemente tengamos que remontarnos a El terror llama a su puerta (Night of the creeps. Fred Dekker, 1986) para encontrar otro título que sepa conjugar de manera tan efectiva e inteligente las hierbas del terror entendido como puro goce lúdico (y si no es así, les pido que me refresquen la memoria y me citen títulos en los comentarios), aquí con zombis, vampiros, hombres lobo... o quizá sin ninguno de ellos, porque otro de los aciertos de Truco o trato es que, ajustándose a su contexto, es una película que juega con las apariencias, los disfraces, las intenciones ocultas y los engaños, sobre todo los que se arrojan a la cara de un espectador que ve cómo sus pretensiones de ir siempre por delante de la historia son barridas cada diez minutos por un nuevo giro que no ha sabido intuir (o que incluso ha descartado mentalmente por descabellado). Y así transcurren los fugaces 79 minutos de la cinta (contando créditos), entre el susto, el suspense, la carcajada y la perplejidad, alternando historias que en realidad son sólo una y que se resumen en la figura de Sam: el niño que intenta mantener las normas de Halloween y al que queremos ver pronto de nuevo en acción, porque pocas veces uno tiene tantas ganas de una secuela cuando termina de ver por primera vez un título del que hora y media antes no sabía nada.

28 oct 2009

'This is it'

(This is it. Kenny Ortega. EEUU. 2009. 112 minutos). La forma más fácil que tenía Kenny Ortega de acercarse a la figura de Michael Jackson en este documental era la de la hagiografía, abordando la figura de un mito desde las ventajas que dan el haberle sobrevivido, haber trabajado estrechamente con él en su proyecto más ambicioso en años y saber que tenía millones de espectadores en potencia deseando ver en pantalla grande los ensayos de lo que jamás podrán ya ver en vivo. Sin embargo, con un giro de guión que no esperaba de Ortega ni de Sony (estos últimos dispuestos a exprimir el cadáver de Michael Jackson ahora que sí le consideran rentable) y que agradezco considerablemente no sólo como fan de Jackson sino como espectador, This is it no pretende ser la propuesta de beatificación de Michael que algunos temíamos ni tampoco el crowd pleaser en busca de la lágrima fácil que en el fondo muchos querrían ver. No encontrarán en la película, aparte de algún rótulo justificada y apropiadamente solemne, momentos para la lástima y las condolencias, porque prefiere celebrar a Michael Jackson antes que llorarle. Por eso en ningún momento carga las tintas sobre la desaparición del Rey del Pop, no hay imágenes de archivo sobre su deceso ni testimonios post-mortem, sino que se ajusta honradamente a lo que debería ser: un resumen de los ensayos de los conciertos de Londres que finalmente no se produjeron, entre los que se intercalan algunas declaraciones de varios miembros del equipo y varias secuencias que conforman una radiografía poco (pero suficientemente) precisa sobre el esqueleto del show que estaban preparando. No hay tampoco nada que hable sobre el estado de salud de Jackson, sobre sus presuntos problemas financieros o a propósito de su ajetreada vida privada (ya llegará el momento de todo eso cuando filmen un biopic). Pero no es una omisión consciente de cara a glorificar la persona de Michael, ya que se centran escrupulosamente en el artista, en el creador de música y espectáculo y así es como se le representa: siempre inquieto, imparable y en forma, atento con sus compañeros pero también inflexible y obsesivamente perfeccionista sobre el acabado final de su obra, capaz de detener un ensayo que parece perfecto porque un efecto de luz no ha entrado a tiempo o un bajo no suena "lo suficientemente funky".

Al mismo tiempo, podemos apreciar un Michael Jackson profundamente religioso y activista de la causa ecológica, así como alguien controlado por su don artístico: después de interpretar I just can't stop loving you como si estuviera delante de miles de personas, se queja al equipo de que no debería forzar su voz ya que sólo están ensayando, pero es gracias a esa incapacidad para controlar su pasión sobre el escenario que This is it, la película, llega a convertirse en algo tan emocionante: primero porque resulta vibrante ver al artista interpretando por última vez sus temas más conocidos (con la afortunada inclusión de otros que no lo son tanto, como Speechless o Threatened, que sólo reconocerán los muy fans) con una energía en los movimientos insospechada, y segundo porque planta dentro de los espectadores más entregados la semilla de la frustración, al invitarles a imaginar lo que podría haber dado de sí el espectáculo una vez finalizado y presentado en directo. En este sentido es digno de destacar también la inclusión de vídeos inéditos, o fragmentos de ellos, que estaban preparando para proyectar en la pantalla del O2 Arena de Londres: una nueva versión de Smooth Criminal que reutiliza partes del vídeo original junto a escenas nuevas y un montaje que sitúa a Michael recogiendo el guante de Gilda y esquivando las balas de Humphrey Bogart; Thriller es también objeto de nuevas imágenes en las que se recupera un fragmento inédito del rap de Vincent Price que no había sido incluído en la versión original; y por último Earth Song se apoya en las imágenes de una niña perdida en medio de una deforestación salvaje.

Todo el proyecto está concebido con la sana intención de rendir tributo artístico al legado musical de Michael Jackson y convertirse en un regalo para fans. La duda está en si las dos horas de este collage, que además se proyecta en versión original subtitulada (otra de las gratas sorpresas del evento), resultarán un producto plúmbeo para los que no son fans de Jackson, ya que el resultado final no parece el idóneo para satisfacer a curiosos, morbosos o casuales, tampoco para los que busquen un análisis profundo sobre la huella de su protagonista en la cultura pop o un espectáculo audiovisual como Moonwalker. This is it no es más que lo que promete: un montaje de los mejores momentos de los ensayos para los truncados conciertos londinenses (impagable, casi doloroso, es el ensayo de I'll be there), con un acabado técnico propio de su carácter de grabación personal, empaquetados y servidos con buen gusto y una decencia (por todo lo que he explicado antes) que, siendo sincero, no esperaba encontrar. Su grado de fascinación depende, pues, de la relación que ustedes tengan con la figura de Michael Jackson, aunque en este caso la etiqueta "sólo para fans" debería considerarse más un elogio que un agravio. Un último apunte: no se levanten hasta que finalicen los títulos de crédito.