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25 oct 2010

Especial Sitges 2010: 'Héroes'

(Herois. Pau Freixas. España. 2010. 112 minutos) Aunque su estreno en el Festival de Sitges pasó algo desapercibido, principalmente por tratarse de una película a priori poco apropiada para una programación enfocada en teoría hacia el fantástico y el terror, el nuevo trabajo de Pau Freixas se encuentra entre lo mejor que pudo verse allí y, afortunadamente, ha encontrado en el Premio del Público en el pasado Festival de Málaga un buen salvoconducto para ser estrenada en todos los cines del país. La historia de un publicista de éxito que, debido a lo que parece un accidente, rememora el verano más importante de su vida (que no el mejor, como reza el cartel promocional), nos sumerge en un caudal de emociones primarias que a veces abusa del sentimentalismo pero que no puede dejar indiferente a nadie que haya crecido en la época en la que transcurre la mayor parte de la cinta (un verano de la década de los 80). El problema reside en que a veces esa voluntad por emocionar al espectador a toda costa se vuelve en contra de la película por exceso, haciendo al público demasiado partícipe de las trampas que le ponen para hacerle llorar. Pero es una falta menor en una cinta que tiene un ojo en el cine de la Amblin y otro en cómo los niños de aquella época intentaban revivir, sin conseguirlo del todo, aquellas fantasías hollywoodienses en un entorno aparentemente más pobre (bicicletas BH en lugar de BMX, canciones de Umberto Tozzi mezclándose en la imaginería infantil con las de Donna Summer y Alphaville). No llega a ser tan disfrutable como el Cuento de Navidad que Paco Plaza dirigió para Películas para no dormir puesto que aquí el punto de vista es el de un adulto que recuerda su adolescencia y no el del propio adolescente (y, sin voluntad de spoilear a nadie, aquí reside una de las trampas de la película), también se le podría pedir algo más de ritmo y mayor concisión narrativa, pero sin duda es un título muy a tener en cuenta y de los que le hacen a uno salir de la sala con la misma sensación que provoca ver un viejo álbum de fotos: el sabor agridulce de fragmentos vitales que jamás volverán y de los que sólo queremos recordar lo más bello.


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