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13 mar 2006

'Thai Dragon'

(Tom yum goong. Prachya Pinkaew. Tailandia. 2005. 85 min.) Con el mismo equipo artístico y técnico de Ong-Bak: El guerrero Muay Thai, Thai Dragon supone un paso ascendente en la carrera de Tony Jaa, de su director Prachya Pinkaew y del coreógrafo (y antigua estrella de las artes marciales tailandesas) Panna Ritthikrai. Lo mejor de todo es que lo hacen sin venderse a nadie, mostrando con orgullo sus raíces culturales y con un estilo de rodar las escenas de acción que difícilmente se puede comparar al de otras cinematografías: aquí no hay hueco para los efectos visuales de Hollywood ni para los cables de Hong Kong, no hay montajes acelerados ni rebuscados tiros de cámara, todo lo vemos en plano fijo general, sin trampa ni cartón, de tal modo que cada golpe propinado durante el metraje le duele al espectador.

Si ya Ong-Bak me dejó un sabor de boca más que agradable, Thai Dragon (titulada realmente Tom-Yum-Goong, el nombre de un popular plato tailandés y del restaurante donde transcurre parte de la cinta) me dejó literalmente boquiabierto en la sala de cine donde la visioné (en la que, por cierto, no me quedó más remedio que aguantar con estoicismo las "gracias" de una banda de mocosos que no dejaban de repetir - ya fuera a través de sus propias cuerdas vocales o a través de los altavoces de sus móviles - el famoso "culito-culito" del inefable Shin-Chan...). Thai Dragon es lo más parecido que he visto nunca al esquema de un videojuego de lucha trasladado a la pantalla. Olviden las tristes (aunque divertidas desde un punto de vista puramente freak) Street Fighter o Mortal Kombat; si de verdad quieren disfrutar de un beat-em-up imparable y espectacular sin la necesidad de dejarse las yemas de los dedos en un pad, corran a ver esta película.

La parte negativa es que, al igual que un juego de tortas, el argumento de Thai Dragon se limita a una excusa inicial que desencadene la acción y la dispare hacia una sucesión de secuencias de lucha a la cual más espectacular y brutal. Los primeros minutos de esta cinta son como la Intro de los videojuegos citados: nos ofrece una excusa argumental que justifique que el protagonista se líe a porrazos con todo el que se cruce en su camino. En realidad, el esquema no es muy diferente del ofrecido en Ong-Bak (allí Tony Jaa intentaba recuperar una estatua, aquí sus elefantes), pero aquí una vez que arranca la acción no hay espacio para los tiempos muertos ni demasiados diálogos. Depende de lo que busque el espectador el que esta estructura dramática le resulte una fiesta o una experiencia insulsa.

Por otro lado, la película se enfrenta a un problema evidente: el etnocentrismo en el que vivimos puede afectar a la credibilidad de la historia narrada. Difícilmente alguien que no sea capaz de empatizar con otras culturas (o de hacer un mínimo esfuerzo por molestarse en pensar que no todo el mundo tiene nuestras creencias o costumbres) podrá creerse que Tony Jaa viaje desde Bangkok a Australia y se enfrente a la mafia para recuperar a dos elefantes. El propio director pareció darse cuenta de este detalle y en un epílogo de la cinta nos confiesa lo importante que para los protagonistas son unos elefantes a los que han dedicado su vida y a los que consideran como miembros de la familia. Parece ser que los bellos y excelentes primeros minutos del largometraje, en los que se nos muestra la especial relación entre Kham (el personaje de Tony Jaa) y los paquidermos, no son suficientes para que el público más reacio comprenda que para el protagonista el hecho de que secuestren a los elefantes significa lo mismo que para Mel Gibson el que le arrebaten la presencia de su hijo en Rescate, por poner un ejemplo cualquiera.

Otro detalle que flojea en la cinta es la construcción de personajes. Si bien estamos en un género en el que lo único que hace falta es un bueno, un malo y un motivo para que se maten, en Thai Dragon aparecen y desaparecen una buena cantidad de personajes de los que no sabemos nada y que pululan por la trama sin ton ni son, sin que sepamos muy bien qué aportan al conjunto. Pero lo importante (y el motivo por el que la gente va a ver principalmente este filme) es la presencia de Tony Jaa y sus acrobacias temerarias. Si piensan que lo vieron todo en Ong-Bak se equivocan: en Thai Dragon los combates aumentan en calidad y cantidad, hasta tal punto que si uno es profano en el género puede acabar mareado de tanto salto y tanto tortazo. No obstante, los que sí que frecuentamos el cine de artes marciales, encontraremos aquí algunas de las secuencias de peleas más espectaculares jamás filmadas. Además del bestial clímax final, hay que destacar sin duda ese plano-secuencia en el que Kham entra en el restaurante que da título (original) a la cinta y la cámara no deja de filmarle en ningún momento desde que entra en el edificio hasta que llega al último piso del mismo. Un trabajo de orfebrería visual en la que no dejamos de ver a los especialistas partiéndose el lomo y a Tony Jaa sirviéndolos a todo con sus ágiles movimientos y su aterradora determinación. Piensen en el famoso plano secuencia de Old Boy y desarróllenlo a lo largo de unos cuatro pisos llenos de villanos volando por todas partes y comprenderán de lo que les hablo. Además, como colofón a la secuencia, en lo alto del edificio se encuentra con el rival más poderoso hasta ese momento (como verán los fanáticos, todo el concepto de esta escena es un homenaje a la malograda cinta Juego con la muerte, de Bruce Lee, uno de los ídolos de Tony Jaa): el especialista Johnny Nguyen, el hombre que está debajo del traje de Spider-Man en los planos que Tobey Maguire no puede (o no le dejan) filmar. Esta maravillosa pelea, la múltiple del final o la que enfrenta a Kham con un luchador de capoeira justifican por sí solas la compra de una entrada si, como un servidor, disfrutan cómodamente de los recitales de verdaderos artistas del mamporro, de la armonía de huesos rotos y la plasticidad de la violencia inocente de dibujo animado.

En cuanto a Tony Jaa, parece mentira que alguien pueda llegar a tener ese grado de dominio de su propio cuerpo. Lástima que como actor tenga más bien poco carisma y no consiga transmitir demasiadas emociones. Pero, de cualquier modo, no le pagan para recitar a Shakespeare...


Publicado originalmente en (ex)Tierra de Cinéfagos. Notas desde el futuro: Con esta reseña debuté en la antigua Tierra de Cinéfagos, un blog donde nos reuníamos un grupo de enfermos de cine que nos lo pasábamos bien compartiendo posts hasta que descubrimos que algunos teníamos una concepción del cine radicalmente distinta a los demás y que molestaba a los jefes. Todo acabó como el Rosario de la Aurora y a mí me solían tomar por el pito del sereno, pero a pesar de todo pasé buenos momentos allí.  

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