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7 ene 2011

'La Lámpara'


(The Outing / The Lamp. Tom Daley. Estados Unidos. 1987. 85 minutos) Aunque cueste asumirlo y me esfuerce por seguir repitiendo esquemas vitales y culturales pasados de moda como forma de perpetuar lo imposible, debo admitir que ya es definitivo: me hago mayor. Hay días en los que me siento un viejo cascarrabias, un ente aburrido incapaz de sacar provecho a las mismas películas que hace quince años me hacían gozar. El cine envejece, yo también. Y aunque mi espíritu siga siendo joven e inconformista, buscando siempre el placer en títulos soterrados o ignotos, persiguiendo la innovación y lo extraño, también poseo un carácter romántico que me lleva a cometer frecuentemente errores que desafían la lógica: pretender hallar en una serie B de mediados de los ochenta el mismo placer estético y sensorial que sentía cuando era un niño. Lo que John Tones denominó Retrorotura autoinducida aplicándolo al mundo de los videojuegos, ese momento en el que el usuario descubre con tristeza que aquello que le hizo vibrar hace un par de décadas hoy ha quedado obsoleto, también es aplicable para algunas películas y La lámpara es una de ellas. 

LO MEJOR: El póster de Drew Struzan.
LO PEOR: Sentirse demasiado viejo para esto.
En mi memoria todo funcionaba bien: un film sobre un grupo de jóvenes que se quedan aislados en un museo de ciencias naturales y son acosados por un genio de la lámpara maligno. En mi memoria, el monstruo resultaba terrorífico, la cinta era divertida y espectacular y hasta daba miedo por momentos. El bello póster dibujado por Drew Struzan también contribuía a que, de algún modo, le añadiera algo de calidad extra en el recuerdo. Pero no hay manera: La lámpara ha quedado inservible, no puedo sacar ningún provecho de ella y descarto la posibilidad de volver a verla en el futuro de no ser por obligación. No tiene nada que ver con los personajes tópicos (los adolescentes interpretados por actores de veinticinco años) y arquetípicos (el ex-novio violento, el chico bueno y valiente, el vigilante de seguridad gordo, el padre viudo absorbido por su trabajo, etc.), ni con los efectos especiales cutres o los diálogos bobos. La culpa es de la falta de gracia de la película, la manera en la que desaprovecha la presencia de un villano tan poco utilizado como un es un Djinn (la saga Wishmaster iría mucho más lejos en ese sentido), de las muertes rutinarias y escasas, de lo mucho que tarda en arrancar (hay dos prólogos, el segundo, eso sí, con sangre y tetas, pero los protagonistas no se encierran en el museo hasta los 50 minutos de película), del clímax chapucero y de ese horrible plano final congelado con la cara de la protagonista en un gesto tan poco agraciado (lo cual parece una tontería, pero dice mucho de la dejadez y/o torpeza de Tom Daley, quien no volvió a dirigir ningún largo después de este). Ni siquiera aplicando el usual distanciamiento irónico con el que debemos ver la Serie B soy capaz de encontrar nada aquí que me satisfaga. Así que todo en La lámpara, menos el cartel, está mal. O quizá la culpa es mía, que me hago viejo. 

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