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10 oct 2011

Pedro y la tarántula.


Seguimos con el cine español en el blog, algo que no ha sido premeditado, sino que resulta una buena demostración de lo mucho y bien que se está apostando actualmente en nuestro país por el cine de ribetes fantásticos o de otros géneros de nuestro agrado. En este caso toca hablar de Pedro Almodóvar y La piel que habito, para lo cual rescato la columna que he publicado en el último número del periódico Crónicas de un Pueblo. Y atentos, porque el siguiente post será también sobre una película española: Intruders

   Todos los que llevamos el nombre de Pedro y tenemos amigos graciosos tuvimos que soportar hace unos años el mismo chiste. Imitando la voz de Penélope Cruz y exagerando todo lo humanamente posible, estos colegas nos estuvieron increpando durante un tiempo con un grito de guerra recurrente: “¡PEEEEDROOOOO!”. Y todo porque a la buena de Pe le dio por gritar de ese modo el nombre de Almodóvar cuando ella y Antonio Banderas le entregaron el Oscar a la Mejor Película Extranjera por ‘Todo sobre mi madre’ (1999). Quizá eso era motivo suficiente para cogerle manía al director manchego, pero no, mi relación de amor-odio con él no tiene nada que ver con este lance. En realidad, lo que menos me gusta de Almodóvar no tiene tanto que ver con él ni con su cine como con sus fans, especialmente los que surgieron tras el boom del Oscar citado anteriormente. Hubo una época en la que Almodóvar era un director irreverente, provocador y alternativo, pero a medida que fue ganándose el aprecio de cierto público, sus formas se fueron refinando y padeció un aburguesamiento inducido por lo que yo llamo el Síndrome Clint Eastwood, según el cual un director puede pasar de ser considerado un paria a un maestro del cine de la noche a la mañana, momento a partir del cual toda cinta que estrene será recibida con vítores incluso cuando no lo merece. De ahí a hacer películas para contentar a la mayoría hay sólo un paso, y ahí es donde fallan. Por eso he recibido con interés ‘La piel que habito’, versión libre que Almodóvar ha hecho de la novela ‘Tarántula’ de Thierry Jonquet. 
   La película nos devuelve al Almodóvar de las exageraciones, el que llevó a sus personajes a los extremos pasionales en ‘Carne trémula’ (1997), el que homenajeó al Giallo en ‘Matador’ (1986) y que jugó con los límites de la credibilidad en ‘Kika’ (1993). En definitiva, es el regreso del Almodóvar que no le gusta a los fans de Almodóvar, y eso es digno de celebración. ‘La piel que habito’ bordea el cine de ciencia-ficción y el de terror, huye de la comedia y hurga en los resortes del melodrama, convirtiéndose en una película arriesgada, valiente y necesaria, un soplo de aire fresco en la filmografía reciente del director en particular y de la cinematografía española en general. Puede que esta vez no le acompañen los premios y que el público no responda excesivamente bien, recaudando menos de lo esperado. Pero, tal y como está el patio, eso no es sino un indicativo de que, gracias a ‘La piel que habito’, Almodóvar ha hecho una película libre, bizarre y… buena. Quizá su giro de guión se adivina demasiado pronto y, una vez desvelado el truco, pierde algo de fuelle. Pero es un mal menor en un título que no deberían perderse si son amantes de un cine distinto a la mayoría de lo que se estrena, sin que pierda, al mismo tiempo, su capacidad para ser plenamente comercial y entretenido. Aunque (y esto aún está por ver) no se lleve ningún Goya o ningún Oscar. A no ser que ustedes sean de los que valoran las películas por los premios, claro. Y eso está muy mal.

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