(Slumdog millionaire. Danny Boyle, Loveleen Tandan. Reino Unido. 2008. 120 minutos) Ver Slumdog millionaire supone hacer un esfuerzo para todos los que alguna vez se han interesado por el cine que realmente se hace en la India: estos saben que la película de Danny Boyle no es cine de Bollywood, por mucho que se incluya un número musical en los créditos finales, y que, por tanto, más que una de esas mezclas de géneros que se cocinan allí (en las que incluyen ingredientes del cine de acción, del musical, del drama y mil cosas más), es un producto filmado desde un punto de vista occidental y accesible para el público de todo el planeta, un crowd pleaser en toda regla. No me extrañaría que alguien de Mumbai considerase que Slumdog millionaire es una cinta corta, sin gracia y falta de emociones fuertes. Para nosotros, en cambio, es un producto provisto de exotismo por mostrarnos otra cultura y por tener a protagonistas cuya etnia no suele pasearse por nuestras salas de cine salvo para aportar un toque cómico o villanesco. También supone un esfuerzo para los que somos reticentes a las "películas de la temporada", es decir, esos títulos que, de repente, y siempre por motivos que tienen más que ver con una buena campaña de marketing que con su calidad cinematográfica intrínseca, se convierten en los largometrajes que todo el mundo debe ver y que a todos gustan, sin aplicar un criterio propio y dejándose muchas veces arrastrar por la corriente general de aprobación hacia el film. El hecho de haberse convertido en acaparadora de Oscars tampoco es un reclamo infalible para algunos, sino casi lo contrario, ese dato se acaba convirtiendo en repelente en no pocas ocasiones.
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26 feb 2012
'Slumdog millionaire'
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21 feb 2012
'The Collector'
(The Collector. Marcus Dunstan. Estados Unidos. 2009. 90 minutos) Habiéndose curtido como guionista en las sagas Saw y Feast, era inevitable que la ópera prima como director de Marcus Dunstan fuera una cinta de terror. Sin embargo, no ha optado por lo previsible a la hora de encarar su película debut, ya que ni se ha limitado a hacer un torture porn al uso ni, aún menos, se ha decantado por filmar otra de bichos violentos. The Collector gira en torno a un ex-convicto, reciclado en obrero, que decide robar la casa en la que ha estado trabajando en los últimos meses para poder prestarle a su esposa el dinero que le debe a unos prestamistas (su acto delictivo tiene entonces coartadas morales que sirven para que empaticemos con el protagonista, ya que de otro modo sería bastante difícil que el público conectara con un héroe de intenciones oscuras). La sorpresa llega cuando, al entrar en la casa, el ladrón se percata de que allí hay alguien más: un psicópata que colecciona personas y que ha puesto sus ojos sobre la familia que vive allí. El Coleccionista ha llenado la casa de trampas mortales y ha secuestrado a sus propietarios. Movido por el pánico, el instinto de supervivencia y la necesidad de salir de allí con vida y con el botín, el improvisado héroe tiene que salvarse a sí mismo y, al mismo tiempo (y, de nuevo, por una cuestión moral) no puede dejar que la pequeña de la casa muera, ya que la identifica con su propia hija y no podría cargar con esa culpa. Y, tranquilos, que en esto que acabo de contar no hay spoilers, aunque pueda parecerlo.
The Collector tiene momentos que podrían rivalizar con cualquiera de las torturas perpetradas por Jigsaw en la serie Saw, especialmente una segunda mitad en la que la casquería y las muertes violentas nos son mostradas con todo lujo de detalles. Incluso tiene concomitancias visuales con la saga iniciada por James Wan, con una fotografía quemada, granulada y propensa a los tonos oxidados y verdosos. Pero la película que nos ocupa se basa más en el enfrentamiento físico que psicológico, con dos personas al margen de la ley, un ladrón y un asesino en serie, utilizando la violencia más descarnada para ganar su peculiar juego del gato y el ratón, aunque durante la primera mitad de proyección el protagonista intente pasar desapercibido escondiéndose del psicópata y esquivando sus trampas. Aquí se concentran algunos de los mejores momentos del largometraje, aunque a decir verdad proliferan las situaciones inverosímiles, algunas de las cuales atentan directamente contra la inteligencia del espectador (por ejemplo, cuando el ladrón se esconde detrás de un montón de cojines y de la almohada de una cama, ¿cómo ha conseguido colocarlo todo tan bien desde dentro para que no se notara que estaba ocultándose ahí?). Así, ciertos instantes provocan algo de incomodidad por requerir un esfuerzo y un acto de benevolencia por parte del espectador. Otro punto negativo es la horrible música que acompaña las imágenes, compuesta por ruidos desagradables que hacen daño a los oídos. Pero, a pesar de todo esto, The Collector acaba resultando entretenida y tiene algún punto extra como la espectacular muerte contra la pantalla de proyección (si la han visto sabrán a cuál me refiero) y ciertas reminiscencias al giallo en el diseño de algunas trampas. No es mucho, pero al menos hay que reconocerle el esfuerzo por apartarse un poco de las modas. Y Madeline Zima vuelve a mostrar sus encantos, como en Californication.
LO MEJOR: El cadáver ensartado en la pantalla. LO PEOR: Hay que dar por válidas situaciones increíbles. |
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19 feb 2012
'The Innkeepers'
(The Innkeepers. Ti West. Estados Unidos. 2011. 100 minutos) Con su anterior The House of the Devil (2009), el joven Ti West consiguió pulsar las teclas correctas para sorprendernos con un producto que lograba ser al mismo tiempo fresco y añejo, demostrando una habilidad más que notable para rememorar estructuras y recursos visuales del pasado cuya eficacia se demostraba más contundente que las modas de sustos fáciles y grabaciones encontradas. Con su nueva película, West intenta lograr algo similar a lo que James Wan acometió con Insidious (2010), es decir, demostrar que una película de fantasmas, contada con estilo clásico y huyendo del exceso de artificios o del impostado realismo tan en boga actualmente, todavía puede dar miedo. The Innkeepers nos presenta a dos empleados de un mugroso hotel en el que hace décadas se produjo una tragedia. Obsesionados con la idea de que entre esas paredes permanece el espíritu de una joven que se suicidó, ambos deciden esforzarse para contactar con el fantasma y convertir así su hotel en un lugar famoso y de obligada visita para los amantes de lo paranormal, evitando su cierre y satisfaciendo de paso sus ansias de experiencias más allá de la lógica.
LO MEJOR: El tremendísimo clímax final. LO PEOR: Demasiados minutos de relleno. |
El mayor problema de The Innkeepers es que con ella se le empieza a ver el plumero a Ti West y que, escudándose en la buena recepción de su anterior trabajo dentro de circuitos especializados, ha pretendido aplicar la misma fórmula que en aquélla confiando demasiado en que volvería a funcionar. Curiosamente, lo más flojo de The House of the Devil (el clímax final) es lo más atinado de The Innkeepers, pero la estructura es idéntica: un primer acto en el que se nos anuncia explícitamente que estamos ante una película de terror (allí mediante un rótulo pre-créditos, aquí mediante un susto visto a través de una pantalla de ordenador), un segundo acto en el que la tensión se dilata sobremanera, hasta tal punto que parece que nunca va a ocurrir nada, y un tercer acto donde toda la tensión acumulada estalla y explota en la cara del espectador (en House manchando todo de hemoglobina, en Innkeepers helando la sangre del público con algunas de las apariciones fantasmales más acongojantes de los últimos años). La mayor diferencia es que en esta nueva película se nota en exceso que la historia se alarga gratuitamente, rellenando minutos y minutos en los que la paciencia del espectador comienza a flaquear por culpa de unos personajes que no caen especialmente bien y por una falta alarmante de suspense. Aún así, el trabajo de West con la cámara y, especialmente, su uso del Scope para cargar de tensión algunos planos, consigue mantener a marchas forzadas el interés hasta que nos brinda la oportunidad de disfrutar de un clímax absolutamente irresistible y terrorífico. Con un par de secuencias más de ese tipo dosificadas en el metraje, The Innkeepers sería casi una obra maestra. Tal y como ha quedado, sólo podemos calificarla de interesante y parcialmente fallida.
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17 feb 2012
'Cuenta atrás'
LO MEJOR: La ficisidad de las escenas de acción. LO PEOR: El epílogo. |
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13 feb 2012
'El Invitado'
(Safe house. Daniel Espinosa. Estados Unidos / Sudáfrica. 2012. 115 minutos) Consciente de su posición de figura respetable en Hollywood y también plenamente consecuente con el hecho de que ya no es un chaval, Denzel Washington viene practicando de un tiempo a esta parte una estrategia que le permite, primero, mantenerse en primera línea de la industria cinematográfica y, segundo, delegar responsabilidades en sus compañeros de reparto de cara a conseguir un mayor grado de credibilidad en los argumentos que maneja. Es decir, Denzel Washington sabe que ya no está para demasiados trotes y que el público le identifica más como un hombre de mediana edad (que se cansa, que tiene achaques, que está de vuelta de todo...) que con el joven dispuesto a comerse el mundo que interpretaba en Ricochet (Russell Mulcahy, 1991). Es por eso que, para seguir paseándose ocasionalmente por el cine de acción, sabe que está en un momento difícil debido a su edad y que, a no ser que se apunte a un revival nostálgico auspiciado por Stallone (donde las arrugas son un valor añadido), tiene que repartirse las tareas de action-hero con un actor más joven, aunque él mismo siga sin renegar del todo de la acción física. Si en El libro de Eli (The book of Eli. Allen Hughes & Albert Hughes, 2010) compartía planos con Mila Kunis y en Imparable (Unstoppable. Tony Scott, 2010) le pasaba el testigo a Chris Pine, aquí hace lo mismo con el emergente y odiado Ryan Reynolds (recuerden que a él iban dedicadas aquellas fotografías de Scarlett Johansson que se filtraron en internet...), alguien que, desde que trabajó con Rodrigo Cortés en Buried (2010) parece estar algo más centrado como actor, dejando un poco atrás los días en los que su sola presencia causaba grima a buena parte de los espectadores (al menos a los impermeables a sus encantos físicos). Ambos, Washington y Reynolds, se compenetran con bastante eficacia en este adrenalínico thriller de acción que supone el debut en Hollywood del interesante Daniel Espinosa, responsable de la recomendable Dinero fácil (Snabba cash. 2010) y quien se lo pasa de lo lindo con el dinero que le han puesto sobre la mesa para gastárselo en destrozar coches y en pegarse unas vacaciones en Sudáfrica.
LO MEJOR: Denzel Washington, como era de esperar. LO PEOR: ¿Qué fue de la belleza en el cine de acción? |
Decía, a propósito de su anterior película, que Daniel Espinosa se centraba más en desarrollar los personajes que en sobrecargar la pantalla de acción. En el caso de El Invitado nos encontramos justo en el otro extremo, con unos personajes bastante planos y sobreabundancia de momentos trepidantes, todo muy del gusto del público adicto a los thrillers de hoy en día con gente corriendo de un lado para otro, luchando de manera realista y sucia (olvídense de volantines a cámara lenta... y también de una planificación cristalina que permita cierto goce estético en las escenas de peleas) y conduciendo como locos por calles de ciudades exóticas. ¿Como en la saga Bourne? Sí, como en la saga Bourne, pero con la ventaja de no tener al soseras de Matt Damon de protagonista. Aunque, como en aquéllas, nos sobran los momentos de cháchara en la sede central de la CIA y algunas secuencias de relleno más, así como se echan en falta una mayor progresión dramática y una mayor profundización en la relación de los dos protagonistas. No reclamaríamos nada de esto en una cinta de acción convencional, con los buenos y los malos zurrándose, edificios explotando y tiroteos al tuntún. Pero El Invitado tiene el inconveniente de pretender ir algo más allá de esas premisas y la manera en la que lo hace no se puede calificar de triunfante, sino más bien de incómoda. Así, esos retazos de crítica al poder son tan inútiles como el hecho de ambientar la historia en Sudáfrica: distracciones que no consiguen ocultar que estamos ante lo mismo de siempre. La buena noticia es que, al menos, este plato de cine prefabricado está bien servido, puede saciar nuestro apetito de entretenimiento y, aunque no innove, se deglute con facilidad. La misma facilidad con la que, por otro lado, se olvida.
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2 feb 2012
La SOPA, la PIPA, la Sinde y la madre que los parió.
Aquí tienen mi postura sobre el embolao del caso Megaupload y todo lo que lo rodea, publicado originalmente en la edición impresa de Crónicas de un Pueblo.
Vaya lío. Lo mismo cuando estén leyendo esto todo parezca simplemente un mal recuerdo. Pero hoy, mientras escribo estas líneas, 20 de enero de 2012, parece que el Apocalipsis ha llegado a internet… o que ha estado a punto de hacerlo. Me explico. Ya conocen lo de la Ley Sinde: que si la aprobamos, que si lo dejamos pasar, que si que decidan los del PSOE, que si mejor le dejamos el marrón a los del PP… Y resulta que parece que sí, que se va a llevar a cabo y que los internautas que se han acostumbrado a ver cine gratis lo van a tener un poco más difícil a partir de ahora. Por si eso fuera poco, ahora llegan los norteamericanos con la SOPA (Stop Online Piracy Act) y la PIPA (que no es de la Paz, sino de una cosa muy fea llamada Protect IP Act) y nos dicen que todos somos unos delincuentes, que vamos a ir a la cárcel por piratas y que están en el derecho de cerrar, por la cara y saltándose la ley de jurisdicción internacional a la torera, cualquier página web que ellos consideren sospechosa de estar infringiendo derechos de autor y de copyright. Esto, en la práctica, tiene poco que ver con la protección intelectual y mucho que ver con la censura y con el control de los individuos, como ya se está haciendo en China o en Irán, países muy democráticos ellos, como todo el mundo sabe. Con todo esto encima, la CIA decide que se carga Megaupload, la página donde millones de usuarios de todo el mundo compartían archivos (y de donde unos pocos se descargaban cosas… ¿o era al revés?), sin que se apruebe ninguna ley, porque la consideran altamente delictiva.
Vamos a ver. El arte no es gratis. La cultura sólo debería ser gratis si la persona que la crea y la suministra quiere que así sea. Opinar lo contrario es tontería. También es cara, eso también lo sabemos, pero hay otras aficiones más costosas de las que nadie prescinde simplemente porque asumen que tienen que pagar por ellas. Lo que ocurre es que a lo bueno se acostumbra uno muy fácilmente y lo bueno, si gratis, dos veces bueno. Hace años, y centrándome en el cine, que es lo mío, si quería ver una película de estreno iba al cine. Si no podía o no se estrenaba aquí, esperaba a que saliera en alquiler. Si no me llegaba la pasta o no la traían a mi videoclub, me esperaba a que la pasaran por la tele. Si la veía y me gustaba mucho, me la compraba (a veces incluso hacía esto directamente). Ahora nos hemos acostumbrado a saltarnos todos esos pasos: si queremos ver una película de estreno la buscamos en internet y nos la bajamos gratis. Hay gente tan burra que las ve en condiciones pésimas y con eso les basta. Si resulta que se acaban las descargas ilegales es algo que me va a molestar, no lo voy a negar, porque ya me he acostumbrado a acceder a un material que no podría conseguir de otra manera, pero lo entenderé. Buscaré alternativas legales (que ya las hay, aunque nos falta acostumbrarnos a ellas) y seguiré actuando como hasta ahora, yendo al cine cada vez que pueda (a ser posible, una vez a la semana) y comprándome todos los dvds que me pueda permitir (a ser posible, de oferta). Pero que no nos impidan el acceso a la libre información. Que no nos priven de la posibilidad de compartir nuestros trabajos con otros usuarios de internet. Y que no nos arrebaten el placer de encontrar en la Red joyas que están descatalogadas, sobre las que nadie posee ya derechos, que son imposibles de comprar en ninguna parte del planeta y que se acabarán perdiendo si nadie las comparte. La piratería es un delito, sí. Pero la libertad de información es una extensión de la libertad de expresión y, por tanto, un derecho humano universal. Que a nadie se le olvide.
Vamos a ver. El arte no es gratis. La cultura sólo debería ser gratis si la persona que la crea y la suministra quiere que así sea. Opinar lo contrario es tontería. También es cara, eso también lo sabemos, pero hay otras aficiones más costosas de las que nadie prescinde simplemente porque asumen que tienen que pagar por ellas. Lo que ocurre es que a lo bueno se acostumbra uno muy fácilmente y lo bueno, si gratis, dos veces bueno. Hace años, y centrándome en el cine, que es lo mío, si quería ver una película de estreno iba al cine. Si no podía o no se estrenaba aquí, esperaba a que saliera en alquiler. Si no me llegaba la pasta o no la traían a mi videoclub, me esperaba a que la pasaran por la tele. Si la veía y me gustaba mucho, me la compraba (a veces incluso hacía esto directamente). Ahora nos hemos acostumbrado a saltarnos todos esos pasos: si queremos ver una película de estreno la buscamos en internet y nos la bajamos gratis. Hay gente tan burra que las ve en condiciones pésimas y con eso les basta. Si resulta que se acaban las descargas ilegales es algo que me va a molestar, no lo voy a negar, porque ya me he acostumbrado a acceder a un material que no podría conseguir de otra manera, pero lo entenderé. Buscaré alternativas legales (que ya las hay, aunque nos falta acostumbrarnos a ellas) y seguiré actuando como hasta ahora, yendo al cine cada vez que pueda (a ser posible, una vez a la semana) y comprándome todos los dvds que me pueda permitir (a ser posible, de oferta). Pero que no nos impidan el acceso a la libre información. Que no nos priven de la posibilidad de compartir nuestros trabajos con otros usuarios de internet. Y que no nos arrebaten el placer de encontrar en la Red joyas que están descatalogadas, sobre las que nadie posee ya derechos, que son imposibles de comprar en ninguna parte del planeta y que se acabarán perdiendo si nadie las comparte. La piratería es un delito, sí. Pero la libertad de información es una extensión de la libertad de expresión y, por tanto, un derecho humano universal. Que a nadie se le olvide.
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