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2 feb 2012

La SOPA, la PIPA, la Sinde y la madre que los parió.


Aquí tienen mi postura sobre el embolao del caso Megaupload y todo lo que lo rodea, publicado originalmente en la edición impresa de Crónicas de un Pueblo.

   Vaya lío. Lo mismo cuando estén leyendo esto todo parezca simplemente un mal recuerdo. Pero hoy, mientras escribo estas líneas, 20 de enero de 2012, parece que el Apocalipsis ha llegado a internet… o que ha estado a punto de hacerlo. Me explico. Ya conocen lo de la Ley Sinde: que si la aprobamos, que si lo dejamos pasar, que si que decidan los del PSOE, que si mejor le dejamos el marrón a los del PP… Y resulta que parece que sí, que se va a llevar a cabo y que los internautas que se han acostumbrado a ver cine gratis lo van a tener un poco más difícil a partir de ahora. Por si eso fuera poco, ahora llegan los norteamericanos con la SOPA (Stop Online Piracy Act) y la PIPA (que no es de la Paz, sino de una cosa muy fea llamada Protect IP Act) y nos dicen que todos somos unos delincuentes, que vamos a ir a la cárcel por piratas y que están en el derecho de cerrar, por la cara y saltándose la ley de jurisdicción internacional a la torera, cualquier página web que ellos consideren sospechosa de estar infringiendo derechos de autor y de copyright. Esto, en la práctica, tiene poco que ver con la protección intelectual y mucho que ver con la censura y con el control de los individuos, como ya se está haciendo en China o en Irán, países muy democráticos ellos, como todo el mundo sabe. Con todo esto encima, la CIA decide que se carga Megaupload, la página donde millones de usuarios de todo el mundo compartían archivos (y de donde unos pocos se descargaban cosas… ¿o era al revés?), sin que se apruebe ninguna ley, porque la consideran altamente delictiva. 
   
   Vamos a ver. El arte no es gratis. La cultura sólo debería ser gratis si la persona que la crea y la suministra quiere que así sea. Opinar lo contrario es tontería. También es cara, eso también lo sabemos, pero hay otras aficiones más costosas de las que nadie prescinde simplemente porque asumen que tienen que pagar por ellas. Lo que ocurre es que a lo bueno se acostumbra uno muy fácilmente y lo bueno, si gratis, dos veces bueno. Hace años, y centrándome en el cine, que es lo mío, si quería ver una película de estreno iba al cine. Si no podía o no se estrenaba aquí, esperaba a que saliera en alquiler. Si no me llegaba la pasta o no la traían a mi videoclub, me esperaba a que la pasaran por la tele. Si la veía y me gustaba mucho, me la compraba (a veces incluso hacía esto directamente). Ahora nos hemos acostumbrado a saltarnos todos esos pasos: si queremos ver una película de estreno la buscamos en internet y nos la bajamos gratis. Hay gente tan burra que las ve en condiciones pésimas y con eso les basta. Si resulta que se acaban las descargas ilegales es algo que me va a molestar, no lo voy a negar, porque ya me he acostumbrado a acceder a un material que no podría conseguir de otra manera, pero lo entenderé. Buscaré alternativas legales (que ya las hay, aunque nos falta acostumbrarnos a ellas) y seguiré actuando como hasta ahora, yendo al cine cada vez que pueda (a ser posible, una vez a la semana) y comprándome todos los dvds que me pueda permitir (a ser posible, de oferta). Pero que no nos impidan el acceso a la libre información. Que no nos priven de la posibilidad de compartir nuestros trabajos con otros usuarios de internet. Y que no nos arrebaten el placer de encontrar en la Red joyas que están descatalogadas, sobre las que nadie posee ya derechos, que son imposibles de comprar en ninguna parte del planeta y que se acabarán perdiendo si nadie las comparte. La piratería es un delito, sí. Pero la libertad de información es una extensión de la libertad de expresión y, por tanto, un derecho humano universal. Que a nadie se le olvide.

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