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15 nov 2005

'Los renegados del Diablo'

(The Devil's rejects. Rob Zombie. Estados Unidos / Alemania. 2005. 109 minutos) Cuando James Cameron estrenó Terminator 2 dijo que su intención al hacer la película era conseguir que el público llorase por un robot. Con su segunda película, Rob Zombie casi consigue que lloremos por una familia de psicópatas, los Firefly, unos perturbados a los que nos presenta como personalidades complejas, violentas, pero también con sueños y sentimientos fraternales.

Continuación directa de la (para mí) magistral y maltratada La casa de los 1000 cadáveres, Los Renegados del Diablo no es una secuela convencional. Si bien nos reencontramos con los mismos personajes, en esta ocasión tanto el argumento como el tono de la película son completamente diferentes, hasta tal punto que no podríamos afirmar rotundamente que Los Renegados del Diablo sea un film de terror. Que las fechorías de los Firefly dan miedo es indiscutible, pero sus andanzas se alejan completamente de los parámetros del cine de horror en los que entraba la primera parte, para ingresar en esa categoría de cine de supervivencia y venganza que tantas alegrías nos ha dado, convirtiéndose así en una especie de neo-western polvoriento al estilo de Perdita Durango. Aunque lo de "neo" habría que discutirlo también, porque precisamente la gracia de The Devil's Rejects está en que, desde el primer minuto, sentarse a verla es como viajar hacia atrás en el tiempo, concretamente hacia finales de los años 70, que es la época en la que transcurre la historia y, al mismo tiempo, parece la fecha en la que la cinta esté filmada. Y esto lo digo sin ningún ánimo peyorativo. Es más, si hay algo que tenemos que agradecer a Rob Zombie sobre todas las cosas es habernos dado la oportunidad a una nueva generación, que no pudimos disfrutar en pantalla grande de títulos como La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos, de ver en cine dos películas (sus dos únicas obras hasta el momento) que, como bien dice mi colega Jesús Mesas, de haber sido filmadas hace 30 años hoy estaríamos hablando de ellas como clásicos modernos.

Hablando de La matanza de Texas, se dijo infinidad de veces que La casa de los 1000 cadáveres estaba más que inspirada en aquella película de Tobe Hooper de 1974. Pues bien, lo de Rob Zombie con esa cinta es más que obsesión. Y no sólo con la primera parte. Y es que en 1986 el mismo Tobe Hooper dirigió una segunda entrega en la que la familia homicida salía de su casa y viajaba en busca de nuevas víctimas. Su marcha sanguinolenta transcurría sin mayores complicaciones hasta que un sheriff (interpretado por el inquietante Dennis Hopper) vengaba la muerte de un familiar a manos de Leatherface y compañía, poniéndose para ello al mismo nivel asesino de sus enemigos (hasta llegaba a coger una motosierra para enfrentarse a Cara de Cuero). Pues bien, esto es más o menos lo que cuenta Rob Zombie en Los Renegados del Diablo. La casa de los Firefly es asediada por el sheriff Wydell (William Forsythe, veterano del cine chusco, del que recuerdo especialmente su papel del villano Ice en Frío como el Acero). Tras la cruenta redada, uno de los Firefly resulta muerto, mientras que Mamá Firefly es arrestada (por cierto, a ésta ya no la interpreta Karen Black, sino la inolvidable Sargento Callahan de Loca academia de Policía, Leslie Easterbrook). El deforme Tiny (el tristemente fallecido Matthew McGrory, visto en Big Fish) no se ve implicado en el altercado, mientras que Otis (Bill Moseley - que hizo de Chop Top en La matanza de Texas II... -) y Baby (la esposa del director, Sheri Moon Zombie) escapan de la masacre. Otis y Baby llaman a su padre, el Capitán Spaulding (Sid Haig, repitiendo papel, aunque en la primera parte no recuerdo que en ningún momento dijeran que Spaulding era el patriarca del clan Firefly...) y deciden reunirse en el club de su viejo amigo Charlie Altamont (Ken Foree, protagonista del Zombi de Romero y de... La matanza de Texas III), pero antes de llegar harán una parada en un motel donde darán rienda suelta a sus instintos y costumbres más depravadas.

Hasta aquí, la película disfruta de un ritmo endiablado, pero al mismo tiempo que los personajes detienen su huída momentáneamente en el motel, la historia se estanca para mostrar un catálogo de humillaciones, despropósitos y atrocidades que para algunos constituirán el plato fuerte de la función y, para otros, un segundo acto algo tedioso lleno de situaciones incómodas y que no llevan a ninguna parte más que a mostrar violencia gratuita y vejaciones.

Sinceramente, soy incapaz de posicionarme a un lado o a otro. El cinéfago que llevo dentro le da las gracias a Zombie por darle la oportunidad de ver un compendio de secuencias fuertes e incómodas, a contracorriente y tan valientes que casi parecen suicidas. Pero al mismo tiempo llegué a sentir en algunos momentos que la película no me ofrecía otra cosa que eso, locura y violencia, lo cual llega a cansar cuando te lo sirven en cantidades industriales.

Y es que, si analizamos la estructura dramática de la cinta fríamente, nos damos cuenta de que Rob Zombie se salta todas las reglas y se olvida de otorgar a su historia ritmo o tensión. Apenas hay sorpresas y la cinta es incapaz de provocar entusiasmo en cualquiera que no sea devoto del género (en la sala donde vi la película se salieron tres personas, y se escuchaban constantemente los comentarios negativos del resto). Estéticamente la podríamos calificar sin remordimientos como fea. Tan fea y sucia como sus personajes (los protagonistas y los secundarios). La elaborada fotografía de colores rojos y azules reminiscente de Lucio Fulci y Dario Argento que disfrutamos en La Casa de los 1000 cadáveres se convierte aquí en un monocromático marrón arenoso, hasta tal punto que por momentos parece que la norma de Zombie a la hora de fotografiar la cinta ha sido la de que parezca que no haya ninguna elaboración previa, con luces y sombras naturales y planos que parecen improvisados. Es decir, que Zombie, lejos de querer lucirse, ha preferido darle a su segunda obra un tono realista tan potente que, en no pocos momentos, parte de la incomodidad que provoca la cinta en el espectador surge de la sensación de estar acompañando a los Firefly en sus matanzas, sentados junto a ellos en la cama del motel o en la parte de atrás de la camioneta.

Así, Los Renegados del Diablo no me ha parecido la obra maestra que esperaba (o, mejor dicho, deseaba) ver, sino una película audaz con grandes aciertos, pero también con escenas que estarían mejor en la sección "secuencias eliminadas" de su futura edición en DVD. Hablando de esto, hay que destacar la decepción que ha provocado en muchos fans la desaparición en el montaje final de Rosario Dawson, que moría sangrientamente a manos del Dr. Satán. Éste tampoco aparece, según Zombie, para distanciarse aún más del género de terror al que se adscribía la primera parte. Quizá ahí resida parte del desencanto que me ha producido esta secuela: en que los modelos que seguía el director en su anterior película me interesan más que los que ha tomado como referencia en ésta; en que me gusta más el terror de serie b que el spaghetti western; en que, a pesar de todo, sigo disfrutando más de Craven o Hooper que de Peckinpah o Boorman. A algunos les parecerá triste, pero es así, amigos.

En resumidas cuentas, Los Renegados del Diablo me ha parecido una película que camina entre lo excitante (el magnífico final, de lo mejor que he visto últimamente) y lo irritante (la escena del "tutti puti frutti", por ejemplo), pero en la que no puedo dejar de pensar desde que la vi.


Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: Cinco años después de escribir esto todavía no he vuelto a ver la película, lo cual quizá significa que en mi recuerdo se ha devaluado bastante. Una segunda oportunidad no estaría de más. 

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