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29 nov 2011

'Los ojos del bosque'

(The watcher in the woods. John Hough. Estados Unidos. 1980. 80 minutos) A mediados de los 70, la marca Walt Disney no era necesariamente sinónimo de éxito. Sus días de gloria como productora más importante del cine de animación de Estados Unidos estaban en entredicho, ya que si bien no había ninguna otra compañía rival que le hiciera sombra, sí que veía cómo sus últimos títulos estaban lejos de poder compararse a niveles artísticos y comerciales con sus clásicos más conocidos. Buscando refugio en películas de acción real enfocadas al público familiar, Disney halló sendos éxitos en La montaña embrujada (Escape to Witch Mountain. 1975) y su secuela, Los pequeños extraterrestres (Return from Witch Mountain. 1978). El director de ambas no fue otro que John Hough, director inglés que había filmado dos reputadas cintas de terror: Drácula y las mellizas (Twins of evil. 1971) y La leyenda de la mansión del infierno (The legend of hell house. 1973), una de las mejores películas de casas encantadas de todos los tiempos. Si bien el tono general de los dos films que rodó para la Disney era inevitablemente amable, la mezcla de protagonistas adolescentes, aventuras y ciencia-ficción funcionó lo suficientemente bien como para que fuera considerado para encargarse de otro éxito en potencia, en este caso la adaptación de una novela de Florence Engel Randall titulada Los ojos del bosque (1976) que mezclaba elementos similares. Sin embargo, esta vez John Hough se llevó la cinta a su terreno, consiguiendo un producto incómodo para la productora, poco amable para el público infantil y con una atmósfera decididamente terrorífica. En ella, vemos cómo Jan y Ellie, unas jóvenes que se mudan a una casa de campo en Inglaterra con su familia, reciben lo que podrían ser mensajes del Más Allá, aparentemente enviados por una chica desaparecida años atrás, Karen, y cuyo cuerpo nunca apareció. Al mismo tiempo que se suceden fenómenos paranormales, las protagonistas descubren que algunos adultos del lugar esconden un secreto que podría esclarecer qué ocurrió con Karen.

LO MEJOR: Que no haga demasiadas concesiones al público
infantil.
LO PEOR: El final deja en evidencia que hubo problemas de
producción.
El resultado fue demasiado terrorífico para los estándares de la Disney, aun cuando habían elegido deliberadamente un punto de partida que se prestaba a ello. En un intento de salvar la papeleta, eliminaron varias escenas, filmaron hasta tres finales distintos y reestrenaron la película un año después, con el montaje de ochenta minutos que hoy conocemos. Dejando a un lado todo este desaguisado (del cual pueden leer más si pinchan aquí), hay que reconocer que el resultado de Los ojos del bosque es sorprendente. Muy en contra de lo que podríamos pensar nada más ver escrito Walt Disney Productions presents en los títulos iniciales, la cinta nos sumerge de inmediato en un terreno hostil para los protagonistas y para el público, un bosque insondable donde se advierte la presencia de alguien o algo que nunca llegamos a ver pero cuyas acciones (en forma de viento o fenómenos luminosos) se hacen patentes desde el principio. Eso por un lado. Por otro, tenemos otro recurso más inquietante si cabe en la forma de un espectro que pide ayuda a las hermanas Jan y Ellie, apareciéndose en los espejos o hablando a través de la voz de la pequeña. Para redondear la intriga, hay incluso un ritual que se nos muestra en forma de flashbacks a medida que los implicados confiesan su participación en él y las extrañas consecuencias que tuvo. Como ven, parece mucho para condensar en apenas hora y veinte, pero ahí radica una de las grandes virtudes de la película, ya que gracias a ello adquiere un ritmo incesante y logra mantener la atención del espectador en todo momento, sin apenas altibajos narrativos ni secuencias de relleno, lo cual es siempre digno de elogio. Y en cuanto al terror, quizá se sorprendan al comprobar la manera tan hábil con la que la película consigue poner los pelos de punta en varias ocasiones. Es posible que el papel de Bette Davis les sepa a poco (no es a ella a quien hay que temer en esta ocasión), pero si hay algún aspecto que realmente quede cojo en Los ojos del bosque es el final. Sin ánimo de aguarles la fiesta en caso de que no la hayan visto, con lo cual ya quedan avisados de que quizá no tendrían que seguir leyendo (SPOILER!), es evidente que la conclusión que se tomó como final oficial (tras otros dos alternativos que pueden ver aquí y aquí) no casa del todo bien con la pregunta que nos hacemos desde el principio, en cuanto vemos por primera vez los efectos lumínicos que sorprenden a la protagonista: ¿no serán esas luces más propias de un extraterrestre que de un fantasma? Los finales previos dicen que sí, pero el del montaje que se comercializó a partir de 1981 elimina las apariciones del alien (diseñado por Henry Selick, futuro director de Pesadilla antes de Navidad, James y el melocotón gigante y Los mundos de Coraline) y el viaje a su planeta (que, en honor a la verdad, resultan bastante pobres, como habrán podido comprobar si han abierto los vídeos que les acabo de enlazar) y lo sustituye por una conclusión que nos habla de un cruce entre dimensiones pararelas y muestra al Observador (el Watcher del título original) como un ente incorpóreo. Es una pena que este clímax deje a un lado la intención inicial de Hough (quien no filmó estos últimos minutos) y se busque tan desesperadamente un final feliz que rompe, en parte, con el tono terrorífico y oscuro que posee el resto del metraje. Aún así, Los ojos del bosque merece ser recordada como una rareza interesantísima, un cuento de terror para niños grandes y, quizá, uno de los títulos más rescatables de la producción del género de principios de los ochenta.

28 nov 2011

'Noche de miedo' (2011)

(Fright night. Craig Gillespie. Estados Unidos. 2011. 106 minutos) Muchos fans de la Noche de miedo original, dirigida en 1985 por Tom Holland, pusieron el grito en el cielo cuando aparecieron las primeras instantáneas del nuevo Peter Vincent. Para los que no conozcan la primera versión, indicarles que en aquélla el personaje del showman experto en vampiros era interpretado por Roddy McDowall con una distinción y un humor plenamente british, con un ojo puesto en la Hammer y otro en los presentadores norteamericanos de programas de televisión dedicados a la Serie B. Sin embargo, en la versión 2011 Vincent aparece como una suerte de prestidigitador neo-gótico de Las Vegas que se comporta como una estrella de rock y al que da vida, con unas pintas muy a lo Russell Brand, el irlandés David Tennant. Pocos minutos después, y dejando a un lado que este cambio no es otra cosa que el signo de los tiempos, Tennant aparece frente al espectador despojándose de todos sus accesorios postizos, peluca, bigote, patillas, en lo que parece casi una broma a costa de esos aficionados a los que sabían de antemano que iban a cabrear. El mensaje podría ser el siguiente: no había necesidad de alarmarse. Y es extrapolable a lo que se podría decir de ese miedo irracional que se tenía ante este o cualquier otro remake, puesto que estamos ante una película mejor de lo que, a buen seguro, muchos esperaban. Un inciso: en el cine, ninguna nueva versión sustituye a la original y siempre tienen la opción de no ver el remake de turno y seguir mirando la misma película de siempre. Pero no sean tan lloricas, por favor. 

LO MEJOR: La secuencia de la persecución.
LO PEOR: Algún abuso de los efectos digitales.
Volviendo a la Noche de miedo de Craig Gillespie, no se puede decir que aporte nada nuevo al panorama del cine de terror, ni siquiera al subgénero de vampiros. Pero eso no implica necesariamente una valoración negativa de la cinta, ya que si algo se puede destacar de ella es la manera tan apañada con la que consigue sortear las comparaciones con la original, respetando el hilo argumental y algunas secuencias concretas pero alterando el orden y añadiendo recursos estilísticos que habrían sido impracticables en 1985. En ese sentido, la secuencia de la persecución nocturna por la carretera es brillante y es un buen resumen de lo que se puede encontrar en este remake: buenas dosis de terror (no del que hace que se les pongan los pelos de punta, pero... ya me entienden), leves notas de humor (quizá menos que en la versión de 1985, pero de un tono menos inocente), buen pulso para las escenas de acción y el respeto justo por la cinta de Holland (atentos al cameo de Chris Sarandon, el vampiro de la original). En cuanto a su reparto, ninguna queja, destacando especialmente un Colin Farrell  que se lo pasa en grande pudiéndose reír de su fama de mujeriego y peligroso, además de un Christopher Mintz-Plasse que aparece menos de lo deseado pero que se dedica a robar escenas cada vez que le dejan. En resumen, Noche de miedo, versión 2011, aun con sus deudas hacia el 3D que se hacen evidentes en la planificación de algunos momentos concretos y con su estigma de ser el remake de una película mitificada por los que hoy son treintañeros, supone una experiencia satisfactoria y divertida, un título recomendable que, si bien no inventa la Coca-Cola, sí que la sirve de manera refrescante.

25 nov 2011

'Cumpleaños mortal'

(Happy birthday to me. J. Lee Thompson. Canadá. 1981. 110 minutos) J. Lee Thompson, en su faceta de director todoterreno que lo mismo servía para hacer (bien) El cabo del terror (Cape fear. 1962) que La rebelión de los simios (Conquest of the Planet of the Apes. 1972) o Justicia salvaje (The evil that men do. 1984), puso también su granito de arena en la gran montaña del slasher norteamericano de principios de los 80. Filmada en Canadá con el apoyo económico de Columbia Pictures, Cumpleaños mortal tenía como mejor aval el hecho de venir producida por los mismos responsables de la sensacional San Valentín sangriento (My bloody Valentine. George Mihalka, 1980), con el extra añadido de tener a un decadente Glenn Ford en el reparto y de suponer el primer papel importante para el cine de la entonces popular Melissa Sue Anderson, la Mary Ingalls de La casa de la pradera. Teniendo todo esto en cuenta, lo que cabría de esperar de este título sería una explotación más de la fórmula conocida de adolescentes muriendo brutalmente durante el transcurso de una fecha señalada. Así hace pensar también su argumento: los miembros de una pandilla elitista de un colegio privado van desapareciendo misteriosamente, asesinados por alguien a quien conocen y que se aprovecha de esa confianza para quedarse a solas con ellos y exterminarles. Sin embargo, Cumpleaños mortal, aún ajustándose en cierto modo a esos cánones previsibles, desvela rápidamente sus inclinaciones hacia el amarillo, hacia el giallo italiano.

LO MEJOR: Lo bien que traslada algunos recursos del giallo
al slasher norteamericano.
LO PEOR: La ristra de finales.
Como en algunas de las mejores películas de Dario Argento, gran parte de la tensión que nutre su argumento se basa en un recuerdo que la protagonista tiene bloqueado en su memoria y que, de recuperarlo, quizá le ayudaría a resolver el misterio detrás de los asesinatos. No conviene desvelar mucho más del argumento, ya que siempre cabe la posibilidad de que algunos de ustedes aún no hayan visto la película (como era mi caso) y no me parece de recibo destriparles nada. Lo que sí les puedo decir es que los últimos veinte minutos de película tienen tantos giros que uno acaba exhausto, sorprendido e indignado, todo al mismo tiempo. A muchos nos gusta que el cine nos manipule, que nos despiste, que consiga inquietarnos y que acabemos con la boca abierta de estupefacción, pero siempre y cuando juegue limpio, aportándonos pistas fiables, por muy sutiles que sean, hasta tal punto que sólo sean perceptibles en un segundo visionado o en un repaso mental de los minutos previos. Sin embargo, Cumpleaños mortal se esconde demasiados ases en la manga y los utiliza casi todos durante un clímax extenuante que resulta increíble, y no precisamente para bien. No me entiendan mal: la película es apreciable, está bien filmada, la trama es interesante y está algo por encima de la media (y se adereza con esos recursos del terror italiano, como citaba antes, por ejemplo el asesino enfundado en guantes de cuero negro que usa armas blancas, además del trauma psicológico de la protagonista). Incluso tiene un par de asesinatos bastante impactantes (ojo al del joven que hace pesas...). Pero, en su obsesión por rizar el rizo, la historia se le va de las manos a sus responsables y, como si no supieran muy bien cómo acabar, meten todos los finales posibles que se les habían ocurrido, provocando una perplejidad total en el expectador. Esto me provoca sentimientos encontrados: por un lado, adoro ese descaro para llevar la propuesta a esos límites de insania, pero al mismo tiempo considero que hay demasiadas trampas y que, al no conseguir encontrar una respuesta coherente a todas las incógnitas que sembraron en el libreto, los guionistas decidieron salirse por la tangente y aturdir al público sin darle tiempo a reaccionar, de manera vil y, si me permiten la pequeña exageración, indignante. Aun así, y siempre teniendo en cuenta que este tipo de conclusiones son determinantes para luego evaluar el grado de satisfacción que nos produce un largometraje, cabe recomendar Cumpleaños mortal como una estimulante mezcla del slasher yanqui y el giallo italiano, lo que le aporta un mayor grado de personalidad que el que podían lucir algunas de sus coetáneas.

23 nov 2011

'El asesino de Rosemary'

(The Prowler. Joseph Zito. Estados Unidos. 1981. 88 minutos) El género slasher, como cualquier otro, acusó un rápido agotamiento por culpa de una sobre-explotación y una reiteración excesiva de ideas visuales y temáticas. Quizá en ese momento, en plena fiesta sangrienta, los fans del terror no ponían pegas al modo en el que muchas películas les daban lo mismo una y otra vez, contentándose con unas cuantas escenas gore con las que calmar sus ansias de vísceras y hemoglobina. Pero, hoy en día, incluso siendo benevolentes no podemos dejar de comprobar cómo algunas de estas películas que siempre hemos considerado como clásicos inapelables, casi como obras maestras a reverenciar sin temor alguno, resultan frustrantes al revisarlas y nos obligan a replantearnos la justificación de ese culto que les profesamos. El asesino de Rosemary es una consecuencia directa del éxito de Viernes 13 (Friday the 13th. Sean S. Cunningham, 1980) y, como muchas otras, repite su esquema casi al pie de la letra: prólogo ambientado en el pasado donde tiene lugar un crimen, salto temporal que nos sitúa en la actualidad, concretamente en una fecha destacada (aquí la noche de graduación), asesino cuya identidad no es desvelada hasta el final, jóvenes asesinados de manera gráfica (con efectos especiales de Tom Savini también) y un susto final que aquí está metido con calzador y que resulta de lo más gratuito (más todavía, se entiende, de lo mucho que suelen serlo los sobresaltos finales del slasher). Y, aunque Joseph Zito se encargaría después de la mejor película protagonizada por Jason Voorhees, Viernes 13, parte 4: El capítulo final (Friday the 13th: The final chapter. 1984), El asesino de Rosemary se queda en el terreno de la burda explotación sin demasiada gracia.

LO MEJOR: Los efectos especiales de Tom Savini.
LO PEOR: Que es otra más que añadir a la lista de "Pelis que
molaban y que ahora aburren".
Soy consciente de que entre los lectores de este blog hay fans de la película, y entiendo que, en el recuerdo, El asesino de Rosemary puede resultar fascinante por dos motivos: el traje del asesino y la brutalidad de las escenas de muertes. Vestido de camuflaje, con apariencia de cazador y armado con un machete y una horca de hierro y madera, el merodeador del título original resulta inquietante y tan peligroso como cabría esperar. Su manera de asesinar no es tampoco muy fina que digamos, luciendo una brutalidad que queda bien plasmada gracias a los excelentes efectos de Savini, fácilmente lo mejor de toda la película. Sin embargo, aparte de eso no hay absolutamente nada en El asesino de Rosemary que sea digno de elogio, sino más bien lo contrario. Además de la falta de originalidad, de la nulidad dramática de los personajes y de otros aspectos que nos importan un pimiento, hay tres momentos puntuales que a uno no le dejan hacer otra cosa que no sea preguntarse en qué demonios estaban pensando los guionistas y el director. El primero es la escena de despedida de quien luego resulta ser el asesino. Es como si gritara "¡Me voy! ¿Me habéis oído? ¡Me voy! ¡Pero luego vuelvo y os mato a todos sin que sepáis que soy yo!". No recuerdo ningún otro slasher en el que la identidad del killer de turno sea tan evidente (exceptuando secuelas, claro). El segundo gran momento chorra es la llamada telefónica que el aprendiz de Sheriff hace al lugar en el que se supone que está este personaje que mencionaba antes. Con un ritmo de lentitud atroz, con una cadencia incómoda, asistimos a varios minutos de metraje llenos del vacío más absurdo y dilatado. El tercer gran instante, este ya de descojone involuntario, es cuando la protagonista es salvada in extremis por el tontico del pueblo y ambos se dedican miraditas tiernas en un juego de plano-contraplano, acompañado de una música nauseabunda, que parece sacado de Museo Coconut. Y al pobre psycho-killer no le dan tiempo a explicarse porque le revientan la cabeza. Literalmente. Así que, lo voy a decir, El asesino de Rosemary es otra de esas películas que me arrepiento de haber vuelto a ver. Aunque me temo que tampoco me ha servido para que aprenda la lección...

18 nov 2011

'Asesinos de élite'

(Killer Elite. Gary McKendry. Estados Unidos / Australia. 2011. 116 minutos) Como ya ocurrió con The Bank Job, Asesinos de élite devuelve a Jason Statham a un terreno algo más apegado a la realidad de lo que nos tienen acostumbrados sus incursiones en el cine de acción más loco. Ambientada en 1981, la película está basada en las experiencias reales de un ex-oficial de fuerzas armadas británicas, Ranulph Fiennes, quien publicó en 1991 una novela de aventuras y espionaje titulada The Feather Man en la que relataba algunas de las matanzas perpetradas por su ejército en Omán durante 1976, con fotografías incluidas. Así, sorprenden de entrada estos dos detalles: su ambientación eighties (aunque no se haga hincapié en ello y, de hecho, el texto que aparece antes de los créditos juega con lo poco que han cambiado las cosas desde entonces) y que no se trate de un remake de la película homónima que Sam Peckinpah dirigió en 1975, titulada en España Los aristócratas del crimen (algo que, si siguen las noticias sobre cine, ya sabrían). Pero pueden estar tranquilos: por mucho que estemos ante una película "basada en hechos reales", lo que de verdad toma como punto de partida es una novela cuya veracidad fue puesta en entredicho y que no deja de ser una aventura de agentes secretos, conspiraciones militares y venganzas. Con sus actores haciendo lo que ven en el póster: intentar ser los más chulos del reparto y darse a la acción a la mínima que pueden.

LO MEJOR: Los enfrentamientos entre Statham y Owen.
LO PEOR: Es algo rutinaria.
Robert De Niro aparece más bien poco, así que toda opción de lucimiento queda en bandeja para Jason Statham, quien hace lo de siempre e igual de bien, y sobre todo un Clive Owen que, con su caracterización y su actitud, se dedica a robar escenas incluso cuando las comparte con Statham, aquí bastante comedido en la línea de trabajos recientes como The Mechanic y Blitz. Se aprecia en la película del debutante McKendry cierta indefinición entre el thriller de tono serio y la cinta de acción desbocada, pero afortunadamente el cómputo global es bastante satisfactorio y, si bien se la puede considerar simplemente otra película más dentro de la ya extensa filmografía de Statham, no defraudará a sus fans ni a cualquiera que se lo pase bien con los tiroteos, persecuciones y peleas de rigor, aquí bastante bien dosificadas en un metraje algo excesivo. Sobra la historia de amor que pretende humanizar al protagonista y quizá nos hubiera gustado más de haberse centrado en el juego del gato y el ratón entre Statham y Owen. De este modo, Asesinos de élite, sin dejar de ser un largometraje correcto, deja con la sensación de que podría haber ido a más si hubiese tenido más claros sus objetivos. Y, sin que por ahora haya motivos para encender las señales de alarma, quizá debería servir como toque de atención a The Stath para que dejara de conformarse con aparecer en películas simplemente aceptables (y que basan la mayor parte de su fuerza en él mismo) y comenzar a buscar algo más memorable. O, dicho de otro modo más prosaico, queremos verle de nuevo en pelis que lo peten.

14 nov 2011

'Kárate a muerte en Bangkok'

(The Big Boss / Tang shan da xiong. Conocida en EEUU como 'Fists of Fury'. Lo Wei. Hong Kong. 1971. 100 minutos) El fanatismo ejerce una peligrosa influencia sobre la consideración que algunas películas obtienen con el paso del tiempo, hasta tal punto que, debido a la exaltada admiración que algunos profieren por determinadas estrellas del celuloide, se llegan a mitificar cintas cuyas verdaderas cualidades están lejos de ser tan remarcables como cabría suponer (y sé de lo que hablo: soy fan de Van Damme). Es el caso de Kárate a muerte en Bangkok, la cual arrastra una fortísima carga icónica ya desde su mismo título (por mucho que sea erróneo utilizar la palabra "Kárate" cuando se tendría que hablar de "Kung Fu"...), además de ser justamente célebre por suponer el primer título que Bruce Lee protagonizó de adulto en el seno de la industria cinematográfica de Hong Kong y, para colmo, su primera película de artes marciales, tras haberse granjeado cierta fama como luchador y actor en diversas apariciones televisivas en los Estados Unidos. En una jugada que le salió redonda, Bruce Lee rechazó el contrato draconiano que le ofrecían en la Shaw Brothers y se lo jugó todo aceptando la propuesta de Raymond Chow, un productor independiente que había formado parte de la Shaw y que andaba detrás de un gran éxito que terminara de lanzar su flamante compañía, la luego esencial Golden Harvest. Es fácil adivinar qué atrajo a Bruce de dicho acuerdo: la posibilidad de tener cierta libertad creativa, de mostrar las artes marciales de un modo realista y de figurar por fin como el nombre más importante del reparto (pese a que, en un inicio, antes de que el director Ng Gar Seung fuera reemplazado en su labor por Lo Wei, el protagonista iba a ser James Tien, quien con el cambio de rumbo del proyecto perdió importancia en favor de Lee). El argumento se aleja de las aventuras dinásticas tan de moda por aquella época, para presentar una historia contemporánea ambientada en Tailandia en la que Cheng Chao-an (Lee), un emigrante chino que ha recalado allí para trabajar en una fábrica de hielo, debe enfrentarse a una trama de tráfico de drogas y asesinatos. La excusa perfecta para que el actor se líe a mamporros a la mínima ocasión. Aunque, como veremos, esto no fue exactamente así.

LO MEJOR: El instante en el que, por fin, Bruce comienza a pelear.
LO PEOR: La precariedad de todos los elementos artísticos y
técnicos de la película, incluso para los estándares del cine de Hong
Kong de los años 70.
Vista hoy, con todo lo que la figura de Bruce Lee supone para un género, el del cine de artes marciales, que él se encargó de popularizar internacionalmente, puede sorprender el hecho de que su personaje se pase la primera mitad de la película sin luchar: Cheng Chao-an ha prometido a su madre que no se meterá en peleas. Para tenerlo siempre presente, lleva un colgante de jade en el cuello que le recuerda que debe mantener su palabra (hasta que le rompen el collar y... pasa lo que pasa). Se puede decir que esto crea cierta inquietud, ya que lastra el arranque de la acción y, teniendo en cuenta lo escueto del argumento, no hay demasiado interés en los primeros minutos del largometraje más allá de intentar adivinar en qué momento comenzarán las hostias. Sin embargo, viendo este detalle en perspectiva, es fácil adivinar lo que este hecho supuso para los espectadores de la época, especialmente para quienes todavía no conocían la faceta de Lee como luchador (recordemos que, aunque comenzó su carrera como actor en Hong Kong cuando apenas era un niño, nunca antes había filmado un largometraje de acción). Básicamente, el protagonista se pasa la primera mitad del metraje conteniéndose, apretando los dientes para no rebelarse ante las injusticias que presencia y poniendo la otra mejilla. Por ello, cuando por fin comienza a luchar, y de esa manera en la que no se había visto antes en pantalla, el espectador queda atónito, libera la tensión que había acumulado con el personaje y celebra cada patada con una mezcla de alivio y excitación. Fue en ese preciso instante cuando Bruce Lee hizo historia. Y es que Kárate a muerte en Bangkok no es sólo importante por ser la carta de presentación del actor como héroe de acción, sino también por suponer una ruptura con respecto al modo en el que se venían filmando las artes marciales hasta entonces. Era habitual que los protagonistas de las cintas de la Shaw Brothers u otras productoras fuesen antes actores que luchadores, debido a que la planificación de los combates, su fragmentación, permitía esconder las carencias marciales de los mismos. Sin embargo, a partir de Kárate a muerte en Bangkok se dejó menos espacio a los trucos de cámara y se exigieron combates más realistas y, a la postre, espectaculares (porque, aunque parezca una contradicción, resulta más hipnótico ver en plano fijo a dos luchadores auténticos que asistir a un desfile de planos trucados con cables y efectos especiales). Bruce todavía no tenía el peso en la industria de Hong Kong que obtuvo tras romper records de taquilla con este film, de ahí que tuviera que ceder a algunas exageraciones muy del gusto de Lo Wei (algunos saltos imposibles, principalmente), pero su manera de actuar, de luchar, de comportarse, dejaron una huella indeleble que no se ha borrado todavía, cuarenta años después del estreno de Kárate a muerte en Bangkok. Sin su presencia en la película, ésta habría sido simplemente otra más. Y, además, de las feas, ya que técnicamente es realmente pobre (por ejemplo, hay un travelling en el que la cámara choca con algo, provocando una sacudida en el plano, y ha quedado en el montaje final). Pero gracias a Bruce Lee la cinta se convirtió en un clásico y sentó las bases para la fiebre por el Kung-Fu (aunque casi todo el mundo pensara que era Kárate) que explotaría en todo el planeta durante la década de los setenta.

11 nov 2011

'30 minutos o menos'

(30 minutes or less. Ruben Fleischer. Estados Unidos. 2011. 83 minutos) Ruben Fleischer está a punto de ponerse serio. O, al menos, eso parece indicar el proyecto en el que se encuentra enfrascado ahora mismo, una película titulada Gangster Squad sobre los esfuerzos de la policía de Los Angeles por impedir que la mafia de la Costa Este de los Estados Unidos consiga instalarse en su territorio. Antes de que eso ocurra, y sin saber todavía si dicha cinta supondrá el comienzo de un nuevo rumbo en su carrera o simplemente un experimento, tenemos ahora la oportunidad de disfrutar de 30 minutos o menos, película desenfadada y divertida en la línea de su anterior Zombieland (2009). De nuevo con el protagonismo de Jesse Eisenberg, Fleischer nos adentra esta vez en un relato de perdedores en el que un repartidor de pizzas se ve obligado a atracar un banco a contrarreloj, si no quiere que la bomba que sus extorsionadores le han colgado en el pecho le haga saltar por los aires. La premisa le sirve al director para homenajear al género de acción, planteando una buddy movie en la que los héroes se ven obligados a delinquir y en la que los villanos no son mafiosos ni terroristas, sino dos paletos que necesitan dinero para montar un puticlub y no quieren mancharse las manos en el proceso. 

LO MEJOR: Los instantes en los que aprieta el acelerador y
deja un poco de lado el patetismo de sus protagonistas.
LO PEOR: Que demuestra cierta falta de energía que no se
dejaba ver en Zombieland.
Se puede decir que Fleischer consigue su objetivo de rendir tributo explícito a películas como Arma letal (Lethal weapon. Richard Donner, 1987), Jungla de cristal (Die hard. John McTiernan, 1988) o Le llaman Bodhi (Point break. Kathryn Bigelow, 1991), pero no termina de convertir a 30 minutos o menos en una suma de puntos comunes ni en un homenaje tan efectivo o una parodia tan certera como lo era Zombieland en su género. En esta ocasión potencia el poso deprimente que ya estaba presente en aquélla, incidiendo en la penosa situación vital de unos personajes que a duras penas conseguirán salir de su miseria moral ni económica, al tiempo que plantea una idea que tiene algo de reivindicativo: el ahora tan famoso bromance (término anglosajón que suma las palabras "Brother" y "Romance" y que sirve para describir relaciones de amistad entre hombres heterosexuales que rayan en lo amoroso) que se le quiere adjudicar a Judd Apatow y compañía, ya era algo común en el cine de acción e incluso iba más allá, adquiriendo, en el caso de los villanos, tintes obviamente homosexuales. 30 minutos o menos no quedará en el recuerdo como sí lo hizo el anterior trabajo de Ruben Fleischer, pero resulta una cinta apreciable y correcta dentro de sus simpáticas y modestas aspiraciones.

4 nov 2011

'Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio'

(The adventures of Tintin: The secret of the Unicorn. Steven Spielberg. Estados Unidos / Nueva Zelanda. 2011. 107 minutos) Como crítico les podré parecer más hábil o más torpe, dependiendo de cuáles sean sus consideraciones hacia mi persona en ese sentido, pero desde luego, no me deberían tener muy en cuenta como futurólogo, porque me temo que el porcentaje de acierto de mis predicciones es un desastre. Les pongo dos ejemplos. El primero es que vaticiné que Los Pitufos (The Smurfs. Raja Gosnell, 2011) sería un fracaso económico porque pensaba que los niños de ahora no conocen a los personajes y que, en consecuencia, no pedirían a sus padres que les llevaran a los cines. Pues bien, la película lleva recaudados 551 millones de dólares en todo el mundo. El segundo ejemplo es el relativo a la película que nos ocupa, Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio. Habiendo perdido la confianza en el sentido de la aventura de Steven Spielberg tras su última cinta de Indiana Jones, la que para muchos nunca debería haber existido, y teniendo muchos reparos con la animación de captura de movimiento, no esperaba con muchas esperanzas este largometraje que, para colmo, estaba protagonizado por un personaje al que nunca me he acercado ni siquiera por curiosidad. Y resulta que es uno de los títulos más excitantes que se han estrenado este año...

LO MEJOR: La manera en la que consigue aniquilar todos
los prejuicios que había generado.
LO PEOR: Que la animación por captura de movimiento no
ha alcanzado todavía ese hiper realismo al que aspira.
Me explico. Da igual que sean fans de la creación de Hergé, aunque es evidente que eso les ayudará a pillar ciertos guiños y a sacarle algo más de jugo al invento. El guión es lo suficientemente inteligente como para sortear ese escollo y convertirse en algo totalmente comprensible y disfrutable incluso para los no iniciados en el personaje. Y no es de extrañar teniendo en cuenta que viene firmado por Edgar Wright, Joe Cornish y Steven Moffat. También pueden estar tranquilos por Spielberg, porque al parecer lo del último Indy sólo fue un traspiés momentáneo. Su nueva película es un no parar desde el principio hasta el final, un prodigio de ritmo, aventuras y acción como pocas veces se ve en pantalla grande y que puede deshacer cualquier reticencia inicial que se tuviera ante el proyecto. Para colmo, tiene algunas de las set-pieces más espectaculares de los últimos años (todo el tramo en Marruecos es, sencillamente, magistral) y hay humor a raudales (y no tan políticamente correcto como cabría esperar de una superproducción de estas características: ahí está esa pequeña alusión a la zoofilia, sin olvidar la manera en la que utilizan el alcoholismo de Haddock como chiste recurrente). En cuanto a la otra barrera que había que derribar, la de la animación, hay que decir que también lo consigue, aunque no de un modo tan inapelable. Se puede decir tranquilamente que Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio es la película filmada con captura de movimiento que tiene una animación más depurada, más creíble y más humana. Pero no es así al 100%, ya que si bien con Haddock han hecho un trabajo impresionante (Andy Serkis de nuevo dándolo todo), desarrollando incluso su personaje mucho más que los demás, también hay que reconocer que otros, como el propio Tintín, no dejan de resultar demasiado artificiales en ocasiones. Y esto, cuando les colocas en entornos hiper realistas que se pretenden hacer pasar por auténticos, puede suponer un problema al generarse un contraste entre la naturalidad de esos escenarios y la artificiosidad de los caracteres que se mueven por el mismo. No obstante, esto sería lo único relativamente negativo de una película que no deberían perderse y que incluso tiene un 3D agradable, para variar.

Los cuatro golpes.


Seguro que conocen esta sensación: están tan tranquilos, se sientan a ver una película y, cuando ésta termina, descubren que su vida es un poquito mejor que noventa minutos antes. En el nuevo número de Crónicas de un Pueblo hablo de esto y doy las gracias al Cine por darme todo lo que me da.

     Primer golpe. Me acerco al COC (Centro de Ocio Contemporáneo) de Badajoz. Dentro del ciclo “Clásicos del cine europeo”, hoy proyectan ‘LOS 400 GOLPES’ (Les 400 coups. 1959), de François Truffaut. Es una de esas películas que, dicen, cualquier cinéfilo debe haber visto. No se me ocurre mejor modo de descubrirla que en versión original subtitulada y por el precio de un euro. Noventa y nueve minutos después me encuentro en estado de shock emocional, algo que intento disimular todo lo que puedo. Aparentemente la película sólo me ha encantado. Pero hay más: me siento afortunado por haber podido encontrar una obra maestra de tal magnitud a estas alturas de mi vida, me doy cuenta de que, por suerte, todavía tengo muchas cosas por descubrir y que, al mismo tiempo, soy lo suficiente mayor como para que las cuitas de Antoine Doinel, el personaje protagonista de la película, me hayan removido las entrañas. Me siento vivo.
     Segundo golpe. Estrenan en todos los cines ‘CRAZY, STUPID, LOVE’ (2011), de Glenn Ficarra y John Requa. Algunas críticas han sido tibias, aunque otras hablan de joya a reivindicar y a destacar dentro de un género, la comedia romántica, del que no soy especialmente fan. Ciento dieciocho minutos después me encuentro en un estado de alegría total, algo que no intento disimular a mi pareja en ningún momento. Es evidente que la película me ha dejado satisfecho. Y más que eso: Bea y yo nos hemos pasado dos horas sonriendo, a veces carcajeándonos, nos hemos encariñado con los personajes y me doy cuenta de que, probablemente, nunca le he visto reírse tanto con ninguna película. Me siento feliz. 
     Tercer golpe. Recupero, en DVD, una de las películas de Hayao Miyazaki que me faltaban por ver: ‘MI VECINO TOTORO’ (1988). Admiro al director japonés y confío en que este título no me decepcione. Ochenta y seis minutos después me siento imbuido por un estado de paz total, absorto todavía por la manera tan sencilla con la que el director es capaz de emocionarnos, de llevarnos a la infancia y de arrastrarnos hacia la fantasía. Me siento joven. 
     Cuarto golpe. No he podido ir a Sitges este año y me he perdido ‘ATTACK THE BLOCK’ (2011), de Joe Cornish. Pero, por suerte, ya ha aparecido en DVD y BluRay en Inglaterra. Se estrena en Diciembre en salas de cine de España (deduzco que en pocas), pero no puedo esperar a verla. Ochenta y ocho minutos después me encuentro en estado de entusiasmo. Sabía que una cinta sobre unos pandilleros londinenses enfrentados a una invasión de extraterrestres me podría gustar. Lo que no preveía es que, por el momento, se convirtiera en una de mis películas favoritas de 2011. Me siento eufórico. 
     Vitalidad, felicidad, juventud, euforia… ¿Cómo no voy a amar el cine?