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23 nov 2011

'El asesino de Rosemary'

(The Prowler. Joseph Zito. Estados Unidos. 1981. 88 minutos) El género slasher, como cualquier otro, acusó un rápido agotamiento por culpa de una sobre-explotación y una reiteración excesiva de ideas visuales y temáticas. Quizá en ese momento, en plena fiesta sangrienta, los fans del terror no ponían pegas al modo en el que muchas películas les daban lo mismo una y otra vez, contentándose con unas cuantas escenas gore con las que calmar sus ansias de vísceras y hemoglobina. Pero, hoy en día, incluso siendo benevolentes no podemos dejar de comprobar cómo algunas de estas películas que siempre hemos considerado como clásicos inapelables, casi como obras maestras a reverenciar sin temor alguno, resultan frustrantes al revisarlas y nos obligan a replantearnos la justificación de ese culto que les profesamos. El asesino de Rosemary es una consecuencia directa del éxito de Viernes 13 (Friday the 13th. Sean S. Cunningham, 1980) y, como muchas otras, repite su esquema casi al pie de la letra: prólogo ambientado en el pasado donde tiene lugar un crimen, salto temporal que nos sitúa en la actualidad, concretamente en una fecha destacada (aquí la noche de graduación), asesino cuya identidad no es desvelada hasta el final, jóvenes asesinados de manera gráfica (con efectos especiales de Tom Savini también) y un susto final que aquí está metido con calzador y que resulta de lo más gratuito (más todavía, se entiende, de lo mucho que suelen serlo los sobresaltos finales del slasher). Y, aunque Joseph Zito se encargaría después de la mejor película protagonizada por Jason Voorhees, Viernes 13, parte 4: El capítulo final (Friday the 13th: The final chapter. 1984), El asesino de Rosemary se queda en el terreno de la burda explotación sin demasiada gracia.

LO MEJOR: Los efectos especiales de Tom Savini.
LO PEOR: Que es otra más que añadir a la lista de "Pelis que
molaban y que ahora aburren".
Soy consciente de que entre los lectores de este blog hay fans de la película, y entiendo que, en el recuerdo, El asesino de Rosemary puede resultar fascinante por dos motivos: el traje del asesino y la brutalidad de las escenas de muertes. Vestido de camuflaje, con apariencia de cazador y armado con un machete y una horca de hierro y madera, el merodeador del título original resulta inquietante y tan peligroso como cabría esperar. Su manera de asesinar no es tampoco muy fina que digamos, luciendo una brutalidad que queda bien plasmada gracias a los excelentes efectos de Savini, fácilmente lo mejor de toda la película. Sin embargo, aparte de eso no hay absolutamente nada en El asesino de Rosemary que sea digno de elogio, sino más bien lo contrario. Además de la falta de originalidad, de la nulidad dramática de los personajes y de otros aspectos que nos importan un pimiento, hay tres momentos puntuales que a uno no le dejan hacer otra cosa que no sea preguntarse en qué demonios estaban pensando los guionistas y el director. El primero es la escena de despedida de quien luego resulta ser el asesino. Es como si gritara "¡Me voy! ¿Me habéis oído? ¡Me voy! ¡Pero luego vuelvo y os mato a todos sin que sepáis que soy yo!". No recuerdo ningún otro slasher en el que la identidad del killer de turno sea tan evidente (exceptuando secuelas, claro). El segundo gran momento chorra es la llamada telefónica que el aprendiz de Sheriff hace al lugar en el que se supone que está este personaje que mencionaba antes. Con un ritmo de lentitud atroz, con una cadencia incómoda, asistimos a varios minutos de metraje llenos del vacío más absurdo y dilatado. El tercer gran instante, este ya de descojone involuntario, es cuando la protagonista es salvada in extremis por el tontico del pueblo y ambos se dedican miraditas tiernas en un juego de plano-contraplano, acompañado de una música nauseabunda, que parece sacado de Museo Coconut. Y al pobre psycho-killer no le dan tiempo a explicarse porque le revientan la cabeza. Literalmente. Así que, lo voy a decir, El asesino de Rosemary es otra de esas películas que me arrepiento de haber vuelto a ver. Aunque me temo que tampoco me ha servido para que aprenda la lección...

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