(Drive. Nicolas Winding Refn. Estados Unidos. 2011. 100 minutos) Hay películas que a uno le dejan indefenso, como espectador y como crítico, y animan a rechazar cualquier análisis racional y convencional para abrazar el entusiasmo y escribir simplemente dos palabras de las que se suele abusar y que, en la mayoría de los casos, no dejan de suponer un acto de subjetivismo puro y duro. Estas palabras son "obra" y "maestra". Pasa en muy pocas ocasiones: esa sensación de que cualquier frase escrita resultará inútil, que no podrá reflejar con justicia lo que se siente al ver la película y que me tendría que limitar a decirles que no se la pueden perder por nada en el mundo. ¡Corran a verla! ¡¿Qué hacen ahí parados leyendo esto, insensatos?! ¿Que no se estrena donde viven? ¡Búsquenla! ¡Hagan lo que sea! Repito, lo-que-sea. Luego viene la calma, reaparece la cordura y caigo en la cuenta de que eso no es suficiente. Drive me parece una obra maestra, sí, pero, ¿por qué? Habrá que justificarlo. No es porque su director ganara la Palma de Oro en el Festival de Cannes, ni porque suponga la película más accesible de Refn (o eso dicen, porque en mi caso es la primera vez que leo su nombre detrás del rótulo de Directed by), ni porque haya cierto consenso entre la crítica y se la aúpe como uno de los títulos más importantes de 2011. Todo eso es irrelevante y poco nos importa a los que no comulgamos demasiado con ese tipo de certámenes ni con los cronistas de gustos más convencionales. Tampoco hay que hacer caso a sus detractores, aunque algo de razón no les falte: Drive no es sólo estética, por mucho que ésta se presente de manera apabullante; tampoco es una copia descarada de Driver (The Driver. Walter Hill, 1978), a pesar de que ambas comparten ciertos conceptos como la figura del héroe sin nombre y la abstracción como arma; y, por supuesto, no hay que hacer caso a esa loca de Michigan que demandó a la productora Film District por haberle hecho pensar que iba a ver una cinta de coches rápidos y furiosos al estilo de las protagonizadas por Vin Diesel.
LO MEJOR: La secuencia del ascensor. LO PEOR: La trama gangsteril. |
El mundo se equivoca, como dice la canción, no sé si por miopía, por cerrazón mental o por incapacidad para asimilar el arsenal de estímulos sensoriales que la película de Winding Refn nos lanza durante sus cien minutos de puro goce estético. Pero quedarse ahí, en esa capa superficial, por mucho que sea la superficie más arrebatadoramente bella que nos ha escupido un proyector de cine durante todo 2011, es disfrutar a medias de Drive, porque debajo de esa capa de esplendor visual y de ese masaje para los oídos que constituye su impresionante banda sonora, hay vida. Me comenta un buen amigo que no entiende las motivaciones del protagonista, que no termina de ver nada de historia detrás de las estampas, pero que, por algún motivo, la película le resulta algo así como hipnótica. Y no es la única persona a la que le escucho decir esto, lo cual hace que me suma en la perplejidad: me resulta increíble que alguien no entienda lo que se esconde tras la piel de Drive, cuando resulta evidente (o, al menos, eso me gustaría pensar) que no hay rastro de complejidad en el argumento ni en las motivaciones de los personajes. Sí en las relaciones que se establecen entre ellos, como en toda buena muestra de cine negro (y Drive es el cine negro del mañana: referencial, hiper-romántico, violento, deslumbrante y retrofuturista), pero no en aquello que mueve al personaje interpretado por Ryan Gosling. Se trata, sin más, de alguien que llena su hueca vida poniéndola en riesgo hasta que encuentra un motivo por el que levantar el pie del acelerador: una mujer y un hijo a quienes ayudar y, a través del cariño que siente hacia ellos y del que puede recibir a cambio, volver a sentir la sangre corriendo por sus venas. ¿Algo cursi? Quizá. ¿Eficaz? Mucho, sobre todo porque ese punto de partida convierte la concatenación de sucesos que viene después en una aventura de ribetes trágicos, además de incidir en lo que de verdad quiere contar Winding Refn: la imposibilidad de un tipo de héroe para encontrar la paz cuando está marcado por estigmas del pasado que, en este caso, se intuyen sin demasiado esfuerzo. Drive tiene que pagar un peaje en tanto que debe pasar por una serie de puntos comunes con el género al que pertenece de manera superficial, siendo obligada a incluir pasajes de menor interés y que tienen que ver con la parte de thriller del asunto (los líos con bolsos llenos de dinero, los villanos de tres al cuarto), pero su historia de amor contenida, sus estallidos de violencia y su capacidad para dejarnos literalmente embobados la convierten en una pieza única, un título a reivindicar desde ya y salvar de la incomprensión a la que parece estar condenado. Aquí tienen mis dos céntimos.