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25 may 2011

'Vigilante'

(Vigilante. William Lustig. Estados Unidos. 1983. 89 minutos) Después de sorprender y acojonar a todo el mundo con aquella obra maestra que fue Maniac (1980), William Lustig volvió a salir a las calles de Nueva York para filmar otra pesadilla urbana, Vigilante, que dejaba bien claro que el futuro responsable de Maniac Cop (1988) estaba interesado en retratar los peligros que acechaban en las calles de su ciudad, especialmente de noche, y lo poco que confiaba en la policía para solucionar esos problemas de delincuencia. Prostitución, tráfico de drogas, extorsiones, pillaje, corrupción, asesinatos... Son cosas de las que están hartos Nick (Fred Williamson) y un grupo de amigos, por lo que deciden formar un grupo de vigilantes callejeros que lleguen allí donde la justicia no puede llegar por cuestiones burocráticas o humanitarias. No se trata únicamente del ojo por ojo, se trata de limpiar las calles de escoria, de proteger sus hogares y de no dejar que la chusma se haga con su territorio, porque saben que una vez que se hayan hecho con él querrán más y, algún día, no quedará lugar donde esconderse. Eddie Marino (Robert Forster), sin embargo, confía en el sistema y piensa que todos necesitan un juicio justo, hasta que sufre en sus propias carnes una tragedia: su mujer es violentamente atacada y su hijo es asesinado por una pandilla liderada por Rico (Willie Colon) y Prago (Don Blakely). Cuando un abogado corrupto, Eisenberg (Joe Spinell) consigue dejar en la calle a Rico, Eddie sufre un ataque de furia y ataca al juez, por lo que es arrestado. Una vez fuera de los barrotes, se dará cuenta de que sólo hay un camino para hacer justicia, y ese no es otro que tomársela por su mano

LO MEJOR: Varias cosas: el pequeño papel de
Joe Spinell, la banda sonora de Jay Chattaway, la
interpretación de Robert Forster y la presencia de
Fred Williamson.
LO PEOR: Que algunos fans de William Lustig la
ninguneen por no ser de terror.
Sin ninguna vacilación en cuanto a su ideología pro-armas, Vigilante es una película a medio camino entre el drama de denuncia social en su versión más básica y disfrutable (la delincuencia campa a sus anchas, las fuerzas de la ley no hacen nada, hay demasiada corrupción entre las altas esferas económicas, etc.), es decir, sin monsergas buenrollistas ni remordimientos, y la acción justiciera de toda la vida anclada en la escuela de Paul Kersey. La primera parte está representada por un estupendo Robert Forster, quien carga con el peso de la trama principal sobre sus espaldas y que se debate entre la legalidad y la justicia, asumiendo finalmente que ambos términos no se rigen por los mismos códigos. Además de su batalla interior, debe bregar con los reproches de una esposa, Vickie (Rutanya Alda), que no le perdona que no estuviera con su familia para protegerles y, por si fuera poco, tiene que cumplir una pequeña condena que lleva la cinta durante unos minutos por los terrenos del drama carcelario, con sus inevitables escenas de provocaciones en el comedor, intentos de violación en las duchas y el personaje de mentor afroamericano, Rake (Woody Strode), que en este caso está tan raquíticamente descrito por el guión que cuesta entender sus motivaciones, siendo uno de los puntos flacos de la película. Para compensar, ya que el protagonista no entra en acción hasta casi el tercer acto, tenemos al imponente Fred Williamson (y lo de imponente lo digo con conocimiento de causa: una vez le vi en el Festival de Sitges y resulta bastante impresionante en persona, todavía hoy a pesar de su edad), quien lidera ese grupo de vigilantes a los que los oficiales de policía (entre ellos un joven Steve James) dan algo de carta verde para actuar, ya que por mucho que les adviertan de que están obrando al margen de la ley, no hacen mucho tampoco por detenerles. El hecho de que la película esté dividida en dos tramas hace que pierda intensidad dramática, ya que al fin y al cabo nos propone identificarnos con el sufridor y no con el hombre de acción. Lo normal en estos casos es que sea un único personaje el que transite ese recorrido: empieza siendo un hombre de paz, sufre una tragedia y se convierte en un vengador. Pero aquí esa progresión en el personaje de Forster no está explotada hasta casi el final, cuando decide darse a la violencia, por lo que hasta entonces tenemos que contentarnos con las correrías de Williamson y sus compinches, que no siempre resultan convincentes (a veces Williamson se pone a hacer cucamonas y resulta más cómico que amenazante). Sin embargo, este defecto se acaba convirtiendo en virtud cuando al fin Forster, acompañado por un memorable tema musical compuesto por Jay Chattaway, abraza la venganza como único medio de expiación. La fuerza de ese momento está entre lo mejor de William Lustig y consigue arrancar un entusiasmo que provocan también otros fragmentos puntuales de la película, como la estupenda persecución automovilística que parece propia del William Friedkin de The French Connection (1971) o el terrorífico momento en el que la familia del protagonista es asediada por los malos. Esos instantes potencian la sensación de estar ante una película multi-genérica, por mucho que se englobe fácilmente dentro del cine de justicieros urbanos, y la convierten en una pequeña joya reivindicable, sobre todo también por la siempre enérgica dirección de Lustig y el ritmo que imprime a sus trabajos. Qué triste que no se le diera más cancha en Hollywood... 

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