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25 dic 2010

'Creepozoides'

(Creepozoids. David DeCoteau. Estados Unidos. 1987. 72 minutos) "1998 - Seis años después de enfrentarse las superpotencias en una devastadora guerra nuclear, la Tierra se ha convertido en un planeta desolado y tétrico. Los pequeños grupos de supervivientes se arrastran ante una miserable existencia entre las ruinas de la ciudad. Bandas de desertores deambulan por las desoladas calles ocultándose de los nómadas mutantes y buscando refugio para escapar de las mortales lluvias de ácido." Con ese texto con el que da inicio la película, Creepozoides nos sitúa en un terreno agradable, reconocible y prometedor para los fans de la Serie B y las costras post-apocalípticas. Es un recurso fácil y efectivo con el que poner al espectador en situación y, de paso, ahorrarse unos dólares al no tener que filmar secuencias que expliquen con imágenes lo que ha sucedido antes de que arranque la historia (cuando se tiene dinero se pueden hacer ambas cosas: véase el prólogo de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, de Peter Jackson). El único problema es que también puede generar unas expectativas que luego no se cumplen. Así, en Creepozoides el ambiente post-hecatómbico está reflejado en un par de callejones vacíos al comienzo de la cinta, la lluvia ácida es el sonido de la tormenta y los nómadas mutantes no hacen acto de presencia. A cambio, tenemos unas ratas del tamaño de un perro, un bicho alienesco, un bebé mutante y las tetas de Linnea Quigley. Y sólo dura setenta minutos, lo cual siempre es de agradecer. También está Ashlyn Gere, pero no se hagan ilusiones: hasta 1990 no empezó a hacer porno y aquí todavía tenía aspecto de modosita bajo el nombre de Kim McKamy.

LO MEJOR: El bebé mutante y Linnea Quigley.
LO PEOR: Que se hace larga a pesar de su corta duración.
Los protagonistas son un grupo de soldados desertores que se refugian en un laboratorio abandonado en el que experimentaban con aminoácidos (¡¡!!). Allí pretendían crear una mutación mediante la cual el cuerpo humano generara por sí mismo esos aminoácidos sin necesidad de ingerir alimentos (¡¡¡!!!). Al respirar el gas, los malditos roedores crecen hasta límites grotescos (y pierden la movilidad: son los actores los que tienen que hacer que se muevan, simulando los ataques de los bichos con sus propias manos), además tienen la capacidad de contagiar a los humanos con sus mordiscos, convirtiendo a estos en unos zombis/infectados de malas pulgas. Y hay un monstruo mutante que no sé muy bien de dónde sale y que lleva en su interior a un bebé asesino. Los protagonistas están en una situación límite: si se quedan dentro pueden morir a manos del monstruo mutante y las ratas, si salen del edificio pueden morir por la lluvia radiactiva y si piden ayuda al ejército serían ejecutados por desertores. Parece muy interesante, pero la película no es más que un corre-que-te-pillo por pasillos, alguna escena de ducha gratuita y agradecida, ciertos momentos gore bien conseguidos y efectos especiales muy chuscos, salvo el pequeño asesino que ven en la foto de arriba y que seguramente se llevó la mitad del presupuesto. Cuando no contaba con más de doce años tenía mitificada esta cinta y su revisión actual ha supuesto una pequeña decepción, aunque ahora uno es consciente de que no puede esperar mucho más de una cinta de David DeCoteau que explotaba sin pudor los logros de otros largometrajes ajenos. Así, en un suma y sigue de esos que tanto nos gustan, Creepozoides sería Alien en el escenario de El día de los muertos, con las ratas gigantes de El alimento de los dioses, algo de la intriga científica de La Cosa y la aparición estelar del bebé asesino de Estoy vivo. Vista así, incluso mola.

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