(Steele Justice. Robert Boris. Estados Unidos. 1987. 92 minutos) Doce años después de acabar la guerra de Vietnam, los soldados John Steele (Martin Kove) y Lee Van Minh (Robert Kim) han seguido destinos diferentes: tras retirarse del ejército, el primero fue expulsado de la policía y ahora se dedica a transportar animales vivos, mientras que el segundo es un agente antidroga. Sin embargo, su amistad ha permanecido inalterable con el paso de los años. Ambos se reencuentran con el general Bon Soong Kwan (Soon-Teck Oh), antiguo enemigo reconvertido ahora en un benefactor apreciado por la comunidad. Lee sospecha que Soong Kwan es en realidad un traficante de drogas, actividad que realiza su hijo Pham (Peter Kwong) a través de la organización Tigre Negro, por lo que decide investigarle. Cuando Lee y toda su familia, excepto su hija Cami (Jan Gan Boyd), son asesinados, Steele decide tomarse la justicia por su mano y vengar la muerte de su amigo, mientras intenta recuperar el amor de su ex-mujer, Tracy (Sela Ward). Para ello contará con la ayuda de su serpiente Tres Pasos y sus antiguos superiores en el ejército y la policía, respectivamente, Harry (Joseph Campanella) y Bennet (Ronny Cox), aunque, como mandan los cánones, nada es lo que parece.
LO MEJOR: Las pintas de Martin Kove preparado para la
batalla final. LO PEOR: Lo feas que son las escenas de acción.
Convencional hasta la médula, con secuencias de acción bastante pobres y un protagonista absolutamente carente de carisma y a quien le sientan mejor los papeles de villano, como su John Kreese de la trilogía Karate Kid, Justicia de acero puede sin embargo satisfacer al fan poco exigente y ávido de tipos duros destrozando todo a su paso en busca de la venganza. Algunos detalles de guión aportan algo de lustre, como el hecho de que el detective Bennet deje libre a Steele para que pueda hacer limpieza, consciente de que sus posibilidades al margen de la ley son más contundentes que si siguiera los cauces burocráticos para arrestar a los malos. También hay algo de humor autoparódico, como cuando el sargento Harry le pide a Steele que no sonría porque, como le ocurre a la mayoría de héroes de acción, su "cara no está hecha para eso". Y siempre es de recibo ver la inevitable escena de entrenamiento antes de formar la escabechina final: ese montaje de tres minutos en el que suena una canción AOR mientras el protagonista sale corriendo por la playa, afilando una espada y cargando sus armas de fuego, culminando la escena con un plano en el que, con el rostro pintado de camuflaje, mira al horizonte con gesto de mala leche. O ver cómo Steele se corta el brazo para chuparse el veneno de una serpiente y luego se quema la herida con la base de una sartén hirviendo. Pero, aunque en el clímax final salgan katanas, una tanqueta unipersonal y un lanzacohetes, Martin Kove resulta tan inapropiado y antipático como action-hero y las escenas de tiroteos, peleas y persecuciones son tan pobres (especialmente si las comparamos con las que se filmaban por esa misma época en Hong Kong), que uno nunca termina de disfrutar del todo con la película, convirtiéndose simplemente en una más, correcta, funcional, pero también algo insípida.
A mediados de los noventa, el cine de terror se hallaba en uno de sus peores momentos: apenas se estrenaban películas del género en los cines y, cuando llegaba alguna, se trataba de algún producto mediocre distribuido para rellenar cartelera o de alguna cinta descafeinada concebida para agradar al mayor número posible de espectadores y no ofender a nadie. Los vítores con los que fue recibida Jóvenes y brujas supusieron un toque de atención para los productores de Hollywood: quizá el público adolescente estaba esperando la oportunidad de descubrir a nuevos psicópatas y de disfrutar de cintas de terror teenager que no fueran secuelas tardías de éxitos lejanos y que, más importante, no les trataran como tontos. Antes de que Jóvenes y brujas llegara a las pantallas ya se estaba gestando la cinta que marcaría un punto y aparte en la industria del cine en cuanto a terror se refiere: un guión escrito por un tal Kevin Williamson y titulado Scary Movie había sido adquirido por los hermanos Weinstein y estaba siendo filmado por una leyenda viva del género que se encontraba de capa caída, Wes Craven. En diciembre de 1996 (en España tuvimos que esperar hasta abril de 1997), la película se estrenaba con el nombre de Scream y revitalizaba un subgénero, el terror adolescente, que ansiaba sangre nueva. Con la cuarta entrega de la serie en las salas, es un buen momento para repasar lo que ha sido esta saga. Aléjense de las máscaras de carnaval, no cojan el teléfono y prepárense para gritar.
LO MEJOR: El magistral prólogo. LO PEOR: Los excesos de verborrea made in Kevin Williamson.
Scream - Vigila quién llama (Scream. Wes Craven. Estados Unidos. 1996. 111 minutos) Una misteriosa voz al otro lado del teléfono pregunta "¿Cuál es tu película de terror favorita?". Sidney Prescott (Neve Campbell) ha vivido una historia de terror real: su madre fue asesinada un año atrás y ahora alguien, coincidiendo con el aniversario de tan trágico acontecimiento, está intentando acabar también con ella... En el momento de su estreno, Scream llegaba con la promesa de ser una revolución en el género, la película que reverdecería el interés por el cine de asesinos en serie en clave juvenil. Y así fue, aunque con un matiz importante: si hasta entonces los éxitos del terror habían seguido una fórmula inalterable, llena de lugares comunes que debían ser respetados para que el público fiel se sintiera cómodo con la propuesta, después de Scream se apreció una clara tendencia hacia el metalenguaje, la autoparodia y la ironía galopante, como quedaría patente en divertimentos posteriores como Sé lo que hicisteis el último verano (I know what you did last summer. Jim Gillespie, 1997) o Leyenda urbana (Urban legend. Jamie Blanks, 1998), aunque ninguno llegaría a los niveles de sofisticación del largometraje de Wes Craven. El guión de Kevin Williamson estaba lleno de tópicos, pero se permitía el lujo de reflexionar sobre ellos en lugar de simplemente explotarlos, cuestionando las reglas del género y dejándolas en evidencia al mismo tiempo que las respetaba casi con religiosidad. Quizá su mayor valía resida en que funciona en ambos términos: como thriller de terror, lleno de asesinatos espectaculares, falsos culpables, giros de guión y suspense de alta tensión, la película es totalmente válida y aún hoy conseguiría asustar y poner nervioso a quien no la hubiera visto todavía; pero como ejercicio referencial, como juguete posmoderno y summa de todo lo que nos gusta del slasher (salvo las tetas, que aquí no se ven por ningún lado aunque se hable de ellas), Scream resulta más eficaz aún, ya que presenta un caudal de guiños para el fan veterano del terror que amplifican el placer del visionado, además de potenciar la sensación de estar ante un regalo en forma de película, un premio inesperado para los que en la época en la que se estrenó la cinta ya andaban hastiados de tanta repetición y no podían soñar con que alguien, y menos con el responsable de clásicos como Las colinas tienen ojos (The hills have eyes. 1977) y Pesadilla en Elm Street (A nightmare on Elm Street. 1984) tras las cámaras, se atrevería a poner patas arriba los resortes del género que un día amaron y del que ya comenzaban a aburrirse. Scream, vista hoy, y a tenor de lo mucho que fue explotada y parodiada a continuación (cuando en realidad ya era una parodia en sí misma), puede parecer anticuada o falta de gracia, especialmente porque los mismos diálogos escritos por Kevin Williamson que nos parecieron chispeantes en ese instante ahora nos pueden resultar algo cargantes, pero hagan la prueba: pónganle la cinta a alguien que, por lo que sea, aún no la haya visto y ya me dirán si sigue funcionando como película de terror o no.
LO MEJOR: La tensa secuencia del coche. LO PEOR: El momento en el que se descu-
bre el pastel y nos da la bajona.
Scream 2 (Scream 2. Wes Craven. Estados Unidos. 1997. 120 minutos) Los supervivientes de la primera película han abandonado su Woodsboro natal y ahora se reencuentran en la Universidad donde estudia Sidney, después de que tras el estreno de Puñalada, cinta basada en el libro que escribió Gale Weathers (Courteney Cox) sobre los asesinatos ocurridos en la anterior entrega, vuelvan a aparecer cadáveres a manos de alguien que pretende seguir los pasos de Ghostface. En una escena de la película, Randy (Jamie Kennedy) expone que todas las secuelas deben seguir una serie de normas, entre ellas que debe haber más asesinatos que en la primera parte y que las escenas deben ser más elaboradas. Con esa sentencia en el guión de Kevin Williamson, a Wes Craven no le quedó más remedio que intentar hacer una secuela más terrorífica, más sangrienta y más espectacular. No se puede decir que consiga lo primero, ya que el factor sorpresa se ha esfumado y la fórmula para crear suspense se repite sin alteraciones (llamada/acoso/asesinato), pero sí estamos ante una secuela más grande y ambiciosa que la anterior, con más escenas de terror y más posibles asesinos. Aunque esta vez el guión queda en evidencia en varias ocasiones por culpa de su interés en repetir el esquema que tan bien funcionó en Scream. Así, la necesidad de contar con un prólogo impactante que estuviera a la altura de la secuencia que abría la saga, y que casi puede ser considerada la mejor de toda la serie, obliga a introducir otra escena de presentación en la que mueren unos personajes que no tienen nada que ver con el resto y en la que ya queda claro que todo va a ser más exagerado, más grandilocuente y teatral, pero lo cierto es que no llega a superar el impacto de la set-piece protagonizada por Drew Barrymore. También fracasa en el clímax, o más concretamente cuando se descubre quién (o quiénes) está(n) detrás de la nueva masacre y el porqué, tirando por tierra la simplicidad de la que se hablaba en la primera parte y desvelando una mayor torpeza a la hora de jugar al despiste con el espectador, ya que da la sensación de ser una solución de última hora y no algo tan premeditado como había ocurrido en la cinta previa. De hecho, lo que ocurrió realmente debió andar por ahí: una versión del guión inicial fue filtrada y Williamson se vio obligado a escribir varios finales distintos, con diferentes asesinos, así que las motivaciones finales que se presentan resultan menos satisfactorias y creíbles, más caprichosas que deliberadas. Aún así, Scream 2 es una buena secuela, está filmada con energía y sentido del humor, aunque a veces se pierda en sus intenciones de ser el slasher definitivo.
LO MEJOR: La ambientación hollywoodiense
y los (falsos) elementos sobrenaturales. LO PEOR: El evidente desgaste de Ghostface.
Scream 3 (Scream 3. Wes Craven. Estados Unidos. 2000. 116 minutos) Para esconderse de posibles nuevos aspirantes a psicópatas enmascarados, Sidney vive alejada en el campo bajo una identidad falsa y sólo tiene contacto directo con su padre. Cuando Cotton Weary (Liev Schreiber) es atacado por alguien disfrazado de Ghostface, que además pretende asesinar a los que participan en el rodaje de Puñalada 3, dejando una foto de una joven Maureen Prescott (la madre de Sidney) sobre cada cadáver, la joven no tiene más remedio que reunirse (otra vez) con Gale Weathers y el ex-sheriff Dewey (David Arquette) para enfrentarse a la nueva amenaza. Injustamente vilipendiada en su momento, quizá porque el entonces respetado Kevin Williamson había sido sustituido en el guión por Ehren Kruger, Scream 3 es una película que podemos reivindicar, no con mucho entusiasmo pero sí con motivos suficientes como para que deje de ser considerada un fracaso total o una película cualitativamente demasiado alejada de los logros de las dos primeras. Es cierto que en ella ya se aprecia un evidente desgaste de la fórmula y que la figura de Ghostface ya no resulta tan amenazante (sólo cinco meses después se estrenaría Scary Movie y convertiría al personaje, ya oficialmente, en motivo de risa), pero el hecho de estar ambientada en Hollywood le aporta un aliciente extra, al transcurrir parte de sus escenas en réplicas de los escenarios donde sucedieron los hechos de la primera parte. Además, y aunque finalmente se desvele como un truco de guión, aparecen elementos sobrenaturales que le sientan bien a un argumento que gira en torno al pasado de Sidney y de los fantasmas que arrastra. Lo malo es que el final, una vez más, vuelve a estar cogido con pinzas y la identidad del asesino resulta otra vez relativamente decepcionante, algo de lo que muy probablemente tiene la culpa el hecho de que el guión no estuviera finalizado cuando comenzaron a rodar y Kruger tuviera que escribir varios finales y reescribir diálogos y situaciones a marchas forzadas. Algo de este caos queda reflejado en la cinta, así como la desgana de algunos de sus responsables: Wes Craven aceptó dirigir la película a cambio de que Miramax le dejara dirigir antes el drama Música del corazón (Music of the heart. 1999), algo que queda patente en la poca fuerza con la que filma algunos de los asesinatos en comparación con las dos entregas previas, mientras que Neve Campbell, que andaba ocupada buscando otros retos interpretativos, firmó un contrato según el cual no estaría en el set de rodaje más de veinte días (lo cual explica que aparezca menos y que, sorprendentemente, buena parte del clímax final transcurra sin su presencia). Con esta película pensaban que cumplían y que se podrían deshacer de Ghostface para siempre, pero ignoraban que once años después sus carreras no habrían tomado el rumbo que ellos quisieran y que aceptarían un tardío Scream 4...
LO MEJOR: Consigue despistarnos y es
capaz de crear momentos de alta tensión. LO PEOR: Que el público joven le dé la
espalda por desconocer la trilogía original.
Scream 4 (Scream 4. Wes Craven. Estados Unidos. 2011. 111 minutos) ... y entonces ocurrió lo inesperado: Scream 4 es la mejor secuela de toda la serie, una divertidísima, tensa y sangrienta película de terror que insufla vida a una saga que parecía muerta y enterrada y que vuelve a relucir como no lo hacía desde su primera parte. El argumento es tan sencillo que casi da cosica escribirlo: Sidney Prescott ha triunfado como escritora de libros de autoayuda y, como parte de la gira promocional, regresa a Woodsboro coincidiendo con el aniversario de la primera matanza a la que sobrevivió. Dewey es ahora el Sheriff y vive con su esposa Gale, quien no es capaz de relanzar su carrera como periodista mediática. Nada más pisar su pueblo natal, Sidney ve cómo se vuelve a desencadenar una matanza... Y así, con esa premisa tan rutinaria que hacía temer lo peor, como que estuviéramos simplemente ante un intento desesperado por parte de su director, su guionista (otra vez Kevin Williamson, aunque al parecer Ehren Kruger también ha reescrito algunas líneas) y sus protagonistas de volver a tener un éxito en sus carreras, comienza un festival de sustos, gore (es la más explícita de la saga en ese sentido), asesinatos y humor negro, ahora con el leitmotiv de los reboots y los remakes y con las redes sociales en el punto de mira. Y lo mejor de todo es que, aunque parezca una mera estrategia comercial que pasa por la renovación de reparto, aportando un cambio generacional en forma de nuevos rostros adolescentes (entre los que destacan por varios motivos Hayden Panettiere, Rory Culkin y Emma Roberts), el verdadero mensaje de la película es el siguiente: "Respeta siempre al original". Así, elnúmero de autoreferencias aumenta y también posibilita que los giros de guión sean más insospechados, por cuanto consiguen dar la vuelta a conceptos ya manejados con anterioridad y que aquí son llevados a nuevos territorios. Además, el final resulta sorprendente y emocionante, algo que supone una novedad para la saga (ya que los finales de las entregas dos y tres eran francamente decepcionantes) y casi para la filmografía de Wes Craven, puesto que todos conocemos su tendencia a estropear los logros de algunas de sus películas por culpa de tramos finales demasiado exagerados o que rompen con el tono del metraje anterior. Aunque aquí también se produzca (y no puedo decir mucho más sin desvelar nada), esa rotura tonal y ese final paroxístico resultan por una vez apropiados y sirven como colofón perfecto para una película vibrante a la que, aparte de algún bajón de ritmo y de durar algunos minutos más de lo necesario, sólo se le puede reprochar el hecho de no haber llegado antes.
(Source code. Duncan Jones. Estados Unidos / Canadá / Francia. 2011. 93 minutos) Tras las buenas sensaciones que nos dejó con su ópera prima, Moon (2009), el británico Duncan Jones vuelve a apostar por una película de ciencia-ficción que trata a su público con respeto, apelando a su inteligencia en lugar de sus instintos primarios y reincidiendo en dos temas básicos que enriquecen su propuesta: la anulación, vía multiplicación, de la personalidad a manos de las grandes corporaciones (aquí, el ejército) y el amor más allá del tiempo (y el espacio). Dentro de su aparente abigarramiento conceptual, que requiere que el espectador sea cómplice de una premisa que no es explicada con demasiada profundidad, la historia es bastante sencilla si nos limitamos a su esencia: el soldado Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) tiene 8 minutos para averiguar quién ha puesto una bomba en un tren y así evitar futuros atentados del responsable, con la peculiaridad de que su misión transcurre en una realidad alternativa conocida como Código Fuente a la que puede volver en repetidas ocasiones, pero únicamente durante ese corto espacio de tiempo y usurpando la personalidad de uno de los pasajeros del tren. Puede que suene complicado visto así, pero el guión de Ben Ripley está trazado con tanta precisión que la trama se sigue sin problemas y sin la sensación de estar ante una historia críptica o demasiado compleja, resultando ideal como acompañante de Atrapado en el tiempo (Groundhog Day. Harold Ramis, 1993) en una hipotética sesión doble perfecta .
LO MEJOR: Su sencillez y falta de pretensiones.
LO PEOR: Por decir algo, se nota que falta un poco más
de presupuesto en la primera secuencia de la explosión.
De hecho, la mayor virtud de Código fuente estriba en su humildad, ya detectable desde su ajustado metraje. En ningún momento la película pretende situarse por encima de su público, engañándole o abusando de los trucos de guión, tampoco de las explicaciones científicas o de las escenas de puro espectáculo (lo cual no quita para que haya un par de momentos realmente bellos a nivel puramente estético). Se trata de una película pequeña dentro de los estándares actuales de Hollywood y, al mismo tiempo, un producto plenamente comercial donde su facilidad para contentar al público no está reñida con la inteligencia de sus presupuestos, lo cual la convierte en una agradable rareza y en una obra plenamente recomendable. Destacar también la labor del reparto, especialmente en lo que refiere a Vera Farmiga, actriz que consigue otorgar cualidades adicionales a un personaje que sobre el papel no parecía dar mucho de sí. En cuanto al director, sobra decir que tras Moon y Código fuente, se hace necesario seguir muy de cerca sus pasos y resulta estimulante pensar en lo que podría ofrecernos en el futuro, siempre y cuando no comience a tomarse demasiado en serio a sí mismo y acabe convirtiéndose en otro Christopher Nolan...
(No-Do. Elio Quiroga. España. 2009. 94 minutos) Hay casos en los que a uno le gustaría ser más permisivo con lo que critica, poder pasar un poco la mano y ser algo condescendiente con películas que no terminan de funcionar del todo. Ocurre con No-Do, y no por la película en sí, sino porque su responsable es uno de los directores más raros de nuestro país y bien merece nuestra atención: debutó con la extrañísima Fotos (1996), que ha sido la única película, a menos que yo sepa, que ha sido calificada con un símbolo de interrogación en la revista Fotogramas en lugar de con las típicas estrellas, y siguió con dos cintas de terror que contaron con una distribución escasísima y que no terminaron de dejar contento a casi nadie: La hora fría (2006) y la que nos ocupa. No-Do se podría considerar un intento por amoldarse a las expectativas del público, con una historia de fantasmas y un viejo caserón encantado protagonizada por Ana Torrent, mito multigeneracional patrio gracias a El espíritu de la colmena (Víctor Erice. 1973) y Tesis (Alejandro Amenábar. 1996). El problema es que, bien por incapacidad de Quiroga o bien por incomodidad, su película acaba resultando un fracaso insípido e impersonal, aquejado de algunos de los peores males del cine de terror español actual: falta de originalidad, exceso de confianza en la atmósfera, ausencia de ritmo, interpretaciones poco creíbles, guión demasiado dependiente de sorpresas sin gracia y efectos digitales de pacotilla.
LO MEJOR: La idea de unas grabaciones secretas de
milagros entre la iglesia de la época franquista.
LO PEOR: Es aburrida hasta decir basta.
Es una verdadera lástima, ya que la trama podría haber dado mucho más de sí. Al menos una de ellas, ya que hay dos líneas argumentales entrelazadas. Por un lado está la tópica historia de Francesca (Ana Torrent), una médico de urgencias que perdió a su hija hace diez años y que no ha podido recuperarse psicológicamente. Sigue hablando con su hija fallecida (y no desvelo nada, porque el hecho de que sólo aparezca cuando la protagonista está sola es un detalle demasiado revelador), bautiza a los niños que mueren en el hospital y está obsesionada con que el bebé que ha tenido recientemente también va a morir. Se muda con su marido, Pedro (Francisco Boira), a una vieja mansión que perteneció a un obispo y que era un colegio para niños pobres que lleva cerrado más de 50 años. Como pueden imaginar, los ruidos y las apariciones de niñas fantasmas no tardan en hacer acto de presencia. La otra historia paralela es la de un sacerdote, Miguel de Azpeitia (Héctor Colomé), encargado de verificar los casos de milagros y con un pecado del pasado pesando sobre su conciencia. Ambas historias están relacionadas y tienen que ver con grabaciones sobre milagros que aparecían en unas versiones del No-Do que sólo altos miembros del clero podían ver. Con esos mimbres, y con el siempre agradecido recurso del cine como capturador de imágenes que el ojo humano no puede llegar a ver, No-Do podría haber sido una película ciertamente aterradora. De hecho, hay momentos aislados que funcionan bien y que resultan inquietantes: los rastros de huellas humanas que suben por las paredes, el monstruo hecho con exvotos (según el guión, figuras hechas a imagen y semejanza de partes enfermas del cuerpo humano que las personas ofrecían a los santos para que les curaran) y que recuerda a las criaturas del universo Silent Hill, o la aparición final de un Elemental (aunque estéticamente parezca sacado de una portada de Scifiworld). Pero todo está narrado con tanta lentitud, con tanta pachorra y desgana, y los actores resultan tan poco creíbles, que resulta muy difícil mantener el interés y no desconectar de la película a medida que pasan los minutos y entendemos que la propia cinta es algo muerto y sin alma. Apuesto a que las críticas positivas que aparecieron en su momento no eran otra cosa que un capote tendido a Quiroga, una forma de echar un cable a una rara-avis dentro de la cinematografía de nuestro país, pero a veces no se puede ser tan bueno. Sólo veo de recibo colocar una estrella a aquellas películas que no pienso volver a ver... jamás. Y No-Do es una de ellas. Eso sí, si usted es Íker Jiménez lo mismo le vuelve loco.
(Skinwalkers. James Isaac. Canadá / Estados Unidos / Alemania. 2006. 89 minutos) Tim es un joven a punto de cumplir 13 años que, tras la muerte de su padre, vive con su madre y su tío en un pequeño pueblo donde todo el mundo se conoce. Su vida va a dar un vuelco cuando descubra que es el protagonista de una profecía que dice que, cuando el cielo se torne rojo y haya luna llena, su sangre será capaz de acabar con la maldición de los hombres lobo. Así, el chico y su madre se ven inmersos en una batalla sangrienta entre un grupo de licántropos que quieren acabar con su maldición y otros que no desean volver a ser humanos. Este es el argumento de la tercera película como director del irregular James Isaac, firmante de la aburrida House III (The Horror Show. 1989) y de la divertida Jason X (2001). Se trata de una mezcla entre cine de terror y de acción bastante descompensada, primando más lo segundo que lo primero, y siendo ciertamente pobre en ambos aspectos, ya que los sustos resultan de lo más tópicos (la taza cae al suelo, el personaje se agacha para recogerla y hay alguien detrás, acompañado del inevitable golpe de sonido...) y las escenas de acción a veces pueden resultar involuntariamente cómicas (esa abuela con pistolas no tiene precio).
LO MEJOR: Rhona Mitra y las peleas entre lobos. LO PEOR: Resulta involuntariamente cómica.
La Serie B siempre requiere algo de esfuerzo por parte del espectador en cuanto a permisibilidad, pudiendo llevar la credibilidad al límite en cuanto a sus recursos fantásticos, pero a veces hay elementos argumentales que están tan cogidos con pinzas que, por muy buenos que seamos, no impiden que tengamos la sensación de que nos están tomando por tontos. Miren, si a mí la película me dice que los hombres lobo existen, me lo creo. Si el guión dijera que la Tierra es plana, que los hombres vuelan, que las plantas hablan y que la Crisis es una mentira, también me lo creería. Pero si me dicen que el personaje de Rhona Mitra ha vivido 13 años entre hombres lobo y que nunca se ha dado cuenta, empiezo a sentirme idiota. O bien me están tomando el pelo o bien los guionistas han querido tener a una heroína tonta del culo, porque una persona con dos dedos de frente no podría convivir más de una década con gente que por las noches tiene que dormir entre correas para no salir a matar. Lo de que todo el mundo en el pueblo vaya armado hasta los dientes y haya pasado desapercibido para la protagonista puede tener hasta su coña, especialmente en un país donde venden armas en los supermercados, pero lo otro no, oigan. Y una vez que me toman por imbécil se produce una fractura insalvable que hace que la película me resulte antipática, especialmente cuando ésta se toma en serio a sí misma, aunque en ella salga Rhona Mitra (que siempre es un plus en cualquier cinta en la que aparezca) y aunque dure menos de hora y media y muestre la oportunidad de ver a Elias Koteas haciendo el ridículo disfrazado de peluche con colmillos y garras.
(Action Jackson. Craig R. Baxley. Estados Unidos. 1988. 92 minutos) "Hay quien dice que no tuvo madre, que un investigador de la Nasa lo creó para que fuera el primer hombre que paseara por la Luna sin traje espacial. Otros dicen que su madre fue violada por un oso y que Jackson es el fruto de esa unión." Así nos presenta Thomas F. Wilson (el mítico Biff Tannen de Regreso al futuro) a Jericho Jackson (Carl Weathers), un policía "tan peligroso que ni siquiera le dejan llevar arma". Con esas afirmaciones pretende asustar a un joven detenido, pero lo que no le dice es que en realidad Jackson es un teniente que fue degradado a sargento tras enfrentarse al mayor empresario automovilístico de Detroit, Peter Dellaplane (Craig T. Nelson), acusándole de varios delitos sin poder presentar pruebas e intentando arrancarle un brazo ("Le seguiría quedando uno", dice Jackson). Tras el violento altercado, el matrimonio de Jericho se fue al garete, le fue retirado su permiso de armas y sufrió un escarnio público del que aún, dos años después, no ha podido recuperarse. Al ver cómo Dellaplane va a ser nombrado Empresario del Año y comprobar que están siendo asesinados los líderes de la Alianza de Obreros del Automóvil, Jackson decide volver al caso por su cuenta, aunque se tenga que enfrentar a sus enemigos simplemente con sus puños y su habilidad al volante, y aunque tenga que acercarse a las mujeres de Dellaplane para sacarles información: su esposa Patrice (Sharon Stone) y su amante, una cantante yonqui llamada Sydney Ash (Vanity), con la que acabará haciendo muy buenas migas y a quien intentará sacar del mundo de la drogadicción. Ya saben, es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo...
LO MEJOR: Tiene todo lo que uno puede esperar de una
producción de Joel Silver de los años 80. LO PEOR: Que no hay sorpresas. Pero, ¿quién las quiere?
Con esta producción de Joel Silver, Carl Weathers intentaba dejar de ser un segundón de las grandes estrellas de acción de aquel momento (Schwarzenegger y Stallone) para convertirse él mismo en un action-hero protagonista de sus propias películas. Un presupuesto moderado pero suficiente, la presencia de secundarios curtidos en el género (Robert Davi, Bill Duke, Al Leong, James Lew, Sonny Landham...), música de Herbie Hancock y Michael Kamen, un guión de Robert Reneau lleno de tantas réplicas cachondas como las que aplicó a su trabajo en Demolition Man (Marco Brambilla, 1993), la correcta dirección del artesano Craig R. Baxley, que venía de trabajar de especialista en infinidad de títulos, de dirigir episodios de El Equipo A y que luego haría dos joyitas como Dark Angel (1990) y Frío como el acero (Stone cold. 1991) y un trabajo de especialistas tan logrado como en cualquier película de Silver, dieron empaque suficiente a la cinta y supuso un moderado éxito en los cines y posteriormente en los videoclubes. Pero Weathers apenas tuvo continuidad como protagonista de cintas de acción, aunque intentara desesperadamente repetir la jugada con la penosilla Huracán Smith (Hurricane Smith. Colin Budds, 1992). Precisamente por ese motivo, Acción Jackson queda como una rareza dentro del cine de acción de Hollywood de los ochenta, al suponer una muestra del efímero momento de gloria de Weathers y un intento frustrado por recuperar el cine Blaxploitation tan popular en la década de 1970. Algo de ese espíritu hay en este largometraje (de hecho, y de manera nada sutil, el clímax final muestra a un grupo de afroamericanos haciendo piña para enfrentarse al poderoso - y corrupto - hombre blanco), aunque la incipiente corrección política convirtiera a Jackson en una figura honrada, alguien que rechaza el sexo fácil y que sólo utiliza los puños y las balas por una buena causa. Pero no se alarmen, al contrario que la cinta que reseñamos justo antes que esta, Run, perseguido por todos, Acción Jackson no es un título para todos los públicos: aquí hay palabrotas, cuerpos humanos que explotan, impactos de bala sangrientos, hostias como panes, sopletes escupiendo fuego contra garrafas de gasolina, desnudos de Sharon Stone y Vanity y mucha, mucha chulería. Todo de manera rutinaria, eso sí, pero bendita rutina...
(Run. Geoff Burrowes. Estados Unidos. 1991. 88 minutos) Ahora tiene fama de galán gracias a la televisión (y a la cirugía), siendo considerado uno de los hombres más atractivos del medio gracias a su papel en Anatomía de Grey, pero en los ochenta Patrick Dempsey era simplemente un actor feúcho que caía simpático y que protagonizaba comedias en las que ejercía de pringado de buen corazón, como Los albóndigas III: Los chicos están calientes (Meatballs III: Summer Job. George Mendeluk, 1987), No puedes comprar mi amor (Can't buy me love. Steve Rash, 1987) o Loverboy (Loverboy. Joan Micklin Silver, 1989). Cuando ya se le iba pasando el arroz para interpretar a adolescentes, Dempsey intentó virar hacia otros géneros, siendo su primer intento esta Run, perseguido por todos de la que, me temo, poca gente se acuerda. El actor interpreta a Charlie Farrow, un joven estudiante de derecho que alardea de buena suerte y de ser un hábil jugador de póker. También trabaja en un taller, y es allí donde le hacen el encargo que desencadena la acción: llevar un Porsche hacia Atlantic City. La suerte cambia para Charlie cuando el coche se avería y tiene que detenerse en una ciudad donde la corrupción campa por sus anchas. Allí, y sin saberlo, el joven despluma en la mesa de póker al hijo del mayor mafioso local y, tras una refriega, el odioso delincuente muere accidentalmente al tropezar y golpearse la cabeza. Acusado injustamente de asesinato y perseguido por la mafia y por policías corruptos en busca de recompensa, Charlie debe correr para salvar la vida en un lugar que no conoce y donde no hay demasiadas personas en quien confiar, salvo Karen Landers (Kelly Preston), la única que parece dispuesta a declarar a favor del protagonista si no les matan antes.
LO MEJOR: Su ritmo y los muy puntuales momentos de
moderada espectacularidad. Y Kelly Preston, claro. LO PEOR: El argumento daba para una película algo más
intensa.
Como ven, el argumento la excusa perfecta para lo que debería ser una buena película de acción: una premisa efectiva y sencilla que obliga al héroe a ir siempre huyendo, escondiéndose e intentando sobrevivir al asedio de múltiples enemigos. Run aprovecha ese empuje para convertirse en una cinta llena de ritmo, provista de acción casi constante, persecuciones y escenas de riesgo (dos destacan sobre el resto: la que transcurre en una bolera y otra en la que un coche de policía cae desde lo alto de un edificio). Pero no se emocionen, que esto no es Crank. Con este argumento podríamos estar ante una maravilla intensa, violenta y espectacular, pero la realidad es que se trata de una película de acción para todos los públicos, donde apenas hay violencia y el héroe cuando mata a alguien lo hace por accidente (casi siempre). Dempsey no se había despegado todavía de su imagen de buen chico, seguía pretendiendo resultar simpático y gracioso, y eso hace que el drama por el que tiene que pasar su personaje quede algo desdibujado. Además, detrás de la película está Hollywood Pictures, filial de la Disney que comenzó su andadura produciendo películas de género pero que resultaran amables y aptas para toda la familia, como Aracnofobia (Arachnophobia. Frank Marshall, 1990) y esta que nos ocupa, algo que se nota al fin y al cabo en que Run es un producto light a pesar de que su argumento podría dar pie a algo más expeditivo. Aún así, y siempre que sean conscientes de ello, la película les puede resultar un entretenimiento válido y sin pretensiones a disfrutar en una tarde tonta, siempre que no esperen sacar de ella lo que no hay.
(Drive angry 3D. Patrick Lussier. Estados Unidos. 2011. 104 minutos) Que me cuelguen de las pelotas si veo algún problema en esta premisa: John Milton (Nic Cage) se fuga del Infierno para rendir cuentas con el líder de una secta que mató a su hija y ha secuestrado a su nieta, con la intención de sacrificarla en un ritual satánico. Que me claven agujas en los ojos si me parece mal la intención de Patrick Lussier de llenar su película de violencia, disparos, persecuciones, explosiones, tetas y actitud testosterónica. Que me arranquen una a una las uñas de los pies y luego me machaquen los dedos con una maza si no es un placer ver a Amber Heard en 3D. Que quemen mi colección de DVDs delante de mis narices, mientras suena en 7.1 un disco de Justin Bieber o de Camela, si no encuentro divertido ver cómo el amigo Nicolas se zumba a una camarera y no se la saca mientras se produce un tiroteo y él sigue ahí dándolo todo, además con las gafas de sol puestas, una pistola en una mano y una botella de alcohol en la otra. Que me peguen un tiro si llega el día en el que todos estos motivos no me parecen suficientes para justificar el precio de la entrada. Y sin embargo, ay, les pido piedad cuando digo que no he disfrutado de Furia ciega 3D tanto como esperaba.
LO MEJOR: Nicolas Cage, por fin, encontrando un papel a
su medida.
LO PEOR: El 3D entorpece más que ayuda.
No se alarmen: la película merece la pena, tiene toneladas de chulería, Nicolas Cage es perfecto para el papel y no hay monsergas argumentales. Además, tiene un personaje genial, como es El Contable interpretado por William Fichtner. Pero le sucede lo mismo que a otro reciente intento de recuperar el cine de explotación de los 70: Machete (Robert Rodriguez, 2010). Como ocurría en la cinta protagonizada por Danny Trejo, y como le pasa a veces a Tarantino, se nota demasiado en Furia Ciega el esfuerzo por ser guay, por ser un guiño condescendiente a espectadores que saben más de la Serie B y la Exploitation por lo que han leído sobre ellas que por las películas que han visto. Por otro lado, hay elementos en ella que funcionan bien y otros que la dejan en evidencia: si bien acierta en esa voluntad de homenaje cuando recupera al gran Tom Atkins para un papel de policía, también yerra cuando algunas de sus escenas de acción quedan a merced de unos efectos digitales pobres y de una planificación y un montaje de Lussier carentes de brío, algo de lo que quizá tenga la culpa el hecho de haber rodado la cinta con cámaras tridimensionales, ya que permiten menos movilidad a la hora de filmar por el hecho de ser más pesadas y por el riesgo de que se desajuste alguna de las dos lentes. Hay una secuencia paradigmática en este sentido: El Contable aparece en mitad de un control policial de carretera, subido a un camión lleno de hidrógeno y escuchando el That's the way I like it de KC and the Sunshine Band. La idea está bien, puede resultar cómica y es agradable ver cómo el personaje mantiene esa parsimonia antes de hacerlo volar todo por los aires, pero el uso de unos efectos infográficos cutres y de una planificación apagada consiguen arruinar el momento. Otro problema es que el tono macarra de los primeros minutos no se mantiene durante todo el guión, que arranca con mucha fuerza pero que se va desinflando a medida que avanza la cinta, cuando intenta jugar al despiste en torno a la verdadera naturaleza del personaje de Milton y no lo consigue porque resulta demasiado evidente. Tampoco hubiera estado mal una banda sonora instrumental potente para compensar las carencias de la puesta en escena. Rodada en 2D, sin efectos digitales, con un guión más atinado y mejores escenas de acción, Furia Ciega 3D podría haber sido una obra maestra o, al menos, una película superior a la media, como fue Sed de venganza (Faster. George Tillman Jr. 2010). Tal y como está, no es más que un divertimento de acción y fantasía que les podría hacer añorar cosas tan dispares como Punto límite: cero (Vanishing point. Richard C. Safarian. 1971), Autopista al infierno (Highway to Hell. Ate de Jong, 1991) o Van Damme's Inferno (Inferno. John G. Avildsen, 1999), lo cual ya es bastante, pero no puede llevarles a engaño: si ven que Furia Ciega 3D va ganando por ahí estrellitas y entusiasmo a mansalva no es porque sea así de buena, sino porque lamentablemente ya no se hacen tantas películas así como antes.
El pasado fin de semana, del 8 al 10 de Abril, se celebró en Cáceres la primera edición del FanTer Film Festival, iniciativa promovida por la web Abandomoviez.net que se puede considerar todo un éxito a tenor de las colas que se generaron y del ambiente que se respiraba en la sala. Organizado de manera independiente, con todas las proyecciones gratuitas y con el regalo de palomitas y bebidas en cada pase, además de sorteos, un concurso de relatos y otro de cortos profesionales y amateurs, el FanTer se presenta como un proyecto prometedor y necesario para los que vivimos en Extremadura y tenemos que desplazarnos hasta Sitges, San Sebastián o Estepona para disfrutar de un festival de cine fantástico.
Lamentablemente, desconocía la presencia del festival hasta que, por una de esas maravillosas ¿casualidades? que suceden cada vez que viajo con mi pareja, me encontré con un cartel en la calle y los ojos me hicieron chiribitas. Demostrando una valentía digna de elogio para alguien a quien algunas películas de terror le afectan seriamente, y como ya hiciera en Roma cuando decidió acompañarme a Profondo Rosso, Bea accedió a pasar la tarde dentro de la sala viendo una película tras otra y encima se lo pasó hasta bien, como pueden ver en la foto de arriba, posando junto a émulos de Lobezno y Jason Voorhees. Sólo pudimos estar el día 9 y no conseguimos ver más de tres películas, pero confiamos en que haya una segunda edición y podamos planificarnos mejor. No obstante, dejaré constancia de todo lo que se pudo ver en el FanTer:
El día 8 arrancó con la proyección del cortometraje Ocho de Raul Cerezo y, a continuación, la maravillosa Truco o trato (Trick 'r treat. Michael Dougherty, 2007), fascinante recopilación de cuentos de Halloween cuya reseña pueden leer aquí. El corto Verónica de Manuel León Caballero precedió a Ellos (Ils. David Moreau y Xavier Palud, 2006). A continuación vino Deus Irae, el corto de Pedro Cristiani que se alzó con el primer premio del concurso, seguido de la película uruguaya La casa muda (Gustavo Hernández Perez, 2010), de la que Hollywood ya ha preparado un remake en tiempo record. El día 9 comenzamos nuestra pequeña maratón con el corto Menos 1 de Jorge Alonso, irregular aunque con imágenes poderosas. Después vino Vertige (Abel Ferry, 2009), entretenida muestra de terror supervivencialista en la que unos alpinistas se quedan perdidos en mitad de las montañas croatas y son asediados por un caníbal. Más palomitas y agua para el siguiente pase, antecedido por una sorpresa a nivel personal, el macabro corto Sabrina del amigo Sergio Colmenar, menos ambicioso que su anterior trabajo, Nestor, y también más depurado, divertido y siniestro. Déjame entrar (Let me in. Matt Reeves, 2010) consiguió llenar la sala y fue bien recibida, a pesar de que el sistema de proyección y de sonido dejaban algo que desear y arruinaban la espectacularidad de algunas de sus secuencias. Otra vez a hacer cola, cada vez más poblada, para la siguiente sesión, con el bello cortometraje 70 m2 de Miguel Ángel Carmona y la escalofriante Secuestrados (Miguel Ángel Vivas, 2010), acojonante película que me perdí en Sitges y que consiguió ponerme de los nervios con su terror realista y sus escenas al límite de lo tolerable para los estómagos sensibles. El cansancio y la exagerada cola que nos encontramos al salir, con lo cual nos sería imposible encontrar butaca, hicieron que desistiéramos de la idea de ver la también muy violenta El vagón de la muerte (The midnight meat train. Ryhuei Kitamura, 2008), irregular adaptación de un relato de Clive Barker que comienza de manera somnífera para irse convirtiendo poco a poco en un jolgorio de acción y vísceras totalmente disfrutable. Antes de la cinta se proyectó el multipremiado Brutal Relax de David Muñoz, Adrián Cardona y Rafa Dengrá, que consiguió aquí el 2º premio del concurso de cortos. La noche acabó con una película sorpresa que generó mucha expectación y que, según los comentarios que he podido leer luego, no dejó a todo el mundo contento: The Human Centipede (Tom Six, 2009), película que a estas alturas ya es de culto pero que quizá no era lo que esperaban los asistentes del FanTer, que quizá hubieran necesitado de un título más festivo a esas horas de la madrugada. El día 10 se dedicó un pase matinal a los pequeños de Cómo entrenar a tu dragón (How to train your dragon. Dean DeBlois y Chris Sanders, 2010) que no sé cómo fue porque estaba demasiado ocupado en la Feria de la Tapa... y por la tarde, cuando ya veníamos de camino de regreso a casa, se proyectó el corto fuera de concurso Sed de luz, de Ángel Gómez, se pasaron también los trabajos amateurs y se entregaron los premios, culminando un fin de semana intenso que debería ser el primero de muchos.
Desde aquí quiero felicitar a Abandomoviez por organizar algo así, especialmente en una provincia en la que lo tenemos difícil para acceder a propuestas culturales que se salgan un poco de la norma. No estoy de acuerdo con la decisión de proyectar las películas dobladas (salvo The Human Centipede, que se pasó en versión original subtitulada simplemente porque no ha sido estrenada en nuestro país), aunque entiendo que es una manera más sencilla de atraer al máximo público posible y especialmente a los curiosos, ya que los verdaderos amantes del cine de terror y fantástico están más que habituados a ver en versión original películas que nunca han llegado a nuestras salas y que probablemente nunca lo harán, ni siquiera al mercado del vídeo. También, y a modo de crítica constructiva, por supuesto, estaría bien que ajustaran mejor el sistema de visionado de las películas, ya que el proyector no estaba configurado correctamente para disfrutar de manera clara de películas que ya de por sí son oscuras, y debido a ese fallo nos perdimos muchos detalles que habrían sido visibles con una mejor regulación del brillo y el contraste. Salvando estos pequeños inconvenientes, deseo de corazón que el año que viene haya una segunda edición. Ahí estaremos, si nada nos lo impide.
(No controles. Borja Cobeaga. España. 2011. 95 minutos) En Pagafantas (2009), Borja Cobeaga contaba las penurias por las que pasaba alguien dispuesto a arrastrarse por amor, a ser un conejillo de indias en manos de su objeto de deseo y a ser su mejor amigo con tal de tener la posibilidad de estar cerca por si, con un poco de suerte, podía aprovechar un momento de debilidad y conquistarla. Algunos (afortunados) acusaron la película de ser demasiado exagerada, de llevar hasta extremos increíbles el patetismo del protagonista y de plantear situaciones que no se darían en la vida real. Otros, que por desgracia sabemos que el guion de aquella cinta no se alejaba tanto de la realidad como los demás pensaban, disfrutamos la película casi tanto como la padecimos: su visionado era una especie de recordatorio de lo gilipollas que habíamos sido en algún momento dado de nuestras vidas (o incluso en ese instante), y algunas de las escenas con las que muchos se reían a nosotros no nos hacían ni puta gracia, por cuanto nos recordaban a situaciones vividas. En No controles, Cobeaga y su coguionista Diego San José reinciden en algunos de los temas de su anterior trabajo, pero con un tono más amable, más cómico y positivista, contando ahora la historia de un chico, Sergio (Unax Ugalde), que quiere recuperar el amor de su ex-novia Bea (Alexandra Jiménez) antes de que se vaya a vivir fuera del país. Una tormenta de nieve hace que tengan que pasar la noche en un hotel y, de ese modo, el protagonista tendrá hasta el amanecer para reconquistar a la chica y volver a ser feliz, con la ayuda de un peculiar grupo de personajes: Juancarlitros (Julián López), antiguo compañero del colegio de Sergio y aspirante a humorista; Juanan (Secun de la Rosa), un divorciado que viene de Punta Cana cargado de mala leche; Jimmy (Alfredo Silva), empleado del hotel de origen ecuatoriano que ha contado a su esposa que trabaja de profesor en un colegio; y Laura (Mariam Hernández), azafata que debe un favor a Sergio si no quiere que éste le ponga una reclamación por haberle extraviado la maleta. Todo esto con la visita inesperada de Ernesto (Miguel Ángel Muñoz), actual pareja de Bea, que hace las veces de villano de la función.
LO MEJOR: Juancarlitros, un personaje que merecería una
película para él solo. LO PEOR: Que el público le diera la espalda, demostrando
lo ciegos y burros que podemos llegar a ser a veces.
En una escena de la película, Juancarlitros afirma que "esto es como la Jungla de Cristal... pero del amor". Y lejos de ser uno más de los muchos (y tronchantes) chistes que suelta el personaje, esa frase es toda una declaración de intenciones. Aunque no haya acción, No controles recuerda al clásico de Bruce Willis en tanto que comparten esquema básico: una historia contrarreloj que transcurre en una sola noche, en la que el héroe tiene que enfrentarse a varias adversidades para arreglar las cosas con su ex-pareja. Pero si en aquella Bruce Willis las pasaba canutas en solitario, aquí el protagonista tiene la suerte de contar con unos cuantos compañeros que, además de ayudarle a él, consiguen mejorar la película. Se produce así el efecto Fuga de cerebros (Fernando González Molina. 2009), en la que los secundarios se acababan comiendo con patatas a los protagonistas, haciéndose con el control de la película y ganándose las simpatías de los espectadores. La relación entre los personajes de Secun de la Rosa y Alfredo Silva sólo se puede calificar de entrañable, pero quien se lleva todas las miradas es Julián López, capaz de absorber cada plano con sus carisma y de hacer un esfuerzo interpretativo digno de elogio: es un buen cómico haciendo de mal cómico. En cuanto a los protagonistas, se puede decir que Alexandra Jiménez cumple bien y aporta naturalidad y simpatía a un personaje que no está pensado para caer especialmente bien, mientras que Unax Ugalde se muestra menos sieso que en Bon appétit (David Pinillos. 2010) y hasta se atreve con la comedia física, con resultados aceptables, aunque su personaje le obliga a mantenerse siempre a bajas revoluciones y en ese sentido funciona de manera perfecta. No controles marca un paso evolutivo en la carrera de Borja Cobeaga, a pesar de la triste acogida que tuvo en su momento en las salas, ya que estéticamente es menos torpe que su ópera prima y está dotada de mayor ritmo, narrativamente es menos dispersa y se permite además un gran momento tragicómico en una secuencia en la que Julián López demuestra la importancia de ir siempre a tope, de no tirar la toalla y de encarar la vida con optimismo. Ese es el mensaje de No controles y por eso es la comedia romántica que ninguno de ustedes debería avergonzarse de ver más de una vez.
A finales de los años ochenta, Sam Raimi ansiaba hacer una adaptación al cine de uno de sus héroes de cómic favoritos: The Shadow. Incapaz de hacerse con los derechos del personaje (finalmente sería Russell Mulcahy quien se llevara el gato al agua con la fracasada adaptación de 1994), Raimi y su hermano Ivan crearon un héroe estéticamente similar y que guardaba también concomitancias con El fantasma de la Ópera de Gaston Leroux. Con la buena reputación que se habían ganado con Posesión infernal (The Evil Dead. 1981) y Terroríficamente muertos (Evil Dead II. 1987), Sam Raimi y el productor Robert Tapert consiguieron venderle la idea a Universal Pictures y, de este modo, lograron trabajar por primera vez con un gran estudio de Hollywood, aunque con un presupuesto todavía moderado y con algunas imposiciones: el director quería al protagonista de sus anteriores películas, Bruce Campbell, para que hiciera de Darkman, pero la Universal se negó e impuso a Liam Neeson ya que le consideraban más capaz de hacer creíble el amplio abanico de estados de ánimo por los que pasa el personaje durante la historia (aún así, Campbell filmó un cameo importante en uno de los mejores momentos del film). Darkman constituyó un éxito aceptable, recaudando casi 50 millones de dólares alrededor del mundo y obteniendo premios como el de Mejor Director y Mejores Efectos Especiales en el Festival de Sitges de 1990. Aunque no se llegó a rodar una serie de televisión de la que supuestamente se habló en su momento, sí que se filmaron dos secuelas estrenadas directamente en vídeo de las que daremos también cuenta en este artículo.
LO MEJOR: Su espíritu anacrónico y su
capacidad para mezclar géneros. LO PEOR: Que el papel principal no lo
hiciera Bruce Campbell.
Darkman (Darkman. Sam Raimi. Estados Unidos. 1990. 91 minutos) Peyton Westlake (Liam Neeson) es un científico especializado en el tratamiento de la piel sintética para aplicarla personas que han sufrido quemaduras u otros accidentes cutáneos. Al negarse a vender el edificio donde tiene alojado su laboratorio, un magnate inmobiliario envía a una banda de sicarios liderados por Robert G. Durant (Larry Drake) para darle un escarmiento. Como resultado del ataque, el laboratorio de Westlake vuela por los aires y este es dado por muerto, dejando sola a su desconsolada prometida, Julie Hastings (Frances McDormand). Lo que ninguno sabe es que Westlake ha sobrevivido y que ahora, bajo la identidad mutante de Darkman y gracias a sus conocimientos científicos, preparará su venganza e intentará recuperar a su amor. Con esta premisa quedaban claras las intenciones de Raimi: remitir al horror clásico y al folletín, mezclándolos con elementos de ciencia-ficción y del cine de acción, consiguiendo una mezcla sublime en la que no falta la adrenalina visual del director ni su pasión por el slapstick, con momentos de humor macabro y puro circo. Raimi disfruta con el material que tiene entre manos y se nota, hasta tal punto que podríamos decir que se trata de su mejor película, por cuanto tiene de afortunado resumen de sus mejores hallazgos y porque es todavía una obra fresca, enérgica y valiente, lejos del adocenamiento al que se verían sometidos algunos de sus siguientes trabajos. Las explosiones de furia descontrolada que sufre Westlake están reflejadas con un acierto total por parte del director, subrayando unas interpretaciones notables y un guión simple y eficaz en el que también intervino Chuck Pfarrer, poco después firmante del libreto de la explosiva Blanco humano (Hard target. John Woo, 1993). La música de Danny Elfman enfatiza los momentos cumbre con maestría y nos conquista desde los créditos iniciales. Y en cuanto a los efectos especiales, tanto los de maquillaje como los visuales, llenos de sangre los primeros y de transparencias imposibles los segundos, potencian la sensación de estar ante la Serie B perfecta, la película con la que sueñan los que no se deciden entre el terror y la acción cuando tienen que elegir su género favorito.
LO MEJOR: Arnold Vosloo es un actor
competente. LO PEOR: Parece una versión descafei-
nada de la primera parte.
Darkman II: El regreso de Durant (Darkman II: The return of Durant. Bradford May. Estados Unidos. 1995. 89 minutos) Teniendo en cuenta la manera en la que acaba el primer Darkman y el hecho de que sea un personaje que tiene el rostro quemado y que puede fabricarse máscaras con las facciones de cualquier persona, el obligado cambio de protagonista (de Liam Neeson a Arnold Vosloo) no podría estar resuelto argumentalmente de peor manera. Ya que Peyton Westlake había optado por dejar de usar su rostro de siempre, es absurdo que aquí se nos presente un prólogo en el que se reutilizan planos de la primera parte con insertos en los que aparece el personaje con la cara de Vosloo en lugar de con la de Neeson, intentando hacernos creer que Westlake siempre tuvo el aspecto del actor de reemplazo en lugar del original. Esto ya demuestra lo chapucera que es Darkman II desde los primeros minutos. Ni siquiera se esforzaron en el argumento: Durant no murió, sino que entró en coma y tras su recuperación, más de dos años después, ha decidido que quiere volver a ser el rey del hampa. Pero como las cosas han cambiado y hay demasiada competencia, piensa que debe resultar innovador. ¿Cómo? Pues sacando de un manicomio a un peligroso científico que estaba construyendo un arma láser. Además, como manda la tradición, se pone cabezón por hacerse propietario de un laboratorio y acaba matando a su dueño, un craso error teniendo en cuenta que éste se había hecho socio de Westlake para investigar juntos la piel sintética y, gracias a ello, el héroe vuelve a ponerse tras la pista del villano repelente. La película es un horror, con una factura televisiva desvaída, un guión perezoso y reiterativo a más no poder y escasísimas escenas de acción. Se salvan si acaso sus acercamientos a la ciencia-ficción gracias a la excusa de la super-arma, pero poco más.
LO MEJOR: Sus momentos inesperados
de humor involuntario. LO PEOR: Que no hicieran una cuarta
parte y siguieran por ese camino.
Darkman III: El Desafío (Darkman III: Die Darkman die. Bradford May. Estados Unidos. 1996. 83 minutos) Admitámoslo: no era fácil superar o siquiera igualar lo conseguido por Sam Raimi en la primera parte de esta trilogía, pero casi tan complicado como eso era coger a un personaje tan interesante y llevar a cabo una película tan pocha como Darkman II. Contra todo pronóstico, teniendo en cuenta que ésta también la dirige Bradford May, resulta que Darkman III recupera algo del brío original y no se limita a copiar casi al pie de la letra el argumento de la primera parte. Y eso que empieza igual de mal: con un prólogo donde ya se mezclan escenas de las dos primeras partes con otras de esta tercera que aún no hemos podido ver. Durant esta vez está muerto de verdad, y ahora es Peter Rooker (Jeff Fahey) quien se encarga de hacer el mal. Y además sabe tocar el piano. Al pobre Peyton, que cada vez se mezcla más con la gente y parece no tener muy en cuenta el límite de 99 minutos que dura la piel sintética (salvo cuando esto le viene bien al guión), le engañan como a un niño: se le aparece una rubia y le dice que es una de las doctoras que le atendió en el hospital y que quiere ayudarle a restaurar su sistema nervioso. En realidad es la amante de Rooker y lo que se proponen es tomar una muestra del ADN de Westlake para inyectárselo a delincuentes y convertirlos en insensibles máquinas de matar sin dos dedos de frente (¡!). El argumento es muy chorra, sí, pero eso ayuda a que la película sea moderadamente disfrutable. También hay que destacar que hay mejores y más abundantes escenas de acción que en la segunda parte (aunque el especialista que dobla a Darkman parece que tiene artrosis en algunos momentos) y que hay instantes de humor involuntario como aquel en el que, celebrando el cumpleaños del malo, suena la canción de Oficial y Caballero (An officer and a gentleman. Taylor Hackford, 1982) y la esposa dice "esta canción me recuerda a nuestra boda", o aquella escena en la que Darkman está viendo la tele y aparece un anuncio del parque de atracciones de la Universal (barriendo para casa). También da un poco de risa la manera en la que intentan introducir un elemento dramático con calzador: Darkman se da cuenta de que el villano no le da buena vida a su mujer y a su hija, así que decide hacerse pasar por él para convertirse en un buen esposo y un buen padre... Si es que en el fondo, el pobre hombre es buena gente, aunque tenga mala leche y sea así de feo.