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17 abr 2011

'No-Do'

(No-Do. Elio Quiroga. España. 2009. 94 minutos) Hay casos en los que a uno le gustaría ser más permisivo con lo que critica, poder pasar un poco la mano y ser algo condescendiente con películas que no terminan de funcionar del todo. Ocurre con No-Do, y no por la película en sí, sino porque su responsable es uno de los directores más raros de nuestro país y bien merece nuestra atención: debutó con la extrañísima Fotos (1996), que ha sido la única película, a menos que yo sepa, que ha sido calificada con un símbolo de interrogación en la revista Fotogramas en lugar de con las típicas estrellas, y siguió con dos cintas de terror que contaron con una distribución escasísima y que no terminaron de dejar contento a casi nadie: La hora fría (2006) y la que nos ocupa. No-Do se podría considerar un intento por amoldarse a las expectativas del público, con una historia de fantasmas y un viejo caserón encantado protagonizada por Ana Torrent, mito multigeneracional patrio gracias a El espíritu de la colmena (Víctor Erice. 1973) y Tesis (Alejandro Amenábar. 1996). El problema es que, bien por incapacidad de Quiroga o bien por incomodidad, su película acaba resultando un fracaso insípido e impersonal, aquejado de algunos de los peores males del cine de terror español actual: falta de originalidad, exceso de confianza en la atmósfera, ausencia de ritmo, interpretaciones poco creíbles, guión demasiado dependiente de sorpresas sin gracia y efectos digitales de pacotilla

LO MEJOR: La idea de unas grabaciones secretas de
milagros entre la iglesia de la época franquista.
LO PEOR: Es aburrida hasta decir basta.
Es una verdadera lástima, ya que la trama podría haber dado mucho más de sí. Al menos una de ellas, ya que hay dos líneas argumentales entrelazadas. Por un lado está la tópica historia de Francesca (Ana Torrent), una médico de urgencias que perdió a su hija hace diez años y que no ha podido recuperarse psicológicamente. Sigue hablando con su hija fallecida (y no desvelo nada, porque el hecho de que sólo aparezca cuando la protagonista está sola es un detalle demasiado revelador), bautiza a los niños que mueren en el hospital y está obsesionada con que el bebé que ha tenido recientemente también va a morir. Se muda con su marido, Pedro (Francisco Boira), a una vieja mansión que perteneció a un obispo y que era un colegio para niños pobres que lleva cerrado más de 50 años. Como pueden imaginar, los ruidos y las apariciones de niñas fantasmas no tardan en hacer acto de presencia. La otra historia paralela es la de un sacerdote, Miguel de Azpeitia (Héctor Colomé), encargado de verificar los casos de milagros y con un pecado del pasado pesando sobre su conciencia. Ambas historias están relacionadas y tienen que ver con grabaciones sobre milagros que aparecían en unas versiones del No-Do que sólo altos miembros del clero podían ver. Con esos mimbres, y con el siempre agradecido recurso del cine como capturador de imágenes que el ojo humano no puede llegar a ver, No-Do podría haber sido una película ciertamente aterradora. De hecho, hay momentos aislados que funcionan bien y que resultan inquietantes: los rastros de huellas humanas que suben por las paredes, el monstruo hecho con exvotos (según el guión, figuras hechas a imagen y semejanza de partes enfermas del cuerpo humano que  las personas ofrecían a los santos para que les curaran) y que recuerda a las criaturas del universo Silent Hill, o la aparición final de un Elemental (aunque estéticamente parezca sacado de una portada de Scifiworld). Pero todo está narrado con tanta lentitud, con tanta pachorra y desgana, y los actores resultan tan poco creíbles, que resulta muy difícil mantener el interés y no desconectar de la película a medida que pasan los minutos y entendemos que la propia cinta es algo muerto y sin alma. Apuesto a que las críticas positivas que aparecieron en su momento no eran otra cosa que un capote tendido a Quiroga, una forma de echar un cable a una rara-avis dentro de la cinematografía de nuestro país, pero a veces no se puede ser tan bueno. Sólo veo de recibo colocar una estrella a aquellas películas que no pienso volver a ver... jamás. Y No-Do es una de ellas. Eso sí, si usted es Íker Jiménez lo mismo le vuelve loco.  

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