(King Kong. Peter Jackson. Estados Unidos / Nueva Zelanda. 2005. 187 minutos) Por fin, tras una larga espera y un par de intentos frustrados, Peter Jackson ha podido cumplir su sueño infantil de filmar su propia versión de King Kong.
Por motivos personales tuve que esperar unos días más de los previstos para poder ir al cine a disfrutarla, pero la espera ha merecido la pena. Mientras la pantalla me devoraba (sólo pude conseguir entradas en la fila 7), no dejaba de pensar en lo afortunados que son los que ven esta historia por primera vez, especialmente esos niños que se han podido iniciar en el bello hábito de ir al cine con esta superproducción. Esos pequeños que hayan ido por primera vez al cine a ver esta película se habrán quedado extasiados, y probablemente alguno de ellos sentirá por primera vez el gusanillo del arte cinematográfico, como le pasó al propio peter Jackson cuando vio el King Kong de 1933 en televisión.
En estos momentos, me cuesta pensar en otra figura cinematográfica más poderosa que Peter Jackson, capaz de aunar calidad y comercialidad con éxito y sin perder coherencia con el resto de su obra, siempre con los ojos puestos en su mundo de sueños y, ahora también, en la taquilla. Habiendo visto toda su obra, puedo decir sin reparos que es uno de mis directores favoritos, ya que absolutamente todos sus trabajos me han hechizado: Mal Gusto (alucinante comedia gore rodada a través de los años con sus amigos), Braindead - Tu madre se ha comido a mi perro (otra comedia gore, de las más sangrientas e hilarantes de la historia del cine), El delirante mundo de los Feebles (cinta rodada con marionetas y muy mala leche), Forgotten Silver (ese pequeño gran documental ficticio lleno de magia), Criaturas Celestiales (quizá su mejor película, enternecedora y dura al mismo tiempo), Agárrame esos fantasmas (posiblemente su obra más floja, pero aún así tremendamente divertida e imaginativa) y, por supuesto, la trilogía de El Señor de los Anillos (la saga más importante de las últimas décadas). Por fin, y tras el poder adquirido en la industria después de conseguir 11 Oscar con El retorno del Rey, Jackson ha hecho la película para la que se hizo director.
Ya a mediados de los 90 estuvo a punto de realizarla, pero ninguna productora confió en él. Ahora, con los millones amasados en los últimos años y con el privilegio de tener el final cut en sus proyectos (lo que viene a significar que puede hacer lo que le de la gana con sus películas, cosa que pocos pueden decir), no hay quién le tosa a Peter Jackson.
Seguramente los premios no serán generosos con su King Kong, quizá en taquilla no logré amasar lo mismo que sus tres últimos trabajos... pero el propio Jackson decía en una entrevista que era consciente de haber llegado a lo más alto con la saga tolkieana, y que a partir de ahora es cuando iba a divertirse. Me imagino a Jackson en su sala de proyección en Nueva Zelanda, disfrutando y emociónandose con su King Kong igual que cuando era un niño, con la satisfacción que sólo dan los sueños cumplidos.
A estas alturas, contar el argumento de la película es algo innecesario. Todos la conocemos ya, o casi todos. Antes de ver la película ya sabemos cómo empieza y cómo va a acabar. En ese sentido, no hay ninguna sorpresa. Pero, si bien el clásico de 1933 tiene un encanto inmortal que el tiempo no ha podido arrebatarle, la versión de Peter Jackson nos muestra a un Kong como jamás nos lo han enseñado antes. Tras llegar a un punto que parece imposible de superar (aunque quien sabe qué nos depara el futuro), los efectos visuales han dejado se ser el único atractivo de muchas superproducciones para convertirse en una herramienta más para contar la historia. Y, sobre todo, para hacerla creíble. Y, amigos míos, este Kong es realmente creíble. Casi parece que lo pudieras tocar, a pesar de que hasta su último pelo es virtual. El equipo de WETA ha conseguido crear la criatura infográfica más real que jamás haya visto, y esto es algo sin lo que la historia no funcionaría bien.
Y es que este King Kong es, más que ninguna otra versión, una historia de amor entre una mujer y un animal salvaje. Si, por centrarnos sólo en las versiones más conocidas, Fay Wray se pasaba la película gritando y desmayándose en la versión del 33, y Jessica Lange nos era mostrada como un reclamo puramente sexual en la del 76, la Ann Darrow interpretada por Naomi Watts es la única que se muestra realmente enamorada del gorila gigante. Y el sentimiento es, claro está, recíproco. Además de las sublimes escenas de acción (durante la pelea de Kong contra los tiranosaurios vibraba de pura excitación), lo mejor de esta versión es la relación entre Ann y Kong: vemos como pasan del inicial recelo a tomar poco a poco confianza, hasta que aparece el cariño y posteriormente son capaces de sacrificar su vida el uno por el otro. Aunque suene un poco absurda esta frase, entre ellos hay lo que se llama "química". Sabemos lo que se están diciendo sin que pronuncien palabra, y nos gusta verlos juntos, nos gusta ver cómo King Kong ríe ante las payasadas de Ann, cómo juegan en el lago helado como podrían hacerlo dos adolescentes enamorados... Con esto, Jackson consigue que nos volvamos a emocionar ante un final que nos sabemos de memoria, que lloremos por una criatura que no existe más que en la pantalla... y a eso le llamo yo la verdadera magia del cine.
Luego está la otra película, la de aventuras, la que nos muestra a Jack Driscoll (Adrien Brody), Carl Denham (Jack Black) y compañía luchando contra todo tipo de bestias e insectos gigantes, e intentando rescatar a Ann a toda costa. Lo curioso es que quizá Ann no quiera ser rescatada, pero eso nadie se lo plantea en la película. La historia es tan simple como la de dos enamorados que no necesitan otra cosa que estar juntos, pero a los que el resto del mundo no les dejan ser felices.
Es evidente por mis palabras que el King Kong de Peter Jackson me ha maravillado. Pero eso no me impide reconcer que esta vez se ha pasado con las más de tres horas de metraje. Como era de esperar, los personajes no llegan a Skull Island hasta bien entrados los 60 minutos. O, al menos, esa es la sensación que me dio (tampoco es plan de entrar al cine con el cronómetro en la mano...). Toda esa hora de premilinares, aunque narrada con sentido del humor (Jackson hace referencia directa a Fay Wray y a la versión de la RKO de King Kong), se me antoja algo inútil por momentos, ya que el público lo que realmente quiere ver es al gran Kong y el resto de criaturas que le acompañan en la Isla de la Calavera. Pero eso sí, una vez llegan allí, la acción se dispara y ya no da respiro al espectador. Y, cuando lo hace, es para mostrarnos escenas que realmente aportan algo a la relación entre los personajes.
En cuanto a la labor de dirección de Jackson, decir que sigue en la línea de sus últimos trabajos: especial preocupación por la atmósfera, grandes panorámicas aereas, eficaces escenas de acción y buen ritmo. Como apunte personal, destacar que en las últimas escenas llegué a sentir algo de vértigo en los planos subjetivos de los pilotos de avionetas.
En definitiva, otra de esas películas que estarán en mi estantería cuando salga la edición en DVD.
Publicado originalmente en Natural High. Notas desde el futuro: este es uno de esos casos en los que no me reconozco en mis palabras. Digo al final del artículo que la película pasará a engrosar mi colección de dvd's, pero lo cierto es que no sólo no he comprado ninguna de sus ediciones sino que no he vuelto a verla. Debió pillarme en un momento en el que estaba demasiado enamorado o hacía bastante tiempo que no pisaba un cine, porque no encuentro otra explicación. Además me meto con Agárrame esos fantasmas, lo cual roza lo imperdonable. Este post es lo que pensaba en 2005 sobre Peter Jackson. Para saber lo que pienso ahora, en 2010, pinchen aquí.
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