El último artículo que publico este año en Crónicas de un Pueblo y en este blog no podría ser otro. Tenía que estar dedicado a ella, a Bea, la persona que ha llegado para compensar los desbarajustes de este año, de esta década, de esta vida. Gracias a ella viví este momento de felicidad pura que relato a continuación, un pequeño fragmento de los días de ensueño que viví con ella en Roma y que, espero, servirán de preludio para todo lo que aún nos queda por vivir. Esto es para ti.
Cuando uno planea un viaje a Roma, y más si es en pareja, sabe que hay una serie de lugares que no puede dejar de visitar: la Fontana di Trevi, el Coliseo, la Basílica de San Pietro en el Vaticano, etc. Cuando uno es un frikazo como un servidor, añade a esta lista una parada ineludible: la tienda Profondo Rosso, propiedad del director y guionista Luigi Cozzi fundada junto a Dario Argento en 1989 (cuya película de 1975 es la que da nombre al establecimiento). Situada en la Via dei Gracchi nº260 (próxima al Musei Vaticani), la tienda es un pequeño local atiborrado de artículos relacionados con el cine fantástico, donde uno se siente atrapado en medio de figuras de tamaño real como la del Monstruo de la Laguna o de máscaras de todo tipo de personajes que van desde Jason Voorhees al Depredador, pasando por réplicas de Michael Jackson, Yoda o Bart Simpson. También hay libros (casi todos, lástima, en Italiano, salvo algunos en inglés) que desgranan las filmografías de Lucio Fulci, Mario Bava o Tinto Brass, junto a ediciones en DVD de películas que en España no están disponibles o que han sido lanzadas al mercado en versiones mutiladas. Un paraíso del que podría haber salido con bolsas llenas de no ser porque luego tendría que facturar una maleta aparte y porque, con el poco presupuesto que manejaba, me resultaba imposible elegir algo concreto que llevarme. Al final… únicamente dos llaveros, uno para Bea y otro para mí.
Pero ese pequeño souvenir material no puede equipararse al recuerdo que guardaré siempre sobre lo que vi en el sótano de la tienda. Allí se esconde un museo en el que uno puede apreciar de primera mano los muñecos que Sergio Stivaletti creó para cintas míticas como PHENOMENA (Dario Argento, 1983) o DEMONS (Lamberto Bava, 1985), de la que, si son seguidores de mis artículos en estas páginas, sabrán que son un ferviente admirador. Además, efigies de Darth Vader o Freddy Krueger amenizan el paseo por esos pasillos angostos mientras una voz nos cuenta lo que estamos viendo. Lo mejor de todo es que el museo estaba cerrado hasta después de navidades, pero mi cara de pena y la frase “es que venimos de España y no sabemos si tendremos otra oportunidad de ver el museo…” obraron el milagro: el encargado de la tienda nos dejó pasar como favor personal, a pesar de que había algunos elementos fuera de lugar que evidenciaban que lo estaban reformando (libros apilados donde no debían, figuras fuera de sitio, etc.). A pesar de eso, el rápido recorrido por esas habitaciones tétricas se convirtió en una experiencia a retener en la memoria, no sólo por poder ver y tocar el atrezzo de algunas de las cintas con las que me he quemado las retinas, sino por poder hacerlo junto a Bea, quien no lo pasa precisamente bien cuando se trata de cine de terror pero que, en un gesto que siempre le agradeceré, accedió a compartir conmigo ese paseo por lo oscuro en el que disfruté como un crío y del que salí queriéndole aún más. Gracias, Bea.